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Arcos de la torre

Identificador
37500_01_012
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
40º 34' 25.66'' , -6º 29' 37.96''
Idioma
Autor
José Luis Alonso Ortega
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Monasterio de Santa María de la Caridad

Localidad
Ciudad Rodrigo
Municipio
Ciudad Rodrigo
Provincia
Salamanca
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
LOS RESTOS DEL QUE FUERA EN OTRO TIEMPO monasterio de Santa María de la Caridad se encuentran en la finca particular de su nombre, situada a unos 5 km al sudeste de Ciudad Rodrigo. Los orígenes de este cenobio fueron dados a conocer por Fidel Fita en 1913 tomando como fuente principal los datos aportados por el llamado Becerro de la Caridad, compuesto en lo fundamental en 1800 y custodiado en el Archivo Catedralicio de Ciudad Rodrigo. Las noticias recogidas por este autor fueron luego divulgadas, entre otros, por Mateo Hernández Vegas (1935), Norberto Backmund (1956), Demetrio Mansilla (1972), Eduardo Corredera (1973) y Jaime Pinilla (1978). Todos ellos apuntan al rey Fernando II como el responsable de la llegada de los premonstratenses a Ciudad Rodrigo, al poco tiempo de ser repoblada ésta y fundada su diócesis. Por esos años, entre 1165 y 1168, el monarca leonés trajo hasta aquí a monjes de San Leonardo de Alba de Tormes que se instalaron provisionalmente en el lugar llamado “Las Canteras”, situado extramuros de la villa. En 1171 recibieron de Gonzalo Alguacil y de su mujer Orabena una heredad en el “Prado de la Torre”, a media legua de la ciudad río arriba, donde se veneraba una imagen de la Vi rgen de la Caridad. Decidieron entonces trasladar el monasterio allí y cambiar la advocación de San Leonardo por la de Santa María de la Caridad, lo que aprobó el Papa en 1184. Según Corredera, nominalmente dependía de la casa de Alba de Tormes y, más tarde, de Retuerta, aunque en la práctica pertenecía a la jurisdicción del obispo de Ciudad Rodrigo, lo que fue causa de frecuentes conflictos. Los premonstratenses gozaron aquí de cierto acomodo gracias al aumento de sus posesiones mediante compras y donaciones que acabarían por convertirlo en uno de los monasterios más ricos que tuvo la Orden en España. A finales del siglo XII y principios del XIII disfrutaban ya de un rico patrimonio en el que destacaban la octava parte de unas aceñas con toda su pesquera (1175), las dehesas de Ituero de Camaces (1181), la alquería de Gazapos (1182), la dehesa de La Redonda (1231-1234), una heredad en Lumbrales, a lo que habría que sumar el logro de algún que otro privilegio, como la consideración de parroquia con pila bautismal que llegó a alcanzar. El dominio acumulado a lo largo de su historia hizo que fuera ambicionado por otras órdenes, especialmente por los jerónimos que en 1441 ya se habían apropiado del monasterio de Alba de Tormes del que era filial el de la Caridad. Felipe II en su afán por enmendar el comporta miento de las órdenes antiguas encargó a su orden preferida, los jerónimos, la reforma de los monasterios premonstratenses que pasarían así a su propiedad. El depuesto abad de la Caridad, fray Fernando de Villafañe Merino, se opuso a ello y acudió personalmente a Roma donde consiguió del Papa que fueran repuestos los premonstratenses. La bonanza económica se puso de manifiesto en una serie de obras emprendidas en el monasterio que lo transformaron por completo. En 1590 se construyó el cuerpo de la iglesia que sustituiría a la primitiva románica y casi dos siglos después, en 1760, dieron comienzo los trabajos del nuevo claustro proyectado por Juan de Sagarvinaga. Entre 1777 y 1782 se reformó de nuevo la iglesia, desmontando el crucero, la capilla mayor y las colaterales. Por los mismos años se hicieron también los retablos de piedra. El esplendor que reflejaba el monasterio recientemente restaurado se vio truncado en el siglo XIX por dos acontecimientos nefastos para su futura conservación; por un lado la G u e rra de la Independencia durante la cual fue saqueado por las tropas francesas, y por otro la Desamortización de 1835 que puso el punto final a la ocupación de los monjes y marcó el inicio de una lenta agonía que llega hasta nuestros días. Así las cosas, poco se ha conservado del viejo monasterio románico. El único vestigio que queda de esos momentos son las ruinas de una antigua torre de ladrillo que, según Hernández Vegas, fue la que dio nombre al pago donado en 1171 (“Prado de la Torre”), aunque tal denominación haría referencia a un testimonio anterior a los restos que hoy podemos ver, que a nuestro entender fueron levantados por los premonstratenses a finales del siglo XII o principios del siglo XIII. Entre los escombros y la vegetación se distingue a duras penas una estructura de planta rectangular, con un basamento de mampostería con verdugadas de ladrillo y un cuerpo superior -el único conservado- realizado íntegramente de ladrillo. En cada lado de la torre se abrían dos arcos de medio punto doblados y enmarcados por alfiz, algunos de los cuales se han conservado, aunque muy destrozados o tapiados. En toda la cerca de la finca se reutilizaron igualmente buen número de ladrillos procedentes de la primitiva construcción.