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Vista general del monasterio de Santa Maria de Meià

Identificador
25250_07_008
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41.992379,0.9903815
Idioma
Autor
Juan Antonio Campos
Colaboradores
Sin información
Edificio (Relación)

Santa Maria de Meià

Localidad
Vilanova de Meià
Municipio
Vilanova de Meià
Provincia
Lleida
Comunidad
Cataluña
País
España
Ubicación

Santa Maria de Meià

Descripción

VILANOVA DE MEIÀ

                                 Antiguo monasterio de Santa Maria de Meià

En el extremo más oriental del pueblo de Santa Maria de Meià se localiza el antiguo monasterio de Santa Maria de Meià, que siglos atrás llegó a controlar gran parte de las tierras y parroquias de las inmediaciones. Pero la grandeza y el poder que antaño cubrieron a la institución monacal se vieron transformados en decadencia y desprestigio después de la Edad Media, y en abandono y olvido durante gran parte del siglo xx. Afortunadamente, en la década de los noventa se restauró para transformarse en una casa de colonias, que si bien desvirtuó su sentido, en cambio consiguió mantenerlo vivo hasta nuestros días.

 

A Santa Maria se llega desde Vilanova de Meià por la carretera local LV-9131, que en escasos 5 km recorre los campos de cultivo, cruza el pueblo y lleva, sin posibilidad alguna de pérdida, directamente al antiguo monasterio que se levanta junto al cementerio.

 

Los orígenes del monasterio de Santa Maria de Meià se conocen bastante bien y están estrechamente ligados a los señores de Meià y a las donaciones que estos hicieron a la institución. A pesar de que se cuenta con numerosas noticias documentales, sobre todo las relacionadas con esas donaciones, los especialistas no han podido datar con exactitud la fecha de su fundación. Existen algunas historias legendarias que han mitificado la cronología de la obra y las circunstancias de su fundación, las cuales, aunque carecen de rigor histórico, la tradición las ha mantenido vivas hasta nuestros días. Mientras algunas leyendas sitúan su nacimiento en torno al siglo vi y relacionan su construcción primitiva con los visigodos, e incluso con los romanos, otras datan la obra en el siglo viii y cuentan que fue el mismo Carlomagno quien fundó el cenobio tras haber encontrado una imagen de la Virgen en una cueva donde había sido guardada por los cristianos antes de la llegada de los musulmanes. Sea como fuere, se sabe a ciencia cierta que la obra se llevó a cabo a principios del siglo xi, entre 1010, año en el que se produjo una razia musulmana, y 1040, fecha en la que se tiene la primera noticia documentada de su existencia. Este documento es un acta en la que el señor del castillo de Meià, Guillem de Meià, dotó con una parte muy importante de sus bienes al nuevo monasterio de Santa Maria de Meià que él mismo había levantado unos años antes. Desde su fecha de creación el monasterio pasó por diferentes etapas, algunas de esplendor y muchas otras de decadencia, que han quedado perfectamente documentadas en escritos y actas de todo tipo. A partir de todos esos documentos los especialistas han conseguido trazar de manera bastante precisa la historia de Santa Maria de Meià, una historia de abades y priores, de donaciones, posesiones y dependencias, hasta que finalmente la institución desapareció a principios del siglo xix con las desamortizaciones eclesiásticas. En un principio, la voluntad de Guillem de Meià fue crear un monasterio independiente de toda sujeción eclesiástica, y evitar, así, la dependencia episcopal. Por ello lo dotó de multitud de iglesias, feudos y propiedades con el fin de crear una especie de canónica en la que probablemente los abades serían elegidos por y entre los miembros de la familia fundadora de los Meià. Pero la prosperidad de la institución pronto se vio afectada por las incursiones sarracenas, que habían destruido y despoblado toda la zona y la habían sumido en una profunda decadencia, ante la cual el abad de Meià no supo revitalizar la situación, por lo que la familia pensó que una donación a un monasterio en pleno funcionamiento ayudaría a su recuperación. Así, entre 1080 y 1083, el monasterio fue donado por parte de Guitard Guillem, hijo de Guillem de Meià, al monasterio de Sant Serní de Tavèrnoles, con la finalidad de que volviera a recuperar la grandeza y el poder que había perdido. La donación no debió gustar al abad titular de Santa Maria, llamado Pere, que entre otras cosas se negó en rotundo a aceptar la nueva regla benedictina que Sant Serní imponía, desconociéndose bajo qué regla había estado sujeto hasta el momento. Se inició así una polémica en torno a la cuestión que acabó incluso con un juicio. Finalmente, el monasterio pasó a Ermengol, nieto de Guillem de Meià y archidiácono de Barcelona, quien se convirtió en abad y siguió realizando donaciones y confirmando otras antiguas. Ante los problemas que acarreaba la elección y la sucesión de los abades, éste decidió seguir el consejo de su padre y en su testamento cedió el cenobio de Santa Maria a su sobrino, Bernat Amat, con la única condición que a la muerte de éste pasase finalmente a depender del monasterio de Ripoll y que ningún familiar de los fundadores pudiera heredarlo, desligándolo así, definitivamente, de los Meià. Con ello quería conseguir la independencia del monasterio respecto a la familia de los fundadores y que se llevara a cabo una nueva reforma. Ya desde 1121 Bernat Amat ejerció como prelado del monasterio, realizando más donaciones hasta que en 1140, cumpliendo con la voluntad de su tío, pasó a depender del monasterio de Ripoll, donación que fue refrendada por el papa Alejandro III en 1167. Desde entonces el monasterio entró en un período de estabilidad con priores de renombre como Ramon o Bertran. A principios del siglo xiv la situación volvió a decaer, tal y como lo puso en evidencia el visitador del arzobispo de Tarragona, quien en 1315 llegó a inspeccionar el monasterio y dio testimonio de una comunidad con una moral muy relajada y, aunque afirmaba que la iglesia no estaba mal conservada, el monasterio se encontraba bastante maltrecho.

 

Lamentablemente no ha pervivido casi nada del conjunto monacal medieval de Santa Maria de Meià, y lo que ha llegado a la actualidad o bien está muy modificado y desvirtuado, o bien es de épocas posteriores. Hoy en día existe una gran iglesia barroca, cuya construcción eliminó casi por completo cualquier rastro de la anterior edificación románica. El templo moderno está adosado en su lado sur a un gran edificio de dos pisos que se levantó durante el siglo xvi sobre los restos de las antiguas dependencias monacales románicas que estaban prácticamente en ruinas. Por ello, todo análisis que se realice sobre el monasterio no debe tener en cuenta únicamente de los restos arquitectónicos románicos conservados, que son muy pocos y confusos, sino que debe hacerse más bien teniendo como referencia las fuentes documentales existentes, algunas de las cuales, aunque no son coetáneas, sí son de primera mano.

 

De la antigua iglesia románica del monasterio prácticamente no queda nada. Y aunque existen algunos vestigios, sería muy complicado poder analizarlos y hacerse una idea de cómo debió ser, si no hubiera sido por los escritos que un viajero del siglo xvii realizó antes de su desaparición. Gracias al testimonio de Gaspar Roig i Jalpí hoy se puede saber con bastante exactitud cómo era la iglesia románica originaria justo en el momento en el que se estaban realizando las obras del nuevo templo parroquial que la sustituyó. Según su descripción, la iglesia estaba formada por una sola nave, no muy grande, orientada al Este, cubierta con una bóveda de cañón de perfil semicircular y coronada por un sencillo ábside. La planta del edificio era de cruz latina, poseía dos brazos con sendos ábsides pequeños que con el central formaban una cabecera triabsidial. Sobre el crucero se levantaba un cimborrio con cúpula apoyado en una estructura de pechinas por encima de la cual se abrían cuatro ventanas que dejaban entrar la luz. Explica que los muros eran gruesos y que existió un alto campanario con muchas ventanas y cinco campanas. Cuenta, además, que el templo contaba con tres puertas. La principal, y más grande, se situaba a los pies del edificio, en el lado donde estaba el cementerio. Este acceso se encontraba en un nivel superior al de la nave, por lo que se debían bajar cinco escalones para entrar. Las otras dos puertas, secundarias, se situaban en los brazos del transepto, una en el izquierdo, orientada a poniente y abierta al claustro situado en un mismo nivel, y otra en el derecho, mirando hacia mediodía, que facilitaba el acceso a la casa prioral tras salvar otros cinco escalones. Esta puerta, mucho más pequeña, es todavía hoy en día visible en el muro sur de la nueva iglesia.

 

Por otro lado, las dependencias monásticas también han sufrido numerosas transformaciones y cambios a lo largo de su historia, hasta el punto de eliminar casi por completo cualquier vestigio de su pasado. Gran parte del edificio se rehízo en su totalidad a principios del siglo xvi, durante el mandato del prior Joan de Cardona, que inició una gran obra reformadora con el fin de recuperar la grandeza que el monasterio había perdido. La zona de dependencias ubicadas al Sur fueron transformadas posteriormente por el prior Josep de Jalpí. Y finalmente, en los años noventa del siglo xx, con el edificio en plena decadencia, como ya se ha comentado, se acondicionó el espacio como casa de colonias. Con todas estas intervenciones, muchas de las cuales han sido poco respetuosas con su pasado histórico, pocos elementos recuerdan el aspecto originario del antiguo monasterio. De lo poco que se puede ver y de lo que se sabe por referencias documentales, se trataba de un edificio sencillo y situado al sur de la iglesia. Poseía amplios muros de piedra, pocas ventanas y arcos que sostenían los techos y pisos superiores. El espacio acogía las estancias y dependencias monacales básicas como el refectorio, los dormitorios, la cocina, etc. En el lado de poniente había una torre defensiva cuadrada, de piedra picada por ambos lados y de muros gruesos, mientras que en el lado del claustro había una gran sala de la misma factura, que parece ser que se construyó sobre la iglesia primitiva, la anterior a la románica.

 

Unos de los pocos elementos medievales que se conservan son cinco sepulturas monumentales que se encuentran emparedadas en el muro sur de la iglesia, en el arco que abría el transepto del originario edificio románico a su brazo del mediodía. Fueron profanadas, movidas del lugar y reaprovechadas, por lo que actualmente se encuentran en el exterior, a la intemperie, en el pequeño patio que funcionaba como claustro situado entre la antigua iglesia y el recinto prioral. Existían tres más, de las cuales no se sabe nada, pero se intuye que pudieron servir para rellenar otros muros de la nueva construcción y que posiblemente quedaron ocultas tras alguna estructura. Por las descripciones existentes se sabe que algunas de estas tumbas se elevaban sobre pequeñas columnas, como las encontradas en la iglesia de Sant Salvador de Vilanova de Meià, y parece ser que las ocho sepulturas se encontraban repartidas por toda la iglesia, unas a la entrada del templo, en el atrio, otras en alguna capilla del interior y el resto en el claustro.

 

Las fechas aproximadas de la fundación del monasterio, la tipología constructiva de la iglesia, la factura de sus muros y la aparición de algunos elementos concretos permiten datar la obra de la iglesia en el siglo xi, en el apogeo del período del románico lombardo, aunque no se ha conservado rastro alguno de la habitual decoración que lo caracteriza, ni el testimonio de Roig i Jalpí tampoco hace referencia a ella.

 

Texto y fotos: Juan Antonio Campos - Plano: Albert Reig Florensa

 

Bibliografía

 

Bernaus i Santacreu, R., y Sánchez i Agustí, F., 1999, pp. 359-394; Catalunya Romànica, 1984-1998, XVII, pp. 462-470.