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Relieves en el primer tramo de la nave

Identificador
09292_01_018
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 27' 33.76'' , - 3º 29' 4.98''
Idioma
Autor
José Luis Alonso Ortega,Augustín Gómez Gómez,José Manuel Rodríguez Montañés
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Ermita de Nuestra Señora del Valle

Localidad
Monasterio de Rodilla
Municipio
Monasterio de Rodilla
Provincia
Burgos
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
EL PRIMER EDIFICIO de culto del que se tiene noticia en Monasterio (año 1011) fue la iglesia de Santa María, que -como la villa- también fue donada por el conde de Castilla al recientemente fundado monasterio de San Salvador de Oña. Y a él perteneció hasta que en el año 1050 -según consta en un documento recogido por Antonio Ubieto- el rey de Pamplona, García “el de Nájera” la e n t regó en donación al monasterio riojano de San Millán de la Cogolla con motivo de la consagración de su abad Gonzalo. Probablemente se tratase entonces de un pequeño monasterio familiar, con alguna que otra propiedad, dedicado a Santa María (Santa María de Monasterio), tal y como aparece recogido en la concesión que de la villa de Naba Fenosa hizo el rey García al abad Gonzalo en el año1043; un pequeño cenobio -”... lugar de Santa María fundado en el valle de Monasterio...”- que veinte años más tarde (el 11 de marzo de 1063) vuelve a ser objeto de donación, esta vez a perpetuidad, por el susodicho abad, a Íñigo, abad del monasterio benedictino de San Salvador de Oña. Un abad, Gonzalo, y una comunidad que, según consta en el documento publicado por Juan del Álamo, “...(re)construyeron aquella (casa, monasterio) que fue de sus antepasados y en la que durante mucho tiempo no hubo otro abad a no ser de su generación ...”, probablemente entre los años 1050 y 1063. Durante un siglo las referencias documentales a la iglesia de Santa María desaparecen, reapareciendo en la bula otorgada por Alejandro III el 6 de junio de 1163 en Tours por la que se confirman las posesiones del monasterio de Oña. Entonces se habla de la cella -nombre con el que también aparece designado el edificio cultual en la documentación medieval- de Santa María y de una iglesia puesta bajo la advocación de la Beata María siempre Virgen sita en Monasterio. Diez años más tarde (1170) Alfonso VIII dona, como limosna, una serna y un prado para la iglesia “que se ha de hacer” (ut prefata ecclesia) y un año después (1171) donará otra serna al monasterio de Oña y a la iglesia de la Beata María, “sita en la villa que llaman Monasterio”. Será en el siglo XIII (según un documento de 1237 ya desaparecido y citado por el padre Gregorio Argáiz, cronista benedictino) cuando entre en juego una nueva advocación: la de Santa María del Valle. En otro documento, datado en 1270, que trata de un pleito iniciado cinco años atrás entre el monasterio de Oña y Gonzalo Ruiz de Atienza -también recogido por Argáiz- se ordena que tanto la “casa” de Santa María de Monasterio de Rodilla como la aldea de Fenosa, sean devueltas a Oña. Pero será en 1291 -si hacemos caso de otro documento también desaparecido- cuando por vez primera se hable de tres lugares distintos, Navahenosa, Nuestra Señora del Valle y Monasterio de Rodilla, mientras que la última noticia data de 1317, cuando a Santa María del Valle, iglesia propiedad del abad de Oña, iban a “diezmar”, a pagar el diezmo, los vecinos de Fenosa y Monasterio de Rodilla. Monasterio, Monasterio de Rodilla, iglesia de Santa María, de Santa María del Monasterio, de la Beata María siempre Virgen, de Santa María de Rodilla, de Santa María del Valle, de Nuestra Señora del Valle... Mientras que la denominación de Santa María de Rodilla únicamente la recoge otro cronista benedictino, fray Antonio de Yepes -partiendo también de documentos desaparecidos-, la iglesia/monasterio de Santa María, fundada en el valle de Monasterio, ya aparece en pergaminos de la primera mitad del siglo XI (años 1011 y 1050). Dicho monasterio no debió ser de una gran entidad, más bien todo lo contrario, pues su reaparición documental data de un siglo más tarde, en la bula del papa Alejandro III (1163). Será en esa segunda mitad del siglo XII (1170) cuando encontremos por vez primera alusión a la iglesia/monasterio de la Beata María siempre Virgen, un edificio “que se ha de hacer”. Su período de construcción hemos de llevarlo al menos hasta el año 1223, pues en un documento datado el 21 de marzo de dicho año se hace referencia a la construcción de una aceña para las obras (aceniam ad opus monasterium Beate Marie). Pero no será hasta los siglos XIII-XIV que comienza a aparecer en la documentación la denominación de Nuestra Señora (o Santa María) del Valle, que hemos de identificar con la conocida como “casa” o “palacio” de Santa María de Monasterio de Rodilla, a cargo -ya antes de 1276- de un capellán de nombre Fernando. Una tradición que perduró hasta principios del siglo X X, pues allí vivió -en unas pequeñas dependencias adosadas a la part e noroccidental de la ermita- un “ermitaño” y su familia. Probablemente Monasterio y Monasterio de Rodilla fueran dos entidades poblacionales distintas que en 1160 ya estaban reunificadas bajo la denominación de esta última, una diferenciación que se ha perpetuado en el tiempo pues actualmente el núcleo poblacional aparece disperso en dos barrios, el “Barrio de Arriba” o “Barrio de Santa Marina” y el “Barrio de Abajo”, Monasterio de Rodilla. El primero hemos de identificarlo con la antigua villa de Monasterio; allí, y a finales del siglo XIII únicamente permanecerían algunas casas y solares propiedad de Oña, pues el grueso de la población ya se habría trasladado al “Barrio de Abajo”. Si realmente fue así el monasterio e iglesia conocidos como de Santa María y Santa María del Monasterio harían re f e rencia al edificio que dio origen al nacimiento de la villa de Monasterio (ahora conocido como Santa Marina), distinto por tanto al erigido a partir de 1170: el de la Beata María siempre Vi rgen, Santa María del Valle o Nuestra Señora del Valle. La respuesta al por qué se produjo este trasvase de población es también económica ya que la ubicación del nuevo poblamiento a la sombra de una “roda” (peaje, camino) -”Rodilla” es su diminutivo- responde a la importancia que desde mediados del siglo XII alcanzó la vía Bayona-Burgos (una de las principales rutas jacobeas del siglo XIII), cuyo trazado discurría en parte por lo que ahora es la N-I. Importancia económica de la que también tenemos constancia por un documento de 1221 por el que el rey Fernando III cede al monasterio de Las Huelgas Reales el portazgo que, sobre la circulación de la sal, se percibía en Monasterio de Rodilla. En conclusión, y para aclarar un poco la intrincada trama documental que se cierne sobre villas e iglesias podemos afirmar, aunque no sin ciertas dudas, que al menos en el año 1043 ya no existía monasterio alguno en la villa, aunque la toponimia nos indique que la villa nació a partir de un enclave monástico que a mediados del siglo XI subsistiría únicamente como iglesia. El único resto a rquitectónico perteneciente a la Alta Edad Media se encontraría, según Luciano Huidobro, bajo la torre. Abandonada a su suerte la iglesia presenta, en efecto, recuerdos de actuaciones constructivas que van desde la Alta Edad Media hasta el siglo XVII (celosías de clara inspiración prerrománica, canecillos, arcos de medio punto con arquivoltas ajedrezadas, etc.). La restauración del monasterio corrió a cargo del abad Gonzalo y muy probablemente la donación a dicho abad de la villa de Nava Fenosa, efectuada por el rey García en 1043, estuviera encaminada a favorecer económicamente su reconstrucción, tarea que fue realizada por dicho abad entre los años 1050 y 1063. De ser ciertas las noticias ofrecidas por Argáiz y Yepes, que nos informan de que fue en el monasterio de Santa María de Rodilla donde tomó el hábito la condesa Elvira Ramírez tras la muerte de su marido, el conde Rodrigo Gómez (fallecido en 1153), nos encontraríamos con que a mediados del siglo XII era un monasterio femenino. Pero en ninguno de los documentos en los que aparece dicha condesa, redactados entre los años 1146 y 1161, se da noticia alguna de su estancia allí. Desde el año 1001 y hasta el 1050 la iglesia/monasterio de Santa María perteneció -al menos teniendo en cuenta la documentación conservada- al monasterio de San Salvador de Oña, mientras que desde 1050 hasta 1063 pasaría a formar parte del patrimonio del de San Millán de la Cogolla y, temporalmente, a Castilla y Navarra pues no podemos olvidar que tanto San Millán como Oña pertenecieron al reino de Navarra desde el reinado de Sancho III el Mayor (desde 1030 aproximadamente) hasta 1054, año en el que tuvo lugar la victoria de Fernando I de Castilla sobre su hermano García el de Nájera en Atapuerca, que significó la anexión a Castilla de aquella parte de la comarca de La Bureba en la que se encontraba San Salvador de Oña. Y poco después, en el 1063, el abad Gonzalo redactaría el documento, con carácter testamentario, por el que lo dona a perpetuidad al monasterio de Oña. Para hablar de las fechas de construcción de la ermita de Nuestra Señora del Valle tenemos que partir de otra noticia conflictiva ofrecida por Argáiz, el documento de 1270, en el que uno de los testigos que lo confirman afirma que fue el abad de Oña, don Pedro Sánchez, el que la había construido hacía ya más de cincuenta años, es decir, al menos en 1220. Durante el siglo XII hubo en Oña dos abades de nombre Pedro: Pedro I, que finaliza su abadiato en 1168 y Pedro II, que lo ejerce desde 1187 hasta 1207. Si tenemos en cuenta el testimonio de Alfonso VIII en 1170 (que nos habla de “la iglesia que se ha de construir”) puede deducirse -al menos desde la perspectiva documental- que su fábrica comenzó a erigirse, como muy pronto, a partir de 1187, y que en 1223 todavía estaba en marcha la empresa constructiva, pues un documento de ese año recoge cómo Oña cambia la tierra denominada Redondella por la de Molino Quemado con el objetivo de construir allí una aceña para “la obra del monasterio de Beata María”. Su conclusión habríamos de situarla pues entre los años 1223 y 1237 ya que en una pesquisa ordenada ese año por Fernando III parece ser que la “hermita de Santa María del Valle”, perteneciente al monasterio de Oña ya estaba concluida. Desgraciadamente este documento, que podría arrojar muchas luces al respecto, ya estaba en paradero desconocido en 1986, tal y como señala Isabel Oceja. Sobre el motivo de su fundación podría decirse que, además de los puramente devocionales, el económico tuvo una gran relevancia: una vez desaparecido el monasterio de Santa María localizado en la villa de Monasterio -lo que debió ocurrir hacia 1180, que es cuando desaparece de la documentación dicho cenobio- el monasterio de Oña necesitaba de otro lugar en el que sus vasallos de Monasterio y los campesinos de Fenosa fueran a satisfacer el diezmo; por eso se construye Nuestra Señora del Valle, su “casa” o “palacio” de Santa María, puesta al cuidado de un capellán, de un clérigo, que era el encargado de recibirlas y, posteriormente, de hacérselas llegar al monasterio de Oña. De hecho hasta principios del siglo XX, los vecinos todavía entregaban fanegas de trigo al “ermitaño” al que anteriormente hacíamos alusión, que vivía allí junto con su familia en una serie de dependencias anexas conocidas como “la casa del ermitaño”. Aunque destruidas hacia 1920 estas han dejado huellas de su existencia tanto en el exterior de sus muros como en el suelo (planta). La ermita se encuentra situada a unos 200 m del “Barrio de Arriba”, en un bello y tranquilo paraje que rinde homenaje al topónimo “del Valle” con el que se la conoce, presenta una tipología planimétrica que guarda grandes similitudes con otros dos templos burgaleses: San Pedro de Tejada (erigido hacia el año 1150) y, muy especialmente, la iglesia de Arlanzón, aunque ésta no fuera concluida en época románica (al menos la torre y el husillo). Erigida con sillería caliza, su silueta exterior viene marcada por la torre situada sobre el tramo cupulado y por un husillo o torre circular (de una altura de casi 15 m) dotada de tres pequeños vanos y coronada por una cubierta semiesférica decorada con puntas de diamante. Los muros norte y sur de la nave se articulan verticalmente en varios paños gracias a la presencia de contrafuertes escalonados que, en el caso de la nave, llegan hasta una cornisa decorada con puntas de diamante, mientras su muro de cierre occidental remata en un frontón decorado con puntas de diamante. El ábside exteriormente aparece organizado por una triple arquería ciega de medio punto -cuyos arcos se ornamentan con una moldura de doble hilera de billetes- que apoya sobre cuatro pilastras de sección rectangular que a su vez descansan sobre un banco corrido que recorre todo el perímetro exterior; cada uno de estos arcos cobija un vano, también de medio punto sobre columnas acodilladas y muy estilizado, que a la altura del cimacio se prolonga en una moldura también de doble billete que recorre horizontalmente su exterior hasta llegar al tramo del falso crucero. Eliminados los aditamentos que ocultaban su estructura románica (la “casa del ermitaño” y una sacristía añadida en el lado sur del ábside que llegó a publicar Lampérez), el edificio consta de una sola nave dividida en tres tramos (los dos primeros cubiertos con bóveda de medio cañón apuntada y el más cercano al ábside con una cúpula semiesférica sobre pechinas y arcos torales doblados) mediante arcos fajones doblados que se prolongan en pilastras con columnas entregas y de un ábside semicircular peraltado cubierto por una bóveda de medio cañón ligeramente apuntada en el tramo peraltado y de horno en el semicircular. La nave consta de dos accesos (el principal abierto al norte, en el tramo intermedio de la nave, y otro en el muro occidental, hoy parcialmente cegado y más tardía, que comunicaría la iglesia con la “casa del ermitaño”) y su articulación en tramos se realiza mediante dos pares de semicolumnas; éstos se cubren con una bóveda de cañón ligeramente apuntada. El conjunto se completa con dos torres: una circular o husillo -con acceso desde el interior y escalera de caracol interna- que da paso a un pequeño pasadizo que permite acceder a la torre-campanario de planta cuadrada (que alcanza una altura de 16,5 m) situada sobre el tramo de la nave que ejerce las funciones de un falso crucero, pues carece de transepto. La ermita adopta en el tramo que ejerce de falso crucero una solución estructural, la de la cúpula semiesférica sobre pechinas, que en 1174 ya fue utilizada en la catedral de Zamora y alcanzó amplia difusión en el ámbito rural burgalés, en ocasiones con ciertas irregularidades como en San Pantaleón de Losa y Aguilar de Bureba. Este elemento en Rodilla presenta su ojo central abierto, tal vez por necesidades lumínicas o estructurales, y descansa sobre unas pechinas muy estilizadas en los ángulos y dos arcos torales en los muros norte y sur. Su portada o acceso norte (de 6 x 4,5 m) muestra en su concepción general que no decorativa grandes afinidades con la alavesa de Santa María de Estíbaliz, de finales del siglo XII; dispuesta en un cuerpo ligeramente avanzado con respecto al muro de la nave y carente de tímpano decorado, se organiza sobre dos pares de columnas exentas -con basa y fustes lisos rematadas por capiteles decorados con bellas representaciones animalísticas- situadas sobre un alto zócalo o podium. A la altura de los cimacios aparece una moldura decorada con un entrelazado de triple cordón sobre la que descansan tres arcos ligeramente apuntados y abocinados con arquivoltas con decoración ajedrezada. En su conjunto -y salvo los canecillos y ménsulas, de los que nos ocuparemos más adelante- también refleja la austeridad decorativa, principalmente geométrica, que impera en el resto del edificio (puntas de diamante, ajedrezados, etc.), una acusada inercia al románico pleno que se encuentra en clara dependencia, como veremos al ocuparnos de su escultura, con el foco silense. Y todo ello en un momento en el que ya se apunta hacia nuevas soluciones. Como difusión del esquema adoptado en Nuestra Señora del Valle puede señalarse la portada de la ermita de la Vi rgen del Castillo, en la localidad de Los Ausines, aunque ésta en un tono más modesto. Pero la auténtica singularidad arquitectónica de Nuestra Señora del Valle radica en la presencia, en los muros norte y sur del tramo de la nave que ejerce a modo de falso crucero, de unos nichos de 90 cm de profundidad que, como si de absidiolos o capillas se trataran -de los que tan sólo se traducen al exterior los correspondientes arcos de descarga-, presentan adosados y orientados al este sendos altares macizos asentados sobre un pequeño basamento semicircular; unos detalles que aunque nos permiten hablar de una posible economía de medios (pues esta solución resulta evidentemente menos costosa que erigir una nave transepto o una cabecera tripartita) hablan también de la pervivencia de ciertas reminiscencias litúrgicas y arquitectónicas cristianas ya muy lejanas en el medievo castellano de finales del siglo XII. Y no debió ser éste el único caso pues muy presumiblemente San Pedro de Tejada también contó con “capillas” similares, ya que todavía se conserva una de ellas -actualmente oculta por un retablo- en el tramo cupulado. Estos singulares nichos a modo de absidiolos dotados de altares macizos o de bloque -tipología que también se constató para el altar localizado en el ábside a raíz de la remodelación de su pavimento en la segunda restauración llevada a cabo en 1968- aparecen resguardados por unos semibaldaquinos rematados por un frontón triangular de idéntica estructura en ambos casos (arco de medio punto sobre columnas) con la función de realzar un espacio litúrgico, como ocurre en San Juan de Duero (Soria) y en Santa María Magdalena de Zamora. Por su ubicación lateral parece evidente que no fueron destinados a celebraciones multitudinarias, pudiendo estar destinados a un culto privado o semipúblico más esporádico y restringido. Sea como fuere nadie puede negar su singularidad arquitectónica con respecto a la adecuación del triple altar a una iglesia de una sola nave y un único espacio absidal que se observa en otras iglesias españolas de finales del siglo XII y principios del XIII como son las burgalesas de Butrera, Tabliega y Arlanzón, la palentina de San Salvador de Cantamuda, la cántabra de Bareyo, la alavesa de Nuestra Señora de Estíbaliz o las gallegas de San Miguel de Bréamo y Santiago de Villar de Donas. Los cuatro vanos abocinados que -rasgando el muro de manera armónica- iluminan su nave, presentan arcos de medio punto sobre un par de columnillas acodilladas (excepto el occidental que las ha perdido) y una austera decoración, que se reduce a la presencia de volutas, dados y zigzags en los capiteles y de una moldura -compuesta por triple hilera de billetes, por una retícula o bien por simples cabezas de clavo- en la arquivolta del arco. Una disposición ornamental y estructural que básicamente se mantiene en los abiertos en los muros norte y sur del tramo cupulado y en los tres del ábside. Centrándonos ya en el apartado escultórico, la orn amentación se localiza, principalmente, en capiteles (69), canecillos, ménsulas, cimacios y relieves (2), predominando la decoración geométrica y zoomórfica sobre la vegetal y figurativa. Respecto a su iconografía cabe señalar el predominio de las representaciones de carácter fantástico propias del Bestiario medieval (monstruos alados, quimeras, basiliscos, sirenas, etc.), tanto en pareja como afrontadas. Pero también hay que destacar la presencia de otros elementos, como la venera localizada en la portada, concretamente en la moldura que corre sobre el capitel interior derecho, las “estrellas de mar” que aparecen en alguno de los pedestales sobre los que apoyan las semicolumnas del interior, las posibles algas que se balancean suavemente en uno de sus capiteles interiores, y dos figuras -una masculina y otra femenina- que, representadas en un canecillo de la portada, se vienen identificando como dos caminantes o peregrinos. La cercanía de Monasterio de Rodilla con respecto al monasterio de San Juan de Ortega, sin duda uno de los hitos constructivos más importantes de la ruta jacobea en tierras burgalesas, acaso pueda explicar su presencia en la decoración esculpida de la ermita. Los capiteles se encuentran distribuidos entre el ábside (arco triunfal apuntado, pilastras y semicolumnas), la nave y la portada abierta en su muro norte; salvo los del ábside con cierto aire prerrománico por su decoración geométrica (entramado reticular) y talla a bisel los del exterior, en general los capiteles presentan una estructura o tipología de raigambre clásica (volutas, roleos, dados, etc.), pudiéndose destacar como una cierta singularidad la presencia en algunos de ellos de incisiones o perforaciones decorativas en los collarinos de los capiteles de la portada, como se observa también en Aguilar de Bureba y en Santa Eulalia (Barrio de Santa María, Palencia). En los capiteles del arco triunfal se denota una gran tosquedad, lo que les diferencia del resto; ausentes de cualquier intención naturalista, presentan un relieve prácticamente plano. Y separando el resto de la nave del tramo crucero encontramos otros dos capiteles que aunque toscos de talla no llegan al encorsetamiento y frialdad de los anteriores y sus composiciones -más volumétricas- aparecen enmarcadas por palmetas y hojas de acanto. Finalmente, y rematando las semicolumnas que dividen la nave en dos tramos, encontramos otra pareja de capiteles que por su talla y plasticidad superan a las dos parejas anteriores; su mayor calidad los acercaría a los de la portada, aunque sin alcanzar su categoría. En la portada, obra de un artista o taller distinto, encontramos cuatro capiteles más muy distintos, en cuanto a talla y volumen, al resto; tanto que podría hablarse de un “maestro de Rodilla” ligado a Silos. En ellos las representaciones -aves afrontadas, leones, animales fantásticos- alcanzan un gran protagonismo escultórico, son vigorosas, refinadas y muy detallistas, sobre todo en el tratamiento de las alas; las representaciones huyendo del relieve plano buscan el bulto redondo y la cesta del capitel se nos muestra como un simple soporte. Unas características que -a pesar de que la fragmentación en la que se encuentran los rostros de las figuras hayan velado su expresividad- ponen la escultura de estos capiteles en relación con la obra del segundo maestro de Silos. Como paralelos a este “maestro de Rodilla” podríamos señalar un capitel de la portada de Cerezo de Ríotirón (ahora en el Paseo de la Isla, en Burgos) en el que se representan dos leones enfrentados. En cuanto a la iconografía de monstruos alados podemos recordar los ejemplos de la Virgen del Castillo, en la localidad de Los Ausines, y de Aguilar de Bureba, de finales del siglo XII. Los veinticuatro canecillos que sustentan la cornisa ajedrezada del ábside presentan, como los restantes del edificio, un gran volumen, talla angulosa desigual y temática muy variada (animales monstruosos, personales populares, etc.). Su tratamiento plástico, que apunta una evidente frontalidad, inexpresividad y falta de naturalismo, contrasta con los que aparecen en la portada y en los situados bajo las cornisas norte y sur de la nave, obra muy presumiblemente de otro taller; en ellos se aprecia una mayor vivacidad y naturalismo, pudiéndose entroncar en la órbita del segundo maestro de Silos (segunda mitad del siglo XII), sobre todo por las figuras del Bestiario localizadas en la fachada norte. Proliferan, en general, unas actitudes expresivas que, aunque sin llegar a la calidad de los de la port ada, nos recuerdan a algunos otros canecillos de la iglesia de Soto de Bureba. Pero serán los siete que sustentan el tejaroz de la portada los que nos muestren en todo su esplendor al “maestro de Rodilla”, sobre todo en el tratamiento expresivo de los rostros (especialmente uno que representa a una dama tocada con un velo) y en los pliegues de los ropajes, todo ello de delicada factura. En las jambas de la portada aparecen dos grandes ménsulas cargadas de expresividad, con las bocas semiabiertas y grandes ojos con pupilas almendradas muy acentuadas. Identificadas como leones, tal vez estuvieron en un principio destinadas a sustentar un tímpano que nunca se llegó a esculpir. Los cimacios alcanzan una gran belleza en su ejecución, mostrando triples entrelazos con botones, mientras que la cornisa presenta una decoración heterogénea (ajedrezada, lisa, con puntas de diamante) fruto quizá de las sucesivas intervenciones “restauradoras” que, bajo la dire cción de José Antonio Arenillas, sufrió el edificio entre los años 1965 y 1968 y que fueron aprovechadas para acondicionar su entorno -sobre todo la parte occidental, en la que se encontraba “la casa del ermitaño”- como un espacio para el ocio. Un espacio en el que, como consecuencia de una serie de obras emprendidas entre los años 1954 y 1956, aparecieron varios sarcófagos que hoy se encuentran dispersos por la zona utilizadas como abrevaderos. Y también cabe destacar los dos únicos relieves con representaciones sacras que encontramos en la ermita, localizados en las fachadas norte y sur de la torre-campanario que se alza sobre la cúpula. Estos relieves, que desde una perspectiva estilísitica y formal podríamos relacionar con el maestro o taller que trabajó en la portada, se encuentran empotrados en las enjutas de los vanos de medio punto sobre columnas que se abren en los lados norte y sur de la torre, una localización nada ajena a la estética románica como se puede observar en la torre de la iglesia de Santa María de Laguardia, donde encontramos representada la figura del Salvador. En este caso tenemos, en el lado sur, la figura de la Virgen entronizada con el Niño o Theotokos, tan común en la imaginería de la época y en el norte una figura con bellas vestiduras ejecutadas con una técnica similar a la de los artífices que trabajaron en la portada (probablemente San Miguel y no San Gabriel pues la presencia del Niño la hace incompatible con una representación de la Anunciación). Y junto a varias marcas de cantero, el ábside de Nuestra Señora del Valle presenta -en un sillar (40 x 26 cm) situado en su parte nororiental- la siguiente inscripción, cuya narratio fue redactada con caracteres de unos 3 cm de altura distribuidos en siete líneas de pautado, siendo inteligibles únicamente -y no sin albergar ciertas dudas- el inicio de las tres primeras: INVOCAT... PRESENTIS... ERA M... El epígrafe no sólo se encuentra incompleto y mutilado sino alterado por grafías modernas en épocas muy recientes. Señalar, por último, la existencia de restos de pintura decorativa con elementos geométricos en el intradós del semibaldaquino sur y recordar que en la actual iglesia parroquial de Monasterio de Rodilla se custodian dos imágenes en madera policromada y de bella factura (una Virgen entronizada y un Cristo crucificado) procedentes de la ermita de Nuestra Señora del Valle, que pueden datarse en los siglos XII-XIII.