Pasar al contenido principal
x

Fachada occidental de Sant Feliu de Guíxols

Identificador
17160_06_001
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41.780200, 3.026760
Idioma
Autor
Ana Victoria Paul Martínez
Colaboradores
Sin información
Edificio (Relación)

Antiguo monasterio de Sant Feliu de Guixols

Localidad
Sant Feliu de Guixols
Municipio
Sant Feliu de Guixols
Provincia
Girona
Comunidad
Cataluña
País
España
Ubicación

Sant Feliu de Guíxols

Descripción

SANT FELIU DE GUÍXOLS

 

El municipio de Sant Feliu de Guíxols, arropado por el macizo de les Gavarres y bañado por el Mediterráneo en todo su sector meridional, se emplazada en la costa de la Vall d’Aro, en un territorio abrupto creado por las estribaciones del macizo de les Cadiretes (l’Ardenya o Sant Grau). Es actualmente la ciudad más grande del Baix Empordà, con un término municipal drenado por varios cursos torrenciales que desaguan en la bahía de la población –la bahía de Sant Feliu, cerrada a occidente por la montaña del Castellar o de Sant Elm, coronada por el santuario barroco homónimo– o en la de Sant Pol –al Norte de la demarcación.

 

Este puerto natural se bifurca en una prominencia rocosa denominada Punta Guíxols, el Fortim o el Salvament, lugar donde se hallan los vestigios de un poblado ibérico, posible origen de la actual población. Varios accesos conectan Sant Feliu de Guíxols, pues la carretera comarcal C-65 une el municipio con Llagostera que, dentro la demarcación, conecta con la C-35 que enlaza, a su vez, con la N-II. Asimismo, una carretera local transcurre paralela a la costa por las laderas de la Cordillera Litoral, uniendo Sant Feliu con Tossa de Mar.

 

El establecimiento de Sant Feliu de Guíxols, es fruto del proceso de colonización y repoblación territorial que tuvo lugar durante los siglos ix y x que, con la consolidación del dominio carolingio, se asentaba beneficiándose de la protección natural de las Gavarres y de la sierra costera. La instalación de la región de la Vall d’Aro, que circunscribe Sant Feliu, ya era una realidad incipiente en el año 881, cuando Carlomagno se la concede en propiedad al obispo gerundense Teotari.

 

 

Antiguo monasterio de Sant Feliu de Guíxols

 

En el casco urbano medieval, no muy lejano a la costa y custodiado por las últimas estribaciones de la sierra de Sant Grau, el monasterio de Sant Feliu de Guíxols se emplaza como núcleo organizador de dicha ciudad, instalada al Este y a su amparo. Se trata de un cenobio establecido en época carolingia, quizás sobre una edificación original visigótica. Sus referencias fundacionales se hallan en el siglo x, cuando, en el año 968, el rey franco Lotari concede permiso al abad Sunyer para regir dicho convento (in honore sancti Felicis) y el de Sant Pol de Mar, simultáneamente. Éste precepto refiere a la preexistencia del monasterio –aunque la mayoría de autores consideran que no debía ser mucho más antiguo, situándolo hacia finales del segundo cuarto del siglo x–, que ya se dotaba de importantes posesiones, como las antiguas iglesias de Santa Maria de Fenals d’Aro y de Sant Martí de Biert (Gironès), así como los alodios de Solius, Romanyà de la Selva, Calonge de les Gavarres, Vall-llobrega y uno denominado Spanitate.

 

A partir de estas fechas se comienza a generar una importante cantidad de documentación referida, generalmente, a donaciones efectuadas hacia el cenobio. Algunos autores señalan que la zona fue víctima de una ofensiva pirata en el año 965, en la que se incendió el monasterio en su práctica totalidad, tan sólo perviviendo el armazón más potente –como el campanario y las denominadas torres del Fum y del Corn–. El cenobio de Sancti Felicis de Gissalis vuelve a aparecer, en relación a una cesión alodial por parte del condado, poco antes del cambio de milenio. Así ocurre también en 1016, cuando el conde Ramon Borrell I y su esposa Ermessenda confirman el dominio a Sancti Felicis cenobii Guixolensis de otro alodio anteriormente cedido por el conde Sunyer I.  En el año 1041, al convento le fue concedida la custodia del castillo de Benedormiens –origen de la villa de Castell d’Aro–, que, a mediados de dicho siglo, fue entregado en feudo a Bernat Gausfred, señor de Pals y padre de Oliver Bernat, que más tarde usurpó varias propiedades monásticas.

 

El conflicto originado, a partir de la voluntad del conde Ramon Berenguer III, de agregar la comunidad monacal de Sant Feliu de Guíxols –y la de Sant Pere de Galligants, en Girona– a la abadía languedociana de Santa Maria de la Grassa y la consecuente desconformidad por parte de la congregación guixolense, permitió que, en un documento de 1117, se recogiera la noticia que describe el monasterio como una construcción fortificada, que fue invadida por Berenguer de Narbona –hermano del antedicho conde– sin éxito. Los siglos siglo xii y xiv fueron de gran importancia en cuanto al desarrollo del lugar, pues, cuando en 1163 le fue otorgada una bulla del pontífice Alejandro III (que le confirmó las posesiones y la concesión de una libre elección del abad), el cenobio ya dominaba toda la Vall d’Aro y diversos territorios de las actuales comarcas del Baix Empordà y de la Selva. En siglo xiii, las posesiones del monasterio fueron ampliadas al adquirir terrenos en Mallorca, por haber enviado 170 hombres durante la conquista de la isla. A mediados del siglo xix, Jaime Villanueva consigna, en su Viaje literario, el privilegio del rey Pedro el Grande concedido al abad Ramon para modificar “et de novo construendi et edificandi monasterium et villam sancti Felicis”.

 

En 1285 el monasterio fue, según parece, parcialmente destruido por dos galeras francesas que atacaron la villa, por lo que se inició una reconstrucción llevada a cabo por el abad Gilabert, mientras que el proceso reformador principal del conjunto no se ejecutó hasta los siglos xiv y xv, momento en el que se erigió una gran iglesia gótica (que se benefició parcialmente de la edificación románica anterior) y las ampliadas salas monacales fueron custodiadas por un nuevo sistema de defensa.

 

Por otra parte, el hecho que la jurisdicción de la incipiente villa de Sant Feliu de Guíxols –formada y fortificada entre los años 1181 y 1200 de manera dependiente al cenobio– restara compartida entre el rey y el abad del monasterio, fue causa de una dilatada etapa conflictiva entre el poder civil –de una población gradualmente mayor– y el poder religioso de la comunidad monacal, período que prácticamente no finalizó hasta la desamortización en 1835. Tras varios intentos, en 1680 el monasterio fue reconocido como castillo fronterizo y la población lo reconoció señor feudal. Asimismo, dichas desavenencias impulsaron al gobierno civil de la villa a crear, sin éxito, varios centros religiosos que substituyeran la función parroquial asumida tradicionalmente por el templo monástico, uso que mantiene en la actualidad.

 

Finalmente, y después de la desproporcionada –e inacabada– construcción impulsada en el siglo xviii por el abad Benet Panyelles –que además permitió, a partir de 1793, su provisional empleo como hospital militar–, tras la exclaustración del Trienio Liberal (1820-1823), la comunidad benedictina de Sant Feliu de Guíxols fue desalojada durante la desamortización de Mendizábal en 1835. Desde entonces, y después de haberse cedido a la población, los usos del conjunto monástico fueron muy heterogéneos, hasta que modernamente se ha convertido en el Museu d’Història del municipio, además de ser un potente foco de estudios culturales de diversa índole. Desde 2012 alberga también el Espai Carmen Thyssen, situado en el denominado Palau de l’Abat, un edificio integrado en el complejo cenobial recientemente restaurado–.

 

El conjunto de Sant Feliu muestra una variada arquitectura, fruto de las múltiples edificaciones cimentadas durante su dilatada historia, cuyos vestigios muestran elementos establecidos, aparentemente, desde época romana y tardoantigua hasta nuestros días. Aún teniendo en cuenta la actual distribución arquitectónica de los edificios que conforman el monasterio, como ya se ha mencionado, la documentación conservada aporta cierta información que facilita la imagen que el conjunto debía ofrecer durante los últimos siglos de la Edad Media.

 

En líneas anteriores se ha aludido a un documento, del año 1117, que describe el monasterio como una construcción fortificada, cuyas estructuras fueron reformadas a partir de la segunda mitad del siglo xiv, al menos, dentro del proyecto que incluía el bastimento de una nueva iglesia. Tras el ataque francés de 1285, las obras impulsadas por el abad Gilabert restituyeron el muro protector de la Porta Ferrada, que forma parte del sector occidental de la iglesia románica, así como rehabilitaron ésta última. Por un testamento del año 1342 es posible conocer la existencia de la capilla de Sant Nicolau –que entonces estaba erigiéndose–, situada entre las murallas de la villa y el monasterio –es decir, próxima a la puerta lateral del templo cenobial–, a la derecha de la rivera y a levante del cementerio de la Mota y ante la nueva iglesia (es desconcertante la referencia “iglesia nueva”, puesto que el documento podría referir a la nueva edificación gótica, o bien a que la iglesia románica fuera conocida con dicho calificativo, por lo que se daría por supuesto la existencia de un lugar de culto anterior a ésta). A la postre, la capilla de Sant Nicolau fue derribada a finales del siglo xvi, y sus sillares fueron parcialmente aprovechados para cimentar la sacristía de la iglesia monacal.

 

Desde 1219, la comunidad monacal de Sant Feliu perteneció a la Congregación Claustral Tarraconense, uniéndose, en el año 1435, ala Congregación de Santa Justina de Padua, mientras que en 1515 comenzó a formar parte de la Congregación Benedictina de Valladolid, la misma establecida en el monasterio de Santa Maria de Montserrat. La elección trienal o cuatrienal –según la época– de los abades, incitó a numerosas modificaciones constructivas y funcionales del conjunto, establecidas según la moda correspondiente en cada caso. Aunque en siglos posteriores aparece diversa documentación alusiva a otras construcciones pertenecientes al monasterio de Sant Feliu, que a su vez refiere a elementos arquitectónicos de tipología románica, es lícito mencionar la existencia de dos planimetrías, realizadas en el siglo xviii, en las que se muestran algunas estructuras actualmente existentes, así como el gran proyecto truncado trazado por el abad Panyelles, que aspiraba edificar un colosal cenobio, emplazado al Sur de la iglesia, consistente en cuatro grandes flancos limitando un espacio claustral. De esta obra magna tan solo se realizaron dos de las cuatro alas –que presentemente albergan las estancias museísticas del municipio–, de igual forma que el denominado arco de Sant Benet, una magnífica portalada barroca –fechada de 1745– que hubiera actuado como acceso al renovado conjunto monacal, relegándose, en la actualidad, a un espacio exento de cualquier edificación, cuyo peculiar perfil ha sido convertido en uno de los símbolos de la ciudad.

 

Después de múltiples intervenciones y campañas arqueológicas –que van desde los años treinta del siglo xx hasta la primera década del actual, y que consistieron, en parte, en trabajos de eliminación de edificaciones añadidas–, de todo el conjunto abacial, las estructuras más significativas correspondientes a época románica se encuentran, básicamente, en el sector occidental del templo monástico y parroquial de la Mare de Déu dels Àngels, cuya advocación patronal a Sant Feliu fue substituida en el siglo xviii. Dichas estructuras conciernen a dos elementos turriformes denominados Torre del Fum (del humo) y Torre del Corn (del cuerno), situados al Norte y al Sur respectivamente, que flanquean un antepuesto pórtico bautizado como la Porta Ferrada (puerta herrada), así como también atañe, a la misma tipología, un pequeño tramo de los pies de la nave de dicha iglesia. Las torres mencionadas formaban parte del sistema defensivo del que se dotaba el antiguo monasterio, integrado en una fortaleza amurallada y abaluartada que, a pesar de que en mayor medida feche del siglo xiv, contiene elementos reaprovechados de construcciones preexistentes. Coincidiendo con la erección de la iglesia gótica, parte de la fábrica prerrománica y románica fue adaptada e integrada a la nueva edificación, como ocurrió con el conjunto de estructuras anteriormente citadas.

 

El elemento más ilustre, destacado y, a su vez, más controvertido del cenobio de Sant Feliu de Guíxols es, sin lugar a dudas, la Porta Ferrada. Se trata de un lienzo de pared estructurado en dos niveles, dispuesto en paralelo (pero sin cubrirla del todo) a la fachada occidental de la iglesia, como si de un pórtico o galilea precedente se tratara. El piso inferior lo constituyen tres prominentes arcadas de destacada herradura –siendo más reducida la central– creadas por pequeñas dovelas y apoyadas sobre cuatro columnas chatas, compuestas de base de gran moldura, fuste monolítico y capitel troncopiramidal de sección de listel (salvo el situado al Sur, únicamente conformado por dos piezas). Sus características evidencian que sólo subsiste un fragmento de lo que debiera ser un frontis más extenso, puesto que a ambos lados se conservan elementos que insinúan una continuidad del muro (en el extremo Sur, particularmente, queda medio arco de características similares, tapiado y truncado por una pared perpendicular y de factura tardía). El nivel superior, en cambio, lo forma un registro de tres grupos de ventanas tríforas –abiertas en paralelo a las tres arcadas del piso inferior– de arco de perfil de herradura más discreto, apoyado sobre sendas columnas de fuste monolítico u cuyas erosionadas bases muestran una ligera escocia. Los capiteles mensuliformes, en cambio, aparecen adornados con unos relieves angulares que crean unas formas de arco de herradura, mientras que aquellos dispuestos en el grupo Sur presentan una temática geométrica distinta. Todo el conjunto está enmarcado por una moldura de arcuaciones ciegas, compuestas por arquillos tallados en piedra monolítica que descansan sobre ménsulas ornadas de manera geométrica, casi cruciforme. En éste sector también son visibles algunos vestigios que muestran una dimensión de la obra diversa a la actual, todo ello levantado por un aparato constructivo consistente en sillares de piedra granítica, toscamente escuadrados y dispuestos en hiladas irregulares, donde destaca una fina línea arcillosa que divide las ventanas de los arquillos ciegos.

 

Actualmente, el conjunto aparece cubierto por una techumbre que, junto con la cristalera protectora de los arcos, forma una galería de paso entre el extradós del sector occidental medio de la iglesia y el intradós del piso superior. El muro perpendicular adosado al Sur de dicho pórtico, consistente en dos arcadas (tapiadas) ensanchadas en sus jambas, con un aparejo rústico aparentemente anterior al siglo xi, aunque, por sus características, su construcción parece ser posterior al resto de la Porta Ferrada, considerada como parte del atrio que presidía el antiguo templo (otras teorías lo convierten en una posible parte de un claustro, o bien, tres arcos formeros que separaban dos naves de una iglesia orientada de Norte a Sur), y que ha sido fechada, por algunos autores, a mediados del siglo x (aunque no se descartan hipótesis dispares, puesto que dicho elemento es uno de los más controvertidos de todo el monasterio).

 

Flanqueando el sector más occidental de la iglesia de Sant Feliu, aparecen las estructuras turriformes conocidas como la Torre del Fum y la Torre del Corn. Ésta última, emplazada en el lado Sur, es una construcción de planta rectangular supuestamente truncada hacia la mitad de su alzado, pues aparentemente le resta la parte superior del edificio. Asimismo, por la diversidad de paramento, es posible identificar dos técnicas constructivas, claramente visibles al exterior. Así pues, desde la base y hasta una altura de unos cuatro metros, la torre ha sido levantada con sillares de piedra granítica local de grandes dimensiones (aunque por el interior esté forrado con sillarejo de menor tamaño), que aparecen cuidadosamente escuadrados y dispuestos en regulares filas, y cuya naturaleza es atribuida a una edificación de época romana (puesto que el material conserva marcas características de las prácticas constructivas del momento). La parte superior, en cambio, que presenta un rudo sillarejo colocado en hiladas uniformes, se muestra toscamente truncada y culminada por una terraza de sección horizontal. En una de las caras exteriores de la atalaya, concretamente la orientada al Sur, a partir de la altura del segundo piso, aparecen una serie de franjas verticales como si de una sucesión de falsas pilastras se tratara. Asimismo, el lado occidental presenta una abertura arquitrabada que probablemente atañese a un acceso que comunicaba con alguna construcción próxima a la Porta Ferrada, mientras que en la cara contraria de la Torre del Corn, situada en posición elevada en el ángulo Noroccidental, se abre una alargada ventana acabada en punta (el dintel lo forman dos bloques de piedra dispuestos de manera inclinada).

 

Del mismo modo, diversos vanos se emplazan al Sur y al Norte, siendo el más inferior el que vincula dicha estructura con el actual museo, y que consta de una puerta de arco de medio punto enladrillado, decorada con pilastras ficticias en sus jambas. La primera abertura que se halla en el lado Norte es aquella que enlaza la torre con el nivel inicial de la Porta Ferrada, se trata de una puerta de arco rebajado para la que se empleó piedra notablemente canteada. Interiormente, el primer nivel de la construcción está cubierto por una bóveda apuntada que lo dota de gran altura, cuyo descanso recae sobre cuatro pilastras angulares internas –integradas en el paramento perimetral– que forman arcos ojivales en los lados cortos de la torre, así como de medio punto en los largos. Aunque la estructura de la segunda planta aparezca similar a la descrita con anterioridad –sobre todo en cuanto a la bóveda apuntada–, existen características dispares a ésta, pues se aprecian dos registros de aberturas y unos muros perimetrales que manifiestan que, en origen, el espacio se dividía en dos niveles –hecho que corroboran los orificios del envigado, así como parte del techo conservado en el ángulo Sudoriental–. Los arcos de sustentación de la cubierta se presentan de forma heterogénea, puesto que existen dos de medio punto en el lado Norte –siendo más bajo el oriental–, uno a occidente que descansa sobre un pilar y uno al Oeste –que actúa de la misma forma–; esto es debido a que se debió dejar un espacio de paso para acceder al vano puntiforme, abierto en el muro perimetral Noroeste de la torre, anteriormente indicado. Por la forma apuntada de las arcadas, éste sector se consideraba una reforma del siglo xiv, pero, por toda una serie de elementos, es posible fecharlo del siglo xii, momento en que este tipo de construcciones se comienzan a utilizar en Cataluña. Dos hornacinas se disponen a este mismo lado, siendo de arco de medio punto la más inferior y arquitrabada la situada sobre la ventana antes mencionada. Asimismo, un par de portillas fueron abiertas encima de la cubierta de la iglesia, cuyas características muestran un arco de medio punto al interior y uno rebajado al exterior. Otro arco de sustentación, en este caso de sección apuntada, aparece al Este también descentrado, por lo que apoya su peso sobre el muro Sur de la Torre del Corn. Por encima de éste se abre una ventana cuadrangular y sobre ésta un llano espacio con unos bancos de piedra a ambos lados, así como una  moderna puerta fue torpemente abierta en la esquina Norte, seccionando parcialmente el arco que cercaba a septentrión. En este segundo piso de la torre, al Sur se abre una puerta de arco de medio punto de tradición claramente románica –que actualmente da al vacío–, flanqueada por un friso de aspilleras –situadas a un nivel algo bajo en relación al pavimento– con una fuerte inclinación descendente, presentando una clara desviación hacia la puerta las dispuestas a su alrededor; todo el conjunto está encuadrado por desbastada piedra que parece dotarlas de una cierta unidad. Cabe mencionar que, por la falta de arcos estructurales, en éste sector el muro presenta un doble grosor con respeto al resto. Por su apariencia, es posible que, en origen, la Torre del Corn estuviera formada por un podio, correspondiente a la base del elemento, todavía vigente, que sostendría una atalaya de material efímero, que sería substituida posteriormente por los dos pisos superiores (erigidos en piedra), momento en el que, el nivel de circulación, se situaba a la altura del primer nivel de la torre.

 

A unos 3 m de distancia de su compañera, la Torre del Fum alza sus 19 m de altura, aproximadamente, en el ángulo Noroeste del conjunto. Su peculiar planta semicircular deformada –ligeramente elíptica– la transforma en un elemento troncocónico seccionado en sentido longitudinal por un plano ligeramente inclinado, cuyo muro Sur, apoyado sobre contrafuertes, transcurre paralelo a la iglesia, lo que hace creer que originalmente se adosaba a una edificación preexistente de la que no queda rastro. En el sótano de ésta torre –totalmente habilitada para su visita– existen los vestigios de una construcción de la época del Bajo Imperio romano –que probablemente corresponda a un mausoleo funerario o baptisterio–, cuya planta marca un cuadrilátero al exterior y un octógono al interior donde, a una altura muy próxima al pavimento, es posible distinguir una serie de pentáculos y cruces inscritas en sus paredes. La parte más elevada de la torre está culminada por un primer nivel de almenas tapiadas sobre las que, posteriormente, se sobrealzó otro cuerpo rematado por una terraza rodeada de ménsulas, aspilleras y un nuevo juego de merlones, quizás fechable en el momento de construcción de la iglesia gótica. Al Norte del elemento defensivo se conservan los vestigios de un arco de herradura que guarda gran semejanza –en cuanto al material y a la tipología– con los de la Porta Ferrada. El basamento y el tronco de la torre contienen un aparato constructivo elaborado con pequeño y heterogéneo sillarejo sin trabajar, con tendencia a formar hiladas, en el que se puede adivinar algún sector dispuesto en opus spicatum.

 

Por sus características constructivas, tipológicas y documentales, ambas torres son consideradas una construcción defensiva –que abarcaría los límites Norte y Sur marcados por unas edificaciones de época romana– ejecutada en el mismo momento de la fundación del monasterio de Sant Feliu de Guíxols, en una cronología próxima a los siglos ix y x.

 

En cuanto a la iglesia, de la construcción románica sólo se conserva el tramo occidental, perfectamente integrado en el actual centro de culto, que muestra, en su mayor parte, un estilo gótico de la segunda mitad del siglo xiv. A los pies de la nave, los vestigios del edificio preexistente muestran al exterior una fachada a dos aguas muy modificada –que se eleva por encima de la Porta Ferrada– decorada por lesenas y en cuyo centro aparece un pequeño vano en forma de cruz latina, flanqueada por dos pequeños óculos, fruto de una reforma posterior. Por debajo de éstos se abre una gran ventana de arco de medio punto abocinada, escoltada por dos ventanas más pequeñas de similar morfología. El acceso al templo, que se efectúa por medio de una puerta de factura tardía, da paso a un primer tramo dominado por una nave de dimensiones considerables, toda ella cubierta por una amplia bóveda de cañón que, hasta el dilatado arco fajón, forma parte de la antigua iglesia románica. En el muro sur aparece un arco a modo de arcosolio que también podría corresponder a una abertura que vinculaba el templo parroquial con la Torre del Corn y otras estancias monacales.

 

La construcción, lejos de descansar directamente contra los torreones que la flanquean, deja un espacio vacío convertido en un pasillo o pasaje de ronda, aunque se cree que, en origen, los muros de la iglesia sí se apoyaban sobre dichos elementos. Aunque se desconocen las dimensiones longitudinales y la forma del edificio románico, por su disposición y apariencia, se cree que se trataba de un edificio sin mayor complejidad estructural, cuya planta prescindiría de transepto. Asimismo, los estudios efectuados a partir de las prospecciones realizadas han concluido que el núcleo del complejo monástico y eclesial se hallaba en la zona más elevada del sector, que corresponde al tramo situado entre ambas torres, aproximadamente. De ésta forma, es posible conocer que la cabecera gótica se construyó ganando terreno hacia el Noroeste; en consecuencia, al ábside del edificio románico cabría situarlo, como punto límite, hacia el crucero actual. De la misma forma, se teoriza sobre la construcción de dicha iglesia en un espacio libre entre la Torre del Fum y la Torre del Corn. El aparato constructivo del tramo románico consiste en sillares pequeños y bastante toscos, mínimamente escuadrados, que forman hiladas rectas pero irregulares, en cuyas oquedades es posible distinguir ciertos fragmentos de cerámica. Por sus características, la datación del sector concerniente debe situarse a caballo de los siglos xi y xii.

 

Texto y fotos: Ana Victoria Paul Martínez – Planos: Nuria Picas Contreras

 

 

Bibliografía

 

Blanco de la Lama, J., 1991; Catalunya Romànica, 1989, VIII, pp. 265-275; Cervera i Berta, J., 1984; Jiménez i Navarro, À., 1997; Monestir, El, 1990; Pla i Gisbert, A., 2004; Vivo i Llorca, J., 2010; Zaragoza i Pascual, E., 1992.