Sant Pere d'Àger
Colegiata de Sant Pere de Àger
Después de la conquista, quizás hacia 1046, Arnau Mir de Tost, convertido en señor del nuevo territorio, fundó una canónica para organizar su vida religiosa, dentro del proceso de repoblación, como lo demuestra la carta franquicia concedida en 1049 al pueblo de la Regola, cercano a Àger. Para dicha fundación contó con el apoyo del abad-obispo Oliba que le facilitó dos canónigos de la catedral de Vic para poner en marcha la fundación, los cuales se convirtieron en los primeros abades de dicha canónica, aún regida según la regla aquisgranense; no fue hasta finales del siglo xi que adoptó la regla de San Agustín, manteniendo la vida regular sin cambios hasta el siglo xvi. Aunque hacia 1066 hubo el intento de reconvertir la fundación en priorato cluniacense, el rechazo del abad Hugo de Cluny, determinó su consolidación como canónica. Sin entrar en su historia, cabe señalar únicamente que su abad tuvo jurisdicción sobre treinta y ocho parroquias y dieciséis anejos y fue administrador de un rico patrimonio para el mantenimiento de la comunidad, otorgado fundamentalmente por Arnau Mir de Tost que consiguió, además, el privilegio de exención para la abadía de los papas Nicolás II y Alejandro II. La dotación la llevó cabo el fundador, junto a su esposa Arsenda, a través de seis donaciones sucesivas; la primera en 1046, en la que hizo constar que la hacía domum sancti Petri que est fundamentatus in castro Aier; la segunda en 1048, en la que señaló que la iglesia de Sant Pedro sita est intus kastello quod dicitur Ager. Ambos documentos se consideran las verdaderas actas fundacionales de la canónica. Siguen luego otras tres donaciones de los años 1057 y 1067, de las que debe ser destacada la última y más solemne de 1068, año en el que moría Arsenda, y Arnau Mir de Tost emprendió una peregrinación a Santiago de Compostela. Es interesante esta solemne donación porque en ella se hacia constar edificavimus a fundamentis in nomine Sancti Petri, apostolorum principis, ecclesie novitatem, que certifica que mandaron edificar una nueva iglesia desde los fundamentos, dedicada a san Pedro, cuya primera fase se consagró en 1036. El templo se menciona ya en 1041, junto con la parroquia de la villa de Àger, dedicada a san Vicente, a la cual se le unió una aneja, dedicada al Salvador, que se consagró en 1048. Seguidamente vamos a referirnos a esta fundación y su desarrollo arquitectónico que se prolongó hasta las últimas décadas del siglo xi.
Tal como señalaba ya Villanueva, la colegiata de Sant Pere de Àger estaba constituida por un templo superior y otro inferior que lleva integrada una cripta de salón. Jaume Pasqual y Jaime Villanueva describieron el templo inferior cuando aún se mantenía en pie, especialmente la cripta de salón. El primero lo hace en 1782 con estas palabras “[...] me puse á reconocer por menor el templo subterráneo que está bajo la colegiata actual (y á quien el conquistador de Ager, Arnal Mir de Tost, llama en el año 1070 Santa María la Vieja y que según todas las señas fue edificado antes de los Godos esto es para usos gentiles pues en los frisos o cornisas ostenta de medio relieve calaveras de animales o digamos bucranios, adorno que no parece corresponder á cristianos. Lo he mirado siempre ese templo como á una de las memorias más antiguas é insignes que se conservan en nuestra península...” (Pasqual, J., 1782). El padre Villanueva visitó la colegiata el año 1806 y nos dejó esta descripción, mucho más precisa y objetiva: “[…] En medio de las dos puertas ya dichas, y en el trozo de claustro que queda delante de ellas, construido en el siglo xiv, se halla otra puerta por donde se entra bajando dos gradas y por un declive insensible a otra iglesia subterránea que se extiende debajo de la nave principal del templo superior. La puerta en arco tiene de alta 10 palmos y 9 de ancho. La longitud total de este templo subterráneo es de 130 palmos. En su entrada es solo de una nave ancha de 19 palmos y alta de 14 á 15, sin ningún adorno ni cornisa, ni otra cosa más que la bóveda que arranca casi del pavimento actual, el cual si se limpiara pudiera bajar 2 palmos ó más. Luego que se llega a la distancia de unos 76 palmos desde la entrada, la única nave se abre insensiblemente en tres, divididas por dos órdenes de columnas, cinco por parte, de 11 palmos cada una de ellas, incluso su basamento y capitel hasta el arranque de los arcos, los cuales con las 15 lunetas que resultan son de buen gusto. La latitud total de las tres naves es de 28 palmos: las dos laterales rodean el único altar que es posterior al de todo el edificio […]. El testero de esta iglesia es circular. En el medio de las columnas se abren en crucero dos naves de bastante profundidad. La parte exterior de todo este edificio es de 14 palmos de espesor. Por estas señas y aun sin ellas se ve que este templo es anterior al de arriba. Porque claro está no pudo construirse aquel primero que este; ni el gusto de los capiteles y de bóvedas y columnas, ni cuanto hay en él, sufre decir que sea posterior al siglo xi; antes indubitablemente de este mismo siglo. Y no cabe tenerlo por cosa romana ni por templo dedicado a Cibeles, como algún erudito ha querido decir; porque las piñas y animales que se representan en los capiteles ninguna conexión tienen con ello, sino que solo son efecto del capricho de los canteros, que como se ve en otros monumentos de esta clase que se conservan en Tarragona, San Cucufate del Vallés, solían allí mezclar sacra prophanis, imasummis. Esta iglesia es aquí llamada comúnmente Santa María la Vella. No deja de ser extraño el silencio del fundador de la nueva, Arnaldo Mir, que en ninguna de las muchas escrituras en que tuvo ocasión de mentar esta vieja, hizo mención de ella; a no ser que la indicase en aquellas palabras edificavimus ecclesiae novitatem, como contraponiendo la nueva fábrica á la antigua. Diré lo que entiendo. Este templo subterráneo, antes que se construyese el de arriba, estuvo dedicado á S. Pedro, y no á Santa María. Y sino señáleseme cual era la iglesia de S. Pedro que ya existía aquí en los años 1037 y 1041, antes que los moros invadiesen [por] segunda vez esta villa, y antes que Arnaldo Mir construyese el templo nuevo. Este príncipe hizo nueva, más no hizo nuevo titular. Y así el papa Nicolás II en su bula del año 1060 dice: quam (ecclesiam S. Petri) eoquod nuperrime de potestate paganorum, et gentilitati serrore divinitus liberatum & c. Donde se supone que la iglesia que Arnaldo sacó del poder de los paganos, era la de S. Pedro; y como la nueva fábrica sea posterior á esta victoria, y ya estuviese edificada en 1060 cuando hablaba de aquella manera el papa Nicolás; es claro a mi juicio, que esta iglesia primitiva estuvo dedicada á S. Pedro [….]. Si se me obligara a fijar la época de la construcción de todo él, yo diría que es de principios del siglo xi, cuando en la primera conquista de los cristianos trataron de erigir la iglesia, y la hicieron baja que no sobresaliese á los muros del castillo, por temor de los enemigos que todavía andaban á la redonda, y que en efecto volvieron á ocupar la villa á mediados de este mismo siglo. Mas cesando ya el temor en la segunda conquista, y aprovechándose de la solidez de la primera fábrica, se levantó sobre ella la del templo actual” (Villanueva Astengo, J., 1803-1852, IX, pp. 130-134).
Este primer templo, del cual los autores mencionados sólo describen la nave y la cripta de salón, tenía previstas, en origen, tres naves totalmente separadas, a las que se añadió, en una segunda fase, la cripta descrita de salón, inserta en la nave mayor, coincidiendo con la erección del templo superior. Como describe Villanueva, la cabecera de la nave principal de este templo inferior es semicircular, externa e internamente, mientras que las de las colaterales, bien conservadas, son rectas. De él llama la atención la separación de las naves, conectadas únicamente por dos ventanas saeteras de doble derrame en su parte central. Ambas colaterales son totalmente simétricas, y muestran puertas de acceso en los respectivos muros meridional y septentrional, así como dos ventanas saeteras, de doble derrame, en el septentrional, y dos de un solo derrame, en el meridional. Los portales de acceso son de arco de medio punto, sin ningún elemento estructural que destaque, un poco peraltado y con pequeñas dovelas en la cara externa. En cuanto a los ábsides, llaman la atención los muros de separación de la zona presbiterial respecto de las naves, provistos de accesos de arco de medio punto, que actúan de triunfales. También resultan de interés los accesos de arco de medio punto que comunican su zona presbiterial con la de la nave principal. Estos ábsides, casi cuadrados, poseen en sus muros externos ventanales igualmente de saeta y doble derrame, excepto en el ventanal meridional que, como los de la nave lateral sur, posee un solo derrame. En cuanto a las bóvedas que cubren estas colaterales, son de cañón en las naves y de cañón perpendicular en los tramos presbiteriales. Se trata de bóvedas que arrancan directamente de los muros, muy bajos, de tal forma que para la abertura de las ventanas hubo que abrir lunetos en la masa de la bóveda, igualmente como en el caso de los portales laterales descritos de acceso. En el muro occidental de la nave lateral septentrional, se puede también apreciar una ventada saetera, actualmente cegada.
Aunque se haya propuesto considerar las colaterales descritas como corredores para acceder a la cripta de la nave central (Catalunya Romànica, 1984-1998, XVII, p. 123), concibiendo un proyecto unitario para el conjunto, o como infraestructuras para salvar el fuerte desnivel del asentamiento del templo (Durliat, M., 1973, p. 78), consideramos más convincente plantear dos fases para el conjunto, tal como apuntamos; para el templo inferior, una planta basilical con esta disposición poco común de naves separadas, teniendo presente para ello la triple dedicación, documentada, que permite constatar la existencia de tres altares dedicados respectivamente a san Pedro, santa María y san Miguel. Dado que en 1036 se mencionaba la consagración del templo de Sant Pere, cabe pensar que se construyó entre 1034, año de la conquista cristiana del castillo, y 1046, el considerado como el momento de la segunda conquista musulmana, cuyo dominio fue breve, pues apenas superó el año. Es posible que en el momento de dicha segunda conquista, el edificio estuviera aún en proceso de construcción, por lo que nos hallaríamos ante un proyecto sin terminar. Hay dudas, en este sentido, de si las bóvedas descritas estarían ya construidas, o se realizaron, en parte o completamente, en la segunda fase que vamos a tratar seguidamente. En todo caso, se conciba el proceso constructivo del conjunto de una forma u otra, la construcción se llevó a cabo con pocos cambios, siguiendo las técnicas lombardas, a base de muros gruesos con el núcleo resuelto con cascotes de piedra y argamasa de cal –opus incertum– y las superficies exteriores revestidas con un paramento regular de pequeños sillares, un tanto irregulares, cortados con un cincel de pico, el típico del primer románico.
La cripta de salón, que hemos visto bien descrita por Villanueva, se desmontó para reaprovechar los capiteles y columnas para un vía crucis, en la segunda mitad del siglo xix (Visita a Ager, 1886). Actualmente se pueden ver algunos de sus restos integrados en la restauración llevada a cabo en los últimos años. Como ya anunciamos, la cripta se incorporó en la segunda fase y de ella interesan, sobre todo, los capiteles que analizaremos en el apartado de la escultura. En cuanto a lo arquitectónico, se siguió seguramente el modelo de Vic, es decir, tres naves con un total de quince columnas que daban apoyo a las diez y seis bóvedas de arista, con sus correspondientes arcos formeros y perpiaños, que describía Villanueva.
Templo superior
Como señala Villanueva, el templo superior se construyó tomando como base el perímetro del inferior y su construcción se inició después de la segunda conquista musulmana. Hay dos documentos que nos indican que se había iniciado la nueva obra, uno de 1060, que señala una donación ad opera, y otro de 1063 que menciona a un Petro Lombardo, que podemos considerar como el maestro de obra. Es lícito suponer que la ocupación musulmana supuso destrucciones que quizás obligaron a reformas y que permitieron introducir nuevos elementos, como la cripta ya descrita, incorporada a la nave del templo inferior, como parte de un segundo proyecto más ambicioso que puede explicarse por el auge político de Arnau Mir de Tost, el verdadero triunfador sobre el Islam en la segunda conquista. La importancia de las reliquias puede ser otra explicación para la adopción de la cripta, dentro de esta segunda fase. Arnau Mir de Tost se preocupó de conseguir un conjunto notable de reliquias para su templo con el objetivo de convertirlo en un centro importante de culto y peregrinación. Cabe suponer que la construcción de este segundo proyecto se prolongó hasta finales de siglo, ya que en 1094 se efectuó una donación ad consumandum clocarium Sancti Petri de Ager. A la muerte de Arnau Mir de Tost, aunque legó en su testamento bienes ad opera, la actividad constructiva debió de mermar, quedando la obra del campanario tan sólo iniciada. Se deberá esperar al siglo siguiente para que sea continuada y nunca acabada, como se puede comprobar viendo el paramento y el remate; también restó paralizada la obra del otro, el septentrional, apenas iniciado, como aún se advierte. En todo caso, es creencia generalizada que a la muerte del promotor, la fábrica del templo en su conjunto estaba en una fase muy avanzada, por no decir casi terminada.
A pesar de lo derruido, lo que subsiste del templo abacial es suficiente para poder reconstruir su disposición original. Se trataba de un templo de planta basilical y transepto, con la nave el doble de ancha que las colaterales, dividida en tres tramos, de los cuales el primero, mayor, se corresponde con el transepto que, como en el caso de Cardona, apenas sobresale. Las tres naves, por otro lado, están rematadas por un gran ábside semicircular, la mayor, y dos absidiolos embebidos en el grosor del muro, las laterales, que aparece recto externamente, como en el templo inferior. En esta parte, destaca el gran ábside resuelto siguiendo el modelo de Cardona, aunque con los arcos que enmarcan los tres nichos centrales, sostenidos por columnas adosadas, con sus respectivos capiteles. El transepto, en el tramo de la nave, se cubría con una bóveda de cañón perpendicular, cuyo arranque se visualiza en el muro norte del campanario al que se adosaba. En cuanto a los tramos de los colaterales, se cubrían con sendas cúpulas sobre trompas, rebajadas, concebidas para dar sostén a los dos campanarios, de los cuales solo se elevó el meridional; el septentrional, como señalamos, quedó apenas iniciado. Ciertamente se trata de una obra ambiciosa hecha con la intención clara de monumentalizar el templo, siguiendo modelos nórdicos, como se ha señalado en el caso de Sant Miquel de Cuixà, ejemplo a tener en cuenta para el proyecto del templo agerense.
Aunque a finales del siglo xii se nivelaron las tres naves, en origen el suelo de la nave mayor se situaba al mismo nivel que el templo inferior, con lo que quedaban las colaterales a la altura de la zona presbiterial de la nave. Un desnivel que hallamos en otros templos, como el de San Vicente de Roda de Isábena, ha sido comparado por Adell con Àger, aunque no sea exactamente coincidente la disposición. Las naves se dotaron, por otra parte, de pilares de sección rectangular con columnas adosadas en sus cuatro caras (Durliat, 1973, p. 73) con el objetivo de dar apoyo a los arcos perpiaños de las bóvedas de cañón y los formeros de los tres arcos de comunicación entre naves que resultan de luz diferente; mientras el arco del transepto es más elevado, el que le sigue resulta más ancho y el de los pies mucho más estrecho. En cuanto al alzado de las naves, claramente se advierte que, a pesar de la mayor altura de la principal, su bóveda arrancaba de forma inmediata de encima de las colaterales, sin que mediara espacio para abrir ventanas u óculos en la zona del claristorio, de tal forma que las colaterales adquirieron, junto con sus bóvedas, una función muy evidente de contrarresto de la de la nave mayor. Un sistema muy usado en el románico catalán como puede apreciarse en otros templos contemporáneos, como los cercanos de Santa Maria de Mur y Santa Maria de Llimiana, por citar sólo dos ejemplos. Es por ello que la iluminación de la nave era indirecta, pues provenía de las ventanas de las colaterales, actualmente desparecidas, aunque quedan vestigios de dos de ellas en el muro sur que nos permiten creer que igualmente existirían en el muro norte. Para la iluminación había asimismo, las tres ventanas del ábside mayor y las dos de los absidiolos, la axial provista de sendas columnitas coronadas por capiteles. En cuanto a la bóveda perpendicular del tramo del crucero, su arranque se situaba inmediato al remate de la bóveda de la nave, con lo que queda así sobrealzado, permitiendo la posibilidad de abrir aberturas en los muros norte y sur, como aún puede advertirse en el meridional. No quisiéramos proseguir sin destacar este curioso transepto que creaba un potente volumen con el añadido de los campanarios, externamente, y espacios de una gran verticalidad, en el interior, si sumamos a ello el desnivel de la nave mayor con una gran escalinata de acceso al presbiterio.
A los pies del templo se dispuso además una galilea, tal como se documenta a través de algunos de los enterramientos que se efectuaron, caso del conde de Urgell Ermengol III, que sucumbió en el sitio de Barbastro en 1063, y su cuerpo trasladado por Arnau Mir de Tost a la galilea de Sant Pere de Àger. La fábrica de esta galilea se adosaba a la fachada occidental del templo y de ella, lo que queda, son los restos de tres grandes arcos apuntados, al menos los extremos de forma clara, añadidos en el siglo xiii. Subsisten, además, vestigios arqueológicos de enterramientos del siglo xi y la base de un posible coro gótico que corroboran su existencia hasta al menos los albores del siglo xiv, momento en el cual se decidió ampliar el templo un tramo más, a costa de sacrificar la galilea y la fachada románica. Hay suficientes vestigios para proponer que, en un principio, desde un portal, desaparecido, se accedía al interior de la nave principal, desde el claustro, en el extremo de la cual presidía la cripta con la escalera para poder ascender al presbiterio alto, mientras que en el interior de la cripta se penetraba a través de sendas aberturas laterales, restos de las cuales perviven, de forma parecida a como sucedía en Sant Vicenç de Cardona, antes de la restauración en que se dispuso el acceso a la cripta por la zona central y al presbiterio elevado por sendas escalinatas laterales. Ciertamente la disposición de Àger, permitía a los feligreses o peregrinos penetrar en la cripta para las devociones privadas sin estorbar las ceremonias litúrgicas de la zona presbiterial alta.
Hay un arco visible en piedra caliza, del siglo xiv, en la zona de poniente, a continuación de la bóveda actual del siglo xii, añadida para nivelar las tres naves del templo superior, que marca el inicio de la prolongación de dicha bóveda hacia los pies, al alargar el templo un tramo en el siglo xiv, como se puede advertir a partir de los vestigios conservados. De hecho, esta bóveda, con su prolongación, permitió separar completamente el templo inferior del superior, y obligó a añadir en la nueva fachada un portal de acceso al primero y otros dos, provistos de escalinatas, para acceder al segundo a través de las colaterales. Una disposición de fachada y portales, aprovechando parte del viejo muro de la galilea, que Villanueva describió perfectamente en su visita de 1806, cuando permanecía aún en pie todo el edificio. Evidentemente, nos hallamos ante cambios y adaptaciones exigidas por la doble función de templo abacial, apto para una comunidad de canónigos regulares, con sus beneficiados y prebendados, y, a la vez, santuario y lugar de peregrinación, bien documentado en los siglos xii y xiii, ya que por allí pasaba una de las rutas del Camino de Santiago que cruzaba la sierra del Montsec.
Externamente los muros se mantienen bien visibles en la zona oriental, con el gran ábside sobresaliendo de los muros, en donde imperceptiblemente se advierte el asentamiento del muro del templo superior y las ventanas –saeteras las tres del ábside mayor del templo inferior y de la cabecera meridional, al igual que las de los absidiolos superiores, entre las que destacan sólo las tres ventanas de doble derrame del ábside del templo superior–. El paramento se corresponde perfectamente con el del primer románico, de sillar pequeño, como ya lo hemos descrito, y muestra únicamente decoración de arquillos ciegos en la coronación del muro del ábside mayor, actualmente muy restaurados.
Nos queda por describir el campanario, cuya construcción quedó interrumpida a finales del siglo xi, como ya dijimos, debiéndose continuar la obra, suponemos, ya iniciado el siglo xii, según permite advertir el paramento de sillares de mayor tamaño y de mejor talla. De hecho, se construyó únicamente la base de asentamiento y el piso de campanas, mientras que el piso superior quedó tan sólo iniciado. Este piso, de muros lisos, muestra dos ventanas de arco de medio punto, sin ninguna decoración en las caras este y oeste, para alojar campanas, mientras que en la sur tiene una única ventana, y en la norte dos portales, a nivel diferente, que permitían acceder a la cubierta del transepto. No cabe duda que se concibieron para facilitar las reparaciones, pero también para fines militares, teniendo en cuenta que el templo formó parte del sistema defensivo del castillo. Ya comentamos como los absidiolos se embebían en el muro, según Durliat con esta finalidad, igual que dichos portales, que permitían acceder a la zona del ábside para usarla como elemento defensivo de la fortaleza.
La escultura monumental
Uno de los elementos más destacados del monumento es su escultura. No cabe la menor duda que dentro del proyecto de la segunda fase, se concibió un programa escultórico que abarcaba la cripta y el templo superior. En el caso de la cripta, se aplicó a los capiteles y cimacios, integrados en las columnas de soporte de las bóvedas de arista, de fuste circular monolítico unas, y semicircular y sin basamento las que se adosaban a los muros. Exceptuando cinco de los capiteles, ejecutados con piedra caliza, el resto, al igual que las columnas, se tallaron en piedra arenisca del lugar, como pudo comprobarse en una de las intervenciones arqueológicas, es decir con la misma piedra de los fundamentos de la fábrica románica. Se trata de un conjunto de diez capiteles exentos y, al menos, seis adosados, ya que, en los pilares de ángulo de poniente, estos se coronaron con impostas decoradas con relieves a bisel, como puede comprobarse en la conservada in situ en el ángulo noroeste, resuelta con una decoración a base de brotes de acanto que surgen de un tallo ondulante de forma alternada. Una decoración parecida a la que se aprecia en los cimacios de los capiteles, aunque algunos se decoraron tan sólo con un friso de palmetas contrapuestas y enmarcadas, labradas igualmente a bisel, como se advierte por un fragmento conservado. Se trata de un motivo tradicional y de largo recorrido. Todos los capiteles derivan compositivamente del capitel corintio que renace precisamente en el periodo de ejecución de estos, de forma muy fidedigna en el caso de los tres conservados de piedra caliza en el Museu de Lleida, Diocesà i Comarcal, aunque dos de ellos, reaprovechados, son tardorromanos y muestran de forma fidedigna los componentes del orden corintio en su cesto de factura circular (inv. 553 y 557); el otro presenta una mayor esquematización, pero también una gran fidelidad al modelo corintio (inv. 642). No debe extrañarnos la reutilización de capiteles que hallamos en otros monumentos románicos; en el caso de Cataluña, por ejemplo, en Sant Sebastià dels Gorgs, cuya escultura con relieves a bisel se ha comparado con la de Àger.
Si pasamos a analizar el resto de capiteles, hay que destacar que algunos, debido al mal de la piedra, están en muy malas condiciones y con sus relieves casi desaparecidos. Afortunadamente, otros los conservan mejor definidos, y es a través de ellos que su análisis nos permite advertir diferentes variantes de este mismo modelo corintio que demuestra el gran peso de la tradición en las producciones de los siglos x-xi. Todos ellos poseen unas medidas parecidas, pero no exactas, entre los 29 y 33 cm, es decir, con una anchura y altura casi iguales. De ellos unos llevan el collarino incorporado, incluso doble, y todos suelen poseer el ábaco integrado, nada prominente, sobre el cual se asentaba el cimacio. Cuatro de los conservados, de los adosados, conforman una unidad, de los cuales dos pueden verse en el Museu Nacional d’Art de Catalunya (inv. 24001 y 24002) y otros dos en el Museu de Lleida (inv. 3682.00 y 3682.66). Todos ellos están compuestos por dos registros de palmetas, en los del MNAC enmarcadas por arcos apuntados, simulando el perfil de las hojas, y en los del M:LL sin enmarcar, aunque sí lo están las palmetas de los ángulos del registro superior que se incurvan. Otro capitel conservado en el M:LL (inv. 585), muestra en sus ángulos cabezas bovinas que vienen a sustituir las volutas, y en sus caras tres piñas colgantes por encima de un registro de palmetas, perfectamente delimitadas, en sustitución del típico registro de acantos. Todos los relieves del cesto se han trabajado a bisel.
Los capiteles restantes conservados se hallan en Àger, incorporados a la cripta restaurada o guardados en la colateral meridional, o depositados en el Ayuntamiento, de forma provisional, para su mejor conservación. Los incorporados a la cripta son dos, uno muy desgastado y el otro mejor conservado que mide 34 x 30 cm, y muestra en el registro inferior de la cesta, el friso típico de hojas de acanto, con el cuerpo interior de cada hoja resuelto mediante cuatro pequeños brotes de acanto superpuestos, asentados sobre el collarino y coronados por cuerpos prominentes para simular el remate inclinado de las hojas. Además, cada hoja está perfectamente separada por un tallo que se articula con el registro superior; este lo conforman una hoja central, parecida a las inferiores, y las volutas de ángulo, muy prominentes y con la superficie decorada con brotes de acanto. El capitel es de piedra arenisca y la talla a bisel, muy minuciosa, acompañada incluso de un uso moderado del trépano. Ejecutado con piedra caliza debemos reseñar otro de los capiteles, que mide aproximadamente 39 x 37 cm, cuya cesta la constituyen dos registros de acanto, sin volutas, que sustituyen hojas, todas ellas alternadas y sin collarino. La labor a bisel es muy tosca y poco elaborada y todas las superficies de las hojas se resuelven con rallados acanalados sin más. Otro capitel, ejecutado en piedra caliza, mide 29 x 33 x 28 cm, y es otro de los que iban adosados; lo conforman dos registros, el superior resuelto con cabezas bovinas parecidas al capitel descrito más arriba, que alternan con hojas de acanto talladas a bisel, igual que las del primer registro, en donde se despliegan en friso; no posee collarino y el ábaco está muy deteriorado. Otro capitel, ahora exento, de piedra arenisca muy desgastado, y que sigue los parámetros del capitel corintio, mide 30 x 32 x 32 cm y carece de collarino; en su registro inferior apenas deja adivinar las formas simplificadas de las hojas, mientras que en el superior tan sólo son legibles las dos grandes volutas que sostienen el ábaco. Otro capitel digno de ser destacado, también de los que iban adosados, de 28 x 34 cm, muestra un esquema parecido a los descritos, aunque las hojas del primer registro difieren de las vistas hasta ahora, son redondeadas y despliegan desde un tallo común tres brotes digitados que en la base se incurvan dibujando medios círculos, como los de los cuatro capiteles citados al inicio, mientras que la parte superior se inclina y resalta en relieve su envés. También las hojas del piso superior difieren, por cuanto tallos y brotes de acanto se despliegan en todo su espacio, al que se adaptan hasta borrar cualquier similitud al diseño de una hoja. En cuanto a las volutas, se han sustituido por brotes que se incurvan, dejando espacio suficiente para insertar una pequeña hoja parecida a las del primer registro. El capitel no posee ábaco y el collarino se resuelve con un friso calado con motivos en zigzag. Otro capitel, de los exentos, también de arenisca, de 42 x 39 cm, despliega en el primer y segundo registro palmetas que se alternan y que en el registro inferior incurvan sus extremos dibujando los ya descritos semicírculos sobre el collarino, sogueado, mientras la parte superior de las palmetas tiene un tratamiento parecido a las hojas del capitel anterior; del segundo registro arrancan medias palmetas a manera de brotes que se adosan a la superficie de las volutas, cercenadas, dejando espacio en las caras para el motivo floral de doce pétalos y botón central. Cabe señalar en él la superficie redondeada de la cesta, así como el estrecho ábaco que se incurva, adaptado al perfil de los volúmenes del capitel. Por las medidas, se advierte, además, su mayor alzado respecto a los descritos y llama la atención la decoración sogueada del collarino que recuerda el de capiteles del siglo x del área asturleonesa.
De la restante escultura conservada, exceptuando la que se mantiene in situ, resulta más difícil precisar su lugar de procedencia, ya que puede provenir de la cripta o del templo superior. Antes de continuar, es necesario recordar que el programa decorativo del templo superior incluía columnas adosadas y capiteles con sus cimacios respectivos en todas las caras de los pilares y, además, en la nave mayor, una decoración de relieve a bisel en las impostas a las que se soldaban los cimacios de los capiteles de sostén de los arcos perpiaños. Una disposición que se mantiene perfectamente en la zona del ábside mayor, que muestra, por otro lado, una organización parecida a la del ábside de Sant Vicenç de Cardona. Bajo la imposta se hallan cinco arcos dovelados, –de los que los extremos son ciegos y los tres centrales enmarcan sendos nichos– que reposan sobre capiteles adosados, con sus cimacios respectivos, que se prolongan en las impostas y dan asiento a las medias cúpulas de los nichos. Columnas adosadas, dispuestas sobre una base lisa, completan la disposición de este bello ábside. Tanto las impostas del arranque de la bóveda del ábside, como las impostas descritas, incluidos los cimacios de los capiteles, de los que se conservan cuatro, todos iban decorados con relieves a bisel, en parte conservados. Los capiteles, de una factura exquisita, cuentan con un prominente collarino y en ellos se despliegan los dos registros de hojas que alternan entre ellas y derivan de palmetas, con una talla parecida a los capiteles descritos de la cripta, mostrando también los extremos incurvados. El cimacio, muy deteriorado, poseía una decoración en relieve a bisel, semejante. El capitel que sigue hacia la derecha no difiere del anterior en composición, aunque la forma de resolver el interior de las hojas varia, aproximándose su composición a la de las hojas del segundo registro del último capitel adosado descrito en la cripta. Los dos capiteles siguientes que enmarcan el nicho central, son parecidos a éste, aunque más deteriorados, como en el caso del siguiente; en cuanto al del extremo sur no se ha conservado, debido a que fue arrancado en el siglo xiv, cuando se ubicó en esta parte del ábside el sepulcro monumental, bajo arcosolio, del fundador.
Como señalamos, las impostas de la cara sur de la nave, con magníficos relieves a bisel, se conservan in situ, mientras que las correspondientes al muro norte fueron arrancadas a finales del siglo xix o principios del xx, para ser reutilizadas como voladizos de cuatro balcones de casas de la villa, en donde aún se pueden admirar. De los membra disiecta restantes, algunos obran en los mencionados museos, mientras otros se conservan en Àger. En el MNAC se exhibe un cimacio que muestra un relieve a bisel muy parecido al de la imposta descrita conservada en la cripta in situ, en el ángulo noroeste (inv. 49368); en el Museu de Lleida se conserva otro cimacio con decoración parecida en la parte baja, mientras que en la superior difiere por desplegar un motivo geométrico de trenzado (inv. L-354). Hay, además, otros fragmentos de cimacios que ingresaron en el museo procedentes del Institut d’Estudis Ilerdencs, que obviamos describir (inv. L-222; L-225, L-321). En Àger, por otra parte, se conservan otros dos fragmentos de cimacio y un capitel, el cual, por sus proporciones, bien podría ser uno de los que coronaban los pilares adosados de la nave, y que fueron arrancados en el siglo xviii. Mide 46 x 41 x 41 cm, es de piedra caliza y su decoración resulta más libre que la de los capiteles de la cripta, aunque mantiene el esquema del capitel corintio, con dos registros peor definidos de hojas que en los ángulos se prolongan para dar asiento a las volutas, mutiladas. En su centro destaca un motivo floral y en la parte baja, por estar mutilada, no se nos permite ver si poseía collarino. Para finalizar esta breve descripción, quedan por citar dos fragmentos muy diferentes de un posible arco de portal, por su forma curvada, con decoración de sogueado en una de las caras y ajedrezado en la otra, realizados en piedra arenisca. También se recuperó de un muro, reaprovechada, una dovela de otro posible portal, con la típica decoración de brotes de acanto, dispuestos en un doble registro, con un relieve a bisel muy fino. ¿Nos hallamos ante elementos procedentes de la primitiva fachada románica, desmontada en el siglo xiv? Queda aún un último capitel por describir, cuya ubicación y lugar de procedencia resulta igualmente problemática; mide 33 x 46 x 16 cm y su forma de imposta plana troncopiramidal invertida le diferencia totalmente de los restantes capiteles descritos. Todas sus caras están dotadas de relieves a bisel, en las laterales con los típicos motivos de brotes de acanto o medias palmetas, mientras que las principales ostentan iconografía de tradición paleocristiana: dos pájaros afrontados, quizás palomas, ante un tallo del que brotan hojas, talladas a bisel, a manera de palmetas que rellenan toda la superficie; en la otra cara el tema es más sorprendente y extraño, pues en la parte superior se afrontan dos posibles lobos o canes, de los cuales, el de la parte izquierda, parece retener bajo sus patas una liebre que persigue otro cánido, situado debajo en postura rampante, como si se hubiera querido evocar una escena de caza muy sumaria, cuya lectura completa no podemos realizar por estar borrada la parte derecha de dicha cara. Por la factura del relieve, no se aleja demasiado, cronológicamente, de los ejemplos aportados. Evidentemente, sorprende la inclusión de un mayor número de motivos zoomorfos. En todo caso, la dificultad reside en determinar su procedencia. ¿Nos hallamos ante otro componente de la fachada desaparecida?
Como han señalado diferentes autores, como Durliat o Yarza, nos hallamos ante un buen ejemplo de escultura vinculada a tradiciones anteriores que refloreció hacia finales del siglo x y estuvo vigente a lo largo de casi todo el siglo xi, evolucionando hacia formas como las descritas en Àger, presentes en otros lugares, muy especialmente del Rosellón como Sant Genís de les Fonts, Sant Andreu de Sureda o la catedral de Elna, u otras zonas catalanas como Sant Pere de Rodes, Sant Sebastià dels Gorgs y la catedral de Barcelona. Hemos mantenido que su presencia en Àger debe vincularse a Arnau Mir de Tost, que mantuvo una relación estrecha con los condes de Barcelona Ramon Berenguer I y Almodís, los promotores de la catedral románica de Barcelona, consagrada en 1058, de la que precisamente se conservan fragmentos de imposta con relieves a bisel que se han puesto en relación con los de Àger. Creemos posible que los escultores que trabajaron en la catedral de Barcelona pudieron muy bien desplazarse a Àger para asumir su programa escultórico, si bien la poca escultura conservada de la seo barcelonesa imposibilita una mejor comparación.
Pintura mural del ábside
En torno a 1100 parece que se procedió a decorar con pinturas murales todo el templo abacial; con seguridad la zona del ábside principal, aunque catas efectuadas en diferentes partes en el momento de su arranque (1955) confirman que todo el templo las poseyó. Sin lugar a dudas, el derrumbe de la bóveda de la nave y quizás la del tramo del transepto, hacia mediados del siglo xix, afectó la conservación de dichas pinturas, en lo que debía de persistir bajo diferentes revoques. Para la zona del ábside, tenemos el testimonio de la acuarela pintada por Lluís Vallhonrat hacia 1912 (MNAC/MAC 63874). Tras su arranque, momento en el que se tuvo conocimiento real de lo conservado, fueron depositadas en el Museu Nacional d’Art de Catalunya, en donde se exhibe uno de los fragmentos recuperados (MNAC/MAC 65467), mientras que el resto se halla en el depósito del museo (inv. 65450-65468), con la excepción de tres fragmentos cedidos al Museu de Lleida Diocesà i Comarcal (inv. 3457, 3456, 3455).
Por lo conservado y la mencionada acuarela de Vallhonrat, se sabe que las pinturas que decoraban el ábside principal presentaban una versión de la majestad de Dios en el hemiciclo de la bóveda, dentro de una mandorla, y un apostolado en los muros, bajo el cual, debajo de una línea divisoria de meandros en perspectiva con liberación de espacios para representaciones humanas, se situaban otros temas desaparecidos: Las enjutas de los arcos parece que estuvieron decoradas con diferentes motivos de los que se ha conservado únicamente la representación de un ave con las alas desplegadas, quizás un águila o ave del paraíso (inv. 65 455), la cual se puede admirar en Museu de Lleida (inv. 3457). Por su composición y características estilísticas, se ha comparado con el ábside de Saint-Lizier de Coserans, en el Ariège, aunque las representaciones de la zona baja y las de las enjutas debieron de diferir. Un ejemplo cercano en lo compositivo, para la decoración de las enjutas lo hallamos también en las pinturas conservadas in situ de Sant Vicenç de Estamariu (Alt Urgell).
Los dos apóstoles que se exhiben en el MNAC, son san Judas Tadeo y Santiago el Mayor que identificamos por la inscripción que les acompaña, dispuesta a la manera bizantina, en vertical. Las dos bellas figuras se muestran frontales y de pie, con un cierto hieratismo. Las otras tres imágenes de apóstol recuperadas, en peores condiciones, proceden de los nichos (inv. 65 452, 65 454, 654689): La mejor conservada, acéfala, se ha propuesto que podría proceder del nicho central del ábside (Pagès), lado derecho de la ventana axial, y que podría ser san Pedro. Se trata de la figura que se exhibe en el Museu de Lleida inv. 3456), que conserva únicamente el trazo del dibujo, ya que ha perdido totalmente la policromía. Procedentes de la zona de ábside, se conservan otros tres trozos con decoración geométrica a base de casetones en perspectiva y retícula de cuadrados a los que se inscriben arcos de circunferencia que decoraban los fustes de las columnas (inv. 65 450, 65 451, 65 456); uno de ellos expuesto en Museu de Lleida (inv. 3455). De menor tamaño, se conservan dos fragmentos más con decoración geométrica y vegetal que parecen proceder del intradós de las ventanas del ábside. Hay, asimismo, otros dos pequeños trozos, con motivos decorativos, procedentes quizás de la arcada de separación entre la nave central, la del evangelio y el absidiolo norte, que muestran la mano de un crucificado y una corona en perspectiva (inv. 65 453). Pagès sitúa el fragmento de la mano en el absidiolo sur y plantea que pudo haber formado parte de la escena de la crucifixión de san Pedro; con ello defiende que la colocación de los príncipes de los apóstoles –Pedro y Pablo en la zona central del ábside y la escena de la vida de san Pedro en el absidiolo sur–, nos situarían ante un buen ejemplo de programa inspirado en la reforma gregoriana, que se introdujo precisamente en la iglesia de Àger, hacia finales del siglo xi. Finalmente, ya destacada por Post, que la vio in situ, nos queda mencionar una figura humana en el absidiolo norte, dispuesta bajo un arco, acéfala también y con el brazo derecho alzado, sentada sobre un trono con su pulvinus, quizás una representación femenina, sin identificar (inv. 65 458).
Como señalamos, el estilo de las pinturas de Àger se acerca al de Saint-Lizier y se ha vinculado siempre de forma genérica a otros conjuntos catalanes que derivan de la pintura lombarda, dentro un marco cronológico que va de la segunda mitad del siglo xi a la primera mitad del xii. Se trataría de un grupo de pintores activos en torno a Milán con coordenadas comunes y un mismo horizonte cultural y artístico que se expande por Europa. Por ello, podemos señalar que, como en el caso de la arquitectura, estas pinturas muestran vínculos claros con el norte de Italia. De hecho, de antiguo, se han adscrito al maestro de Pedret, aunque últimamente se tienda a hablar más de círculo de Pedret, con un estilo que para algunos no se explica únicamente con el ascendente lombardo, pues se señalan otras vías de influencia, como la romana (Castiñeiras). En todo caso, respecto a las pinturas de Pedret, las de Àger muestran un estilo más lineal y rígido, cercano al de Saint-Lizier, aunque podamos establecer concomitancias con otros centros, como por ejemplo, con el tipo de meandro descrito que hallamos parecido en Sant Quirze de Pedret, o la corona que hallamos de forma parecida en las pinturas de Sant Pere de Burgal. En todo caso, su cronología debe acercarse más a la de Saint Lizier, cuya iglesia se consagró en 1117. Pagès ha propuesto al vizconde de Àger, Guerau Ponç de Cabrera, nieto y heredero de Arnau Mir de Tost, como el promotor.
Texto: Francesc fitè i llevot - Planos: Marta Buira Ferrè
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