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Vista interior hacia la cabecera

Identificador
24690_01_016
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 59' 34.96'' , -5º 44' 39.59''
Idioma
Autor
José Manuel Rodríguez Montañés
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Colegiata de Santa María

Localidad
Arbas del Puerto
Municipio
Villamanín
Provincia
León
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
EL TEMPLO, CONSTRUIDO en excelente sillería de arenisca parduzca, es de modestas dimensiones y presenta planta basilical de tres naves, más ancha la central, divididas en tres tramos y rematada por una cabecera también triple. La capilla mayor es semicircular, precedida por un profundo tramo recto presbiterial y avanzada en el desarrollo del hemiciclo respecto a las capillas rectangulares que rematan las colaterales. Llama la atención, en primer lugar, la disposición de la cabecera, que evoca tanto modelos rigoristas (Santa María de Sandoval, Santa Cruz de la Zarza de Ribas de Campos) como zamoranos (La Magdalena de Zamora) y los recurrentes asturianos (San Juan de Amandi, San Vicente de Serrapio). El presbiterio de la capilla mayor es más profundo incluso que los ábsides laterales y se cubre con una bóveda de crucería de nervios moldurados con un haz de tres boceles, más grueso el central, nervios que reposan en finas ménsulas con decoración vegetal. En su clave se esculpió un tosco Agnus Dei enmarcado en un florón, curioso por el costumbrismo de su aspecto claramente caprino y su actitud -aparece ramoneando-, que contrasta con el mensaje pascual de la cruz patada que porta. Dan luz a este espacio sendas ventanas en ambos muros, abiertas sobre la imposta con dos hileras de finos billetes. Ambas son de medio punto y derrame hacia el interior, con la arista interna decorada con bandas de perlado y bocel con dos hileras de semibezantes. La ventana septentrional aparece cegada por la cubierta del absidiolo norte y lo mismo debió ocurrir con la meridional, liberada en el momento de la restauración de Luis Menéndez-Pidal. El hemiciclo se alza sobre un breve zócalo moldurado interiormente con un bocel y al exterior con un chaflán ornado con dientes de sierra tumbados. Toda la simplicidad de líneas del exterior del tambor absidal, cuyo liso paramento de excelente sillería con predominio de sogas y asentada casi a hueso sólo se ve interrumpido por las tres ventanas abocinadas que le dan luz y animado por la cornisa sobre canes que lo corona, contrasta con el exuberante exotismo de la disposición interior del hemiciclo. El paramento interno del tambor se dispone en dos niveles, el inferior liso y delimitado por el zócalo y una imposta ornada con dientes de sierra tumbados, y el del piso alto curiosamente lobulado, al excavarse en su espesor cinco exedras, abriénd ose ventanas con derrame hacia el interior en la central y laterales. La disposición en paños cóncavos de este paramento evoca tanto los ya citados referentes asturianos (Amandi) como los zamoranos (La Magdalena de Zamora). Entre los lóbulos se asientan columnillas adosadas, entre boceles con semibezantes, que recogen los nervios de la bóveda también gallonada que cierra el hemiciclo. Se asienta ésta sobre una imposta primorosamente decorada con pentapétalas inscritas en clípeos perlados. Los nervios se ornan profusamente con los motivos geométricos y vegetales recurrentes en el templo: decoración calada tipo ataurique, tallos ondulantes que acogen palmetas y piñas, dientes de sierra y boceles quebrados formando una trama romboidal y haz de tres boceles. La clave es vegetal, con un florón formado por cinco palmetas. Los nervios son recogidos por cuatro columnillas y en otras dos reposa el arco que genera la bóveda, apuntado y doblado. En los capiteles se manifiesta la misma temática vegetal y estilo que en los de la nave, con pencas, caulículos con bayas, tallos, hojas lisas de nervio central perlado, tallos helicoidales y brotes carnosos, hojas con piñas, etc. José María Luengo recogía en su artículo publicado en 1946 (fig. 9) la presencia en el ábside central del sumidero de las abluciones, casi en el eje y sobre el zócalo del basamento, desgraciadamente eliminado. Los ábsides laterales presentan un tramo recto y pequeñas capillas retranqueadas de testero plano, ambos espacios cubiertos con bóvedas de cañón que arrancan de impostas molduradas con listeles y nacelas. En el testero se abren ventanas de medio punto fuertemente abocinadas al interior. La propuesta de remate del muro de cierre de los absidiolos realizada por José María Luengo (op. cit., fig. 12), pese al evidente desatino que representa en esta zona de montaña plantear una vertiente que dé aguas contra un muro, parece corresponder con la idea original de coronamiento a piñón de los testeros, idea que debió llevarse a efecto, como prueban las rozas en el muro, el desagüe aún visible y las dos ventanas laterales del presbiterio. Posiblemente ya en época medieval se puso remedio a este problema, elevándose los muros eliminando la vertiente interior y dejando la cubierta a un agua actual. Dan paso desde la nave a los tres ábsides sendos arcos triunfales, de medio punto y doblados los laterales y apuntados los de la capilla mayor. Todos apoyan en pilares con semicolumnas adosadas y acodilladas sobre zócalo moldurado con un bocel. Las basas, sobre finos plintos, presentan perfil ático de fino toro superior, escocia y grueso toro inferior con decoración de dientes de sierra y lengüetas de hojitas y cogollos. Los fustes son monolíticos y en los capiteles se despliega un rico muestrario de temática vegetal: hojas lisas o lobuladas de puntas vueltas en dos pisos, a veces acogiendo piñas, tallos perlados enredados, hojas lanceoladas de nervio central perlado con pomas o barrilillos, etc. Los cimacios se decoran con cinco filas de finos billetes. El arco triunfal del ábside central muestra similar distribución, aunque complicándose los soportes para recoger los formeros de las colaterales. Sus capiteles reciben tallos perlados enredados de los que brotan hojitas lobuladas y volutas (lado del evangelio) y maraña de tallos entrelazados con palmetas sobre una corona de hojitas dentadas y planas (lado sur). Los cimacios presentan palmetas en clípeos de tallos anudados y brotes inscritos en tallos. Es una constante en la decoración del templo encontrar la disposición pareada de los motivos, tanto en estos capiteles del interior como en la portada meridional que más abajo describiremos. Las tres naves, divididas en tres tramos, se separan mediante robustos pilares de sección cruciforme con semicolumnas adosadas en sus frentes, que se alzan sobre altos zócalos cilíndricos al estilo de los de San Isidoro de León, San Pedro de las Dueñas o San Pedro de Villanueva. Estos zócalos de Arbas se ornan profusamente con dientes de sierra tumbados y semibezantes. Sobre los pilares reposan los formeros, de medio punto y doblados, y los perpiaños que delimitan los tramos de las colaterales, éstos apuntados y sencillos. Sus capiteles reciben temática vegetal de idéntica factura a los de la cabecera, con entrelazos, hojas carnosas de puntas vueltas, hojas lisas con pomas, crochets, helechos, etc. y cimacios con rosetas pentapétalas en clípeos perlados de primorosa factura. Los tramos de las naves laterales se cubren con bóvedas de arista de tosco aparejo, mientras que la nave central recibe en sus tres tramos sendas bóvedas dieciochescas de terceletes. Uno de los interrogantes que plantea el edificio es el de la cubierta original de esta nave, dividiéndose las opiniones entre una estructura de madera a doble vertiente (Gómez-Moreno, Luengo) y una bóveda de cañón (Lampérez). Los dos primeros autores esgrimen como arg umentos para su postura la apertura de ventanas en la nave y la endeblez de los contrafuertes en relación a la altura de esa posible bóveda, aunque ambas reflexiones se desvanecen si tenemos en cuenta un probable recrecimiento de los muros de la nave cuando a principios del siglo XVIII se ejecutan las actuales bóvedas. No hay, sin embargo, argumentos concluyentes que nos permiten avalar la hipótesis de Lampérez. El templo presenta dos portadas de época románica y evidencias de una tercera, desaparecida, en el muro septentrional. La principal es la abierta en un antecuerpo del muro meridional, hoy solapado y alterado por el pórtico del siglo XVIII, con tres tramos de bóvedas de crucerías y combados que envuelve el edificio por el sur. Se alza sobre un zócalo escalonado profusamente decorado con botones vegetales y doble hilera de semibezantes en los chaflanes y se compone de arco de medio punto, tres arquivoltas y chambrana decorada con entrelazos y brotes. Apea el arco en semicolumnas y las arquivoltas en tres parejas de semicolumnas acodilladas. Siguiendo con la tendencia barroca ya vista en el interior, aquí la decoración lo invade todo, desde el zócalo, las basas, las aristas matadas con medias cañas de las jambas, los capiteles, cimacios y hasta los intradoses y roscas de los arcos. Como en el interior, los capiteles repiten la decoración de forma pareada: los cuatro del lado izquierdo del espectador presentan una corona inferior de hojitas nervadas de puntas vueltas y una superior de tallos anudados de los que penden palmetas. Los capiteles del lado derecho reciben un piso inferior de hojas nervadas de puntas vueltas y dos pisos de hojas avolutadas y perladas, con palmetas pinjantes en los ángulos. Los cimacios presentan decoración de entrelazo perlado. Las basas, de perfil ático y con lengüetas vegetales, decoran la escocia con perlas y el desarrollado toro inferior con semibezantes, taqueado o la ya vista doble hilera de dientes de sierra. El arco, moldurado con dos boceles, decora su rosca con una retícula romboidal perlada. La arquivolta interior presenta en el intradós un casetonado ornado con cabecitas humanas sobre hojarasca y prótomos de felino vomitando tallos; en su rosca vemos dos boceles quebrados en zigzag entre nacelas y acabados en basas. La segunda arquivolta presenta en su intradós tetrapétalas inscritas en clípeos y bocel, y en la rosca decoración figurada (de izquierda a derecha): cabeza humana de boca abierta, tres cuadrúpedos, el central de rugientes fauces, una cabecita humana sobre hojarasca, un personaje vestido con ropas talares portando un libro en su mano izquierda y mostrando la palma de la derecha, otro clérigo con un irreconocible objeto en su diestra y alzando una pequeña cruz en su diestra, un ave picoteando una baya o fruta, la cabeza una rapaz en la clave, un personaje vestido con larga túnica de pliegues paralelos, una pareja de aves picoteando un pez, dos serpientes enroscadas atacando a un batracio, un león de rugientes fauces y otra serpiente mordiendo los cuartos traseros de un león. La arquivolta exterior tiene el intradós liso y dos boceles quebrados a modo de chevrons en la rosca. La otra portada conservada es la abierta en el centro del hastial occidental. Más sencilla que la abierta a la vera del camino hacia Oviedo, se compone de arco de medio punto y tímpano liso soportado por dos mochetas decoradas con dos naturalistas prótomos de bóvido y oso. El arco es de perfil liso, rodeado con una chambrana ornada con cuatro filas de finos billetes y descarga en una pareja de columnas acodilladas. Presentan éstas cimacios con tallos ondulantes y brotes y capiteles vegetales de tallos anudados y palmetas pinjantes de puntas rizadas. Las basas repiten el modelo de las vistas y apoyan en un zócalo ornado con dos hileras de semibezantes y bolas en los chaflanes. Hay evidencias de una tercera portada, enfrentada a la meridional y abierta en el muro norte de la iglesia. En este costado norte se adosó en época imprecisa (siglo XIII, según Luengo) una capilla originalmente compuesta de tres tramos toscamente abovedados, que hoy se ven reducidos a dos. En su interior se custodia un sarcófago de orejeras y reutiliza una dovela con boceles quebrados en zigzag en su testero, quizá procedente de la eliminada portada septentrional. Completa la decoración escultórica del edificio la serie de canecillos de los aleros de la cabecera y muro meridional de la nave. En el ábside, bajo la cornisa moldurada con una nacela tachonada de puntas de clavo y bajo ella un listel, mediacaña y bocelillo, se disponen quince canes de buena factura, decorados con hojas incurvadas y anilladas, otra de roble, un tallo con hojas rizadas, rollos y dientes de sierra y figuras animales y humanas, entre las que destacamos un busto masculino de severo rictus con barba y cabello acaracolado, dos figuras femeninas sedentes, una oveja o cordero, un simio o can sentado y amarrado por el cuello con una soga, un prótomo de felino y una pareja de cuadrúpedos, quizá liebres. Más sencillos son los de los muros de la nave y tejaroz del antecuerpo de la portada sur, ya que junto a alguno de hojarasca y un personaje acuclillado predominan los geométricos de simple nacela, proa de barco, rollos y dientes de sierra, la mayoría restaurados. Se conservan un lucillo sepulcral románico en el muro meridional de la iglesia, con arco al interior y exterior, a la derecha de la portada. Fue horadado para dar paso a la sacristía desde la nave, aunque la restauración del pasado siglo, que suprimió el tramo occidental de aquella, lo devolvió a su primitivo aspecto. El arcosolio, al interior, presenta arco de medio punto con arista ornada por bocel entre dos bandas de dientes de sierra y chambrana con tres filas de billetes y al exterior la decoración es más profusa, con la rosca del arco ornada con tres boceles quebrados y bandas de perlado entre ellos -similar a la decoración de la portada sur- y chambrana con tallo ondulante y zarcillos. A la estructura arquitectónica descrita se fueron añadiendo nuevos elementos, básicamente durante el último cuarto del siglo XVII y el primero del XVIII. Fundamentalmente estas obras se materializan en la torre cuadrada de los pies, en la estructura porticada que envuelve todo el costado meridional del edificio románico y la sacristía sur que la prolonga. A falta de los libros de fábrica, los numerosos testimonios epigráficos nos sitúan cronológicamente el proceso constructivo. Empotrada en el muro septentrional que ciega el arco de la torre aparece una inscripción que reza: ESTA OBRA HIZO EL NOBLE D[on] MARCOS BRAVO DE LA SERNA, CAPITÁN Q[ue] FUE DE INFANTERIA ESPAÑOL EN ARAGÓN Y CATALUÑA, ARZ[edia]NO DE BALDERAS, DIGN[i]DAD I CAN[ónig]O DE LEÓN, ABBAD DESDE SANTA IGL[esi]A COLEG[iata] DE SANTA M[aría] DE ARBAS Y CAPELLÁN DE SU MAGESTAD. AÑO 1679. ÆTATIS SUÆ TRIGESIMO ET TERTIO ANNO. SANTA MARIA ORA PRO EO. Don Marcos Bravo, era abad al menos desde 1661 y debió fallecer antes del 14 de marzo de 1679, pues en esa fecha aparece documentado en dicho cargo don Justo de la Mar y Carrió. Desconocemos a qué obras se refiere el epitafio, al estar la lápida desplazada y reutilizada. La torre que se adosó al hastial occidental de la nave central se documenta epigráficamente en la inscripción ubicada en el arco de ingreso: HIZOSE ESTA TOR[r]E REINANDO EN ESPAÑA/ L A MAGESTAD DE DON CARLOS SEGUNDO/ SIENDO ABAD DON TORIVIO DE ZIEN FUEGOS/ DEL [h]ABITO DE SANTIAGO Y CAPELLÁN DE [h]ONOR/ DE SU MAGESTAD, AÑO DE 1693. Algunos años después se ocupó el tramo occidental de la nave con un coro alto, al que se accedía desde la colateral norte y eliminado en la última restauración y trasladado al primer piso de la torre. Bajo el arco que lo comunica actualmente con la nave, corre la inscripción: REGNº PHI V, HVIVSQ ANTIQMI AEDIS V? QVIANT BTE, D. JOSEPHO A FUENTES CASTAÑEDA, RVEo, Sn JACOBI MATE, MISIONTO CHORUS, HC, CACAPSIINTRASAEDIFICATE/ ANNO DOMINI MDCCXVI (es decir, el año de 1716). En la clave de la bóveda del tramo central de la nave, rodeando el escudo de la Orden de Santiago, se lee: HIZOSE EL AÑO DE 1715 ABAD J. FUENTES. Este abad, don José Fuentes y Castañeda, está al cargo de la comunidad cuando se acometen las obras del coro, abovedamiento de la nave y construcción de la sacristía y aparece en la documentación hasta 1727. En la bóveda estre l l a d a de la sacristía, adosada al sur del templo, aparece la fecha de 1727 y, en una de las claves, la leyenda: HVIC OPERI FUIT FINIS ABBTE D. IOSEPHO A. FUENTE S V. En dos claves de la bóveda del pórtico (ángulo suro c c idental) se lee: AÑO DE 1734 ME FECIT” y “F[e]R na]ND[u]S, A COMPOSTIZO. En la clave central campea el escudo de la abadía, compuesto por un león rampante y coronado que sostiene una espada ante una re p resentación arquitectónica (creemos que de un puente) sobre la que hay doce estrellas y como fondo una venera y sobre ella una corona re al. Rodea el escudo la leyenda: ARMA HVIVS INSIGNIS ECCLESIAE. Finalmente, en el reloj de sol situado en el exterior del acceso al pórtico, se lee: AÑO 1733/ FDS, A COMPOSTIZO. Las reformas y restauraciones del templo han contribuido a dificultar la ya de por sí compleja aproximación al proyecto original, sobre todo en lo relativo a la disposición de la cabecera. En las fotografías publicadas por Gómez-Moreno, Luengo y Viñayo observamos cómo se había unificado, en fecha imprecisa, la sobre cubierta de los ábsides laterales con la del presbiterio, prolongando los muros de aquéllos en altura con ruda mampostería de lajas. También el ángulo noroccidental de las naves manifiesta inequívocos signos de reparaciones. El templo sufrió el saqueo durante la Guerra Civil, siendo quemada la imagen de su titular, hoy sustituida por una réplica de la Vi rgen de Santa María Gradefes. La restauración de mediados del siglo XX corrió a cargo de la Dirección General de Bellas Artes, bajo las directrices del arquitecto Luis Menéndez-Pidal y Álvarez (†1975), cu-yo sepulcro bajo arcosolio se encuentra en el muro septentrional. Actualmente el bello edificio precisa urgentemente una nueva intervención que solucione sobre todo los problemas de humedades, acrecentados al permanecer la mayor parte del año cerrado. En definitiva, Santa María de Arbas aparece como un excepcional epígono del románico hispano, asimilando en sus formas y ornatos soluciones arquitectónicas diversas, desde las más enraizadas en la arquitectura del románico pleno, como la distribución de los pilares de las naves, a las más avanzadas y propias de los edificios rigoristas de las primeras décadas del XIII; la tradición románica más arraigada en las tierras de Asturias con fórmulas de recuerdo zamorano y salmantino, dando la sensación de que los extraños límites medievales de las diócesis se hubieran impuesto a los geográficos, pues nada similar encontramos en tierras leonesas. Bien meridiana es la conexión estilística de su decoración con la de los templos asturianos de San Juan de Amandi, Santa Eulalia de Ujo, San Antolín de Sotiello, etc., donde encontramos ese horror vacui, la exuberancia decorativa, similar temática vegetal, repetición pareada de motivos, etc. Es innegable que tales identidades, por encima de la similar disposición de la cabecera que encontramos en el templo de San Vicente de Serrapio, nos conectan nuestro edificio con los talleres escultóricos que trabajan a caballo de los siglos XII y XIII en los valles por los que discurre el concurrido camino de peregrinación a San Salvador de Oviedo, por un lado, y con el foco de Villaviciosa, por otro. Las conexiones son evidentes con el templo de San Juan de Amandi, donde junto a la articulación interna de paños cóncavos del ábside, similar al hemiciclo de Arbas, encontramos en su portada occidental e interior los boceles quebrados en zigzag, los motivos vegetales de vástagos anudados, palmetas pinjantes y cabezas de pico mordiendo el bocel ya vistos en la portada principal del templo leonés, así como las dobles hileras de semibezantes, todo con un tratamiento quizá algo más rudo en el templo asturiano. En los capiteles del triunfal de San Antolín de Sotiello encontramos una sorprendente identidad con los de la parte derecha de la portada sur de Arbas, hasta en el mismo cimacio de entrelazo perlado y en el triunfal de Santa Eulalia de Ujo volvemos a encontrar las hojas de puntas vueltas con piñas y las palmetas rizadas. La identidad de talleres escultóricos parece pues evidente y debe relacionarse, tanto en lo arquitectónico como en lo decorativo, con los fluidos contactos entre el románico zamorano y el asturiano -a cuya progenie responde este templo de Arbas-, que aún nos desconciertan y parecen reivindicar la necesidad de un estudio más profundo de tales relaciones.