Pasar al contenido principal
x

Detalle de la portada del claustro

Identificador
24700_01_003
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 27' 27.50'' , -6º 3' 26.15''
Idioma
Autor
Sin información
Colaboradores
Imagen Mas
Derechos
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Catedral de Astorga

Localidad
Astorga
Municipio
Astorga
Provincia
León
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
POSIBLEMENTE, A PARTIR DE LOS AÑOS centrales del siglo XI, una coyuntura más favorable ayudó a la mejora del centro de la diócesis de Astorga. No hay que olvidar que con la nueva organización del Reino que promovieron los reyes Fernando I y Sancha (1037-1065) se intentó una puesta al día en asuntos, tanto civiles, como religiosos. Así, se pretendió configurar una iglesia más ordenada y modernizada con total apoyo de los monarcas y de los obispos que, en el caso de Astorga, salían de agudos conflictos con sus vasallos. La catedral, desde los años cincuenta del siglo XI, fue denominada “de la regla de la antiquísima Santa María” o también “sede o cátedra de Santa María” y el obispo vivía rodeado de sus clérigos, como en el caso del prelado Ordoño (1061-1066). En este ambiente surgió, poco después, la noticia de la consagración de la catedral -el día 20 de diciembre de 1069- bajo el episcopado de don Pedro Núñez (1066- 1082). Esta preciosa información se incluía en la data de una dádiva hecha, a la iglesia de Astorga y a su obispo, en esa misma jornada. Es muy posible que el antiguo y restaurado edificio altomedieval -preexistente- se rehiciese buscando una mayor amplitud y dignidad, ya que en los documentos conservados -desde los años cuarenta hasta finales de los sesenta del siglo XI- se aprecia un aumento de donaciones y devoluciones de bienes al episcopado, así como un claro apoyo del rey. El acto de consagración aludido no tiene por qué implic ar que el templo estuviese terminado, pero sí que, en parte, podía ser utilizado. El año 1069 ya pertenece al reinado, en León, de Alfonso VI (1065-1109), pero la ausencia de diplomas del monarca referidos a este periodo, no nos ayuda a profundizar en la cuestión que nos ocupa. No obstante, el profesor Reilly supone que, tal vez, el rey y su Corte asistieron a la ceremonia de consagración, que se llevó a cabo en una de las principales diócesis de su reino. No sería extraño que hubiese ocurrido así, ya que diciembre es un mes frío que se dedicaba a labores sedentarias y la Corte estaría instalada -presumiblemente- en Sahagún. ¿Cómo sería este nuevo edificio? Tampoco podemos, de momento, asegurarlo, pero es muy posible que aún se mantuviese apegado a los modelos prerrománicos con ciertas innovaciones propias del momento. Tras el período que acabamos de analizar, un documento de 1117 proporcionó a los estudiosos el dato precioso que los impulsaba a desentrañar otra nueva fase artística de la catedral. Me refiero a una donación del obispo astoricense Pelayo (1097-1120) donde se especificaba que los reyes Alfonso VI y su mujer Constanza habían mandado fundar desde el comienzo, ab initio, la iglesia de Santa María Virgen. Este dato nos conduce a unas fechas precisas para dar comienzo a los preparativos del proyecto, es decir, al intervalo entre los años 1080 y 1093 en que la citada reina ocupó el trono de León. En dicho período, estuvo regida la diócesis por Osmundo (1082-1097), un prelado -posiblemente de origen franco- que debió introducir la re f o rma litúrgica y el espíritu de Cluny en Astorga, como ya nos hizo saber la doctora Consuelo Cabero. Por todo ello, un personaje cercano a la Casa Real y, sin duda, dispuesto a colaborar con ella. No obstante, las circunstancias en que estaba inmerso el obispado no eran las más apropiadas para iniciar una obra de tal envergadura. Las perturbaciones que sufrió entre 1080 y 1090, sobre todo por usurpación de propiedades, fuero n fortísimas y las labores de don Osmundo, apoyado siempre en el monarca, tuvieron que centrarse en reconducir este desorden. A pesar de todo, no dudamos que su fuerza se extendería también a fundamentar la renovación del centro diocesano que, por otra parte, funcionalmente, le sería casi imprescindible. Sabemos por documentos de los años 90 del siglo XI que el obispo se rodeaba de sus canónigos residentes en la iglesia de Santa María y que el prelado, calificado como gran predicador, consensuaba con sus clérigos permanentes las decisiones a tomar. En este ambiente, las heredades se inventariaron, las donaciones volvieron a repuntar y se reintegraron usurpaciones. Del conjunto de dádivas resaltaremos dos que pudieron tener relación con las obras. En los años 1080 y 1090 dos damas, Marina y Mayor Muñiz, dieron a la Iglesia de Astorga y a su obispo Osmundo heredades en Castrillo de las Piedras. En el primero de los documentos se especificaba que, allí, había canteras o pedreras de donde se sacaban los cristales o piedras lucientes. El lugar citado, llamado también Castrillo de Halele, distaba menos de 10 km de la ciudad de Astorga y estaba situado al sureste de la misma, próximo al río Tuerto. El poseer una cantera cercana a la obra era una de las preocupaciones más importantes de todo plan constructivo medieval. Si esto no era así se encarecía enormemente el proyecto. Del período del obispo Osmundo, poco más sabemos respecto al estado de las obras, será en los años de su sucesor don Pelayo (1097-1120) cuando volvamos a encontrar indicios de trabajos que, sin duda, son la continuación de lo ya comenzado. Así, documentos de finales de siglo nos hablan de una donación ad opus aule Dei et Sancti Verisime Santaeque Marie o se reciben, de nuevo, heredades en Castrillo de las Piedras. Por otra parte, el obispo continuó con la organización interna del episcopado y, con el apoyo del rey, separó de forma explícita las economías del clero y de la mitra. Este dato nos interesa porque de esta manera, y, a pesar de las dificultades del período inmediato, regido por la reina Urraca (1109-1126) y marcado por la inestabilidad y la guerra, en la que estuvo inmersa la ciudad de Astorga,la catedral parece que siguió engrandeciéndose. Sin duda, las aportaciones del prelado al proyecto fueron muy importantes, en 1115 dio al altar de la Santa Cruz, de la iglesia de Santa María, varias heredades que había comprado en el Bierzo y en el territorio de Astorga. Posteriormente, en 1117, volvió a donar otro buen número de posesiones a la iglesia mayor y aquí especificó los importantes trabajos de la basílica y el destino de sus ofrecimientos: para el subsidio de quienes allí trabajaban. El broche final a esta labor lo consiguió don Pelayo al recibir de la reina en 1120 un solar, cercano a Santa María, que fue templo pagano; espacio que le serviría -posiblemente- para acondicionar o construir dependencias catedralicias más desahogadas. Es interesante constatar que por este terreno y la devolución de ciertas propiedades, que la mitra había perdido, el obispo le dio a la reina, en roboración, vasos de plata y oro por valor de 2.083 sueldos. Es decir, pagó con metales convertibles en moneda, posiblemente fondos del tesoro de la catedral, pero no se deshizo ni de posesiones ni de dinero líquido, que tanto necesitaría para la obra. ¿Cómo pudo ser el edificio levantado por don Osmundo y don Pelayo? Posiblemente se trató de un templo de cabecera triple y ábsides semicirculares, dotado con pórtico y campanario. En sus inmediaciones el claustro vertebraría las dependencias de los canónigos y, tal vez, el obispo ya poseyera aposentos específicos. En las fechas en las que se realizó esta obra el Reino castellano-leonés sufrió una importante puesta al día desde el punto de vista constructivo y organizativo. Monasterios o catedrales se incorporaron a las nuevas formas del arte románico que los ligaban a Europa. De igual modo que, a través de la nueva liturgia, se vinculaban con Roma. Si en el caso astoricense la fase de edificación románica, próxima a 1100-1120, se concluyó o nunca se completó, desgraciadamente, de momento, no lo podemos saber. Lo preocupante es que no contemos con ningún resto artístico adscribible a este período. Tal vez, sólo se hizo la cabecera y se aprovechó cierto tiempo la construcción anterior para, posteriormente, a partir de los ábsides, continuar la obra muchos años después. A pesar de lo dicho y, aunque la fuente no sea muy explícita, en la Historia Compostelana se cuenta que cuando el obispo Diego Gelmírez viajó a León, tras conocer la noticia de la muerte de la reina doña Urraca en 1126, fue recibido muy cuidadosamente, en Astorga, por el obispo don Alón, con procesión y multitud de clero y pueblo. Además, como era el día de Jueves Santo, el prelado compostelano consagró el crisma junto con los óleos y celebró los oficios. ¿Podría deducirse de estas últimas palabras que el centro del episcopado astoricense estaba en orden? Desde luego, absolutamente nada nos trasmite el autor de la Crónica respecto a impedimentos que m e rmasen la solemnidad de los actos litúrgicos. Es más, en 1129 el arzobispo volvió a pasar por Astorga camino de Palencia y se dice en el mismo texto que fue recibido pomposamente. A pesar de todo lo expuesto lo cierto es que no tenemos seguridad del estado en que se encontraba el templo en los años veinte del siglo XII, no obstante, la obra románica fue, sin duda, más que una idea. Por último, aludiremos a la fase del templo catedralicio tardorrománico, anterior a la obra gótica que hoy podemos contemplar. Respecto a aquella catedral tenemos poca información escrita, pero sí algunos restos materiales interesantes y una imagen pictórica muy valiosa. El análisis artístico de todos esos elementos nos conduce, sin lugar a dudas, al último románico, pero intentaremos, de nuevo, fundamentar documentalmente nuestras afirmaciones. Por lo que respecta a datos concretos sobre la obra, únicamente contamos con referencias precisas de la época de los obispos don Nuño y don Pedro Fernández, que ocuparon la silla episcopal -sucesivamente- desde el año 1226 a 1265. Del primero de ellos, tanto la Crónica de don Lucas de Tuy como la España Sagrada del padre Flórez, dicen que se aplicó a hacer obras en los muros de la ciudad, en el claustro de la catedral y en la casa del obispo. De su sucesor, don Pedro, se recogió el texto de su epitafio, donde se especificaba que terminó el edificio y lo consagró. Por lo tanto, en los años centrales del siglo XIII se dio el proyecto por concluido, es decir, estaba el edificio construido y todo él pintado, como era preceptivo. Pero, ¿cuándo se comenzó? Sería lógico pensar que la idea se gestó en la segunda mitad de la duodécima centuria y -desde luego- la documentación de la primera mitad del siglo no parece hacerse eco de nada relacionable con posibles trabajos. Las donaciones que se hicieron en ese período a la iglesia de Santa María, a veces se dedicaban a su refectorio. El obispo ayudaba al monarca en las tareas de la reconquista y la catedral costeaba obras públicas, como el puente sobre el río Sil en la localidad berciana de Páramo. En la segunda mitad de siglo el episcopado estuvo en manos de dos prelados del mismo nombre, don Fernando (1156-1172) y don Fernando Pérez (1177-1190), ambos muy próximos a la familia real. Por los miembros de la misma eran denominados en los documentos patri et amico meo, dilecto meo o alumno meo. Esta familiaridad, sin duda, influyó en la atención prestada por la nobleza a los temas astoricenses. Todos fueron generosos, pero los reyes Fernando II (1157-1188) y Alfonso IX (1188-1230) hicieron donaciones, dieron privilegios y otorg a ron derechos que proporcionaron dinero a la iglesia y a su obispo entre 1166 y 1189. Por otra parte, el Papado tomó bajo su protección al obispado, le perdonó deudas, le confirmó posesiones y lo defendió de cluniacenses, cistercienses, órdenes militares y diócesis vecinas. En cuanto a los particulares, éstos hicieron donaciones, ventas o se sometieron a la iglesia, pero ya desde 1159, se aludía en alguno de estos documentos a la “obra de Santa María” y en 1160, incluso, a “querer tener part e en las buenas obras que se hacen en dicha iglesia de Santa María”. Como acabamos de exponer, no son muy explícitas las fuentes con las que contamos hoy, pero es posible que todas estas acciones puedan estar apoyando los gastos de un nuevo proyecto catedralicio. La situación citada se mantuvo en el primer tercio del siglo XIII cuando el rey Alfonso IX, en 1209, donó a la iglesia astorgana, entre otros lugares, el realengo de Castrillo de las Piedras o la décima del portazgo de Ponferrada, y, en 1229, confirmó al obispo don Nuño (1226-1241) los 22 excusados de la villa de Astorga a los que tenía derecho. Por lo tanto, de nuevo, dinero, materiales y fuerza de trabajo se pusieron a disposición de la diócesis. Los obispos, por su parte, continuaban empeñándose en o rganizar su centro episcopal y así entre 1204 y 1206 se hicieron Estatutos y Constituciones para la Iglesia de Astorga. En 1225, el papa Honorio III confirmó la separación de los bienes patrimoniales del obispo y la mesa episcopal y, en 1228, el legado pontificio redactó las Constituciones del coro. Todo lo citado nos transmite unos intereses globales por poner al día la sede. Pero, además, en el último documento mencionado, el referido al coro, se habla del altar mayor, del pórtico, del claustro y del campanario del templo catedralicio; diagrama que podría completarse con los diplomas, de miembros del clero o particulares, que deciden enterrarse en dicho recinto. En estos documentos se especifican capillas, como la de San Cosme, se dotan capellanías, se ubica el claustro o se mencionan monumentos escultóricos dentro, casi siempre, de ese recinto claustral. De este modo el panorama artístico del centro diocesano nos aparece un poco menos nebuloso. Tras esta búsqueda de apoyos históricos no nos queda más que intentar explicar cómo era esta catedral tardorrománica que, posiblemente, se comenzó en la segunda mitad del siglo XII y cuyos trabajos se prolongarían hasta las primeras décadas de la decimotercera centuria. Siguiendo con el esquema propuesto desde principios del siglo XX por don Manuel Gómez-Moreno, y, a falta de excavaciones en su subsuelo, nos encontraríamos, tal vez, ante un edificio de tres naves con tres ábsides semicirculares, basado en las líneas que marca el templo actual, donde el quinto tramo del cuerpo -desde los pies- es más ancho y podría reflejar el crucero anterior. Tras las excavaciones efectuadas en el entorno de la fachada oeste podría deducirse que el tramo de los pies, en su zona norte, fue inexistente, pues no se hallaron cimientos. ¿Sería posible pensar que el templo sólo poseyera un cuerpo de tres tramos -más el de crucero- y que únicamente en el centro del imafronte se construyese un pórtico sobresaliente? Esta hipótesis unida a la lectura del lienzo de Juan de Peñalosa, del siglo XVII, guardado en la capilla de la Majestad de la catedral, y del estribo conservado en la fachada actual, puede llevarnos a explicar la separación, que se observa en el cuadro, entre la torre campanario y el cuerpo del templo que estarían, no obstante, unidos en el ángulo suroccidental del pórtico, que coincide, por otra parte, con los restos del contrafuerte conservado, pero que no son bien visibles en la pintura debido al punto de vista que se utiliza en ella. En cuanto al alzado del edificio, en el lienzo barroco sólo se dibujaron los ventanales altos -de cierta envergadura- y las columnillas adosadas al paramento que iban delimitando los distintos tramos constructivos. Por lo que respecta a la torre, de planta cuadrangular, tenía varios pisos que se iluminaban a través de vanos rematados en arco de medio punto y se cubría con un tejado piramidal de pizarra, que contrastaba con la cubierta del templo realizada en teja. Es posible que esta catedral haya surgido sobre la anterior románica y que aquélla fuese reaprovechada hasta tal punto que, de momento, no tenemos vestigios diferenciados de la misma. De la ornamentación del templo tard o rrománico conocemos algunas piezas conservadas en el entorno catedralicio y en una colección particular, a las que habría que añadir, por salir posiblemente del mismo taller, los capiteles de la iglesia astorgana de San Julián, llamada actualmente Virgen de Fátima. Todos los restos presentan una alta calidad artística y manifiestan ser producto de manos conocedoras de las formas plásticas generadas en Europa occidental durante el siglo XII. Los fragmentos encontrados formaban parte de soportes, arquerías, tableros decorativos, capiteles, ábacos, ménsulas y cornisas que se diseminarían por todo el edificio. Tal vez, alguno de estos frisos fue reutilizado en el edificio actual y, a su modo y manera, se hicieron otras piezas semejantes que podemos ver hoy en las zonas superiores de las capillas del lado septentrional del templo. Es muy probable que la portada principal, cobijada por el pórtico, estuviese decorada con relieves que ornarían las arquerías, el tímpano y las jambas. Tal vez, a esa portada pertenecieron la enigmática cabeza, cuyos cabellos se ciñen con una cinta, a la “clásica”, acaso por referirse a un personaje del Antiguo Testamento; el brazo ricamente ataviado y el pie, calzado con una sandalia de finísimas tiras cruzadas, de idénticas referencias antiguas. Podrían haber sido parte de estatuas-columna cuyos rostros graves -de expresión contenida- y atuendos de tela gruesa, que cae en pliegues casi verticales, parecen producto de un estadio anterior a las obras más señeras, de finales del siglo XII, erigidas en el entorno castellano-leonés. Me refiero, por supuesto, al pórtico del maestro Mateo, cuyos dinteles se colocaron el 1188, donde el tratamiento de los rostros y los ropajes son producto de una mano más evolucionada. En la portada de la iglesia de Santiago de Carrión de los Condes la belleza de la cabeza del Cristo en Majestad o la riqueza de las telas, su caída y sus tersuras son obra mucho más personal y exquisita. O ciertas figuras de la portada de San Vicente de Ávila o de la Cámara Santa de la catedral de Oviedo presentan particularidades realistas y dramáticas mucho más avanzadas. Creo que el taller de Astorga es heredero de una concepción artística que, aunque avanza hacia el siglo XIII, aún se ancla en la centuria anterior. Los semblantes de las dos figuras conservadas en la portada de Santa Marta de Tera, obra románica de esta misma diócesis, pueden ponerse en relación con la cabeza de Astorga que hemos mencionado más arriba. El tratamiento que aquéllos han recibido, respecto a la forma de realizar los arcos supraciliares, los párpados, el hueco para incrustar el iris y las arrugas de expresión desde la nariz hacia los lados de la boca, son comparables con el modo de hacer las mismas zonas en la enigmática faz astoricense. Si, por otra parte, nos referimos a la filiación del taller astorgano respecto a Europa y, sin duda, en relación con Francia, pienso que, aun salvando las distancias de pericia técnica, estaría más próximo a las estatuas columnas de la abadía de Saint-Denis, realizadas para la portada occidental antes del año 1140, que de Borgoña o Chartres y por lo tanto del pórtico de Sanguësa, con el que se ha querido relacionar la cabeza de Astorga. Por último, pienso que ciertos trabajos astoricenses de tipo vegetal, junto a pequeñas figuras de animales, bien podrían ponerse en relación con la obra decorativa de la llamada “cripta”, bajo el Pórtico de la Gloria. Labores que se datan entre 1168 y 1188. Me refiero a los capiteles de hojas de acanto, aunque el uso del trépano es más reiterativo en Astorga, o, a la combinación vegetación-figuras, que de forma muy sencilla se lleva a cabo en el ejemplar que hoy se encuentra en la portada de la iglesia de la Virgen de Fátima. A modo de conclusión opino que, todavía, son muchos los interrogantes y pocas las certezas sobre el templo mayor de Astorga en la Plena Edad Media. Es necesario conocer mejor el solar sobre el que trabajamos y, sin duda, recopilar de forma exhaustiva todos los restos que aún se nos velan.