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Impresiones de una visita al claustro de Palamós

La investigación histórica, para ser sincera y objetiva, se alimenta más de dudas que de certezas. La verdad casi nunca es incontestable, e incluso lo que ahora nos parece una clara evidencia, pasado mañana es errónea interpretación. La Historia, como ciencia que es, siempre debe estar sometida a revisión y tampoco hay que alarmarse ni devaluar opiniones de hoy que mañana se descubran equivocadas, porque así progresa el conocimiento. Y para muestra tenemos los recientes errores sobre los neutrinos, en un caso este donde además tiene mayor peso la aplicación de sistemas tecnológicos que la interpretación personal y subjetiva del científico, como suele ser el caso del historiador.

Con el descubrimiento del claustro de Palamós y su reciente, aunque brevísimo, acceso, se han puesto sobre la mesa una serie de cuestiones entre las que destacan principalmente dos: la autenticidad de estos arcos y sus capiteles y el monasterio de procedencia de esta arquitectura. La resolución de este último enigma depende de una serie de estudios que pasan necesariamente por el seguimiento del viaje de estos arcos y del rastreo de posibles documentos administrativos, expedientes de propiedad o documentos de compra-venta, pero antes que nada pasan por la certificación de su autenticidad, algo que se reclama a los expertos con la mayor urgencia. Pero la cosa no es tan fácil.

 

 

 

Capiteles de la única galería sin arcadas

 

 

 

Falsificaciones históricas

Si preguntamos a cualquier persona que cómo puede diferenciar si una prenda de vestir, un complemento, un reloj o un dispositivo electrónico están fabricados por la marca que ostenta o son imitaciones, cualquiera nos responderá que se puede saber fácilmente por la calidad de los materiales empleados y por su acabado. Entre una imitación burda y un original quizás no sea necesario mucho esfuerzo para ver la diferencia, pero cuando la imitación alcanza cierta calidad, advertir a simple vista tal falsificación empieza a resultar más complicado y la cosa requiere análisis más concienzudos, donde la simple observación visual quizás ya no sea suficiente. Claro, que si compramos un Rolex en un zoco marroquí no nos quedará duda sobre su falsedad, pero si lo compramos en una joyería tampoco tendremos dudas de que éste sí es auténtico, por más que poniendo uno junto a otro seamos incapaces de diferenciarlos a simple vista. Esto, que parece tan obvio, también puede ocurrir en el campo artístico o arqueológico, donde la fabricación de falsificaciones alcanza notable tradición y se remonta a tiempos muy antiguos. Un caso muy significativo es el de la fíbula de Preneste, un imperdible de oro, fechado en el siglo VII a.C., que porta una inscripción que se supone es el primer testimonio escrito en latín; aunque la pieza se considera auténtica, muchos investigadores mantienen que el texto es falso, sin que en esto haya acuerdo unánime tras muchos años de intensos debates. Otro caso, más famoso aún, es el del cráneo de Piltdown, descubierto en 1908 y que, sin mediar mayores análisis ni dudas, se convirtió inmediatamente en el eslabón perdido entre el primate y el hombre, aunque medo siglo después se descubrió que había sido un fraude, uniendo piezas dentarias de orangután y mono con bóveda craneana de hombre. A esta conclusión se llegó tras un detallado estudio de los huesos, que curiosamente antes no se había hecho, así como a otros análisis químicos que determinaron las distintas antigüedades de las piezas. No obstante y aunque no esté claro quién fue el autor del fraude, todos coinciden que tras él hubo una mano experta, llegando algunas opiniones a implicar incluso al sacerdote Teilhard de Chardin, uno de los padres de la paleontología. Mucho más reciente es el caso de las ostracas o cerámicas romanas halladas en Iruña (Álava), donde teóricamente se registraban los primeros textos escritos en euskera, jeroglíficos egipcios y la representación más antigua de Cristo crucificado. Lo que parecía un sorprendente hallazgo, ocurrido en 2006, con el aval de haberse producido en el transcurso de una excavación arqueológica, fue puesto en duda tras meticulosos análisis y estudios, con un informe final encargado por la administración alavesa que los denunciaba como fraude.

 

 

 

 

 

 

 

Presión  mediática

Con estas circunstancias y tales precedentes, ¿qué podemos decir entonces del claustro de Palamós? En primer lugar cabe señalar que Gerardo Boto, a pesar de su juventud, es uno de los mayores especialistas que hay en nuestro país sobre arte románico y sobre claustros y mundo silense en particular y que sus numerosos trabajos avalan la calidad y método de sus investigaciones. Dicho esto hay que tener en cuenta que el “descubrimiento” del claustro se produjo a raíz de las fotografías publicadas en una revista de decoración, sin que entonces la propiedad permitiera a Boto el acceso para un estudio meticuloso. Tampoco la publicación en 2010 de un artículo donde se daba cuenta de la existencia de estas arquerías, con todas las prevenciones posibles sobre su valoración, puesto que se señalaba que el análisis era a partir de fotografías, tuvo relevancia, de modo que siguió sin poderse ver in situ la pieza, ni las autoridades se dieron por enteradas. Hasta que llegó la prensa y entonces todo se magnificó, se desbordó y la parsimonia anterior se convirtió en urgencia. En una semana todo se precipitó, se pudo acceder a la finca, se tomaron cientos de imágenes y miles de fotografías y se pidió entonces a los expertos, al reducido número de expertos que pudo acceder al lugar, en visitas de apenas hora y media, que diera un diagnóstico infalible. Entonces todos, allí mismo, apuntaron con las cámaras y micrófonos a Gerardo Boto, esperando el veredicto, un sí o un no, rotundos, indudables, sin titubeos, sin reservas, porque si las hay la consideración del estudioso baja muchos enteros, sin entender que, como apuntábamos al principio, de la duda surge la hipótesis y de su detenida reflexión nace la construcción de la ciencia. Tras esa urgente demanda, apaciguado el tema y lejos de focos y grabadoras, vendrán las opiniones y aportaciones de unos y otros, los estudios detenidos, y si Boto acertó en esa demanda urgente de respuesta, su valoración se multiplicará, pero si falló, el descrédito podrá amenazar su carrera, sin que para nada cuenten entonces sus múltiples trabajos publicados o su intachable trayectoria. Esta enorme presión pública, que no se hubiera producido si todo hubiese discurrido como acostumbra, por la paciente senda del estudio histórico, no por el vertiginoso camino de la noticia de actualidad, es una crueldad que no se puede consentir y que angustia hasta el más entero de los investigadores.

Si el claustro de Palamós hubiera estado en un monasterio medieval, como el Rolex en su tienda oficial, nadie dudaría de su autenticidad, pero fuera de contexto, por más que muchos elementos apunten a que nos hallamos ante una pieza original, como también se debe hacer con cualquier Rolex fuera de tienda, es necesaria una reserva sobre la primera impresión y tratar de analizar cualquier posible vía, incluso la que pudiera apuntar hacia la obra de un falsificador, de un experto falsario, aunque ahora, para desvelar sus mañas, son necesarios unos estudios mucho más minuciosos, algunos de los cuales escapan incluso a las capacidades de los historiadores del Arte. Imaginemos un caso: si el claustro del monasterio soriano de San Juan de Duero, por su enorme personalidad, hubiera estado en una finca como la de Palamós, seguramente todo el mundo hubiera dicho que se trata de una obra falsa, fruto de la imaginación de un aficionado al arte que mezcla elementos orientales con otros hispanos y que sobre todo incluye formas que rozan lo fantástico. Pero San Juan de Duero está in situ y su originalidad está, por eso mismo, fuera de toda duda.

Yo fui uno de los afortunados que el pasado 8 de junio pude entrar en Mas del Vent y, fotografiar arcos y capiteles, dovelas y detalles, tratando de llevar para casa la mayor información posible, aun a riesgo de que trabajando con las fotografías asaltarían dudas que sólo en el lugar, con suerte, se podrían responder. Más que ver y analizar, tratamos de capturar información, aunque parte de ella es imposible arrancarla de las piedras. Gerardo Boto fue asediado inmediatamente por los reporteros y apenas si tuvo tiempo para echar más que un vistazo a unas arquitecturas y esculturas que requieren horas y horas de visión directa.

 

 

 

 

 

 

Matices del claustro de Palamós

Si a mí me piden un sí o un no taxativo, sin matices, sin precisiones, también diría que el claustro es auténtico, pero el matiz es necesario y la duda no sólo razonable, sino obligada, porque es el mejor y más honesto método de trabajo. Entre las arquerías de Palamós hay elementos que apuntan a su autenticidad, como es que la iconografía engrana con otras ya conocidas, especialmente con el claustro de Silos, aunque también con otros lugares. En principio, y tras un simple vistazo, no hay motivos iconográficos sospechosos acerca de su datación románica, lo cual no quita para que tras una detenidísima revisión no puedan ir identificándose “rarezas”. Hay detalles constructivos que no son nuevos, sino que remiten a obras como San Juan de la Peña, aunque es cierto que una de las primeras cosas que llama la atención son las dimensiones, especialmente de los arcos y de los capiteles, aunque tampoco podemos decir que fueran sorprendentes. La erosión nos pone de manifiesto una exposición a la intemperie muy larga, en principio mucho mayor que los ochenta años que están documentados entre Madrid y Palamós. La clara identificación de algunas piedras nuevas, especialmente los sillares de los esquinales, ciertas dovelas y enjutas de los arcos –incluyendo algunas de sus minúsculas columnillas−, casi todos los fustes o especialmente el castillo que aparece en el centro de una de las galerías, parecen avalar igualmente, por contraste, la originalidad del resto, más aún cuando a un lado se disponen algunas dovelas más, fragmentarias, muy deterioradas, que fueron desechadas en la actual reconstrucción. Es cierto que uno de los elementos que esperábamos encontrar, las marcas del instrumental de trabajo, muy característico en época románica, no se vieron por ninguna parte, porque por un lado la presumible erosión y, por otro, el apomazado de las piezas nuevas lo unificaba todo, aunque hemos visto muchos templos donde también estas huellas se han perdido por el paso del tiempo. Por otro lado, la extraña presencia en esas dovelas desechadas de unos canalillos en las juntas de los arcos y cierta numeración incisa, elementos ambos ajenos a la época románica, de datación posterior, eran fácilmente explicables por el hecho de que el claustro había sido desmontado y remontado al menos en dos ocasiones. Con tales datos la autenticidad podía parecer más o menos clara, pero siempre hay que dejar abierta y tratar de resolver la más mínima duda y, en consecuencia, plantear la posibilidad de una falsificación.

 

 

 

Si el claustro de Palamós fuese falso desde luego estaría hecho por uno de los  mayores expertos en el conocimiento del románico español y por un escultor extremadamente hábil en la interpretación de las formas originales. Aquí coinciden fórmulas arquitectónicas o iconográficas que van de Huesca a  Salamanca, del entorno de Aguilar de Campoo a Santo Domingo de Silos, cuyo claustro está representado ampliamente y, lo que es más llamativo a través de sus dos distintos talleres. La obra, de apostar por su falsedad, se tuvo que hacer antes de 1950, cuando ya se conservan imágenes de la estancia de este claustro en Madrid, incluso con huellas de desgasta evidentes. El conocimiento que había en aquellos tiempos de nuestro románico no era precisamente muy enciclopédico, de modo que, de ser falso, habría que pensar que en el fraude estaría implicado alguno de los grandes nombres del momento, que no eran muchos, pero que eran y son respetadísimos. Por otro lado, el presunto falsificador tuvo que hacer una notable labor de envejecimiento de las piezas, con roturas y erosiones muy medidas para conseguir la proverbial longevidad que debía tener la galería. En definitiva, de apostar por la versión fraudulenta del caso, estaríamos ante un equipo experimentadísimo, perversamente habilidoso, con una maña para el engaño digna de admiración. Admirable, pero también posible, porque el precio pagado por el claustro no era cifra menor para la época.

 

 

Parte del claustro afectada por el fuego



Podemos seguir hablando y discutiendo, imaginando o sugiriendo, pero lo que es absolutamente necesario es trabajar con seriedad, y esto supone tiempo, dinero y laboriosidad y todo este proceso dejará de ser noticia. Es necesario un concienzudo análisis estilístico, tratar de encontrar el hipotético monasterio que lo creó, pero sería igualmente necesario, si se quiere desterrar todo tipo de dudas, hacer análisis petrológicos para ver la cantera o canteras de donde proceden arquitecturas y capiteles –lo que, en caso de autenticidad, también acotaría ostensiblemente el área de origen de la pieza−, o habría que analizar las pátinas de esos capiteles para desentrañar la posible presencia de elementos antiguos o modernos. Así se dilucidan las dudas, lo demás son especulaciones que dan bandazos hacia un lado y otro, que no aportan nada al conocimiento y devalúan la investigación histórica.

 

 

 

 

 

Artículo de Jaime Nuño, director del Centro de Estudios del Románico de la Fundación Santa María la Real
IMÁGENES: Detalles del claustro hallado en Palamós. Foto: Archivo FSMLReal / Jaime Nuño González