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Epitafio de Sisebuto de 931

Identificador
24000_0040
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 36' 0.84'' , -5º 34' 4.47''
Idioma
Autor
Sin información
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Palacio de doña Berenguela

Localidad
León
Municipio
León
Provincia
León
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
EN EL CORAZÓN DEL LEÓN MEDIEVAL, junto a la catedral de Santa María, entre la calle de Pablo Flórez y la plaza de San Pelayo se esconde, dentro del patio del colegio de la Institución Teresiana, el único vestigio conservado de arquitectura palaciega de época románica en la provincia de León. Se trata de un torreón llamado tradicionalmente “de doña Berenguela” y que en algunos estudios se afirma perteneciente al palacio imperial mandado construir por Alfonso VII. Esta atribución de los restos conservados como parte del citado palacio nos parece ciertamente arriesgada a tenor de la documentación de la que disponemos y ha sido rebatida por la mayoría de los estudiosos que se han ocupado del monumento. Coronado como rey de León en 1126, Alfonso VII se unió a doña Berenguela, hija del conde de Barcelona Ramón Berenguer III, dos años después. En 1134 fue coronado en la catedral de Santa María como Emperador. El 24 de junio de 1144 se celebró en León el políticamente rentable matrimonio de la infanta doña Urraca, hija bastarda del emperador, con el rey García de Navarra. Este acontecimiento aparece reflejado en la Chronica Adefonsi Imperatoris, que nos proporciona algunos datos históricos relevantes para la localización del palacio imperial. En primer lugar, afirma la Chronica que el día de las nupcias, la infanta Urraca, acompañada de la hermana del Emperador doña Sancha y de su cortejo de caballeros y nobles, “entró en León por la puerta Cauriense”, localizada por Claudio Sánchez Albornoz al final de la actual calle Ancha, junto al Palacio Provincial. Añade después la Chronica que la infanta doña Sancha “dispuso el tálamo nupcial en los palacios reales, que están en San Pelayo”. La localización del palacio de Alfonso VII se precisa en el texto de Lucas de Tuy recogido por Risco, en el que doña Sancha dona al monasterio de San Isidoro de León su palacio “que era pegado con la Iglesia de San Isidro”. En 1197 se celebró la boda de doña Berenguela, hija mayor de Alfonso VIII, con Alfonso IX, decidiéndose en ese momento la construcción de un nuevo palacio, que parece ser luego se incendió. Entre 1296-1300, el infante don Juan, rey de León, decidió arreglar y ampliar para sí el Palacio Imperial. Este palacio debía situarse en la zona inmediata a San Isidoro, aproximadamente en el solar del antiguo edificio de Juzgados, área de la capital donde se aglutinaban numerosas propiedades del Infantado y que constituía uno de los núcleos edilicios principales junto al entorno de Palat del Rey y la propia seo. Por lo que se refiere a la zona en la que se ubican los restos objeto aquí de estudio, conocemos, gracias a los estudios de Represa, Fernández Flórez y Estepa, la importante concentración de propiedades monásticas y del cabildo. Los restos palaciegos se integraban en el barrio de Santa Marina, entre el denominado Corral de San Adrián, las Casas de la Obra de la Catedral y posesiones del monasterio de Gradefes, en un sector eminentemente dominado por la Iglesia de León y su cabildo. Del rastreo de noticias documentales sobre palacios en este rincón del León medieval no se desprende noticia alguna que nos informe claramente sobre el propietario inicial y finalidad de los restos conservados, aunque lógicamente podamos aventurar su posible relación con el Infantado, la alta aristocracia o incluso la nobleza eclesiástica relacionada con el cabildo. Sorprendentemente inédita, el hallazgo de una lápida, exhumada durante las mal documentadas obras de los años 70 del siglo XX en el ángulo formado por el palacio y el colegio de las Teresianas, contiene un interesante epitafio altomedieval, que añade una nueva perspectiva a la ocupación de la zona. La inscripción fue labrada en un fragmento de cornisa romana, bloque calizo de 63 cm de longitud máxima, 43 cm de anchura y 8 cm de grosor, reutilizado con anterioridad a grabarse el texto (quizá como escalón), como demuestra el desgaste de la pieza y sobre el que posteriormente se grabó un alquerque. La erosión y las fracturas impiden una lectura clara de la totalidad del texto, distribuido en 12 líneas y aunque no es éste el lugar de entrar en un más pormenorizado análisis de la inscripción, de la provisional transcripción de la misma se desprende la identificación del allí enterrado con un monje llamado Sisebuto, discípulo del famoso Cixila, abad fundador del monasterio de San Cosme y San Damián de Abellar y esporádicamente obispo de León, uno de los más destacados personajes del turbulento inicio del reinado de Ramiro II y luminaria de la intelectualidad del joven reino leonés. La datación del epitafio no deja lugar a dudas y se refiere a la era de 969 (año 931), uno de los más agitados y polémicos de todo el siglo X en León, que vio el enfrentamiento entre Alfonso IV y Ramiro II, hasta la coronación de este último el 6 de noviembre. Volviendo a la estructura arquitectónica conservada, y según Fernández Flórez, ésta aparece entre las propiedades del cabildo hacia 1490-1496 (cód. 51 del ACL), dentro de las denominadas “casas del Trasgo”, cuyas tres viviendas agrupaban a mediados del siglo XV a cinco inquilinos, apareciendo vacías a fines de dicha centuria. Quizá pasasen entonces a formar parte de la casa de los Villapérez, cuya iglesia y residencia se sitúan en la plazuela que porta hoy aún su nombre. En el siglo XVI debió acoger el Tribunal de la Santa Inquisición, pasando desde 1901 a ser colegio de los Agustinos Ermitaños, quienes “hicieron alguna reforma y añadieron, incluso, un pabellón, respetando cuanto de arte tenía la casa o “Conventín”, principalmente en su fachada a la calle Pablo Flórez, en su parte Norte cerca del Corral de Villapérez” (Estrada, 1996, p. 2). Los PP. Agustinos mantuvieron el colegio de Nuestra Madre del Buen Consejo en esta ubicación hasta el curso 1925-1926. En octubre de 1979 y hasta junio del año siguiente se acometieron las obras de consolidación y restauración de las ruinas, a cargo del arquitecto Eduardo González Mercadé y la Dirección General de Bellas Artes (Archivo General de la Administración, Alcalá de Henares, sig. 26/1059). Desafortunadamente, esta intervención no dejó rastro documental alguno de las estructuras o vestigios hallados en el entorno del monumento. Se presentan los restos conservados como una construcción de planta cuadrada, irregular y en dos pisos. Sus gruesos muros, que superan 1,10 m de grosor, se levantan en la mampostería típica leonesa con paramentos de hileras de cantos rodados bien alineados embutidos en abundante argamasa, al estilo por ejemplo de las reformas de la época en la cerca. Únicamente se emplea la sillería arenisca como refuerzo de ángulos y en los encintados y ornamentación de los vanos. En altura se mantienen dos pisos, el inferior hoy con cubierta de cielo raso de hormigón forrado con madera, que sustituye al hipotético piso de madera original. La planta superior quedó sin cubierta tras la restauración de 1979. Ambos pisos se comunicaban mediante una escalera de caracol cuyo acceso desde el piso bajo fue condenado en esta reciente intervención. El estudio de los paramentos externos del torreón nos proporciona algunos datos para intentar acercarnos al aspecto original del conjunto. Nos encontramos en una primera aproximación con que tres de las cuatro caras del cuadrilátero (la oriental, norte y occidental) se configuran como fachadas, siendo la que mira al este la que presenta una mayor entidad. En ella, la división en dos pisos no aparece marcada sino por los distintos niveles de vanos. En el piso inferior se abren dos saeteras enmarcadas por arcos doblados de medio punto y molduras de nacela bajo los salmeres. En el piso superior se abre una portada de arco ligeramente apuntado moldurado con bocel y una arquivolta moldurada con baquetón y dos medias cañas que apean en cimacios decorados con un pequeño bocel y medias cañas y jambas en codillo con aristas igualmente aboceladas. El conjunto de la portada aparece enmarcada por una moldura de toro entre medias cañas, en cuya parte baja, que corresponde al umbral del vano, es patente la inclusión de sillares modernos. Flanquean esta portada dos estrechas ventanas simétricas, con arcos de medio punto con bocel, protegidos por chambrana de nacela. Los cimacios se decoran con dos medias cañas, excepto uno que presenta decoración geométrica de entrelazos. Reposan los arcos de estas ventanas en columnas acodilladas con capiteles vegetales de estilizadas cestas decoradas con una y dos filas de crochets y entrelazos vegetales, que a Gómez-Moreno le recordaban a los del exterior del cimborrio de la catedral de Salamanca. Las basas de estas columnillas tienen perfil ático de toro inferior más desarrollado, con lengüetas o garras muy erosionadas que apoyan en altos plintos decorados con arquillos ciegos. Completan la ornamentación de estas ventanas -única decoración escultórica de lo conservado- la roseta y la cruz inscritas en círculos que aparecen labradas sobre las enjutas. Las marcas de labra a hacha que presentan los sillares, a excepción de los modernos incluidos en el umbral d e la portada, nos confirman la cronología románica de lo hasta aquí descrito. En el piso superior de la fachada septentrional se abre otra portada similar a la ya vista, con inclusión de sillares modernos con marcas de bujarda en la parte baja del marco que la rodea. En las dovelas de la arquivolta de esta portada son patentes marcas de incendio. Una pequeña ventana de medio punto se abrió con posterioridad a la izquierda de este vano. Su cronología posterior al románico viene confirmada por las marcas de trinchante que presentan los sillares de su encintado. La fachada occidental, por su parte, se articula con una portada de arco y arquivolta apuntados protegidos por chambrana moldurada con junquillo, la misma molduración que los cimacios. Pese al apuntamiento de esta portada, las marcas de labra a hacha nos confirman una misma cronología románica para este vano. Su espartano aspecto parece indicarnos que se trataba de un acceso secundario, probablemente dando salida a la parte trasera de la estructura del palacio, que estaría ocupada por huertas o jardines. Sobre la portada y en el piso superior se abre una pareja de pequeñas ventanas de medio punto y marcas de trinchante, en todo similares a la vista en la fachada nort e. En las fotografías anteriores a la restauración que acompañan la memoria -AGA, Alcalá de Henares, sig. 26/1059- se observan estos dos vanos, transformado el más meridional en vano adintelado. La intervención le devolvió al exterior su presumible aspecto original. Mayor complicación manifiesta el muro meridional del torreón, único que no presenta disposición de fachada y que confirma que los restos conservados no son sino part e de la estructura original. Destaca, en el ángulo suroeste, la estructura cuadrada y saliente que acoge la escalera de caracol de comunicación entre los dos pisos. En ella se abrió posteriormente una tosca saetera-tronera con encintado reforzado por sillares de clara finalidad defensiva. Junto a la estructura de escalera aparece el arranque de un pasillo, abovedado con cañón apuntado, que comunicaría la parte conservada con el resto de dependencias del palacio. A la altura del arranque de la bóveda se aprecian dos líneas de sillares, parte de una ventana abocinada que daría luz a este pasillo y cuya parte exterior coincide con una línea vertical de sillares incrustados en la mampostería. A su derecha se abre otro vano no románico de medio punto y del mismo tipo de los vistos anteriormente. Pese a la dificultad que las sucesivas reformas y la moderna restauración añaden a la lectura de este paramento, parece claro que desde la parte conservada y hacia el sur continuaría la estructura palaciega, cuya disposición sólo una excavación podría determinar. En la citada memoria de la restauración se dice que “dado el especial tratamiento del inmueble, con tratamiento de fachada en sus cuatro caras, parece deducirse que debía ocupar un lugar central en un recinto posiblemente fortificado que lo circundase; de este recinto no se conserva ningún resto posiblemente como consecuencia de las sucesivas alteraciones del trazado urbano de León”. Sin embargo, más adelante sí recoge cómo en el alzado sur “se manifiesta una gran abertura con arco apuntado a nivel de la primera planta, que posiblemente estableciese comunicación con otras dependencias hoy inexistentes”. Del rastreo de datos históricos y el análisis arriba efectuado se deduce pues el carácter palaciego de la estructura, sin que resulte realmente fiable determinar un propietario concreto. Estilísticamente los restos arquitectónicos y decorativos nos llevan a un estilo avanzado dentro del siglo XII, relacionable con obras leonesas del momento, por ejemplo y en la misma capital, Santa María del Mercado.