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Costado norte de la iglesia, muro de cierre y nave norte de Sant Llorenç de Sous

Identificador
17003_01_020
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42.250000, 2.720000
Idioma
Autor
Gerardo Boto Varela
Colaboradores
Sin información
Edificio (Relación)

Sant Llorenç de Sous

Localidad
Albanyà
Municipio
Albanyà
Provincia
Girona
Comunidad
Cataluña
País
España
Ubicación

Sant Llorenç de Sous

Descripción

Monasterio de Sant Llorenç de Sous

 

Sant Llorenç de Sous, tradicionalmente denominado Sant Llorenç del Mont, se encuentra situado en un despoblado paraje boscoso que, hasta 1988, correspondía al ayuntamiento de Bassegoda (Garrotxa). Desde ese año, esta población fue incorporada al término municipal de Albanyà, en la comarca del Alt Empordà, correspondiente al obispado de Girona. Para llegar hasta la ruina de este monasterio, reducido a la parroquia de Sant Llorenç de Sous desde el siglo xvii, es necesario tomar la N-260 que va de Besalú a Figueres, tomar el desvío a Sant Martí Sesserres y Cabanelles pero sin acceder a ella, siguiendo por la GIP 5237, en un serpenteante trazado hasta que sale un desvío a la derecha que se indica como la Carretera del santuario de la Mare de Déu del Mont. Al cabo de 2,5 km se alcanza el pago del monasterio (855 m). 

 

En la accidentada vertiente de la montaña se encuentra una planicie que, no obstante, fue necesario aterrazar a fin de poder habilitar en ella una superficie suficiente para disponer cada una de las grandes unidades del monasterio: iglesia, área claustral y oficinas, dependencias y almacenes. Ese proceso fue consumándose a medida que se incrementaron las necesidades del cenobio, a lo largo de los siglos bajomedievales.

 

El establecimiento se menciona por primera vez en un documento expedido por el rey Carlos el Calvo el 11 de abril 871. En el precepto, que concedía al cenobio benedictino de Sant Aniol d’Aguja la demarcación de un territorio monástico, se alude a una iglesia sita en la montaña de San Lorenzo, que cabe interpretar como una celda monástica: montem sancti Laurenti cum basilica in honore Sancti Laurenti eusdem fundate próxima a una fuente; el término basilica no indica en absoluto que la topografía del santuario poseyera tres ábsides ni otras tantas naves. Los recursos del monasterio de Aguja eran demasiado exiguos. Sus comprometida supervivencia sólo pudo garantizarse sometiéndose al dominio del capítulo catedralicio de Girona. Esta adscripción quedó sancionada por sendos documentos concedidos por el rey Carlos III el Simple en 899 y 922, y por una bula del papa Silvestre II en 1002. Ese nuevo estatuto también incluyó, obviamente, a la filial cellam Sancti Laurentii cum terris et vineis.

 

Entre los siglo x y xi los condes de Besalú-Cerdanya otorgaron rentas y bienes raíces a la cápsula monástica, lo que proporcionaba una perspectiva de crecimiento. Los monjes de Sant Aniol, conscientes de sus angosturas en el valle de Aguja y de las opciones de crecimiento, en cambio, de la celda de San Lorenzo decidieron trasladarse a este lugar más próspero, posiblemente después de 922. En 1003 se funda la abadía benedictina de Sant Llorenç del Mont, con el primer abad Abbó al frente, exenta de la mitra gerundense y sometida a los condes bisuldinenses, que fueron sus promotores económicos e institucionales, al tiempo que lo constituían como agente local de su política territorial. Las donaciones testamentarias de Bernat Tallaferro en 1020 (ante el abad Tassi) y de Guillem de Besalú, en 1034, sitúan a la abadía de Sant Llorenç en el mismo nivel de tratamiento que los monasterios de Banyoles, Camprodon y Canigó. La donación de Ermessenda antes de emprender su peregrinación romana y compostelana (1057) y la de Ramon Berenguer III (1131), toda vez que el condado de Besalú fue absorbido por el de Barcelona, prueban el respaldo condal, un tanto discontinuo.

 

El sobrenombre del monasterio viene dado por la titularidad de la imagen de culto de Nuestra Señora del Monte, que consta en 1222. El crecimiento de esta devoción comarcal estimuló al abad Bernat a construir en 1311-1318 un santuario mariano en la cima del monte, advocado a la Mare de Déu del Mont. La confrontación por la propiedad de la capilla, que enfrentó a la comunidad benedictina y al obispo Guillem de Vilamarí, se resolvió con atribución de la administración abacial y la jurisdicción episcopal.

 

En 1322 residían en la casa ocho monjes, pero en 1438 eran ya sólo dos, apremiados además por la merma de recursos económicos y la decadencia material del cenobio. Los violentos terremotos de 1427, 1428 y 1434 provocaron el colapso de las bóvedas de la iglesia y de algunas oficinas monásticas. Las bóvedas, nunca repuestas, fueron substituidas por cubiertas de envigado. Consta que la fábrica se encontraba en tan lamentable estado que resultó imperioso trasladar el altar mayor de Sant Llorenç de la iglesia al claustro, probablemente a la galería septentrional del mismo. El nártex, despojado de su función litúrgica original, devino en los siglos xv-xvi en la nueva área cementerial del monasterio.

 

La restauración arquitectónica y espiritual llevada a cabo en la primera mitad del siglo xvi por el abad Francesc Albanell, con la institución de cuatro beneficios, palió sólo durante unas décadas la agónica situación de la casa. En 1592, en el marco de los decretos acordados entre Felipe II y Clemente VIII, Sant Llorenç del Mont fue suprimido y sus monjes trasladados a la comunidad de Sant Pere de Besalú, aunque de facto el monasterio siguió existiendo hasta 1605. Desde entonces, la iglesia no tuvo otra condición que la parroquial. Sus desmesuradas proporciones para una magra población dispersa imposibilitaban disponer de los recursos necesarios para su costoso mantenimiento. Se optó por abandonar la basílica e instalar el altar y el culto en la antigua sala capitular, en la panda meridional del claustro, con entrada directa desde el exterior. La nueva iglesia parroquial fue consagrada en 1829.

 

En su visita de 1884 Verdaguer lamentaba que el otrora monasterio de los condes de Besalú se viera devastado, reducido a unos desoladores escombros. El despoblamiento completo del vecindario de Sous en el siglo xx sumió al monasterio en un estado espectral, enterrado en sedimentos y maleza. En 1983 las ruinas fueron declaradas Bien Cultural de Interés Nacional. Al año siguiente se emprendieron campañas arqueológicas por parte del Servei de Patrimoni Arquitectònic de la Generalitat, que se han prolongado hasta 2014. Todas estas tareas han recuperado los perfiles del conjunto hasta sus niveles de circulación y han puesto en valor el conjunto. El acuerdo institucional de 2008 ha proporcionado recursos didácticos para auxilio y estímulo de visitantes.

 

El conjunto monástico exhumado se compone de una iglesia basilical, con tres ábsides y tres naves, nártex, atrio, claustro trapezoidal con oficinas en los tres lados, edificios de servicio en el compás de dentro, cerramiento con muro y torre junto a la puerta del recinto y un aljibe. Todo ello se dispuso en orientación Sur-Norte y adaptado a una planicie que atempera la pendiente de la montaña. El agua se canalizaba desde la fuente de Esparraguera (fonte vocabulo Sparrigaria) y discurriría por la vertiente, con el consiguiente riesgo de que la humedad afectara a toda la estructura. Por ello, los monjes tuvieron que realizar desmontes que evitaran la congestión de los muros.

 

Las excavaciones arqueológicas de los años ochenta exhumaron, en el seno del absidiolo meridional, la fundamentación de un muro semicircular. Cabe interpretar este testimonio como la exedra única de la iglesia del siglo x. Esta fábrica, aparentemente muy elemental, y por tanto atribuible a la cela de San Lorenzo, revela su insuficiencia. Sin duda, se planteó la necesaria substitución por una iglesia de mayor capacidad espacial y cultual cuando esa nueva iglesia fue requerida por la comunidad llegada desde Sant Aniol, que al establecerse convirtió a Sant Llorenç en una abadía. Sus necesidades litúrgicas, de herencia carolingia, requirieron un espacio eclesiástico articulado, con una distribución apropiada para la diversificación de los oficios y el calendario cultual. Dado que desde 1003, año de consagración de Sant Pere de Besalú, Sant Llorenç contaba con la promoción económica de los condes acentuada desde 1020 y 1034, la comunidad dispuso de recursos suficientes en esas décadas. En ese lapso, abad y monjes se constreñirían en la pretérita iglesia. El nuevo edificio debió iniciarse por el ábside mayor, con su singular cripta, extendiéndose hacia ambos flancos y englobando en el absidiolo meridional el viejo santuario. Aunque carecemos de evidencias materiales o documentales, podría sugerirse con prudencia que la construcción se llevó a efecto en el segundo tercio del siglo xi y que a mediados de esa centuria estaría ejecutado el cuerpo de la iglesia o buena parte del mismo.

 

Topográfica, técnica y plásticamente la iglesia corresponde a la generación románica de mediados del siglo xi, con todos los formulismos característicos (lesenas de dos y de cuatro arquillos) de los constructores de curriculum comacini. Los muros se aparejaron empleando sillarejo devastado, dispuestos en ambas caras de los habituales muros de tres hojas (salvo en el extremo del muro norte, donde se emplearon bloques ciclópeos irregulares), y conservan los mechinales del andamiaje, pautados en el lienzo con un intervalo de seis a nueve hiladas. Los lienzos son lisos en el costado interior, pero asumen contrafuertes en el exterior. La ubicación de los contrafuertes del lado norte no mantiene correspondencia con la de los pilares, de lo que se infiere que esos resaltes no se dispusieron para absorber los empujes de los pilares sino para reforzar la estabilidad del propio lienzo. En cambio, en el muro sur sí existe una correspondencia entre ubicación de pilares y contrafuertes, que asumen los empujes del edificio y, sobre todo, del desnivel del terreno. Los contrafuertes escasean entre los edificios del siglo xi, y fueron empleados en Cardona (1040) o en Olius (1079), como recordó Adell.

 

Los tres ábsides están conformados por exedras sin tramo presbiteral. Los laterales, sencillos presentan ventanas de doble derrame y un codillo de transición al primer tramo de la nave. El ábside central, en cambio, presenta una complejidad mayor. Ofrece dos alturas, con una superposición cultual que no es sencillo interpretar en términos funcionales. En la parte inferior una cripta semisubterránea –iluminada por un vano simple, con rellano ante su umbral y carente de escaleras de fábrica para descender a la cota del suelo–, se abre a la nave mayor con un gran vano que perfila la bóveda semicircular. A pesar de refacciones modernas en el dovelaje, la morfología espacial tiene que ser la original, tanto por la ventana cuanto por la originalidad de los peldaños de subida al altar mayor instalados en los riñones de la bóveda de la cripta. Ese recinto semienterrado, que necesariamente requeriría el empleo de escaleras muebles de madera para días determinados del año, solo se justifica por la presencia en él de unas reliquias relevantes, que difícilmente pudieron corresponder a nadie más que al titular de la casa. La abertura explícita a la nave recuerda, con todas las salvedades, a otras criptas explícitamente abiertas a la nave, como Olius o Roda de Isábena, con una visibilidad manifiesta desde el eje mayor de la iglesia.

 

La cubierta de la cripta alza a más de 2’5 m la plataforma del altar mayor, al que se podía ascender por medio de dos escaleras habilitadas en sendos extremos del semicilindro del ábside. Los primeros peldaños han sido repuestos en la obra de restauración, pero los últimos conservan un revoco de mortero de cal que prosigue en la parte inferior del muro, proporcionando una valiosa información. El paramento que envolvía el altar mayor se articula con tres arcos ciegos, sobre cuatro columnas adosadas de piedra arenisca más oscura, constituidas por tambores largos alternados con otros menores que se insertan en la fábrica, y remate en capiteles prismáticos lisos. Los arcos alojan tres nichos casi semicilíndricos, iluminado cada uno de ellos por ventanas de doble derrame y codillo y trasdós perfilado por lajas estrechas perimetrales, fórmula empleada también en la puerta oeste.

 

La iglesia carece de transepto, de modo que la planimetría no marca ninguna discontinuidad entre ábsides y primeros tramos de las naves. En estos, la cota de circulación está tres escalones por encima del resto de las naves. Por otro lado, el ábside meridional, tuvo su pavimento medio metro más bajo, tal y como revelaron las excavaciones, hasta el punto de que el nivel de circulación del nuevo absidiolo de la Epístola exigió el desmonte radical del ábside prerrománico. La diferencia de cota da lugar a un resalte, con dos intrigantes intersticios adintelados sin aparente propósito práctico. Este lienzo funcionó como contención y soldadura por la base del primer pilar sur con la confluencia entre el ábside central y el meridional, lo que evitó el desplazamiento del pilar en un emplazamiento orográficamente comprometido.

 

Las naves se articulan en cuatro tramos por la sucesión de los pilares de sección cruciforme oblonga, como en Estamariu, aunque en Sous no hay un pedestal cúbico y los pilares arrancar directamente del suelo. El resalte de la nave mayor servía de arranque para los fajones planos que reforzaban la cubierta de la nave mayor. Por el contrario, el apéndice encarado a las naves laterales se empleó para generar un perfil de dobladura en los formeros, como en Amer. En consecuencia, los muros de cierre de las naves laterales se proyectan lisos en altura y sin arranque de fajones. La solución empleada para abovedar la mayor y las colaterales difirió, como en tantos otros edificios de los siglos xi y xii en el paisaje románico catalán. De la huella de la bóveda septentrional en el flanco interno del hastial de poniente y de los arranques de la curvatura en los muros por encima de los formeros doblados se infiere que las naves laterales se cubrieron con cañones corridos y no con cuartos de cañón, una fórmula común empleada más tarde en Cervià, Palera, Vilabertran, Sant Joan les Fonts, Besalú o Galligants. La solución de Sous implicó que el empuje exterior de la bóveda fue continuo a lo largo de la misma, de manera que la instalación de los dos menudos contrafuertes buscó una distancia homogénea entre ellos y el extremo del muro, independientemente de la ubicación de los pilares. En la nave norte se estableció una contraposición de presiones: por un lado, de las bóvedas hacia el muro empotrado en la tierra –más de un 1’5 m, al margen de los fundamentos no visibles– y, en el sentido inverso, de la montaña contra el muro, cuyo empuje debía ser compensado por las bóvedas. Esa presión se trasladaría en todo el cuerpo de la iglesia en sentido norte-sur. Es lógico que, cuando a fines del siglo xii, se decidió monumentalizar el claustro se considerase como necesidad prioritaria disponer un elemento de recepción y descarga de empujes en el exterior de la nave meridional de la iglesia, esto es, en la galería septentrional del cuadrilátero claustral.

 

La iglesia recibió tres puertas en sendos costados. El vano principal, en el eje del hastial occidental, se construyó con sillares bien regulares y de mayor tamaño que el resto de los muros, con montantes constituidos por bloques paralelepípedos verticales trabados con lajas horizontales, que alcanzar el arco exterior, constituido por dovelas regulares de tamaño medio, mientras que el seno semicilíndrico del vano –que constituye un segmento de bóveda de cañón– se encuentra más elevado y se define hacia la iglesia con unas dovelas estrechas pero bien perfiladas, trasdosadas por cuidadosas lajas que subrayan el perfil circular; se conservan las quicialeras superiores e inferiores, el hueco para contener el travesaño de tranca y el umbral, aunque este no parece el original sino una pieza repuesta siglos después, evidenciando que las hojas se abrían hacia dentro. La puerta sur, habilitada en el segundo tramo de la nave de la Epístola para permitir el acceso al área de clausura, presenta también un codillo que permitía alojar los batientes –también con giro hacia el interior– y dos arcos a diferente altura operados ambos de modo apresurado sino desmañado con dovelas groseras y sin resalte en el trasdós. Por otro lado, la puerta norte se halla anómalamente ubicada a un metro y medio sobre el nivel de circulación del primer tramo de la nave del Evangelio –como en Galligants–, por lo que se requería el empleo de una escalera de mano. El umbral de esta puerta se sitúa en la cota de circulación del patio norte del monasterio e inusualmente se dispone el acodillamiento hacia el exterior, de modo que los monjes tendrían que abrirla hacia fuera. En numerosas iglesias monásticas la puerta norte corresponde a la salida al cementerio de monjes, uso que podría considerarse topográficamente coherente también aquí, pero en Sous como después en Galligants resultaría desconcertantemente incómodo.

 

En el segundo y tercer tramo de la nave mayor se construyeron en fábrica los cerramientos de un coro monástico, solución excepcional que asume el perfil de dos corchetes y fue ejecutada probablemente en el siglo xii, desde luego antes e independientemente de los tabicados de las naves que entestan contra muros, pilares y coro. Los hallazgos de cerámica del s. xv data la operación de cerramiento de los formeros. Con ello se pretendió paliar compromisos estructurales del edificio, acaso los derivados de los terremotos de 1427-1428 y 1434. Por otro lado, la segmentación del espacio debió ser una medida necesaria en una iglesia que resultaba ya demasiado grande para el número de usuarios que acabó teniendo en el siglo xvi.

 

La iglesia de Sant Llorenç se complementa con un nártex, adosado a los paramentos de la iglesia –y, por tanto, posterior aunque fuera escasa dilación–, de la misma anchura que el conjunto de las tres naves. El estado ruinoso de esta construcción limita su interpretación, pero es plausible que los dos contrafuertes aplicados a la cara externa del muro oeste de la iglesia tuvieran su correspondencia en sendos contrafuertes en la cara interna del nártex. El arranque de un muro, del que se adivina el umbral, que segrega el sector norte del vestíbulo de su parte central sugiere un cerramiento interno del nártex, producido en el siglo xv o incluso en la centuria siguiente. Los mencionados contrafuertes exhiben, además, unas severas muescas a la misma altura, que denotan la instalación de arcos o arquitrabes, lo que plantearía el eventual añadido de una habitación elevada, por encima de la puerta de ingreso al templo.

 

La salida de la iglesia al claustro se efectúa a través de escalones (hoy metálicos, en su día de piedra) que salvan el desnivel. La galería contigua a la iglesia constituye una terraza desde la que se desciende, de nuevo por escalones, a las galerías este, oeste y sur, a un tercer nivel de circulación. El escalonamiento de estas terrazas y el cerramiento del cuadrilátero, efectuados en el último tercio del siglo xii o inicios del siguiente, supuso la ordenación de un área que comenzó a definirse arquitectónicamente desde que se construyó la oficina del perfil meridional. Esta estructura inicialmente aislada, y obrada con sillarejo menudo muy similar al de la iglesia, cumplía como refectorio-dormitorio y posiblemente contaba con dos plantas en origen, aunque las reformas en el siglo xiii-xiv cubrieron las sala con arcos diafragmáticos apuntados. A partir de este edificio, que habría que situar a mediados del siglo xi, se desarrolló el claustro monástico, conforme a un proceso que observó pautas homologables, aunque con diferentes apriorismos, en Sant Pere de Rodes y Sant Llorenç prop Bagà. El eje de esa primera oficina no es paralelo al de la iglesia, sin duda por los condicionantes del terreno. Cuando se edificaron las otras dos galerías se buscó una perpendicularidad asimétrica: la panda este es ortogonal con la iglesia, mientras la oeste entesta en 90º con el refectorio-dormitorio. Como consecuencia, el cuadrilátero resultante asumió una planta trapezoidal.

 

El proyecto de monumentalización del claustro fue ejecutado por canteros con buen oficio, que emplearon sillares de grandes dimensiones perfectamente perfilados, para definir paramentos y bóvedas. Desde el compás interno se accede al vestíbulo del claustro, situado en la panda oeste contiguo al muro sur de la iglesia. Ese distribuidor de planta rectangular se cubre con bóveda de cuarto de cañón, que descarga los empujes del último tramo de la nave en un muro muy espeso. Esa misma disposición de muro de contención proyectado en bóveda de cuarto de esfera define la galería norte del claustro, que absorbe los empujes de los otros tres tramos de las naves hasta el límite del ábside meridional. El muro de la galería se proyecta con retranqueo en las cuatro primeras hiladas que sobresalen del terreno (y seguramente sucede lo mismo en las enterradas) e incorpora dos arcos de paso a las galerías contiguas y tres ventanas lisas, de medio punto, sin molduras ni inflexiones, que iluminan el pasillo sin debilitar la resistencia. Dado que la bóveda arranca a la altura de los salmeres de los arcos y las ventanas, el perímetro semicircular de los vanos queda resaltado por el desplome, recurso empleado también en el claustro de Vilabertran para solventar el arranque de las bóvedas en una cota inferior a las claves de los vanos (muy diferente en términos estructurales del claustro de Lillet, a pesar de lo que se ha dicho). El muro de esta galería se proyecta en sendos estribos en el inicio de las galerías este y oeste y en el zócalo continuo de las galerías este, sur y oeste, colmado de tierra en su interior para incrementar la resistencia de la galería norte con la contención del compactado espacio del jardín central. Zócalos y paramentos de cierre de las oficinas de levante y de poniente se ejecutaron con la misma buena sillería ya observada desde el vestíbulo. En cambio, el tabicado de las estancias y el cierre exterior de las mismas se operó con sillarejo sin acabado. El empleo discriminado de dos tipos de aparejos manifiesta no solo un limitación de materiales o una carencia de recursos; la cuidada disposición de los sillares rigurosos revela que la comunidad benedictina interpretó el claustro como un escenario de representación que, por ello mismo, debía asumir una dignidad formal y un acabado plástico superior a la de las habitaciones.

 

En la panda meridional, se entestó contra el edificio preexistente una habitación que definió el cierre del ángulo sureste del claustro. Este ámbito estuvo dotado de dos alturas, son sendas puertas superpuestas en el paño, de modo que el acceso a la superior requirió disponer los escalones alrededor de la puerta de abajo. Este ingreso ha sido interpretado como el acceso a la sala capitular, carente de las usuales ventanas laterales, que en realidad tampoco están presentes en Vilabertran, donde también la escalera de acceso al piso superior salva la puerta del capítulo. Fue este edificio el que asumió la iglesia parroquial de Sant Llorenç de Sous desde el desmantelamiento del monasterio, iglesia consagrada en su segunda refacción, en 1829. El uso cultual exigió alteraciones en el espacio y el cegamiento de la puerta alta.

 

Las galerías este, sur y oeste estuvieron cubiertas por envigado, a diferencia de la septentrional, aunque algunos extremos plantean dudas, puesto que el encuentro entre la galería norte y la oeste ha sido recreado en la restauración. Las fotos más antiguas del patio muestran los restos de tres arcos sobre columnas simples, que han sido apeados y repuestos en el proceso de restauración, y ahora son cuatro las columnas. Basas, fustes, capiteles y cimacios están ejecutados en una caliza blanquecina de apariencia marmórea, con labra fina pero sumaria. Todas las piezas son idénticas entre sí, fruto de una producción casi seriada. Los capiteles (uno de ellos ingresó en el Museu Arqueòlogic Comarcal de Banyoles) presentan perfil troncopiramidal y están definidos con cuatro grandes hojas desplegadas a los ángulos y puntas de otras menores en el centro de cada cara, fórmula elemental empleada también en Vilabertran. Ciertamente en la canónica ampurdanesa los capiteles de cuatro hojas se conjugaron con otras soluciones de mayor plasticidad. Probablemente el claustro de Sous asumió más de un motivo escultórico, a tenor de la cesta conservada en Girona.

 

En el Museu d’Art de Girona se conserva un solitario capitel procedente del monasterio de Sous (25 x 23 x 23 cms). Se trata de una pieza esculpida por las cuatro caras, datable en el último cuarto del siglo xii o incluso en el umbral de 1200. No  es descartable que proceda del claustro del conjunto, aunque sus dimensiones no se compadecen con el tamaño de las cestas hoy in situ. Camps comparó esta pieza con algunas del claustro de Sant Pere de Galligants, lo que proporciona un horizonte post quem para el capitel de Sous. Sobre el collarino, se desarrolla un motivo vegetal de tres hojas alternado con cabezas felinas invertidas, con la boca hacia arriba. De las cuatro testas, sitas en el centro de cada una de las cuatro caras de la pieza, surgen dos cintas paralelas, perladas con perfiles lisos, que se bifurcan en la mitad superior de la cesta, desarrollando una curvatura sobre sí mismas, que remata en una semipalmeta, que es tangente a la cinta perlada de la cara siguiente del capitel. El hueco generado por las bifurcaciones es ocupado por otras cabezas, sitas bajo los dados de las cuatro caras y simétricas a las cabezas inferiores; en la boca de las cabezas superiores se introducen los ápices de las semipalmetas. Como consecuencia, se genera un sugestivo juego de volúmenes angulares que resaltan sobre el ahuecamiento, conjugando luces y sombras. Estas soluciones plásticas fueron habituales en los talleres de Girona (Galligants, Catedral) y sus herederos (Sant Cugat del Vallés).

 

Fuera del patio comunitario se sitúan dos ámbitos que cierran el conjunto por su perfil meridional. Próximo al dormitorio se ubica lo que cabe interpretar como cocina, edificado con el mismo paramento menudo ya visto en el edificio residencial. En el esquinazo suroeste, junto a la puerta exterior de acceso al compas monástico, se ubicó la torre, construida en la primera mitad del siglo xii, o en todo caso, antes de que se monumentalizara el claustro. Se recurrió a sillarejo para la parte inferior y superior de los lienzos, y se montaron sillares bien escuadrados en las esquinas y en las hiladas centrales del bloque. Las estrechísimas saeteras corresponden con la función poliorcética y con su disposición a ras de suelo. Aspilleras se encuentran también en el muro exterior de la panda de levante, en un cierre inusualmente circular, encarado al exterior del ábside sur del templo.

 

Texto y fotos: Gerardo Boto Varela– Planos: Joaquim Gallart Figueras

 

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