Dedicada a San Cornelio y San Cipriano, la iglesia románica está enmascarada por un pórtico del XVI. Como si fueran las puertas del cielo, sólo cuando nos adentramos podemos contemplar la belleza de la portada, un gran tesoro de finales del siglo XII en el que su artífice quiso dejar constancia de su trabajo, tallando su figura y su nombre en la misma. Este hecho, junto con otros elementos, determina que la iglesia sea concebida como un ejemplar especialmente curioso del románico, que nos habla de un pensamiento medieval, como era la importancia del maestro y su consideración.
Se trata de una iglesia de reducidas dimensiones, que consta de una sola nave, con un ábside semicircular decorado con pinturas murales de los siglos XV-XVI, precedido por un presbiterio rectangular al que se accede a través de un gran arco triunfal que consta de capiteles historiados: en el lado del evangelio se muestra a Daniel en el foso de los leones, mientras que en el lado de la epístola se representa al ángel enviado por Dios para proteger a Daniel.
Al exterior, la escultura se concentra en los capiteles de la ventana absidial con motivos vegetales, una pareja de aves afrontadas y motivos geométricos. Asimismo, el alero recibe una rica serie de cincuenta y siete canecillos que lo decoran, con figuras de músicos, y personajes de todo tipo; leyendo, guerreros, portador de un tonel; representaciones masculinas y femeninas ataviadas con trajes de época; exhibicionistas de ambos sexos, y animales, entre muchos otros.
La portada, ubicada en el muro meridional, es el ejemplo del más exquisito refinamiento del románico tardío palentino, y su ejecución, nos permite diferenciar dos escuelas escultóricas contemporáneas en el edificio. Esta presenta un arco apuntado formado por seis arquivoltas que siguen el estudio geométrico andresino, estando decorada por dientes de sierra y por la representación figurada en una de ellas de la Última Cena. Cristo aparece bendiciendo en la clave y los doce apóstoles repartidos simétricamente por parejas a ambos lados, uno de ellos identificado con la inscripción “BARTOLOME (us), junto a dos personajes laterales. A la izquierda, cabe destacar especialmente la propia representación del escultor tallada en la piedra, junto al libro de modelos que utilizaban los escultores, dejando constancia así de su oficio y de su trabajo, identificable además gracias a la inscripción “MICAELIS ME FECI(t)”.
Todas las figuras se recogen bajo un fondo arquitectónico sobre comunas pareadas de fustes entorchados y diminutos capiteles andresinos, que sigue la relación de otras arquitecturas del románico palentino con posibles derivaciones del apostolado de Carrión de los Condes en el apostolado de Moarves, y en alguna cesta de algún capitel del monasterio de Aguilar de Campoo o Cozuelos, entre otros.
Los capiteles de mayor calidad son los que se ubican en la parte baja de la portada, conformando todos ellos un grupo bien definido de la plástica tardorrománica del norte palentino y burgalés, con rasgos andresinos en lo geométrico y vegetal. En el lado izquierdo podemos ver las siguientes imágenes: una pareja de grifos afrontados; Sansón desquijarando al león y un dragón; un centauro que señala con un arco a un león rampante; tras parejas de grifos, dragones y arpías; la lucha de un infante vestido con cota de malla contra un león. Mientras, en el lado derecho vemos una representación de las tres Marías ante el sepulcro vacío de Cristo; dos capiteles con motivos vegetales; un infante alanceando un dragón; un león atacado por una serpiente y un dragón; una composición en espiral y otro capitel vegetal.
A pesar de las influencias iconográficas, en Revilla de Santullán asistimos a una apropiación de elementos característicos de la plástica cisterciense que son complementados con la exuberancia decorativa propia del románico final, relacionándose con otras portadas de las iglesias de la zona como: Santa Eufemia de Cozuelos, Santa María de Mave, Amayuelas, San Andrés de Aguilar, Villavega, Zorita del Páramo, San Andrés de Aguilar, etc.
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