Pasar al contenido principal
x

Detalle del alcázar

Identificador
49800_01_002
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 31' 10.20'' , -5º 23' 31.80''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Alcázar

Localidad
Toro
Provincia
Zamora
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
POR SU POSICIÓN ESTRATÉGICA en el ángulo sureste del primitivo recinto amurallado, sobre la cumbre de los taludes de arcilla que descienden hasta el Puente Mayor, es posible que le precediera un fuerte levantado a comienzos del siglo X, cuando Alfonso III mandó repoblar la ciudad, del que nada queda a la vista y que coincidiría con el castillo que en 1028 recibió el conde García junto con los de San Román de Hornija, Grajal, Cea y Aguilar, según refiere la Crónica General. Su planta es un romboide. Los muros, muy gruesos, fueron fabricados por ambas haces en mampostería careada de piedra caliza de la Terciaria, proveniente de las canteras de Villalonso, asentada por hiladas sucesivas con cuñas del mismo material, recordando a los aparejos mudéjares toledanos, aunque sin agujadas intermedias de ladrillo; el relleno interior es de argamasa de cal y canto rodado. Por su cima discurre el paseo de ronda precedido de un antepecho renovado en el siglo XIX, de cuando datan también las losas de pizarra con que está solado. Lo flanquean siete cubos macizos, ultrasemicirculares, almenados como todo lo demás y mucho más altos según el dibujo de A. Van den Wyngaerde, de 1570, hoy rebajados a la altura del muro que flanquean en las esquinas y centros de cada alzado, salvo en el septentrional, donde había una torre cuadrada, la del homenaje, que penetraba en el recinto y demolieron en el XIX, al adecuar el interior para prisión y abrir allí la nueva puerta principal. Un arco semicircular, maltrecho y cegado, delata la ubicación de la antigua, al naciente de dicha torre y resguardado por ella. Cala el lienzo oriental otra entrada, quizá un portillo, en arco de medio punto, un tanto desfigurado tras las obras de consolidación y restauración efectuadas en 1989, en que rasgaron uno de sus flancos y lo recompusieron desmañadamente; por dentro carece este vano del escarzano habitual y de otros indicios de haber tenido puerta. En este lateral se ve una ventana adintelada y cegada, como las del meridional y su poterna, todas de datación imprecisable, pero tardía. Con los muros modernos que definen la meseta del asiento de la fortaleza coincidiría más o menos la barbacana que en el dibujo aludido aparece almenada y reforzada por una torre cuadrada en el ángulo sureste y otra más compacta, de la misma traza, a poniente, horadada por un postigo, probablemente el realizado en la época de Enrique IV para que los caballos fueran a abrevar con facilidad al río. Un foso profundo la circunvalaba por el lado norte, cuyos taludes se vieron en parte al excavar y ejecutar allí un depósito de agua que descalifica a las autoridades que lo promovieron. En el lienzo del naciente de esta barbacana se distingue el punto de conexión con la segunda muralla, muy sólida y más voluminosa que sus gemelas de Belver y Villalpando, de encofrados de cal y canto, promovida por Fernando II y culminada con Alfonso IX de León, que, tras abrazar en semicírculo al caserío de la ciudad, donde aún subsisten grandes trechos, descendía por las barranqueras replegándose ante el último talud de éstas para enlazar con la cabeza del Puente Mayor, según testifican los escasos restos conservados en tan accidentada zona. La integración del alcázar como elemento capital de las estructuras defensivas de dichos monarcas leoneses, perfectamente trabadas, parece certificar que fue erigido al mismo tiempo que ellas. Otra cuestión más problemática es la de deslindar con exactitud lo que de su fábrica corresponde a aquella época y lo que le aportaron las actuaciones documentadas con posterioridad, ante la ausencia de estilemas indicativos de una cronología precisa. No cabe suponer que se construyera con menos firmeza que el recinto murado de la ciudad y, siendo la de éste tal que a algunos pareció obra de romanos, se impone aceptar con cautela la letra de la Crónica de Fernando IV y matizar el alcance de la actuación que relata, máxime si tenemos en cuenta que, aunque a partir de 1230, unidas las Coronas de Castilla y León en la persona de Fernando III, Toro perdió el interés estratégico sobrevenido de la coyuntura de la separación a la muerte de Alfonso VII, el recinto fortificado, relativamente nuevo, siguió siendo mantenido por el concejo, según se deduce de la prescripción en que Fernando III el Santo, al confirmar el fuero de su padre en 1232, mandaba a las villas del valle del río Guareña, segregadas a favor de la Orden de San Juan, que “lauren con el concejo de Toro en so castiello so piara assi como suelen laurar”. El texto de la crónica citada dice que la reina madre , María de Molina, por el año de 1298 “fizo labrar el alcazar que estava malparado e puso y alcalde con grand gente” en el curso de las turbulencias de la minoridad de su hijo movidas por el infante don Juan el Tuerto; el contexto nos induce a creer que las obras efectuadas entonces mantuvieron la estructura del castillo p reexistente, incrementándola y adecuándola a las urgencias de la coyuntura bélica con aportaciones que hoy resulta imposible definir. Por entonces se aceleraría la construcción de la tercera y última cerca que envolvió la ciudad, con sus fosos o cárcava, que ya en dicho año se documentan en la línea de la actual puerta de la Corredera. En esta cerca se concentrarían las “otras labores nuevas con que se fortalescieron más de lo que estaban” las defensas urbanas, en días de Alfonso XI. De su importancia da idea el hecho de que Alfonso IX de León en 1199, al concertar con doña Berenguela de Castilla, hija de Alfonso VIII, el matrimonio que pondría fin a las hostilidades, lo excluyera expresamente de la lista de fortalezas que le entregó en dote. En él encerró Alfonso XI a su prometida doña Constanza cuando se casó con María de Portugal y en él hizo matar al infante don Juan el Tuerto. Sobre el pequeño puente levadizo volado sobre el foso, ante la puerta principal, en 1356 el rey Pedro I tras conseguir entrar en la ciudad, se ensañó con sus adversarios, los caballeros agrupados en torno a su madre que habían buscado refugio en el alcázar; un hijo bastardo suyo, don Sancho de Castilla, aquí sufriría prisión por orden de Enrique II. Por última vez desempeñó un papel militar relevante en la guerra consiguiente a la muerte de Enrique IV; ocupado y fortificado por don Juan de Ulloa, se convirtió en el principal bastión de Juana la Beltraneja y Alfonso V de Portugal y resistió a la artillería de los Reyes Católicos, a quienes un mes después de su entrada en la ciudad, en 1476, se lo entregó, previo pacto, la viuda de aquel caballero , doña María Sarmiento. A la muerte de Isabel la Católica se concentraron y subastaron en él sus ricas colecciones de obras de arte. Del deterioro que afectaba sobre todo a sus atajos y aposentos interiores, ordenados en cuatro crujías en torno a un patio central, tenemos constancia por los dictámenes que a petición de Felipe II, de 1591, redactaron varios canteros, albañiles y carpinteros; no consta que estas propuestas de reparación surtieran efecto. En el siglo XVIII sólo quedaban en pie los cuartos occidental y septentrional, que funcionaron como matadero municipal; en la centuria siguiente los restos de las dependencias interiores fueron demolidos para acoger un proyecto de cárcel celular redactado por don Práxedes Mateo Sagasta.