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Los protagonistas del año mil. 2000

Una fecha precisa y redonda, el año mil. Un tema en desuso que se reivindica, la biografía  del gran personaje histórico. Ésas son, aparentemente, las dos credenciales de este nuevo  volumen de la serie que recoge las actas de los Seminarios sobre Historia del Monacato que se  celebran anualmente en el marco del monasterio de Santa María la Real de Aguilar de Campoo. Tras esa apariencia, la lectura de las ocho ponencias aquí reunidas proporciona una idea más  cabal tanto de los objetivos de los organizadores como de la propia consideración que aquel  momento y aquellos personajes suscita hoy en la historiografía. 

Para empezar, “el momento”, el año mil. Como en todos los temas de investigación  histórica, es el presente el que sugiere al historiador las preguntas que hacer al pasado. En este  caso, el presente es el año 2000. Hoy sabemos que no se acabó el mundo el día 11 de agosto de  1999, como un famoso modisto anunciaba; ni siquiera el día 31 de diciembre en que los agoreros  pronosticaban que los ordenadores, incapaces de asumir el cambio de fecha, provocarían  desórdenes informáticos apocalípticos. Pero sabemos, igualmente, que esas preocupaciones  por el tránsito de un milenio a otro han espoleado ampliamente, en los años pasados, las  inquietudes de los interesados por saber si en el otro paso de milenio, el del año mil, los europeos  vivieron los tiempos de pesar y pesimismo que la historiografía y la literatura románticas  habían dibujado con tan vivos colores. 

Hoy sabemos que aquel tránsito del año 999 al año 1000 o de 1000 a 1001 no dejó testimonios  de temor y temblor en los textos conservados. Es más, como sabemos, la historiografía  actual se resiste a hacer de una fecha, por muy redonda que sea, un hito inesquivable del  transcurrir histórico. Y, sin embargo, por ironías de la propia historiografía, en los últimos  veinticinco años, los medievalistas han convertido el año mil en una fecha símbolo. Para  unos investigadores, la del final de la sociedad antigua, esto es, la que basaba sus estructuras  en el esclavismo y la autoridad política de tipo público. Para otros, la del final de una etapa de  libertad de las pequeñas comunidades aldeanas. Para unos y otros, la del comienzo de una  sociedad feudal. Ése es, y no el de los mitos del año mil, el telón de fondo contra el que destacan  las figuras de los ocho personajes seleccionados en las ponencias reunidas en este volumen. 

Cada uno de esos personajes, y ése es el sentido de su presencia en el tomo, representa  un protagonista de la historia de los decenios que enmarcan el año mil. Y cada uno de esos personajes  ha constituido, en los mil años siguientes, en ocasiones, un mito y siempre un referente.  De la unidad de la Cristiandad, el papa Silvestre II. De la unidad del espacio político  europeo, el emperador Otón III. De la voluntad de renovación espiritual y control intelectual,  el abad Odilón de Cluny o el obispo Oliba de Vich, cada uno en su ámbito espacial y social.  Del perfil más amenazador del “otro”, del ajeno al mundo de la Cristiandad latina, el caudillo  Almanzor. De la unidad del espacio hispanocristiano, el rey Sancho el Mayor de Navarra.  Todos ellos, en los mil años siguientes, han sido utilizados como “fantasmas del recuerdo” al  servicio de los intereses inmediatos de aquéllos que tenían el poder de saber manipular su  memoria. 

Precisamente, la primera elaboración de esa memoria de los decenios del entorno del  año mil justifica la presencia en este tomo de los dos últimos personajes seleccionados. De  un lado, el cronista Raúl Glaber, el monje que, en sus historias, suministró materiales que,  condensados por los historiadores románticos, proporcionaron caldo de cultivo a los convencidos  de que las vísperas del año mil tuvieron que ser espeluznantes. De otro lado, el calígrafo-  miniaturista Vigila de Albelda, quien nos legó abundantes imágenes con las que contribuir  a la elaboración de la memoria histórica de finales del siglo X. Y, como sabemos, la  memoria, esa memoria construida por las crónicas de emperadores, papas, reyes y caudillos  militares y por los documentos de las cancillerías reales y episcopales y los escriptorios  monásticos, se convierte, al final, al menos, mientras la arqueología no nos ilustre con nuevos  datos, en la verdadera historia del pasado. En este caso, de los entornos del año mil, revisitados  con la ayuda y la excusa de ocho personajes, a la vez, testigos y protagonistas excepcionales.       

 

José Ángel García de Cortázar

 (Catedrático de Historia Medieval) 

Santander, junio de 2000 

Codex Aquilarensis 16
Resúmenes

 El cronista del año mil: Raúl Glaber

Juana Torres

Universidad de Cantabria    

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El papa del año mil: Gerberto de Aurillac; Silvestre II

Jesús Martínez Moro

Universidad de Cantabria

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Un abad del año mil: Odillón de Cluny

M. C. Vivancos

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Un obispo del año mil: Oliva de Vic

Lluís To Figueras

Universidad de Girona

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El azote del año mil: Almanzor, según las crónicas cristianas

Ana Echevarría Arsuaga

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Un rey del año mil: Sancho Garcés III de Navarra, Sancho el Mayor (992?; 1004-1035)

Estebán Sarasa Sánchez

Universidad de Zaragoza

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Un emperador del año mil: Otón II

Carlos Estepa Díez

CSIC Madrid

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Un calígrafo-miniaturista del año mil: Vigila de Albelda

José A. Fernández Flórez

Universidad de Burgos

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