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Vista general del interior

Identificador
31390_01_005
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
Sin información
Idioma
Autor
Carlos Martínez Álava
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de San Pedro

Localidad
Olite
Municipio
Olite
Provincia
Navarra
Comunidad
Navarra
País
España
Descripción
LA SILUETA DE SAN PEDRO, con la estilizada aguja gótica de su torre, está íntimamente ligada al pintoresco perfil de la ciudad. Su fachada occidental se abre a la plaza del Fosal, en el extremo meridional de la ciudad. Como veremos, la portada es el elemento más antiguo que el templo conserva. En el siglo XVIII el edificio se amplió hacia el Este, a partir de los arcos de embocadura de los ábsides. En consecuencia desaparecieron el presbiterio y las capillas laterales románicas. El conjunto de iglesia, claustro gótico y torre con chapitel han sido objeto de varias restauraciones promovidas por la Institución Príncipe de Viana. La primera data de los años 40 del pasado siglo; se limpiaron los muros interiores de las naves medievales y se consolidaron las bóvedas. En los 90 se derribaron algunos elementos adosados a la portada sur y se rehicieron las cubiertas, consiguiéndose que los vanos de la nave se abrieran a la luz natural. El equilibrio tectónico de la torre, de cuerpo románico y chapitel gótico, parece un problema de difícil resolución. En la actualidad está apuntalada por el interior y reforzada por el exterior, a la espera de una necesaria intervención. A pesar de la presencia en la documentación de al menos un templo anterior, San Pedro es la más antigua de las iglesias conservadas en la ciudad. La primera cita documental conocida de la iglesia con su advocación a San Pedro es muy tardía: se fecha en 1243. Todavía en el año 1300 se concedieron indulgencias, renovadas en 1333, “a los que con sus propias manos ayuden a la nueva fábrica”. Hasta el siglo XVI fue la única parroquia de Olite; los demás templos se consideraban filiales suyos. Dependió del Monasterio de Montearagón hasta 1574, momento en el que pasa a engrosar el patrimonio del obispo de Barbastro. En el presente capítulo nos vamos a centrar en los elementos románicos que ha conservado hasta hoy la iglesia de San Pedro. La pérdida de la cabecera, habitualmente el primer elemento construido, nos hurta buena parte de las peculiaridades estilísticas y decorativas que en origen definieron el templo. La monumentalidad y calidad de la portada nos pueden aproximar al empeño artístico que debió de caracterizar a la cabecera. En cuanto a los capiteles interiores, sólo analizaremos los más próximos a la obra del presbiterio. También nos detendremos en el análisis de la monumental torre adosada al muro sur. De la planta que actualmente dibuja el edificio, algo más de la mitad occidental se corresponde con las naves y el crucero de la iglesia medieval, erigida, a su vez, al menos en dos fases claramente diferenciadas. La más antigua, de características tardorrománicas, se observa principalmente en la embocadura de las antiguas capillas (pilares más orientales con semicolumnas adosadas), el crucero y el primer tramo de las naves; también en el hastial occidental, unos grados fuera de la perpendicular del templo, con la portada monumental. Otra portada de menor aparato y desarrollo se abre al tramo occidental del muro sur. En el ángulo que forman sacristía y nave del Evangelio se sitúa el claustro gótico; por el otro lado, sobre el hastial de crucero sur, el cubo de la “torre alta”. La iglesia medieval era, por tanto, de dimensiones modestas, llamando la atención los algo menos de 18 m que mide el eje mayor del templo, desde el interior de la portada hasta embocadura de la capilla mayor. El transepto, lo mismo que la anchura de las tres naves, se aproxima a los 20 m, mientras que la nave central supera los 7. Consecuentemente la anchura del presbiterio debía de estar en torno a los 6,5 m, por 4,5 para las capillas laterales. Dimensiones y planimetría parecidas se pueden observar, por ejemplo, en Santa María la Real de Sangüesa. ¿Podemos reconstruir las características de la primitiva cabecera? Lamentablemente son pocos los datos concretos, más allá de inercias estilísticas o hipótesis más o menos fundamentadas. Es más, su vinculación directa a la muralla que defendía el frente oriental de la ciudad individualiza más su posible definición interna y externa, determinada aquí no sólo por cuestiones estilísticas sino también prácticas. Según se apuntó durante la última restauración, no se encontraron restos de la cimentación románica bajo el pavimento de la iglesia. Su ausencia, en último término, se justificaría por el desplazamiento de la cimentación de la nueva cabecera hacia el Este. Allí se trasladarían todos los materiales antiguos. De hecho, por el exterior de la obra barroca la abundante presencia de sillares medievales queda delatada por las marcas de cantería. El único paramento conservado de las capillas románicas es el correspondiente al muro sur de la meridional. Junto a él se construyó en el siglo XVI la capilla del Santo Cristo, cuya puerta de acceso acoge. Sobre ella también conserva un arco de medio punto de fina molduración baquetonada, así como una columnilla acodillada; ambos elementos debían de servir de descarga y apeo, bien para una bóveda de arcos cruzados, bien para una de arista. Tanto al interior de la capilla del Santo Cristo como al exterior de la iglesia, el encuentro de los muros “antiguos” y “modernos” descubre ciertas anomalías que parecen señalar el inicio de la curvatura de un tambor semicircular que terminaría por cerrar el ábside meridional hacia el Este. Por el interior queda una especie de pilastra que se justifica sólo si primitivamente formaba parte de un hastial recto, o servía de inicio por dentro del propio semicilindro absidal. Como es tradicional, éste sería de diámetro algo menor que la anchura del anteábside. No obstante, el hueco de la puerta de la capilla del Santo Cristo, diagonal al muro para permitir una mayor amplitud del vano, se justificaría sólo para un ábside cuadrado. Pocos indicios para varias soluciones posibles. Habrá que esperar a nuevos hallazgos o a interpretaciones más perspicaces. Ni el antiguo presbiterio, ni el ábside norte han conservado columnillas en los codillos internos de sus pilares; por el lado norte las han perdido, mientras que el soporte del presbiterio no añade codillo para la columna, por lo que podemos suponer que su cubierta sería de cañón. Al crucero, las tres capillas absidales reproducen con sus respectivos arcos de embocadura las dimensiones de las naves correspondientes. Las laterales presentan un sencillo arco apuntado doblado, de sección rectangular, que apea sobre semicolumnas pareadas, mientras que la dobladura continúa por la arista de una de la cara del pilar. El arco de ingreso de la desaparecida capilla mayor es de medio punto y apea también sobre columnas pareadas. Sobre las capillas laterales, se abre un óculo a cada lado, de composición finamente moldurada, con puntas de diamante en el anillo exterior, seguido por un sencillo baquetón y un tercer aro achaflanado que remata con una rosca interior de lóbulos muy profundos. Los demás vanos del templo son ya góticos. Los más antiguos se encuentran en el crucero. Destaca el del hastial norte, con perfil de medio punto y un tetralóbulo inscrito como sencilla tracería. En conclusión, hasta donde podemos saber, la cabecera de San Pedro estaba formada por tres ábsides escalonados que se abrían a un crucero no marcado en planta. Las laterales tenían un anteábside cuadrado, cubierto probablemente mediante bóveda de arcos cruzados, que quizás se completara a oriente con un semicilindro de cierre. Nada podemos decir del ábside central, más que su cubierta prevista inicialmente debió de ser de cañón apuntado. Los numerosos sillares prismáticos medievales reutilizados en el cierre oriental barroco se justificarían más fácilmente si, al menos, su cierre exterior fuera recto, alineándose con la muralla y el papel defensivo inicial del templo. No obstante, esta configuración sería inédita en Navarra. Todos los soportes, tanto del crucero como de las naves, llevan sobre su núcleo cruciforme dobles semicolumnas adosadas a sus frentes, y columnillas en los codillos. Su diseño preveía ya el apeo de bóvedas de arcos cruzados. Como ilustran algunos capítulos de esta obra, esta configuración de soportes y cerramientos es característica de numerosos edificios navarros que estilísticamente se sitúan ya a las puertas del gótico clásico, de Fitero a La Oliva, de la catedral de Tudela a Irache. Veamos con detalle los elementos decorativos que los ornamentan. Dado que la evolución de las obras va, como es habitual, de Este a Oeste, los más antiguos son los de las embocaduras de las antiguas capillas, después los del crucero y finalmente los del primer tramo de las naves. Reproducen un repertorio muy reducido de motivos. Como denominador común, las copas, tanto de los dobles como de los acodillados, acogen hojas lisas hendidas que nacen del collarino y doblan sus picos formando volutas bajo las esquinas superiores. Las volutas son lo más variado en su configuración, diversificando lises, piñas, capullos y hojas. En los más ornamentales, en los torales de la nave mayor, las hojas angulares aparecen festoneadas. En los centros de los capiteles dobles se observan ligeras variaciones: en unos se añade en un segundo plano otra hoja en forma de lanceta que asoma su pico; otros añaden hojas de ápice obtuso; los menos quedan lisos. En la embocadura de las dos capillas extremas se añaden hojas pinnadas verticales de tallo largo, por el Sur, casi helechos, por el Norte, en ambos casos de fisonomía también ruda y esquemática. Los capiteles del último tramo de las naves son ya plenamente góticos. La configuración de plintos y basas también varía de unos soportes a otros. Las basas son relativamente planas, con semitoro, nacela y toro. Todos los pilares muestran arquillos y garras en los ángulos del plinto. A pesar de que se articulan siempre mediante una base octogonal, también los plintos tienden a variar conforme avanza la obra hacia el Oeste: los más orientales presentan plinto cruciforme de arista baquetonada, los intermedios ángulo superior achaflanado y decorado con dientes de sierra, y finalmente, los más occidentales vuelven a la arista baquetonada. Perfectamente integrada en el conjunto descrito y planeada junto a la cabecera, se construyó una imponente torre, adosada al crucero sur. Se accede a ella por un arco doblado de notable apuntamiento que, como los de los ábsides, apea sobre pilares con semicolumnas pareadas. El nivel de la iglesia conforma una capilla prismática cubierta con bóveda de arcos cruzados. Los capiteles y las basas siguen los tipos y modelos descritos. Se dedicó, como capilla, a la Virgen del Campanal, decorándose con bellas pinturas murales, trasladadas en los años 40 del pasado siglo al Museo de Navarra. Sobre él se suceden otros cuatro pisos de forjados planos: el primero dispuso de ménsulas acodilladas y probablemente embutidas con posterioridad, para una bóveda de crucería que no se construyó; el segundo conserva una puerta que va a dar a las partes altas de la iglesia; el tercero acoge dobles vanos de perfil semicircular; el último de nuevo dobles vanos de medio punto y luz más reducida. Todos los huecos fueron cegados para contrarrestar el empuje de la aguja gótica. Desde el punto de vista decorativo, destacan las ménsulas del primer piso, con copas de crochets ya góticos sobre cabezas humanas, en una composición que recuerda a las conservadas en el hastial de San Martín de Unx. Por el exterior los vanos cegados del tercer piso conservan también decoraciones vegetales esquemáticas, relacionables con los vanos más antiguos del interior. De todo lo descrito, nada es comparable a los repertorios y calidad plástica que van a definir jambas y arquivoltas de la portada occidental. Su belleza y monumentalidad aumentan la frustración de no haber conservado algún detalle o elemento decorativo de la cabecera románica. Forma parte de una realidad artística compleja que manifiesta en su organización todas las etapas y transformaciones que conformaron el templo medieval. Siguiendo la lógica constructiva románica tantas veces señalada, la portada se debió de comenzar a la vez que la desaparecida cabecera. No obstante sus características no coinciden con los repertorios observados en los capiteles de los arcos de embocadura de los ábsides desaparecidos. Alguno de ellos debió iniciarse antes, con una definición estilística diferente, más vinculada a los usos del segundo tercio del siglo XII que a los hasta ahora descritos. Como es habitual, la portada monumental se integra en un paramento adelantado de notable profundidad. Hoy lo vemos alineado a los muros laterales, pero inicialmente se erigió con los laterales retranqueados. Si observamos el zócalo sobre el que se asienta, aproximadamente a un metro del inicio del jambaje se aprecian sendas discontinuidades verticales en las hiladas que encuadran el paramento. Estas líneas no alcanzan el posterior remate del primer nivel de la fachada, sino que se diluyen a la altura de los riñones de arco de la puerta. Hasta ahí llegó la obra durante la primera fase constructiva. Ahí quedó la fachada detenida durante años, hasta que, modificado completamente el plan inicial, el edificio se terminó durante el siglo XIV. Como sucede en los hastiales occidentales de Tudela, Iranzu y Santiago de Sangüesa, una escalera conservada a la derecha del paramento comunicaba su parte alta con el interior de la iglesia. Observemos detenidamente la portada, y dejémonos sorprender por su elegante combinación de molduras labradas y su rico repertorio decorativo. El amplio y profundo paramento que la acoge permite la articulación de un hueco con derrame muy matizado y progresivo. Se organiza mediante seis arquivoltas emparejadas, de perfil perfectamente semicircular. Digo emparejadas porque responden a un ritmo binario, asociado a un jambaje formado por tres pares de columnillas monolíticas y sus correspondientes codillos, cuyos encuentros están moldurados en baquetón. Esta confusión a nivel de arquivoltas, entre las desarrolladas a partir de las columnas propiamente dichas y las apeadas en los baquetones de esquina, se muestra como un rasgo muy característico del tardorrománico. Los perfiles de las arquivoltas llevan un grueso bocel entre nacelas. Siete molduras decoradas señalan el tránsito de una a otra arquivolta. La octava, ya convertida en imposta y cimacios, divide el paramento y la portada en dos niveles, soportando el apeo de los arcos. Realmente la minuciosidad de la labra, la riqueza de los motivos y su, en ocasiones, perfecta conservación resultan sorprendentes. De dentro hacia fuera muestran tallos en ondas con pares de hojitas en cada curva con piñitas, baquetón taqueado, hojitas curvadas en forma de acantos con retículas, otro baquetón taqueado, roleos con palmetas avolutadas y piñitas, ondas de tallos con grupos de tres hojitas y piñas, y, para terminar la serie, roleos y flores semiesféricas. Las impostas y cimacios llevan roleos con flores semiesféricas con cruces inscritas, por la izquierda, y roleos con palmetas, por la derecha. De todas ellas nos interesa especialmente la quinta. Es idéntica a otra moldura que decora la portada norte y el ábside central de San Miguel de Estella. Ambas llevan triple tallo que se ondula, acogiendo en cada onda una hoja tripétala con voluta central, punta que se enrosca y piñitas en los huecos. Exactas. Los capiteles van a acabar de definir el trabajo de un interesante taller. Son seis, a los que se añaden las dos zapatas que soportan el tímpano. Todos ellos están bastante bien conservados. Las composiciones son complejas y seguras, la labra profunda en busca siempre de los efectos de la luz, y las texturas minuciosas y geometrizadas. Los motivos figurados se concentran en las inmediaciones de la puerta, mientras que hacia afuera los repertorios tienden hacia lo exclusivamente vegetal. Para la arquivolta exterior, el izquierdo lleva dos niveles de hojas con profundas fisuras centrales y numerosos lóbulos que se doblan en las puntas; por encima tallos diagonales con volutas en las esquinas sobre hojas hendidas. La composición general evoca de nuevo a Estella, ahora al claustro de San Pedro de la Rúa. Por el otro lado, la última arquivolta apea sobre otro capitel de copa dividida también en dos niveles de hojas de acantos, con venas centrales embellecidas con perlados; en los centros de cada cara, sendas arpías de cabeza pequeña y cola larga y sinuosa. Ahora, las hojas grandes con besantes y recuerdos de acantos nos llevan más hacia la órbita tudelana. La arquivolta intermedia lleva por la izquierda dos niveles de acantos y venas con perlados, y por la derecha uno, como el primero de la serie, añadiendo sólo pequeñas piñas o frutos. Hemos dejado para el final las cuatro piezas más interesantes. La arquivolta interior apea por la izquierda en un magnífico capitel con la escena del caballero cristiano matando al dragón; por el otro lado, un centauro dispara una flecha a una arpía. En el primero, el dragón ocupa prácticamente todo el capitel, con su cola sinuosa y las alas desplegadas. El caballero, de evidente desproporción entre la cabeza y la mano, clava su lanza en la boca del animal, mientras éste da un zarpazo a su escudo. Llama la atención el elaborado trabajo de texturas para individualizar cola, cuerpo, alas y garras del dragón. El mismo deseo define las características del escudo del guerrero, de tipo normando y con una cruz esgrafiada en su centro. Ya Javier Martínez de Aguirre y Esperanza Aragonés observaron la semejanza entre la composición de este capitel y otro análogo del monasterio de Irache. La posición del caballero en un ángulo de la copa del capitel, la postura y definición de la mano, así como la dirección y características del escudo, coinciden con las del Roldán que clava su espada al Ferragut del Palacio Real, otra vez en Estella. Su correspondiente por el otro lado es también muy elaborado: sobre un fondo de hojas hendidas, un centauro dispara una flecha a una arpía. De nuevo formas seguras, cabezas pequeñas y composición equilibrada; de nuevo se puede asociar a otro capitel irachense con centauro y caballero. A pesar de su distancia estilística, se observa en ambos un mismo gusto por las líneas helicoidales en los cuartos traseros del animal, y un tratamiento esgrafiado de las costillas y el torso. En las zapatas, por la derecha, Sansón vence al león, y por la izquierda, un guerrero, armado con escudo y espada, lucha con un oso que permanece atado de una pata. También aquí la labra muestra una preocupación por la expresión de las texturas, tanto de la piel del oso, con suaves líneas paralelas y cruzadas, como en la cota de malla del guerrero. Se completa la portada con un tímpano protagonizado por San Pedro y de labra muy posterior, y dos águilas de buenas dimensiones que se embutieron sobre la línea de impostas. La portada se embelleció probablemente cuando se rehizo la fachada occidental. Entonces se sustituyó el tímpano primitivo, quizá liso, se introdujeron las águilas y se policromó la puerta, añadiendo el escudo de Navarra en la dovela central de la primera arquivolta y, entre otros, los de San Pedro y probablemente el primer abad Gurrea (1327-1353) de Montearagón (MENÉNDEZ PIDAL y MARTÍ- NEZ DE AGUIRRE). Sobre el primer tramo del lado de la Epístola se conserva una portadita, también de medio punto, restaurada tras la demolición del atrio barroco lateral. Está integrada por dos arquivoltas de medio punto y platabanda, la interior sobre pies derechos, la exterior sobre un par de columnillas acodilladas. Sus capiteles muestran decoración vegetal, a modo de crochets, todavía un tanto geometrizados, que enlaza ya con los capiteles de los vanos apuntados del crucero. Las marcas de cantería van a diferenciar perfectamente las dos fases constructivas medievales, ya delimitadas por las características de los capiteles del interior. En total se han detectado 23 tipos distintos, 17 asociadas a la cabecera, crucero y arranque de las naves, y otras seis, de tamaño menor, de la etapa plenamente gótica. Son numerosas también las que se pueden registrar sobre muros rectos del exterior de la cabecera barroca; se acercan a 20 tipos. Entre ellas, cuatro se repiten igualmente en el interior del crucero, por lo que podemos valorar cierta relación estructural y cronológica entre cabecera y crucero. El estudio de los templos románicos que nos han llegado de forma parcial es siempre difícil y delicado. Más todavía cuando lo perdido es la cabecera, habitualmente la parte más significativa, junto con la portada, desde el punto de vista estructural y decorativo. Algo parecido sucede, por ejemplo, en San Pedro de Aibar. No obstante, el caso de la iglesia olitense es todavía más problemático si cabe, ya que las naves se terminan dentro del gótico pleno. Los elementos conservados, si exceptuamos la portada, forman parte de un nutrido y homogéneo grupo de edificios que comparten buena parte de sus características; los más representativos son, dentro del ámbito urbano, la catedral de Tudela y San Miguel de Estella, y en el monástico, Santa María de La Oliva. San Pedro de Olite se planeó como un templo de cabecera con tres ábsides abiertos a un crucero no marcado en planta y las correspondientes tres naves de breve longitudinalidad. Como soportes se adoptan para todo el templo, excepto el presbiterio, pilares con semicolumnas adosadas en sus frentes y columnillas en los ángulos. Desde el principio se adopta como cerramiento la bóveda de arcos cruzados, característica ya del último cuarto del siglo. Dentro de un plan unitario y homogéneo, tras erigir la cabecera, la portada, el crucero, la “torre alta”, parte del perímetro mural y los pilares centrales de la nave, las obras se estancan, avanzando después lentamente hasta completar naves y fachada en los primeros decenios del siglo XIV. En cuanto a los repertorios decorativos, también parecen confluir en el último tercio del XII. La presencia de temas vegetales utilizados en la portada norte de San Miguel de Estella, la toma de temas de la abacial de Irache, los ecos de los claustros de San Pedro de la Rúa de Estella o Santa María de Tudela, caracterizan a un taller al día de los progresos y propuestas plásticas de los centros artísticos más dinámicos del reino durante el último cuarto del siglo. Por otro lado, los capiteles interiores se aproximan a la simplicidad y esquematismo que, simplificando repertorios creados en la primera mitad del siglo, caracterizan las decoraciones interiores de la abacial de La Oliva; con ella comparte el diseño de los soportes de la embocadura de la capilla mayor y de la estructura general del interior. De nuevo su cronología se inscribe bien en las últimas décadas del siglo. El último cuarto del siglo XII es pues la cronología que proponemos para el inicio de las obras de la iglesia de San Pedro de Olite y su bella portada. Ya durante el siglo siguiente se irán completando las bóvedas y demás pilares, hasta alcanzar el hastial y rehacer finalmente la fachada occidental en el XIV. En cuanto a los repertorios decorativos más antiguos del interior, parecen confluir en el último cuarto del XII. Los capiteles se aproximan a la simplicidad y esquematismo que caracterizan las decoraciones interiores de la abacial de La Oliva; con ella comparte el diseño de los soportes de la embocadura de la capilla mayor y de la estructura general del interior. No obstante, la portada traba mal con la arquitectura conservada. Es claramente anterior. La presencia de uno de sus escultores en al menos dos de los capiteles de las ventanas del ábside central de Irache, junto a temas vegetales que también aparecen en la portada norte de San Miguel de Estella, parece remitirnos con cierta comodidad al tercer cuarto del siglo. En resumen, la secuencia cronoconstructiva de San Pedro, a falta de conocer más de su antigua cabecera, se debió de iniciar durante el tercer cuarto del XII, replanteándose, sin haberse construido demasiado, la definición arquitectónica interior, según los criterios estilísticos del último cuarto. Durante el siglo siguiente se irán completando las bóvedas y pilares, hasta alcanzar el hastial y rehacer finalmente la fachada occidental en el XIV.