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Vista general de la Catedral de Santa Maria de Lleida

Identificador
25120_06_007
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41.61812,0.626107
Idioma
Autor
Antonio García Omedes
Inmaculada Lorès Otzet
Colaboradores
Sin información
Edificio (Relación)

Catedral de Santa Maria de Lleida

Localidad
Lleida
Municipio
Lleida
Provincia
Lleida
Comunidad
Cataluña
País
España
Ubicación

Catedral de Santa Maria de Lleida

Descripción

LLEIDA

La catedral de Santa Maria o Seu Vella de Lleida

La sede episcopal de Lleida se restauró inmediatamente después del 24 de octubre de 1149, fecha de capitulación de la ciudad frente a los ejércitos liderados por el conde de Barcelona, Ramon Berenguer IV, con la participación del conde de Urgell, Ermengol VI, y de los caballeros del Orden del Temple. El día 30 de octubre se consagró la catedral, dedicada a santa María, en una ceremonia con la presencia del arzobispo de Tarragona, los obispos de Vic, Barcelona, Urgell y Zaragoza y miembros de la nobleza, y se dotó la iglesia con todas las mezquitas de la ciudad y todas las que se encontraban en villas y castillos que integraban el nuevo territorio del obispado, con sus posesiones, sus diezmos y primicias. Como era habitual en la restauración de sedes episcopales en ciudades recuperadas al control musulmán, se ocupaba y consagraba la mezquita mayor como iglesia-catedral. En el caso de Lleida, esta restauración implicó el desplazamiento de una sede episcopal pirenaica, la de Roda de Isábena. El hasta entonces obispo de Roda, Guillem Pere de Cornudella o de Ravidats, que poco antes había dado su apoyo al conde de Barcelona, se convirtió en el nuevo obispo de Lleida (1149-1176) y fue el responsable de la reorganización de la catedral y de la diócesis. En 1168, promulgó la Ordinatio Ecclesiae Ilerdensis, que incluía la dotación de la canónica, con la adopción de la Regla de san Agustín, y la organización del capítulo. Un tercio de los miembros de éste eran canónigos de Roda y participaban en la elección del obispo. Ello explica que, durante aproximadamente un siglo, los sucesores más destacados de Guillem Pere fueran personas o bien directamente vinculadas a la canónica de Roda, o bien con fuertes conexiones ribagorzanas. El primero, Gombau de Camporrells (1192-1205), educado y canónigo en Roda (también en La Seu d’Urgell, estuvo al frente de la parroquia de Tamarite de Litera y a partir de 1172 fue archidiácono de Lleida); con él se empezó la construcción de la nueva catedral en 1203. El segundo, Berenguer de Erill (1205-1235), miembro de la gran familia de los Erill, de origen ribagorzano; bajo su mandato se ejecutó la parte más importante de la obra del nuevo templo. La estrecha vinculación con Roda de estos tres obispos se hace evidente no sólo a través de las importantes iniciativas que llevaron a cabo en la antigua sede pirenaica, sino también en algunos rasgos de la propia Seu Vella.

 

El conjunto de la catedral se sitúa en la colina conocida como “de la Seu Vella”, para diferenciarla de la colina de “Gardeny”. En esta segunda, la orden militar de los templarios levantó un castillo en la segunda mitad del siglo xii, justo después de la conquista de la ciudad, en la que habían colaborado de manera activa. La colina de la Seu Vella no sólo formaba parte de la ciudad, sino que en ella se encontraban los edificios más importantes, protegidos por una muralla cuyo recorrido se ha mantenido a lo largo de los siglos. La destrucción del trazado urbano de la colina se produjo a partir del siglo xvii y, sobre todo, en el siglo xviii con la Guerra de Sucesión, momento en qué se transformó todo el espacio en ciudadela militar, se fortificó el conjunto y se destruyó esta parte de la ciudad. Por todo ello hoy se hade difícil imaginar que la ciudad más monumental, con los edificios más importantes (castillo, catedral, palacios), se extendía por esta colina. De todo ello han quedado las murallas y los diferentes elementos de las fortificaciones modernas, las partes que han sobrevivido del castillo del rey en la parte más alta de la colina y el conjunto de la antigua catedral. El resto de la ciudad sólo se conoce a través de la documentación, de los dibujos y planos militares y de la arqueología.

 

A pesar de que desconocemos dónde se encontraba exactamente la mezquita mayor, consagrada como catedral seis días después de la capitulación de la ciudad, es muy probable que su localización fuera dentro del recinto de la actual Seu Vella. La ausencia de excavaciones arqueológicas sistemáticas y la probable destrucción de niveles arqueológicos en el interior del templo por la instalación de un sistema de calefacción que nunca ha funcionado, hace que, por el momento, tengamos sólo algún indicio de ello. Concretamente, la existencia de un gran muro andalusí hallado en la realización de catas arqueológicas y sobre el que se levantó la fachada occidental de la nueva catedral, al menos en su mitad meridional. La construcción de la nueva catedral, que avanzó de Este a Oeste, tenía que garantizar la coexistencia de la obra nueva con los espacios de culto anteriores para el desarrollo de las funciones litúrgicas. Otros dos indicios nos permiten plantearnos que la mezquita-catedral debía de encontrarse en la parte occidental del templo actual. En primer lugar, la construcción de edificios para los canónigos en la segunda mitad del siglo xii y, por lo tanto, anteriores a la nueva catedral, dispuestos formando ángulo con la fachada occidental del templo –la que se levantaría sobre el muro andalusí– y cerrando uno de los lados del actual claustro. Y en segundo lugar, el hecho de que el proyecto de la nueva catedral, cuyas obras empezaron en 1203, obligó a compras y permutas de edificios en la parte de la cabecera del templo, siendo uno de ellos el propio palacio episcopal, que se construiría de nuevo en el lado sur. A partir de 1193 se conocen documentos de adquisición y permuta de casas situadas cerca de la iglesia de Santa Maria, que sería el templo catedralicio vigente en aquellos momentos. El proyecto del nuevo edificio era muy ambicioso en muchos aspectos, y sus grandes dimensiones obligaron a una preparación importante del terreno, lo que requirió un gran solar y trabajos de nivelación para conseguir una plataforma mucho mayor en un espacio en pendiente. Se ha podido comprobar que los desniveles podían haber sido de hasta de 2 m. Tenemos que suponer que la ampliación se realizaba hacia el Este, al menos en las fases de planeamiento del templo.

 

En 1193, el obispo y el capítulo firmaron un contrato con el maestro de obras Pere de Coma por el que éste no sólo se comprometía a la construcción de la catedral, sino que ofrecía su persona y sus bienes e ingresaba en la comunidad de canónigos, comprometiéndose a vivir según sus normas. Pere de Coma, por lo tanto, se considera el autor del proyecto que empezó a gestarse a partir de este momento, así como los trabajos de preparación para la construcción del nuevo templo.

 

Entre 1193 y 1203 se llevaron a cabo otras obras importantes de nueva construcción en los edificios canonicales. Según los resultados de las intervenciones arqueológicas, en la segunda mitad del siglo xii se había levantado un primer edificio de planta trapezoidal del que sólo se han localizado los cimientos. La reforma de 1168 del obispo Guillem Pere de Ravidats, de ordenación del capítulo de los canónigos y su organización según la Regla de san Agustín, así como la fundación y dotación de la Pia Almoina, que se situaba al lado de lo que entonces se identificaba como el claustro de la catedral, debieron de ser instituciones probablemente situadas en esta primera construcción. Hacia finales de siglo, o ya en torno a 1200, este edificio fue completamente renovado, con la construcción de la nave que hoy comunica con el claustro actual. Se trata de una edificación monumental, cubierta con bóveda de cañón apuntada y con ventanas en sus fachadas meridional y oriental. La fachada occidental no se ha conservado puesto que hacia 1300 la nave se prolongó, doblando su longitud hasta alcanzar la totalidad de la galería adyacente del claustro gótico. La fachada septentrional no era exterior, sino que comunicaba con otras dependencias canonicales adosadas. Pere de Coma debió de ser el autor del proyecto y el director de las obras de esta nave, que fue decorada con pinturas en torno a 1211, según consta en la fecha incisa en un sillar, encontrado como material reaprovechado en obras posteriores. La nave comunicaba con el espacio que ahora es el claustro mediante una puerta y seis ventanas, de las cuales tres se tapiaron en momentos posteriores. Las ventanas son de derrame hacia el interior, mientras que hacia el exterior presentan una sucesión de dos arcos, mucho más parecida a cómo se resolverían poco después los perfiles de las ventanas del nuevo templo, con doble arquivolta, capiteles y columnas.

 

La documentación de la segunda mitad del siglo xii habla del claustro de Santa María. Aunque no sabemos dónde se encontraba, podría haberse situado en el espacio del actual. Los edificios canonicales citados, tanto el más antiguo como la nave actual, forman ángulo con una fachada occidental de la catedral cuya construcción en aquel momento aún no había empezado. Fachada que pudo comprobarse que se levantó encima de un muro andalusí anterior. Ambos edificios debieron formar un ángulo y delimitar un espacio exterior. Otro indicio interesante es la cisterna situada en el patio y que probablemente formaba parte de los espacios del recinto catedralicio anteriores a la construcción del claustro. Por el momento, se desconoce su datación, pero los cimientos del segundo pilar de la galería norte se adaptan a esta estructura preexistente.

 

La construcción del nuevo templo empezó en 1203. Una inscripción monumental, conservada fuera de contexto, recuerda la solemne ceremonia del 22 de julio de 1203 de  inicio de las obras del nuevo templo. El texto de la inscripción recoge que participaron en ella, además del obispo Gombau de Camporrells, el rey Pedro el Católico y el conde Ermengol de Urgell. También se dan los nombres de los más directamente implicados en las obras: el canónigo obrero, u operarius, Berenguer, y el maestro de obras, Pere de Coma. Desconocemos el lugar que ocupó originalmente la inscripción, que fue grabada posteriormente, quizás ya en el siglo xiv. La lápida fue encontrada en el siglo xix y depositada en el Museo Arqueológico Provincial, como tantas otras piezas procedentes de la Seu Vella. En 1970 fue colocada en el pilar del lado del evangelio de entrada al presbiterio, y más recientemente se ha recolocado en el presbiterio, al lado de la puerta de la sacristía. Aunque desconocemos exactamente cuándo finalizó la obra de la nueva catedral, una inscripción que estuvo situada en la puerta principal de la fachada informaba de su consagración en 1278, en tiempo del obispo Guillem de Montcada y siendo maestro de obras Pere de Prenafeta.

 

El nuevo templo es de planta basilical, de tres naves de tres tramos cada una, con una cabecera original escalonada con cinco ábsides, un amplio transepto, de las mismas dimensiones que la nave central, y un crucero. Estructuralmente, el proyecto era el de un edificio cuidadosamente calculado y con unas relaciones geométricas complejas. La basílica original fue pensada con una simetría perfecta, con dos puertas en los extremos del transepto, otras dos en el tramo medio de cada una de las naves laterales, y las tres puertas de la fachada. Y así fue ejecutada. A pesar de ello, el entorno del templo y las funciones distintas de las puertas llevaron a una diferenciación muy clara y evidente de sus fachadas. Así, mientras que los ábsides del lado de la epístola y la fachada meridional eran –y son– visibles desde cualquier punto de la ciudad, la parte de la colina del lado del castillo del rey dominaba los ábsides laterales del lado del evangelio y la fachada septentrional. La fábrica era completamente simétrica, pero ya en las fases iniciales, el tratamiento decorativo de las portadas de uno y otro lado fue completamente distinto, muy rico en el lado meridional y sensiblemente más austero en el septentrional. Por lo tanto, desde su construcción se empezaron a diferenciar las dos fachadas y, con ello, se rompía la simetría del edificio. Lo retomaremos más adelante.

 

La cabecera y el perímetro de la catedral se fueron transformando, desde el mismo siglo xiii, con la apertura de capillas privadas, cada vez más profundas y ricas. Primero, eran capillas abiertas sólo en el grueso del muro, más adelante, ya en la segunda mitad del siglo xiii y sobre todo en el siglo xiv, algunas se ampliaron y otras se construyeron como nuevos espacios adosados al perímetro original de la catedral. Aunque podemos considerar que la obra del templo se había finalizado en el siglo xiii, las transformaciones se sucedieron sobre todo a lo largo del siglo xiv y también en el siglo xv y xvi, por lo que, como ocurre en muchos otros casos, el concepto de obra acabada es muy relativo: la catedral fue un edificio vivo que fue enriqueciéndose y actualizándose a lo largo de los siglos.

 

Las obras de la nueva catedral empezaron por la cabecera, una cabecera amplia cuyas transformaciones de los siglos posteriores dificultan apreciar su estructura original. Ésta constaba de un ábside central semicircular, más profundo y más ancho porque mantiene la amplitud de la nave principal y el crucero; dos ábsides a cada lado, más bajos que el central, también semicirculares y con un tramo recto preabsidal; y, en los extremos, dos absidiolos semicirculares de la misma altura. La planta de los absidiolos de los extremos no se ha conocido hasta que las intervenciones arqueológicas de principios de los años 90 del siglo xx descubrieron sus cimientos y cuyos resultados, junto con el análisis de las estructuras existentes, permitieron conocer la planta original de la cabecera del templo. El perímetro exterior de la cabecera es el que mejor evidencia los cambios y alteraciones acaecidos en primera instancia por la construcción de capillas en el siglo xiv y, más adelante, por las contiendas militares. De la cabecera original se ha conservado el ábside principal y uno de los cuatro ábsides laterales, el del lado norte del principal. Los muros del ábside del lado sur hasta el nivel de arranque de la bóveda se aprovecharon en las remodelaciones del siglo xiv, otro hasta la altura del arranque de la bóveda. Los absidiolos de los extremos fueron sustituidos por capillas góticas, aunque mantuvieron el arco de acceso a los ábsides originales con los respectivos capiteles, igual que en el caso del ábside lateral sur transformado en época gótica. La escultura de dichos capiteles es muy interesante porque contiene representaciones que hacen referencia a las dedicaciones originales de estos ábsides.

 

El ábside principal, cubierto con bóveda de cuarto de esfera, está precedido de un tramo recto profundo cubierto con bóveda de arista. Tanto los pilares del crucero de entrada al presbiterio como los del paso al hemiciclo del ábside, son cruciformes, con columnas adosadas, una estructura que veremos que se repite en todo el edificio. El arco triunfal y el de acceso al ábside se apoyan sobre dobles columnas que se levantan sobre un basamento. En el lado interior del presbiterio, el pilar presenta otra columna, más esbelta y también con el correspondiente capitel, sobre la que descarga el nervio de la crucería. Algo parecido se observa en los pilares adosados que separan el presbiterio del hemiciclo absidal, pero aquí la columna, al no tener que recibir el nervio de la crucería, se corresponde con un desdoblamiento del arco. En el ábside hay tres ventanas y otra más está situada a cada lado del presbiterio. No son ventanas con derrames, sino que se abren hacia el interior y el exterior con uno o dos arcos concéntricos que permiten capiteles, con sus correspondientes columnillas, unidos por boceles que dibujan los arcos. El nivel de los capiteles de las ventanas marca la línea de imposta, que queda indicada mediante una pequeña moldura lisa.

 

Desconocemos la organización del presbiterio y del ábside principal en el siglo xiii. Sin embargo, en el siglo xiv, la obra del retablo separó el hemiciclo del espacio del altar mayor. Sabemos que el espacio posterior estaba dividido en dos niveles. El inferior tenía funciones de sacristía y albergaba un altar dedicado a santa Ana; en el superior se hallaban la librería y archivo de la catedral. El presbiterio estaba cerrado por una reja pintada y dorada, según consta a finales del siglo xiv, uno de cuyos encajes aún puede verse en la base del pilar de acceso del lado del evangelio. Desde este punto, unas gradas descendían hacia el crucero, lo sabemos por las diversas reparaciones que se hacen en los siglos xv y xvi. La actual disposición, con el presbiterio avanzado, las gradas en el centro del crucero y un altar nuevo justo en esta plataforma, es el resultado de una intervención muy desafortunada que no respeta ningún planteamiento de restauración histórica y altera el espacio interior.

 

El ábside norte, adyacente al principal, es el otro que conserva su estructura original, aunque su destino como sacristía hizo que posteriormente se dividiera en dos niveles. Sus dimensiones son las de la nave lateral y las del tramo del transepto que se encuentra frente a él. De altura inferior al principal, reproduce su estructura, con un tramo rectangular que precede al hemiciclo absidal, cubiertos con bóveda de arista y bóveda de cuarto de esfera respectivamente, separados por un arco apuntado que apoya sobre una columna adosada con su correspondiente capitel. A ambos lados de esta, otras columnas que descargan respectivamente el nervio de la bóveda y el arco doblado por el lado interior del ábside. Una ventana, cuyo perfil se conserva aunque está partida por la división interna, iluminaba el hemiciclo, mientras que otra ventana se abre en el muro norte del tramo pre absidal indicando que el absidiolo del extremo era mucho menos profundo y permitía esta iluminación lateral del primer ábside. En los capiteles del arco de acceso desde el transepto se representan escenas que indican la dedicación original de la capilla, a los santos Santiago y Lázaro: el martirio de Santiago a la izquierda y la resurrección de Lázaro y la curación del leproso a la derecha. Una puerta que comunicaba el ábside principal con el lateral se renovó con un arco conopial tardogótico, sobrepuesto a las pinturas murales del siglo xiv del muro septentrional del presbiterio, con escenas de la vida de Cristo.

 

Simétrica con esta puerta, se encontraba en el muro meridional la que comunicaba con el ábside lateral de este lado, y que tenía las mismas características que el septentrional. La puerta se cegó entre 1335 y 1340, cuando el ábside se convirtió en la capilla privada de la familia Montcada. A pesar de que la transformación actualizó la arquitectura románica, con la sustitución de las bóvedas y el cambio del perfil semicircular del ábside a poligonal, los muros originales se mantuvieron hasta el arranque de las nuevas bóvedas. Una nueva y rica fachada de la capilla, con la heráldica de los nuevos titulares bien visible, se dispuso delante del arco apuntado original de entrada, que también se conservó, y en cuyos capiteles se representan las historias de los santos Pedro y Pablo, que se relacionan con la dedicación de la capilla a san Pedro. La topografía es interesante puesto que en los dos ábsides laterales que flanquean el principal se disponen las dedicaciones apostólicas de Santiago y san Pedro.

 

Los absidiolos de los extremos de la cabecera, sin tramo preabsidal, fueron completamente derruidos en los siglos xiv y xv, respectivamente, con la construcción de sendas capillas privadas. La del extremo sur, promovida hacia 1340 por el obispo Ferrer Colom, se adosa a la capilla Montcada. La de la familia Gralla, en el extremo norte, era de planta cuadrada y se levantó en el siglo xv. A pesar de que quedó prácticamente destruida por los efectos de la explosión en el siglo xix del polvorín situado en el antiguo castillo del rey, se ha conservado el arco de acceso románico y los capiteles. En uno de los lados, se representa el martirio de san Antolín, que está perfectamente identificado por la inscripción del cimacio. Se trata de una escena excepcional y de gran interés puesto que, además de hacer alusión a la dedicación de este ábside, sólo la encontramos en un capitel de la portada de la antigua catedral de Roda de Isábena, con una composición muy parecida. Ello no es nada casual: el obispo san Ramón (1104-1126) había introducido el culto a san Antolín en la catedral de Roda en las primeras semanas de su episcopado. Ramón era originario de la zona del Ariège y se había formado en la canónica de San Antolín de Frédelas. De hecho, el capitel de la portada de Roda se sitúa al lado de otro capitel con la imagen de este obispo, cuyo culto también era uno de los activos más importantes de la sede ribagorzana. La dedicación a san Antolín de uno de los ábsides de la cabecera era una forma de visibilizar la sede ribagorzana en la topografía de la nueva catedral ilerdense.

 

En un sentido similar hay que interpretar la presencia de los crismones en las portadas del transepto. La del lado norte, conocida como de Sant Berenguer, es una portada con escultura sólo en la cornisa, mientras que la de la fachada sur es una portada profusamente decorada. Aunque en la documentación medieval se la cita como “lo portal del bisbe”, puesto que quedaba frente al palacio episcopal y debía de ser el acceso utilizado por el obispo, es también conocida como de la Anunciata porque en sendos hornacinas situadas a ambos lados de la puerta había el grupo de la Anunciación –hoy en el Museu de Lleida Diocesà i Comarcal–, además de una inscripción monumental que alude al episodio. Esta diferenciación en el tratamiento decorativo de ambos accesos se reproduce en las portadas del tramo central de las naves laterales y se acentuará en el siglo xiv en las capillas privadas construidas a uno y otro lado del templo. Aunque más sencillo el de Sant Berenguer, ambas portadas del transepto están presididas por sendos crismones, elemento de claro origen ribagorzano, que no se encuentra en otros edificios de Lleida y de su entorno. Se considera que las fachadas y portadas del transepto debieron de realizarse entre 1215 y 1220, aunque la única referencia es una inscripción situada en la puerta de la Anunciata, conmemorativa de la muerte de un tal Guillem de Roques que lleva la fecha de 1215. A pesar de que la cronología de las portadas no puede precisarse más, ni la del desarrollo de las obras de la cabecera y el transepto, no puede haber dudas sobre el hecho de que las obras de estas partes orientales del nuevo templo, empezadas en 1203 por Gombau de Camporrells, se llevaron a cabo en tiempos del obispo Berenguer de Erill, miembro del linaje ribagorzano de los Erill y que ocupó una destacada posición entre las personas próximas al rey Jaime I. Durante su episcopado, la vinculación con la canónica y antigua sede episcopal de Roda de Isábena siguió siendo estrecha. Fue él quien presidió la nueva consagración de la iglesia de Roda en 1234, momento en que también situamos la construcción de la nueva portada donde se representa el martirio de san Antolín junto a la figura del obispo san Ramón.

 

El amplio transepto de la nueva catedral ilerdense albergó los sepulcros de los obispos Guillem Pere de Ravidats y Gombau de Camporrells, que se instalaron precisamente entre los ábsides laterales del lado norte: el de San Antolín y el de Santiago. Aunque no ha quedado ningún rastro, y sólo tenemos conocimiento de ello a través de testimonios antiguos, la disposición en este punto concreto del templo de los sepulcros de los obispos que habían precedido a Berenguer de Erill y habían tenido una vinculación más estrecha con la antigua sede ribagorzana –el primero, recordémoslo, obispo de Roda y el primero de Lleida en el traslado de la sede–, tiene mucho sentido. Al mismo tiempo es otro indicio que refuerza una cronología de la construcción del transepto en fechas en torno a 1215-1220.

 

Es un transepto cuyo ancho coincide con el de la nave central, igual que su altura, y cuya longitud dibuja una cruz de brazos iguales si tenemos en cuenta que tiene las mismas dimensiones que la nave central, el crucero y el tramo recto del ábside mayor. Consta de dos tramos a cada lado del crucero. El primero, más estrecho, coincide con las dimensiones de la nave lateral y marca la amplitud del primer ábside lateral, y el segundo es un tramo cuadrado al que se abrían los absidiolos. Ambos tramos se cubren con bóvedas de arista, igual que los espacios que preceden a los ábsides. En el lado occidental, y a ambos lados del transepto, una torrecilla con escalera de caracol, que  forma ángulo con la nave lateral, asciende hasta la cubierta. Actualmente, sólo se ha conservado la del transepto norte, aunque rodeada de capillas. En el siglo xiv, se aprovechó el espacio para la construcción de la capilla de Santa Lucía. En aquel momento, la finalización del claustro y, sobre todo la cubrición definitiva de la nave adyacente a la fachada occidental, facilitaba la circulación por las cubiertas del templo y con una sola escalera era suficiente.

 

La obra de la catedral parece que continuó sin interrupción hasta aproximadamente la mitad del tramo central de las naves. Una junta de obra claramente visible desde el exterior lo certifica. Además, desde este punto hasta los pies, las bóvedas son un poco más bajas –aunque a simple vista no sea perceptible– y el podio sobre el que se levantan los pilares occidentales de las naves tiene una altura claramente inferior. Desconocemos cuándo se produjo esta interrupción, cuánto duró y cuándo fueron retomadas las obras. Lo que sí puede afirmarse es que se siguió el mismo proyecto hasta el final, lo cual no sucedió en otros grandes edificios que estaban en construcción en la primera mitad del siglo xiii, como la catedral de Tarragona o la iglesia del monasterio de Sant Cugat del Vallès. El resultado en Lleida es el de un edificio unitario, que se finalizó a partir del proyecto inicial, con una simetría casi perfecta, sólo alterada por el tratamiento diferenciado de las fachadas meridional y septentrional. Esta, mucho más austera, no gozaba de perspectiva puesto que la pendiente la colina ascendía inmediatamente hasta su nivel más alto, donde se situó el castillo-palacio real. La fachada meridional, en cambio, era visible desde cualquier punto. A pesar de que no se han conservado los palacios y mansiones que poblaban el barrio de la catedral, salvo una parte del castillo, es bastante probable que la catedral se impusiera en magnitud y riqueza en el conjunto de la colina y, por extensión, de la ciudad. Éste era precisamente su cometido: se trata de un conjunto, del que también forman parte el claustro, del que hablaremos seguidamente, y la impresionante torre-campanario gótica, que era la mejor expresión del poder de la iglesia.

 

La fortificación de la colina a partir del siglo xvii acabó alterando completamente el trazado de las calles en la pendiente y la comunicación con el centro de la ciudad baja, por lo que desconocemos cómo, más allá del entorno más inmediato, la catedral se comunicaba con la ciudad. Sólo sabemos que a lo largo del flanco meridional y del septentrional había sendas calles. Al otro lado se encontraba el palacio episcopal, frente a la portada del transepto sur. En la fachada meridional también se abre lo que durante mucho tiempo fuera la puerta principal de acceso a la catedral para los fieles y que la documentación medieval identifica como “lo portal de la Seu”. Es la portada situada en el tramo central de la nave lateral que también se conocía y conocemos como portada dels Fillols, nombre que hace referencia a la capilla de San Juan Bautista que estaba situada justo al lado, con la pila bautismal. En el siglo xiv, este acceso se protegió con un pórtico. Ambas portadas, la del obispo y la de Fillols están profusamente decoradas y son un hito de la escultura de la Seu Vella, junto con la portada occidental a los pies de la nave central.

 

La fachada de la nave central se resuelve de forma parecida a la de los muros de cierre del transepto: la portada, cuya estructura es un cuerpo adosado con la correspondiente cornisa y con un desarrollo decorativo en arquivoltas y capiteles, excepto en la del transepto norte, y un gran rosetón en la parte alta, que sin duda garantizaba, junto con los ventanales de las naves, una excelente iluminación en el interior del templo. El rosetón es un elemento que será habitual en la arquitectura catalana a partir del siglo xiii. En edificios próximos ya se utilizó en torno al 1200, aunque con dimensiones mucho menores, como en el caso de las iglesias del monasterio cisterciense de Santa María de Les Franqueses o en la de Santa María de Almatà, ambas en Balaguer. En la catedral de Lleida, se trata de rosetones monumentales, que debían de contener ricas tracerías, hoy muy restauradas. El precedente más destacado es el espectacular rosetón del ábside de la iglesia del monasterio cisterciense de Santes Creus, cuya cronología se sitúa a finales del siglo xii.

 

Tanto la concepción del edificio y de su espacio interior como las soluciones arquitectónicas utilizadas en los pilares y bóvedas indican que Pere de Coma era un arquitecto con un importante nivel de formación. Las dimensiones del templo siguen unas precisas relaciones geométricas, lo que indica que, o él o el canónigo operarius, tenían una destacada cultura arquitectónica y seguramente disponían de tratados. Las características del conjunto son las propias de la época y de un proyecto que se quería monumental y con una riquísima decoración. Hay que decir que se trata de un edificio con una masiva presencia de la escultura arquitectónica, tanto en los capiteles de los pilares y en los de todas y cada una de las ventanas, por el lado interior y por el exterior, como en las ricas portadas de las fachadas meridional y occidental. De hecho, es el edificio del siglo xiii más rico en escultura de Cataluña. Esta riqueza escultórica formaba parte sin duda de los propósitos iniciales y tuvo que pesar en el diseño del proyecto original y en la adopción de determinadas soluciones arquitectónicas. Los pilares compuestos, con planta de cruz, con columnas en los lados de la cruz en las que apoyan los arcos formeros y los torales, y con otras dos columnas, de menor diámetro, en los ángulos. Una de ellas siempre dobla un arco mientras que la otra recoge el nervio de la bóveda. Se trata de una solución que, en primer lugar, permitía un desarrollo amplio de la escultura por la gran cantidad de capiteles. En segundo lugar, se sitúa dentro de las experimentaciones de las nuevas bóvedas de crucería, que estaba prevista desde el principio y que se mantuvo a lo largo de todo el edificio sin modificaciones. Ello requería, además una columna en los ángulos del transepto y de las naves laterales donde apoyar el nervio de aquel tramo.

 

El cimborrio del crucero fue seguramente el último elemento que se construyó, poco antes o quizás ya después de la consagración de 1278. En cualquier caso, es una obra que debemos situar en el último tercio del siglo xiii. Es amplio, de planta octogonal, se levanta sobre arcos apuntados que delimitan el crucero mediante cuatro trompas y sobresale ostensiblemente en altura. En cada cara del tambor se abre un amplio ventanal, comparable a los de los pies de las naves laterales que abren al claustro. Se cubre con una cúpula de sectores, con nervios que arranca justo por encima del cuerpo del tambor. Es un tipo de cimborrio característico y con paralelos en otros edificios que estaban en construcción en aquellos momentos, como la ya citada iglesia del monasterio de Sant Cugat del Vallès, o algunos conjuntos de la Cataluña Nueva, como la catedral de Tarragona o la iglesia del monasterio cisterciense de Poblet. El de Lleida, sin embargo, se diferencia de los casos anteriores, cuya cronología es más avanzada, en el hecho de que no se cubrió con bóveda de crucería.

 

Ya se ha mencionado que en todo el perímetro de catedral se abrieron capillas, las primeras en el mismo siglo xiii, en el grueso del muro las cuales, por lo tanto, no sobresalían hacia el exterior. Una de las más antiguas y de dimensiones más reducidas por su escasa altura es la de Santo Tomás, situada al principio de la nave de la epístola desde el presbiterio. A pesar de que no se dispone de documentación que permita atribuirle una cronología, sus excepcionales pinturas murales proporcionan argumentos suficientes para situarla en torno a mediados del siglo xiii, o como mínimo en este momento ya se había construido y era decorada. Las pinturas fueron arrancadas, restauradas, traspasadas a un nuevo soporte y recolocadas en la capilla. Contienen una representación central de la Virgen con el Niño, el apostolado, ángeles y el Agnus Dei.

 

Simétrica con la de Santo Tomás, en la nave lateral del evangelio se encuentra la capilla de Santa Peronella, una dedicación que es del siglo xiv y que sustituyó la anterior, a María, Jacob y Salomé, cuando se trasladó la fundación de los Desvalls desde la capilla de San Pedro al ser convertida en espacio privado de la familia Montcada. Seguramente también es una capilla del siglo xiii, aunque en este caso no hay evidencias. En los extremos del transepto y flanqueando las puertas, hay una capilla a cada lado. En una de ellas, la de Santa Marta y Santa María Magdalena, al lado de la puerta norte, conocemos la inscripción referida a su fundación en 1304, pero en las otras no. En el lado sur, la de la Transfiguración o de San Salvador in sedis se adaptó al espacio disponible que dejaba el absidiolo, mientras que la nueva capilla de la Concepción, del obispo Ferrer Colom, en la cabecera, tiene que sortearla. Del último tercio del siglo xiii son las primeras capillas que sobresalen del perímetro inicial, como la de Todos los Santos, en el brazo norte del transepto, aprovechando el espacio disponible desde la torrecilla con las escaleras de acceso a los tejados. Es de planta rectangular y cubierta con una bóveda de cañón apuntada. De características similares es la capilla de San Juan Bautista, entre la puerta de Fillols y los pies de la nave de la epístola. En el siglo xvi se construyó en el interior una nueva bóveda.

 

En el último tercio del siglo xiii, finalizando las obras del templo, se empezó la construcción del claustro, cuyas obras debieron interrumpirse y no se retomaron hasta el siglo xiv, seguramente en torno a 1310, cuando Jaime II donó seis mil piedras de la cantera de Gardeny para la obra del claustro. Las diversas fases de ejecución quedaron reflejadas. El claustro se empezó por las arcadas del ángulo más próximo a los edificios canonicales y a la puerta de la nave lateral del evangelio, y continuó por la nave paralela a la fachada del templo. Las características de los pilares de estas primeras arcadas se mantienen en las galerías de la iglesia y la del mirador, que podrían ser ya de inicios del trescientos. En cambio, las bóvedas de todas las galerías se realizaron en la fase final de los trabajos: crucerías probablemente más elevadas de lo que estaba previsto y que cubrieron parte del rosetón de la fachada.

 

A pesar de las diferentes fases de construcción, a grandes rasgos el claustro formaba parte del proyecto inicial de la catedral, lo que la convirte en uno de los conjuntos más originales. En primer lugar, la disposición atípica del claustro a los pies del templo. Sin duda, las razones topográficas debieron jugar un papel importante, aunque no pueden olvidarse los condicionantes como resultado de la existencia de edificios anteriores, como ya se ha mencionado. La segunda peculiaridad del claustro es que una de las galerías, la meridional, se abre al exterior. En este punto, los trabajos de nivelación del terreno fueron muy importantes, y requirieron un gran muro de contención que se levantó a partir del nivel de la roca y de la calle que discurría paralela descendiendo desde la zona de los ábsides y la portada de la Anunciata. La galería del claustro, por lo tanto, quedaba elevada respecto al nivel de la calle. Se abrió al exterior con arcos como los del patio, con lo que se convirtió en un espectacular mirador que contribuyó, sin duda, al efecto monumental del conjunto y al rico tratamiento decorativo recibido por toda la fachada meridional. En este sentido, el proyecto del claustro tenía también en cuenta la perspectiva que se tenía de la catedral desde la ciudad, y más allá.

 

En las fases iniciales del claustro se detectan cambios y correcciones que indican que las obras se realizaron a un ritmo lento y, probablemente, con algunas interrupciones. Las diferencias se observan entre el primer arco frente a la canónica y los arcos de la galería de la iglesia, de mayor amplitud, igual que el ancho y solidez de los contrafuertes del lado del patio. Las dimensiones de los arcos, sin embargo, no son regulares. Hay que destacar, además, que el diseño de la galería del claustro encajaba mal con la fachada del templo, aspecto que se agravó con la construcción de las bóvedas góticas, que requirieron grandes contrafuertes adosados que la modificaron definitivamente.    

 

 

Texto: Inmaculada Lorés Otzet- Fotos: Antonio García Omedes- Planos: Noèlia Albana Arjó

 

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