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Pintura en una enjuta del lado norte de la cabecera. Jinete con un escudo y estandarte

Identificador
49800_01_298
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 30' 29.11'' , -5º 23' 25.56''
Idioma
Autor
Pedro Luis Huerta Huerta
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Ermita de Nuestra Señora de la Vega

Localidad
Toro
Provincia
Zamora
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
LA ERMITA DE NUESTRA SEÑORA DE LA VEGA, también conocida como del Cristo de las Batallas, esta situada en las proximidades del río Duero, a poco más de 1 km al sur del pueblo. Como se puede comprobar en el apartado bibliográfico han sido muchos los autores que se han referido a ella, desde el decimonónico Gómez de la Torre, pasando por los clásicos trabajos de Gómez-Moreno, Navarro Talegón, Valdés Fernández y Tejedor Micó, sin olvidar el amplio y documentado estudio de Olga Pérez Monzón. Aunque el templo actual fue construido a comienzos del siglo XIII, hay indicios documentales que sugieren la existencia de una fábrica edilicia mucho anterior. Así, en junio de 1140 la infanta doña Sancha, hermana de Alfonso VII, entregó a la Orden de San Juan de Jerusalén el monasterio de Santa María de Wamba (Valladolid) con todas sus propiedades, entre las que figuraba Santa María de Toro. El 5 de marzo del año siguiente la propia infanta confirmó a la misma orden la posesión de Sanctam Mariam de Tauro, que erat de honore Sancti Cipriani, et est sitam super ripam Dorii. Esta cita probaría la existencia de una primitiva construcción, probablemente prerrománica, puesta bajo la advocación de San Cebrián que pudo formar parte, según Pérez Monzón, de un antiguo núcleo de población que acabaría desapareciendo o de un pequeño conjunto monástico de época de repoblación. Con el paso del tiempo se levantó sobre el mismo solar un edificio románico que ya estaba construido en la primera mitad del siglo XII y que sería al que se refieren estas fuentes. Pronto comenzaron las donaciones de particulares a la orden y se fue conformando una encomienda que ya debía estar constituida antes de 1184 pues en una donación hecha en enero de ese año aparece un tal Lope Diaz, comendador de Sancta Maria de la Vega. No sorprende por lo tanto que con la configuración de este creciente patrimonio se acometiera poco tiempo después la construcción de un nuevo edificio con sus dependencias anejas. En junio de 1208 se estableció un acuerdo entre Martín I, obispo de Zamora, y Munio Sancii, comendador mayor de la Orden de San Juan de Jerusalén en el Reino de León, para que no hubiera dudas sobre la consagración de la iglesia de Santa María que sita est in uega de Tauro iuxta Dorium . El compromiso hacía referencia igualmente al reparto de diezmos que habría de tener lugar si el templo tuviera algún día parroquianos y al reconocimiento de su pertenencia a la diócesis zamorana. Esta fecha marca pues la construcción del templo actual al que se unirían las dependencias claustrales que acogían a la comunidad de freires. El conjunto gozó en siglos posteriores de gran predicamento como se pone de manifiesto en algunos acontecimientos que se desarrollaron en su entorno. Según Quadrado aparece mencionada varias veces en el cerco que Pedro I puso a la ciudad de Toro. En 1354 fue escenario de la firma de un privilegio otorgado por el rey a su hermanastro, el infante don Tello, y en 1355 del enfrentamiento armado con Enrique de Trastámara. Ese mismo año confirmó allí la entrega de varias posesiones a su hermano don Fadrique y se entrevistó con el legado pontificio que hacía de mediador en la contienda civil. En el siglo XV fue su benefactor don Rodrigo de Ulloa, contador de los Reyes Católicos, que obtuvo el patronato del templo. Este privilegio fue heredado por sus sucesores, los marqueses de Mota. A finales del siglo XVI se produjo un incendio que ocasionó graves desperfectos en el templo y en el claustro . Los apeos y visitas del siglo XVII recogen el mal estado en que se encontraban las construcciones anejas que ya habían quedado fuera de uso por lo que se desestimó su reparación. El abandono del conjunto continuó y a finales del siglo XVIII ya sólo quedaba en pie la ermita con algún que otro vestigio del viejo claustro. El pro g resivo debilitamiento de la encomienda favoreció su posterior incorporación a la bailía del Santo Sepulcro de Toro y tras la desamortización de 1835 su definitiva anexión a San Julián de los Caballeros. La ermita de Nuestra Señora de la Vega es una construcción realizada íntegramente en ladrillo que consta de una sola nave y un ábside semicircular precedido de amplio tramo recto. En el exterior sus muros se decoran con un orden de arcos ciegos doblados, algunos de medio punto y otros con un tímido apuntamiento. Sobre ellos se extiende la habitual decoración a base de frisos de sardineles, esquinillas y ladrillos recortados en nacela que dan paso al alero. Los muros aparecen perforados por varias aspilleras -tres en el ábside y dos en la nave- y por tres portadas. La que se abre en el muro occidental es consecuencia de una reconstrucción moderna mientras que las dispuestas en los costados meridional y septentrional de la nave son originales aunque también están restauradas. Éstas interrumpen a la mitad de altura el trazado de dos de los arcos que articulan el muro y se componen de un arco de ingreso apuntado y dos arquivoltas que descansan sobre una línea de imposta formada por ladrillos cortados en nacela. Por encima de ella corren dos frisos de sardineles y uno de esquinillas. En todo el lado sur se hace patente la distinta tonalidad del ladrillo que debe corresponder con aquellas partes que fueron restauradas tras la desaparición de los restos pertenecientes a las antiguas dependencias conventuales, cuya existencia queda sobradamente documentada en la obra de Pérez Monzón, o a otras más modernas que sustituyeron a aquéllas. En el lado norte se levanta una espadaña moderna a la que se accede por una antigua escalera embutida en el muro y cubierta con cañones apuntados y escalonados que en origen comunicaría -según Navarro Talegón- con la espadaña primitiva que se ubicaba sobre la línea del arco triunfal. Pérez Monzón sugiere por su parte la existencia de una torre que fue sustituida entre la segunda mitad del siglo XVII y el primer tercio del XVIII por la espadaña actual. En el interior, los muros se articulan de la misma forma que en el exterior, salvo en el ábside que se decora con dos niveles de arquerías separadas por frisos de esquinillas. La nave se cubre con una moderna techumbre de madera que en opinión de Navarro Talegón sustituyó a un artesonado de par y nudillo de finales del siglo XV, mientras que la capilla mayor lo hace con bóvedas de horno y de cañón apuntado decoradas con pinturas murales hispanoflamencas. Separando la nave de la cabecera se abre un esbelto arco triunfal con amplios espacios a sus lados -como en la iglesia de San Pedro del Olmo- que en origen pudieron servir para la colocación de retablos. En el presbiterio se conserva un conjunto de pinturas murales de la segunda mitad del siglo XIII en las que se desarrolla un interesante ciclo caballeresco de complicada interpretación. En uno de los arcos del lado norte se representa a un rey empuñando una espada, bajo él la lucha de dos personajes con escudo y espada y en el registro inferior un tondo con una cruz patada posiblemente relacionada con el emblema de los hospitalarios. En el arco contiguo aparece de nuevo una escena bélica protagonizada por dos soldados provistos de espada uno y tensando la ballesta otro. La parte inferior la ocupa un rey sentado y tocando un instrumento musical. La enjuta de ambos arcos la ocupa la figura de un jinete que porta un escudo de tipo cometa o normando y un estandarte. En uno de los arcos del muro sur se representa a un caballero, una escena ilegible y un medallón similar al del otro lado sujetado en este caso por dos personajes. En el otro arco sólo quedan los restos de una escena con cuatro soldados de tez oscura, probablemente musulmanes, que portan espadas. En la enjuta figura otro jinete con escudo y estandarte sobre un caballo bellamente enjaezado. Luis Grau ha relacionado alguna de estas escenas con pasajes de la vida de David y Salomón.
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