Pasar al contenido principal
x

Restos de pintura mural

Identificador
49000_1273
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 30' 5.40'' , -5º 45' 12.66''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de Santa María la Nueva

Localidad
Zamora
Provincia
Zamora
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
ESTA ANTIGUA PARROQUIA, de reconocida trascendencia histórica dentro de la ciudad, se ubica en el centro del casco urbano medieval, hoy entre la Diputación Provincial -antiguo Hospital de Hombres o de La Encarnación- y el Museo de la Semana Santa. El templo, actualmente sólo con culto ocasional, está adscrito a la parroquia de San Juan de Puerta Nueva. Ubicada dentro del primer recinto amurallado, desde sus orígenes estuvo ligada a la nobleza zamorana, que aquí celebraba sus reuniones. Como ocurre en otros casos, las primeras referencias del templo vienen más de mano de la tradición o de la leyenda que de una verdadera documentación histórica, aunque en este caso ese tipo de noticias sí parecen tener visos de recoger algún hecho histórico. El relato de lo que ocurrió se conserva en su más antigua versión en la obra del cronista Florián de Ocampo, del siglo XV, pero también aparece en uno de los documentos del estado noble que se guardaban en el archivo de esta iglesia, un texto que se ha fechado en el siglo XVII y que cuenta pormenorizadamente un levantamiento popular que tuvo como escenario a esta iglesia, conocido como el Motín de la Trucha. Más dudoso es el año en que ocurrió pues aunque el manuscrito dice que fue en 1168, “reynando en este Reyno de León D. Fernando II, y ocupando la silla apostólica Alejandro III”, la mayoría de los autores sugieren sin embargo el de 1158, año en que aún vivía ese Papa. Según esta versión, en esas fechas, cuando la iglesia se llamaba todavía San Román, se estableció una disputa en el mercado entre el hijo de un zapatero y el criado del noble Gómez Álvarez de Vizcaya; el objeto era una trucha que el primero había comprado y pagado ya pero que el segundo, en virtud del privilegio que permitía a los nobles comprar antes que a los plebeyos, reclamó, entablándose una reyerta de la que el zapatero salió airoso, más no por mucho tiempo ya que los nobles, entendiendo que se habían violado sus derechos, lo prendieron. Reunidos los aristócratas en esta iglesia, según era su costumbre, discutiendo qué castigo aplicar al hijo del menestral, el pueblo llano, amotinado, resolvió quemar el templo con todos los que estaban dentro: “y como la iglesia era de tres naves y no muy alta y tenía tres puertas, tanto fuego y leña echaron por encima del tejado y por las dichas puertas, que todo el tejado vino al suelo con algunos arcos; y tanto fue el fuego, que los que dentro estaban se quemaron vivos, y no quedó retablo, imagen ni reliquias, ni libros, ni bulas ni arcas ni ornamentos que todo fue ardido, y de tres capillas de bóveda que la iglesia tenía, las dos vinieron al suelo, con viene a saber, la del altar mayor a la cual entonces decían la capilla de Dios Padre , y la de la mano derecha hacia el medio día, a la cual decían de Santa María, y quedó la del septentrión, la cual se dice la de la Santísima Trinidad, en la cual hasta hoy día se hallan unas piedras estalladas con el fuego”. El fuego y la ruina hicieron gran estrago entre los nobles, muriendo Álvarez de Vizcaya y, según se dice, dos hijos del conde Ponce de Cabrera -aunque un documento de 1172 evidencia que el mayor no murio aquí-, pero eso no detuvo a los amotinados que a continuación derribaron la casa del primero y liberaron a todos los presos y se marcharon de la ciudad, asentándose “en un llano que está sobre las peñas, encima de la iglesia de Santi-Spiritus, donde había tenido sus tiendas y real en tiempos el Cid en el cerco de Zamora”. Cuenta el relato que huyeron de la ciudad cuatro mil hombres, ascendiendo a siete mil entre mujeres y niños, y que de aquí marcharon por el puente de Ricobayo hasta un lugar llamado Constantino, junto a la raya de Portugal, mandando entonces cartas a Fernando II solicitando el perdón real y la absolución papal, comprometiéndose además a reconstruir la iglesia, lo que finalmente sucedió. Este mismo texto se hace eco también de un milagroso episodio ocurrido en pleno incendio de la parroquia: “al tiempo que las puertas con el gran fuego se quemaron y cayeron, quiso nuestro Señor hacer tal milagro por sí mismo, que la sacratísima Hostia y Cuerpo suyo milagrosamente se salió de la Custodia del Altar mayor, adonde estaba sin nadie llegar a ella, y volando en el aire por entre el fuego y el humo, a vista de muchas jentes se metió en una concabidad o abujero que en una pared de la iglesia, en una rinconada cerca del suelo era adonde después acá ha hecho Dios muchos milagros y hace hoy día con los que allí van, con devoción y a Dios se encomiendan y es muy cierto que se hallan muy aliviados de los dolores y penas con que allí van, del cual abujero y concavidad sale hoy día gratísimo olor”. Aún en la actualidad se conserva en los muros de la iglesia este agujero. Documentalmente el rastro más antiguo se remonta también a esas mismas fechas, en concreto el 6 de noviembre de 1159, cuando miembros del concilio Sancti Cirpiani et Sancta Maria e la Nova aparecen como testigos de una donación hecha por el rey Fernando II a Palla. A partir de este momento aparece con cierta frecuencia, reflejándose la importancia de la parroquia en el hecho de que muy pronto alcanzó la dignidad abacial, como ya figura en una carta del año 1200 en la que el abad Pedro, del monasterio de Santa María de Valparaíso, llega a un acuerdo con Román, dicto abbate ecclesiae Sancta Mariae Novae, quae sita est intra muros civitatis Zemorae, y con otros clérigos de la misma iglesia, sobre el litigio que mantenían acerca de una propiedad en Peleas de Arriba. En los siglos posteriores llegó a contar, además de con el abad, con ocho presbíteros y varios clérigos y acólitos. Exento de todo su entorno, el edificio consta hoy de cabecera semicircular, con tramo presbiterial flanqueado por dos dependencias cuadrangulares. La única nave se articula en tres tramos, separados por grandes arcos apuntados y cubiertos con bóvedas barrocas de lunetos, con una potente torre alzándose a los pies, en cuya base hay una de las tres puertas que tiene el edificio, abriéndose las otras dos al norte y sur respectivamente. La construcción está hecha a base de sillería de piedra arenisca local, con paramentos parcialmente renovados en algunos sectores a consecuencia de diferentes erosiones. El conjunto de la fábrica se remonta a época románica, aunque cabe distinguir dos etapas, una primera, correspondiente más o menos a la cabecera -con muchas dudas acerca de la extensión de la misma-, y un segundo momento, explicado como consecuencia de la reconstrucción del templo a raíz del incendio provocado durante el Motín de la Trucha, que serían los muros de la nave y la torre. Sin embargo un importante problema lo plantean los dos absidiolos cuadrangulares, como tendremos ocasión de comprobar. El ábside central, de planta semicircular, presenta gruesos muros, hallándose semienterrado hasta que las restauraciones han rebajado las tierras del entorno, aflorando entonces también algunas sepulturas de la necrópolis medieval. Sus paramentos fueron muy reparados en el año 1959, especialmente el alero y el sector central, donde se hallaba un camarín, construido en el año 1715. Exteriormente arranca de podium, en el que apoyan siete altos arcos ciegos de medio punto que llegan hasta el alero, de los cuales el central es algo más ancho y ligeramente más alto y el del extremo norte algo más bajo que el resto, tal vez por que en algún momento fue remontado. Están formados todos por dovelas cuadrangulares, lisas, apoyando en delgadas columnas adosadas, con basas formadas por plinto, grueso bocel, ancha escocia y otro toro más estrecho, aunque sólo una de las piezas parece ser original. Los fustes son ultrasemicirculares y los nueve capiteles son todos originales, siendo sus decoraciones, de norte a sur las siguientes: el que está en contacto con la capilla del evangelio no apoya sobre columna por lo que es una pieza pinjante, sin cimacio, que en realidad tiene forma de canecillo de nacela, con laterales sogueados y rollo en el centro; el segundo sí es ya un verdadero capitel, con una tosquísima figura humana en el frente que sostiene con su mano derecha un palo o porra y con la otra se agarra una larga barba, mientras que a su izquierda se halla un cuadrúpedo, quizá en actitud atacante, conformando una escena hoy muy deteriorada pero que quizá pudo ser similar a las que se ven en el siguiente capitel; el cimacio presenta cuatro líneas de tacos. La tercera pieza luce en el frente una figura humana de cuerpo entero, vestida con túnica y flanqueada en los laterales por sendos leones que muerden los brazos extendidos de aquélla; el cimacio es igualmente ajedrezado. El cuarto capitel, muy erosionado, muestra cuatro grandes hojas palmeadas, en las que destaca la marcada talla a bisel; el cimacio es nuevo. El quinto es una labor de cestería de ancha retícula romboidal, que estuvo rematada en los ángulos superiores por bolas; el cimacio es igualmente nuevo. El sexto tiene cimacio ajedrezado y cesta vegetal, compuesta por amplias hojas palmeadas, triangulares, alternando unas con la punta hacia arriba y otras hacia abajo, ajustándose por completo al espacio y mostrando igualmente talla biselada. El siguiente capitel parece hecho en una piedra distinta y su talla es también diferente, aunque igualmente tosca, con extraño motivo vegetal formado por hojas rectangulares de nervios verticales y paralelos, con entrelazo en el frente, rematando en rollos y bolas y cubierto todo por una plataforma a modo de sombrerete de hongo, sobre la que además se dispone un ábaco de entrelazo; el cimacio es también ajedrezado. Por último la octava pieza es prácticamente idéntica a la primera, aunque con estrías verticales y horizontales. De forma alterna, en tres de los arcos se ubican sendas ventanas, de factura muy similar entre sí, con pequeña saetera enmarcada por doble arco sin chambrana, el exterior con arista abocelada trasdosada de estrías apoyando en simples jambas sin ningún tipo de imposta y el interior con dovelas lisas cuadrangulares sobre columnillas con basamentos similares a los de los arcos ciegos, cortos fustes monolíticos y capiteles decorados con motivos diversos. La ventana norte tiene en su capitel más septentrional una serpiente enroscada, formando bucles, con cimacio ajedrezado, mientras que la otra cesta se ornamenta con tosquísima águila frontal, de alas abiertas, con roseta y hojitas lobuladas -talladas a bisel- en los espacios del fondo; el cimacio es de zarcillos. La ventana central fue hecha ex novo en 1959 y sus capiteles, con una figura humana cuya cabeza picotean dos aves y con dos serpientes el otro, se hicieron tomando como modelo otros dos de la misma iglesia, uno de la primera ventana que hemos descrito y otro de la ventana de la capilla meridional, aunque esta última, como veremos, también nos presenta serios problemas; en todo caso el cimacio izquierdo, con entrelazos y motivos vegetales, es original, aunque probablemente sería hallado en las obras y colocado aquí. En cuanto a la ventana más meridional cabe decir que sí es original, aunque las dovelas del arco interior son nuevas, al igual que el cimacio meridional. En ésta el capitel norte porta una figura humana desnuda, creemos que femenina, tal vez Eva, situada entre dos arbolitos con grandes hojas y/o frutos, con un cimacio de entrelazo, similar al ábaco del extraño capitel que soportaba uno de los arcos ciegos, el séptimo en nuestro orden de descripción; la cesta del otro lado está presidida por una figura humana frontal, vestida con túnica, con los brazos abiertos y un altar detrás, flanqueada por distintos motivos vegetales y de entrelazo, un recurso frente al horror vacui que parece caracterizar el trabajo de este escultor. Ambos capiteles están sospechosamente limpios, especialmente el izquierdo, aunque más que pensar en que sean de nueva talla cabe suponer que sufrieron una profunda limpieza durante la restauración del templo, ya que esta ventana quedaba dentro de una estancia y seguramente se hallaba cegada y revocada, pues ninguno de lo autores que describen el edificio antes de tales obras la mencionan. El alero de esta capilla mayor está muy erosionado y aunque muchas de las piezas de la cornisa fueron añadidas en la restauración de 1959, se hallan igualmente deterioradas; las originales son ajedrezadas. En cuanto a los canecillos, de los veinte que porta sólo once son originales y de ellos tan sólo en siete se puede averiguar la decoración: tres de modillones de rollo, otro -el frontal - ostenta una cabeza simiesca que parece estar atenazada por una serpiente, otro más es un cilindro acogido por una hoja lanceolada, hay uno de nacela de varios planos concéntricos rematados por gruesa bola y finalmente otro que se ha descrito como un ángel visto frontalmente, sin cabeza, aunque, teniendo en cuenta que el cuerpo es también plumífero, lo más probable es que sea otra águila vista frontalmente. Antes de introducirnos en el interior de este ábside cabe hacer una sencilla reflexión sobre la relación entre la arquitectura y la escultura de este cuerpo y es que mientras la fábrica es de buena ejecución, con un elemento como los arcos ciegos que dan esbeltez al muro y denotan cierta preparación de quienes trazaron esa arquitectura, los escultores son sin embargo todo lo contrario, tallistas muy poco hábiles, con unos recursos muy rudimentarios, con unos volúmenes francamente básicos, unas figuras simples, toscas y planas y recurriendo en el mejor de los casos al bisel. El interior del ábside central está igualmente muy retocado, sobre todo la parte inferior y la central. Casi al ras del pavimento actual se ve aflorar un primer cuerpo o podium, muy poco destacado y con los sillares superiores rematando en bocel, aunque buena parte son de nueva factura. Encima se dispone un cuerpo liso y macizo, rematado por imposta totalmente nueva y sobre la que se hallan las tres ventanas, abocinadas y completamente lisas, aunque el abocinamiento que también tiene el alféizar nos parece una solución reciente. El muro remata en imposta ajedrezada de la que sólo quedan originales las piezas de ambos extremos, arrancando de aquí una bóveda de horno, de sillería arenisca, que trasciende al cuarto de esfera hasta alcanzar un desarrollo de ligera herradura. El arco frontal de la bóveda, en su encuentro con la más amplia del presbiterio, lleva además una pequeña chambrana de dovelas cuadrangulares lisas. El presbiterio sigue el esquema habitual, rectangular y ligeramente más ancho que el ábside, aunque al exterior queda prácticamente enmascarado por las dos piezas cuadrangulares laterales. En el lado norte incluso se ha desmontado la parte superior del muro, de modo que entre el ábside y la nave queda un vacío. En el sur sí se conserva hasta la misma altura que el ábside, elevándose brevemente sobre la capilla lateral, pero la cornisa no parece original y carece además de canecillos. En el interior este espacio presbiterial enlaza perfectamente con el hemiciclo, con muros lisos donde se abren las puertas que comunican hoy con los laterales y cubierto con bóveda de cañón que nace de la misma imposta ajedrezada. Por lo que respecta al arco triunfal, es muy apuntado, resultado de la renovación de la nave que creemos que se hizo ya en época gótica -a la que se añadieron después los yesos barrocos-, con el mismo arco doblado sobre pilastras que muestran los de separación de tramos de esa nave. Las presuntas capillas laterales, hoy con la función de sacristía y almacén, presentan un problema de interpretación muy complejo, para el que debemos recurrir en primer lugar a la descripción y planta de la iglesia que publicó Salvador García de Pruneda en 1907, mucho antes de cualquier restauración con intenciones miméticas, y aunque tampoco sea demasiado lo que nos pueda aportar, sin embargo en el dibujo de la planta se aprecia también una dependencia adosada a la cabecera, envolviendo el absidiolo sur y la mitad correspondiente de la capilla mayor. Pero vayamos por partes. El pretendido absidiolo norte aparentemente es el que mejor conserva su estructura original. Es un reducido espacio de planta rectangular que muestra al exterior una sillería irregular con grandes bloques en las esquinas. Se cubre a un agua y en el testero tiene una sencillísima saetera adintelada que se abocina hacia el interior, mientras que el muro norte es macizo, con alero muy erosionado soportado por seis canecillos que parecen ser todos de nacela, y cornisa quizás de listel y chaflán. El interior es hoy un espacio cerrado al que se accede a través de un estrecho arco de medio punto, seguramente ya de época bajomedieval o moderna, cubriéndose con bóveda de cañón y careciendo de cualquier elemento decorativo. Ni desde dentro de la capilla ni desde la nave -aquí tal vez por la existencia de retablo- se ve atisbo de arco triunfal y la saetera en el interior curiosamente es rectangular, rasgada, como suelen ser las posmedievales, todo lo cual complica extraordinariamente la datación de esta dependencia, que si no fuera por el alero románico diríamos incluso que es posterior a la Edad Media. Para colmo de dificultades, en el interior la piedra ha sido rejuntada e incluso toda la bóveda parece reconstruida, igual que la puerta parece estar remontada. La capilla de la epístola tiene casi todo el muro exterior del testero reconstruido, lo que se debió hacer en la restauración de 1959, cuando se eliminó la estancia que tenía adosada en ese lado, a la que se accedía por una puerta que quedaría más o menos bajo la ventana actual. Esta ventana presenta igualmente una complicada interpretación pues si gran parte de ella está reconstruida, el lateral norte sin embargo es original, tanto las dovelas, como el cimacio ajedrezado como la columnilla con su capitel, en el que aparece una figura humana cuya cabeza picotean dos aves. El muro meridional de esta capilla presenta alto zócalo con remate achaflanado -como el que aparece ya en la fachada meridional de la nave- y tiene todo el esquinal reconstruido, como el alero, que carece de canes o de cualquier otro elemento de filiación románica, abriéndose por el contrario una ventana cuadrangular posmedieval. Hoy en el interior tampoco tiene comunicación con la nave e igualmente tampoco hay rastro de arco triunfal, a la vez que el arco de medio punto por el que se accede desde la capilla mayor es completamente nuevo, aunque sustituye a otro cegado, también de medio punto pero más bajo. En su interior todo se halla muy restaurado: el abocinamiento de la ventana del testero sólo conserva original la mitad norte y del conjunto de paramentos la única piedra que parece antigua -o que al menos no ha sido limpiada con saña-, son las hiladas superiores del muro norte y tres o cuatro hiladas del mismo lado de la bóveda de cañón, precisamente las que conservan restos de pintura gótica donde se reconocen varias escenas de la vida de la Virgen, paneles que diversos autores fechan entre el último tercio del siglo XIII y el primer tercio del XIV. En cuanto al aparejo, los muros este y norte son de sillería mientras que el del sur y oeste son de mampuesto y la bóveda nace de imposta ajedrezada en el lado norte, aunque no existe en el sur, hallándose igualmente en el testero, bajo la ventana, si bien la mayor parte es reconstruida. A partir de tal panorama no resulta nada fácil interpretar la actual cabecera de Santa María la Nueva y cualquier especulación al respecto resulta sumamente frágil. En principio pudiera pensarse que la capilla meridional bien pudo ser contemporánea del ábside central, aunque buena parte de ella es producto de una reforma posmedieval y de una contundente intervención durante las obras de restauración. En cuanto a la capilla norte, posiblemente también pudo tener un origen similar, aunque al menos en el interior todo parece renovado e incluso puede que toda ella fuera reconstruida, reduciéndose ligeramente en anchura y empleando numerosas piezas antiguas, entre ellas el alero. Claro que también podemos hallarnos ante estancias posteriores a la capilla mayor y que la presencia de motivos románicos sea siempre reutilizaciones, incluyendo la ventana del testero de la actual sacristía, que bien pudo estar en origen en el muro meridional del presbiterio que precede a la capilla mayor. En todo caso volveremos sobre este asunto en las conclusiones finales. La nave no presenta menores problemas de interpretación y las hipotéticas tres naves originales de que hablan casi todos los autores e incluso el texto que relata el Motín de la Trucha, pasaron a convertirse en una sola en época gótica, muy probablemente en el mismo momento en que se realizan las pinturas murales. Al exterior el muro norte contacta con la capilla de ese lado mediante un contrafuerte ligeramente desviado y más que probablemente reconstruido. Dos contrafuertes más se reparten por el muro, enmarcando la portada que se halla en el centro de la nave. García de Pruneda no dibuja en su plano ninguno de estos contrafuertes, aunque sí habla de ellos. El primer tramo es macizo, en el segundo se ubica la portada y el tercero es igualmente sobrio, con una sencilla saetera en la parte alta. La portada de este lado se halla bastante descentrada respecto a los contrafuertes, incluso parcialmente tapada por el más oriental, lo que hace pensar que en realidad tales soportes sean producto también de la renovación gótica de la nave. La puerta es muy apuntada, con arco de ingreso moldurado con bocel entre medias cañas, seguido de varias arquivoltas también molduradas con varios boceles, nacelas y mediascañas, seguidas por nacela con la típica moldura zamorana de listel, nacela y bocel, la misma que porta la imposta sobre la que descansa el arco de ingreso. Las arquivoltas descansan en un total de cuatro columnillas acodilladas, sin podium, con basas formadas por plinto, gruesos toros y ancha escocia, con tosquísimos capiteles de cestas estriadas que tratan de imitar nervaduras de hojas, con una bola en el extremo superior. Sobre la clave de la chambrana hay un escudete muy erosionado y al oeste de la portada una saetera que parece original. A lo largo de todo este paramento septentrional se aprecian varias rozas, mechinales y canecillos que son testigos de las numerosas reformas que ha sufrido el edificio. En el segundo y tercer tramos se aprecia, a media altura, una línea de erosionados canes, que posiblemente hubo también en el primero, aunque ahí el paramento ha sido reformado. Son sin duda el testimonio de un antiguo alero, que curiosamente está por debajo del que se conserva en el absidiolo norte, otra particularidad a tener en cuenta a la hora de hacer una valoración de las etapas constructivas del edificio. Son en total once las piezas completas, todas muy erosionadas, entre las que se aprecia una decorada con varios rollos, como los que luce la capilla mayor. En el remate del muro actual se encuentra el alero resultado de la reforma, igualmente muy erosionado, con cornisa al parecer de listel y chaflán y con 24 canecillos, generalmente de ancha nacela, en algún caso de cuarto de bocel y puede que alguno con representación de cabeza zoomorfa, junto a dos que son piramidales con cuatro hojitas lanceoladas y uno de rollos. La mayoría de estas piezas parecen claramente góticas -las anchas nacelas y los cuartos de bocel-, pero la duda estriba en los dos últimos tipos, que bien pueden ser antiguos canes empleados en la nueva obra o quizá una perduración de modelos románicos, lo que parece detectarse en la iglesia de Fuentelcarnero, que fechamos en un momento muy avanzado del siglo XIII y en cuyo alero aparecen estos mismos canecillos de hojas lanceoladas tan habituales en el tardorrománico de la capital: en la Puerta del Obispo de la catedral, en San Pedro y San Ildefonso, en San Juan de Puerta Nueva, en Santa Lucía o en el Santo Sepulcro, entre otros templos. El testero de la nave -incluido el triunfal de la capilla mayor- sería igualmente obra de la misma re f o rma, de ahí que no se aprecie el menor testimonio de la anterior altura de naves. Por lo que respecta a la fachada meridional, su organización es similar a la norte, también con tres contrafuertes construidos cuando se hizo la nave única. Entre los dos primeros se halla el osario, enmascarando parcialmente el paramento, aunque sobre él llegan a verse la línea de canes original, con seis erosionadas piezas entre las que aparece la representación de un águila con las alas abiertas. En esta ocasión la cornisa sí queda en una cota superior a la de la capilla lateral correspondiente. En el segundo tramo, descentrada respecto a la ubicación de los contrafuertes, se encuentra la actual portada, bajo un arco de ladrillo mucho más moderno y con una pequeña hornacina en la que hasta hace algunos años ubicaba una Virgen gótica. Está formada por arco doblado, el interior de medio punto, sobre pilastras, totalmente nuevo, y el exterior -que destaca sobre el muro- en arco de herradura, con dovelas aboceladas apoyando en toscas semicolumnas de basamento alto y prismático, reconstruido, con rudimentarios capitelillos, el occidental con sirena que se agarra la doble cola y el oriental con dos aves gallináceas que entrelazan sus largos cuellos, bajo los que se dispone una bola, con ambos cimacios decorados con rosetas de siete hojas puntiagudas. A nuestro juicio esta puerta es el resultado de una reconstrucción en la que se utilizan piezas románicas; el arco de herradura, que ha dado lugar a tantas especulaciones -y que también aparece en la parte interior, aunque mucho más alto y menos marcado-, puede ser el que tuvo la portada precedente, lo que coincidiría en todo caso con la forma de la bóveda del ábside mayor, o incluso puede ser pura coincidencia, resultado de un deficiente ensamblaje de las piezas. En el tercer tramo el sector del antiguo alero conservado es menor, con tan sólo dos canes recortados; bajo ellos aparece una saetera de la primera fábrica y sobre ellos otra de mayor tamaño. El alero actual por su parte sigue un esquema similar al del lado norte, con 21 canecillos erosionados, generalmente de nacela, aunque hay tres de rollos, otro con lo que parece una estrella de cuatro puntas, otro más con una cabeza y siete con las omnipresentes cuadrifolias planas lanceoladas. En los muros interiores de la nave no hay elementos claramente identificables con tiempos románicos, aunque en el muro norte se aprecia una línea de sillares más estrechos que podían ser el remate original del muro antiguo, a la vez que se observa en el tercer tramo un remate vertical del muro que quizá nos muestra hasta dónde llegó la primera nave. Por su parte, en el primer tramo se conservan restos de pintura mural, con un San Cristóbal, seguramente de los siglos XVI o XVII y junto a la base del primer arco, el hueco donde según la tradición se refugió la hostia consagrada durante el incendio de 1158. En cuanto al paramento interior sur sólo cabe reseñar la presencia de un arcosolio funerario en el primer tramo, fechable en época tardogótica, con restos de pinturas murales de inicios del siglo XVI en el intradós y con una cartela en su base con el sobrio epitafio: HIC NVNC QVIESCIT QVI NVNCQVAN QVIEVIT, es decir, “Aquí reposa ahora quien nunca descansó”. En el tercer tramo se halla otro arcosolio gótico, embutido en el muro original, en cuyo entorno se hallan nuevos restos de pinturas murales, contemporáneas de las de la capilla de la epístola, representando escenas como la Huida a Egipto, la Anunciación o la Adoración de los pastores. A los pies se levanta la potente torre, cubierta parcialmente por las pinturas que acabamos de señalar. Es una voluminosa pieza con la misma anchura que la nave y con un pequeño hueco cerrado con reja, junto al ángulo noroeste de dicha nave, donde estuvo el Archivo del Estado Noble de los Caballeros Hijosdalgo de Zamora, hoy en el Archivo Histórico Provincial. En los laterales se aprecia perfectamente cómo se adosa a los muros románicos y cómo el recrecimiento gótico del edificio se apoya en ella. De planta rectangular y robustos muros, en el interior muestra un alto y abierto espacio abovedado con cañón apuntado, siguiendo el eje de la nave, sobre impostas de listel y chaflán en los cuatro lados. Comunica este espacio con la nave mediante un alto arco con impostas molduradas de listel, caveto y bocel, idénticas a las que aparecen en la iglesia del Espíritu Santo. En este mismo cuerpo inferior, en el lateral de mediodía, precediendo a la escalera de caracol, hay una pequeña capilla abierta, también abovedada con cañón, transversal a la anterior, donde se ubica la pila bautismal y en cuyos muros se conserva una inscripción funeraria fechada en la era MCCCXXXIII (año 1295). El husillo ocupa el ángulo suroeste y a través de la escalera de caracol se accede a una estancia en el tercio superior de la torre, cubierta igualmente por bóveda, sala que hoy usa la Cofradía de la Vera Cruz. El remate de la torre es ahora un espacio aterrazado donde se ubican dos espadañas, una al sur, barroca, de dos cuerpos con tres troneras, y otra muy pequeña, al oeste, de ladrillo y piedra, seguramente de fechas no muy distintas a la anterior. En el exterior la torre muestra en su paramento sur un par de arcosolios de medio punto, con arista en bocel, y coincidiendo en altura con el antiguo alero románico de la nave tres canzorros -más uno desaparecido- que sostendrían un pórtico. En la parte alta de este lado hay una saetera lateral que ilumina la escalera de caracol y el muro se remata con la espadaña barroca. En el lado norte el muro es completamente macizo mientras que en el de poniente hay cinco vanos: tres saeteras que iluminan la sala superior de la torre y la escalera de caracol, un ventanal en el centro -arrojando luz a la base de la torre- y finalmente la portada. El citado ventanal debió ser en origen una saetera central enmarcada por doble arco, vaciado después para finalmente, en una reciente reconstrucción, rehacerse de forma un tanto extraña; el arco de enmarque, trasdosado por chambrana de nacela, es de medio punto doblado, con arquivoltas molduradas de bocel entre mediascañas descansando en cuatro columnillas acodilladas con capiteles de estrechas pencas dispuestas en dos órdenes, vueltas y enrolladas, similares a las que aparecen en la catedral, en San Esteban o Santiago del Burgo, pero sobre todo a las de sendas ventanas de San Juan de Puerta Nueva y San Ildefonso. Los cimacios presentan la habitual moldura zamorana de listel, nacela pasada y bocel, que se vuelven a repetir en todos esos templos y otros más. En el interior se repite la misma forma y decoración, aunque seguramente por el abocinamiento inicial, sólo hay lugar para un arco y un par de columnas con los mismos capiteles. La portada occidental es un sencillo arco de medio punto, doblado y apoyado en pilastras, con chambrana e impostas molduradas con el esquema que acabamos de describir, una portada que se repite en la pequeña iglesia del Espíritu Santo. Esta torre se halla desmochada y a juzgar por su estructura pudo ser bastante más alta, dotada incluso de elementos defensivos, aunque también cabe la posibilidad de que no se llegara a concluir. Llegados a este punto, como hiciera en 1907 García de Pruneda, no podemos menos que pedir disculpas “por haber tratado con tanta pesadez un asunto tan árido”, según sus propias palabras. Sin embargo no ha sido nuestra intención la misma que animara a aquel autor de demostrar “esa forma nacional que tanto nos discuten los extranjeros” del arco de herradura, sino buscar los argumentos para trazar la evolución histórica de tan complejo edificio, sobre cuyas fases constructivas casi siempre se ha pasado de puntillas o creemos que no se ha definido lo suficiente. Así pues, a partir del detallado recorrido que hemos hecho por el edificio creemos que se pueden establecer las siguientes etapas: 1. A la más primitiva iglesia corresponde el ábside central. Es posible que formara parte de un templo de tres naves, como casi todos los autores se han empeñado en creer pero realmente no hay argumentos sólidos que lo aseguren, tan sólo la presencia de una imposta ajedrezada en los muros norte y este de la capilla de la epístola -la actual sacristía- pudiera ser testimonio de un antiguo presbiterio en ese lado, aunque ciertamente no es un dato demasiado sólido. A esa misma construcción pertenecen elementos reutilizados después, como las piezas que se remontan para formar la portada meridional e incluso alguno de los canecillos. Sería ésta la iglesia anterior al Motín de la Trucha de 1158 -si es que realmente ocurrió así y en tal fecha- pues la escultura de la capilla mayor habría que situarla en las primeras décadas del siglo XII, empleando motivos como la sirena de doble cola o el águila de alas abiertas que forman parte de los repertorios más extendidos en esas fechas. Es una escultura muy tosca, con empleo de recursos e incluso ciertos motivos decorativos que parecen anclados casi en lo prerrománico, aunque la tosquedad que la caracteriza no significa necesariamente antigüedad. A veces se ha buscado como referencia las tallas más antiguas de San Cipriano, quizá por lo rudimentario de las figuras, pero en realidad el escultor o escultores que trabajan en Santa María la Nueva tienen aún unos recursos más limitados. Más hábiles fueron los artífices que trazaron la arquitectura, aplicando al muro un elemento tan extraño en el románico zamorano como son los arcos ciegos recorriendo los paramentos exteriores del ábside, algo que sin embargo es mucho más característico de otros lugares, como las tierras burgalesas, donde se utilizan en la más variada composición desde los momentos más antiguos a los más tardíos del período románico. La particularidad que se ha querido también resaltar a veces en esta iglesia de una capilla mayor semicircular con dos absidiolos planos -algo que casi un siglo después se emplearía en el templo leonés de Arbas del Puerto-, y que podría ser una solución mixta entre las cabeceras más ortodoxamente románicas formadas por hemiciclos y la particularidad zamorana de preferencia por los testeros planos, en realidad es un argumento falaz pues no sabemos la morfología de los absidiolos más antiguos o, como hemos señalado, si siquiera los hubo. 2. Si nos fiamos del episodio del Motín de la Trucha -aunque en modo alguno podemos tomar al pie de la letra los desperfectos que pudo sufrir el templo-, Santa María la Nueva, ya con este nombre, se reconstruyó con posterioridad a 1158. Sin embargo, si nos atenemos a un análisis escultórico, una segunda fase de obras se llevó a cabo muy a finales del siglo XII o incluso en los primeros compases del XIII. Esta remoción afecta a la nave, que al menos entonces pasa a tener unas dimensiones muy similares a las de ahora, aunque con los muros más bajos. Ahora sí parece que hubiera tres naves, al menos si nos atenemos a la anchura del conjunto, aunque seguiríamos sin saber cómo eran los absidiolos, que no obstante y a juzgar por la forma en que se estaba construyendo en la ciudad, perfectamente pudieron ser ya cuadrangulares, aunque reiteramos nuestra convicción de que nada de ellos ha sobrevivido, a no ser alguna pieza reutilizada en los posteriores. De este momento se conservan los muros norte y sur de la nave, incluyendo la portada septentrional, mientras que la meridional se reconstruiría reutilizando piezas de la fábrica anterior. En este momento se hizo nueva la portada norte mientras que para la sur se reutilizan algunas piezas de la fábrica anterior. 3. De forma inmediata a la reforma de la nave o incluso en las mismas campañas se construye la torre. Aunque se aprecia bien cómo se adosa a la nave románica, lo que en principio sería indicio de posterioridad, las fechas pueden ser prácticamente las mismas pues una estructura de este tipo se levanta muchas veces sin trabar con el resto del edificio, estando muy claro además que el recrecimiento gótico de la nave sí apoya sobre la torre. Esa compatibilidad de fechas queda demostrada perfectamente porque nave y torre comparten el mismo lenguaje decorativo, el mismo que se está empleando en casi todos los edificios que se están levantando en la ciudad en esos momentos. 4. A finales del XIII se acomete una nueva reforma, pasando de las hipotéticas tres naves a la única actual, a la vez que sería entonces cuando se hacen los absidiolos o dependencias laterales actuales, lo que se puede ver perfectamente en la del lado de la epístola, cuyo muro sur presenta un regruesamiento que se continúa perfectamente en los contrafuertes que se datan en esta misma época. En esos mismos absidiolos se reutilizan elementos de la fábrica románica de las capillas o testeros precedentes -entre ellos el ventanal románico que sería de la fase más antigua- y tal vez, al transformarse ahora en nave única, pudo ser que los absidiolos no se concibieran como tales sino como capillas independientes, de ahí que no haya rastro de arcos triunfales, o al menos no los hemos sabido encontrar. El cambio que sufre el cuerpo central de la iglesia obliga a elevar los muros laterales, para que tengan cabida tan amplios arcos, lo que posibilita que en el muro septentrional el viejo alero quede por debajo de la cota del que tiene la capilla que ahora se reconstruye en ese lado, cosa que hubiera sido un tanto incomprensible si fueran contemporáneos. Entonces, o escasos años después, el templo se decora con las pinturas murales de las que han sobrevivido escasos restos. 5. Con posterioridad a la Edad Media se reconstruye el absidiolo norte y se altera profundamente el meridional. Puede que sea entonces cuando se hace la bóveda de lunetos que hoy cubre la nave y el camarín junto a la cabecera. En ese caso la fecha sería el año de 1715. Finalmente, en 1959 una restauración mimética complica la interpretación de toda esta historia constructiva, eliminando estancias añadidas y recreando piezas que estaban mutiladas o que habían desaparecido. 6. Pero al margen del edificio, en el interior se hallan numerosas piezas escultóricas descontextualizadas pero que por su indudable interés debemos recoger, aunque sea de forma breve y selectiva. Capitel con sirena: Hecho en caliza blanca y tallado en dos de sus caras, con unas medidas de 40 cm de altura y 43 x 36 cm de anchura. Representa a una tosca sirena de dos colas, las que agarra con sus manos, una representación que ya vimos empleada en la fábrica más antigua del edificio, con la que comparte la misma cronología de las décadas iniciales del siglo XII, aunque sea de distinto escultor. En el plano superior son bien visibles las líneas de replanteo trazadas por el artista antes de acometer la talla. Soporte de la mesa de altar: Haciendo las funciones de tenente de altar se encuentra un capitel de 43 cm de altura, 46,5 cm de anchura y 42 cm de profundidad, decorado en tres de sus caras y realizado en arenisca local de grano fino, con una planta ultrasemicircular. A juzgar por el tamaño y la disposición de la decoración, muy posiblemente sea uno de los capiteles del arco triunfal de la iglesia más primitiva. Se decora con tres figuras humanas de manos alzadas y enlazadas, vestidas con túnicas, ocupando cada cual una de las caras, todas con rasgos muy rudimentarios aunque la del lado izquierdo porta una rama en su mano libre y se peina con una melena que parece identificarla como mujer. La talla, que guarda mucha similitud con uno de los capiteles de la ventana sur de la capilla mayor, es muy tosca, característica de la fase más antigua del templo, con cuya escultura comparte el obsesivo horror vacui que se pretende solucionar rellenando de manera indiscriminada todo espacio mediante motivos vegetales o geométricos, quizá con la intención también de dar a la escena un entorno campestre. Álvaro Ávila de la Torre ve en estos elementos que envuelven a las figuras posibles llamas y explica la escena a través de un pasaje bíblico del Éxodo en el que Aarón y Jur ayudan a Moisés a sostener los brazos en alto mientras a sus pies se desarrolla el combate entre los ejércitos de Amalec y de Josué. Fragmento de figura sedente: Es una pieza muy erosionada, de 55 x 35 x 26 cm, hecha en arenisca de grano fino y representa a un personaje sentado del que sólo se conservan las piernas. Viste con túnica y tiene los pies desnudos, por lo que pudiera tratarse de un Cristo en Majestad. La talla con volúmenes bien marcados, el tratamiento de los pliegues en forma de V y las proporciones de la figura hacen de esta pieza la mejor escultura que se conserva en la iglesia. Su cronología puede establecerse en las primeras décadas e incluso en las centrales del siglo XIII. LA PILA BAUTISMAL Se localiza bajo la torre, en una pequeña capilla lateral. Es un gran vaso troncocónico invertido, casi un cilindro, de 136 cm de diámetro y 86 cm de altura, asentado sobre un escalón circular, fabricado en arenisca local. Presenta embocadura plana, con chaflán hacia el interior y arista viva hacia el exterior. El cuerpo se decora a base de siete grandes arcos de medio punto rebajado sostenidos por columnillas con capiteles vegetales de tres hojas planas lanceoladas -que a veces parecen enrollarse en la parte superior- y en cuyo interior se disponen seis personajes nimbados además de una escena. En esta última aparecen dos figuras, una masculina y otra femenina que sostienen un paño sobre el que aparece un tercer personaje, en cuya cabeza se dispone la paloma del Espíritu Santo, conformando una imagen alegórica del bautismo. Del resto de los personajes que ocupan las arquerías cinco visten con pesados ropajes, sostienen libros abiertos o filacterias y miran frontal o lateralmente; uno, portando llaves, se identificaría con San Pedro. Finalmente, el séptimo arco es el peor conservado y en él se halla un ángel turiferario que se dirige a la escena del bautismo. Esta pieza, con una escultura de calidad muy superior a la del resto del templo -pareja quizá a la de la figura sedente-, es un caso único en la provincia y prácticamente en el Reino de León, todo lo contrario que ocurre en el castellano, donde las pilas decoradas con arcos son muy frecuentes, especialmente en Palencia, Burgos y Soria, aunque en esta última son composiciones más bien geométricas, sin apenas figuraciones. En Burgos pilas como las de Cayuela, Cascajares de la Sierra, Albacastro o Gumiel de Mercado siguen el mismo esquema de Santa María la Nueva, con apóstoles -o a veces animales- encuadrados individualmente en arquerías; en Palencia hay igualmente ejemplos muy notables de composiciones similares, como ocurre en Moarves de Ojeda, Renedo de Valdavia o Valcobero, aunque las tallas sean muy distintas entre sí. En cuanto a las fechas todas son ejemplares tardíos, de modo que la pila zamorana pudiera ser contemporánea de la segunda etapa románica de la iglesia.