Identificador
28079_0151n
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
40º 24' 57.33" , -3º 42' 43.41"
Idioma
Autor
Sin información
Colaboradores
Sin información
Derechos
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Madrid
Municipio
Madrid
Provincia
Madrid
Comunidad
Madrid
País
España
Descripción
LA PARROQUIA DE SAN NICOLÁS, conocida como “de los Servitas” o “de Bari”, se encuentra en el centro histórico de la capital, siendo una de las iglesias más próximas a aquél alcázar antecesor del incendiado la Nochebuena de 1734. Ocupa la manzana cuatrocientos veintiséis del distrito Centro, cuyo perímetro ciñen las calles del Biombo, Juan de Herrera, San Nicolás y la plaza del mismo nombre, quedando situada en tiempos del Fuero en el centro de un triángulo conformado por las desaparecidas iglesias de Santa María, el Salvador y San Juan. A éstas se unían en el Madrid de principios del siglo XIII las de Santiago, San Miguel de la Sagra, San Miguel de los Octoes, San Pedro, San Justo y San Andrés. Junto a San Pedro es la única que ha conservado estructuras de esta época, siendo considerada la de mayor antigüedad de la capital. No es mucho lo que se conoce de su historia ya que ha sido una de las iglesias madrileñas que menos se ha prodigado en la documentación -sus libros de fábrica comenzaban en 1525 en tiempos Madoz- y en la bibliografía debido a su pobre arquitectura, que comúnmente ha sido tildada de mezquina desde el siglo XIX. Álvarez y Baena la supone tan antigua que no le parece posible discernir sus orígenes. Quintana, ávido de otorgar antigüedad a las parroquias de la villa, la cree construida en el siglo IV, incluso antes de la muerte de San Nicolás, por lo que entiende que aún debió de tener una advocación anterior. León Pinelo la pone en pie antes del año 717, habiendo sido respetada por los musulmanes merced a un acuerdo por el que se habría permitido a los mozárabes continuar celebrando sus oficios en determinadas iglesias. Entre ellas se contarían las madrileñas de Santa María, San Martín, San Ginés, el Salvador, San Pedro y San Nicolás. Dejando de lado estos orígenes legendarios contamos con una fecha ante quem que concuerda con las características de su arquitectura más antigua conservada, como es la mención en 1202 en el apéndice del Fuero de la ciudad otorgado por Alfonso VIII. Con el paso de los siglos, fueron llegando distintas reformas y adiciones, sometiéndola a un continuo proceso de mudanza que desemboca en su peregrina imagen actual. Algunas de las obras llegaron para realizar enterramientos, entre los que se cuenta el de Alvar García Díaz de Ribadeneyra, maestresala de Enrique IV y embajador de Fernando el Católico, fundador del monasterio de la Piedad Bernarda en 1463 y un hospital en 1483 en Vallecas. Narra Quintana que sus casas se encontraban en la parroquia, lo que le decidió a elegir como lugar de enterramiento la “bóveda debajo de las gradas del altar mayor” según había dispuesto en su testamento. En este mismo siglo se hace constar en las actas de la visita episcopal al arcedianato de 1427 que la iglesia contaba como ornamentos litúrgicos más destacados con una cruz de plata sobredorada, una cruceta de plata para comulgar, dos cálices dorados, otros dos sin patenas blancos porque la otra patena se echó en la cruz y un incensario de plata. La capilla de la familia Luzón se erigió cercana a los pies, en la nave de la epístola. Como observara Á. de la Morena es reconocible en el plano de Texeira de 1656, en el que sobresale su cubierta sobre la de la nave para posteriormente ser sustituida por una cúpula barroca. Muchas más dudas ofrece el que fuera enterrado en el templo el arquitecto Juan de Herrera, como señalaba en su Diccionario Sebastián Miñano en la década de 1820, quien situaba sus restos olvidados en la bóveda. No se ha llegado a un acuerdo sobre la cuestión, ya que hay quien opina que fue enterrado en Santiago y más tarde trasladado a San Juan o San Sebastián. Olaguer-Feliú y Alonso recoge la siguiente inscripción en una lápida de mármol emplazada en el sotocoro, en la que se fecha la muerte de un Juan de Herrera el 16 de diciembre de 1654, cuando, como es sabido, el de Movellán falleció el 15 de enero de 1597: ESTE PILAR Y RETABLO ES DE D. JUAN DE HERRERA. YACE / EN SU SEPULTURA JUNTO A EL ALTAR MAIOR EL QUAL FUNDO / EN EL CONVENTO DE SAN BERNARDO DOS CAPELLANIAS Y EN ESTA / IGLESIA CINCO Y DEJO QUE DEL REMANENTE DE LA ACIENDA / SE DOTASEN LAS GUERFANAS QUE ALCANZASEN DANDO / A CADA UNA CINCUENTA DUCADOS PARA AIUDA DE SU REMEDIO / SON PATRONOS LOS SRS ABBAD DEL CABILDO DE MADRID / Y EL DE SAN BERNARDO Y EL CURA DE ESTA IGLESIA Y EL LICENCIADO / D. JOSE PHDEGAETA, BENEFICIADO DE ELLA / OTORGÓ SU TESTAMENTO ANTE MARCOS MARTÍNEZ LEON A IX / DE DICIEMBRE DE MDCLIV FALLECIO EN XVI DEL DICHO MES Y AÑO. Sí está probada la relación del templo con el poeta y guerrero Alonso de Ercilla, nacido en 1533 y bautizado el 16 de agosto en la pila de San Nicolás. En el primer cuarto del siglo XVIII la parroquia cobró auge, como se desprende de un Cómputo fechado en 1723 por el que se sabe que a ella se adscribían setenta y tres casas y ciento dos vecinos, que se traducían en quinientas veintiuna “personas de comunión”. Con estas cifras sólo era superada por las de San Miguel, San Sebastián, San Ginés y San Justo. A finales de este siglo Ponz se refiere a ella como una de las más antiguas de Madrid, y en consecuencia de pequeña y pobre fábrica. No obstante encontraba en sus muros distintas pinturas de valor firmadas por Cabezalero, Donoso o Claudio Coello. Poco después, hacia 1805-1806, fue abandonado el edificio tras ser declarado en ruinas, pasando la parroquialidad a la vecina iglesia de El Salvador. Afortunadamente se salvó del derribo en la campaña emprendida por José Bonaparte entre 1808 y 1809, con el fin de desahogar el contorno del Palacio Real de la gran cantidad de construcciones maltrechas que lo rodeaban y sustituirlas por espacios libres que proporcionasen un marco adecuado al edificio regio. En 1825 el templo y sus terrenos aledaños fueron entregados en propiedad a los Padres Servitas, comunidad creada en Florencia en el siglo XIII por los Siete Santos Fundadores, basados en el ejemplo de María como sierva del señor. Éstos repararon y decoraron el interior y adosaron el que es aún hoy su convento. Volvió San Nicolás a ser parroquia en septiembre de 1840, tras decidir el Consistorio el derribo de la de El Salvador a pesar de que el gremio de plateros, dueño de la capilla mayor y la sacristía, presentó el dictamen de tres arquitectos contrario al que había dado el de la villa declarando ruinoso el edificio. A mediados de siglo estaba servida por el párroco, un teniente mayor, otro de sacramentos, un colector, un mayordomo de fábrica y cuatro capellanes de número. En 1891 se llevaron a cabo nuevas reformas en el templo y el convento auspiciadas por el obispo Sancha. El siglo XX comenzó para San Nicolás de forma accidentada debido a un incendio producido en 1912 tras el que se repararon y repintaron las zonas más afectadas, quedando con ello especialmente desfigurado al exterior el cuerpo superior de la torre por la aplicación de un inapropiado revoco. Tras los escritos de Elías Tormo y especialmente de Manuel Gómez Moreno, la torre fue declarada Monumento Histórico Artístico el 3 de junio de 1931, a la que seguirían nuevas declaraciones en 1977 para la iglesia y 2002 para el entorno. A mediados de siglo se acometió una campaña restauradora impulsada por el Ayuntamiento de Madrid dadas las precarias condiciones en que se hallaba. Las obras fueron dirigidas entre 1948 y 1953 por Francisco Íñiguez Almech. Según sus propias palabras “consistieron en recalzos y saneamientos de muros, reparación de la cubierta, dejando visto el artesanado, y la liberación de la torre, casi enteramente oculta por el anodino convento, al cual fueron quitadas dos plantas, aumentándose la del remate actual horizontalmente para compensar la pérdida. Fue obligado el derribo de las bóvedas construidas a mediados del siglo XVIII, de tipo escurialense, pero mezquino y soso, así como el adecentamiento de los muros externos y la exploración de todo el interior, seguida de su reparación hasta donde fue posible”. Además se reconstruyó la fachada meridional al exterior; y en el interior se dejaron al descubierto los restos de arquerías polilobuladas de la capilla mayor y una puerta con yeserías tardogóticas en el presbiterio. A finales del siglo pasado y bajo la dirección de Jaime Lorenzo Saiz-Calleja se han acometido nuevas rehabilitaciones que se han prolongado desde 1983 hasta comienzos del siglo actual. Para lo que aquí se trata interesa la restauración de gran parte de la fábrica de ladrillo de la torre, se ha rehecho uno de los huecos de iluminación que en ella había, de cuya forma original no quedaban trazas, se ha reforzado y consolidado el último cuerpo y el chapitel y se ha abierto un patio para que al menos el lienzo occidental quede liberado en su totalidad. Además en esta fase se han recuperado espacios como la capilla de San Nicolás y se ha rehecho la escalera de entrada, que en su día se desarrollaba hacia la calle, siendo demolida por orden del Ayuntamiento en 1870 para sustituirla por otra de peor traza debido a la escasez de espacio al interior. El templo se encuentra canónicamente orientado y está construido en fábrica mixta de ladrillo, mampostería y sillería, lo que ayuda a discernir algunas de las distintas campañas constructivas. Tiene planta basilical de tres naves irregulares -con dos capillas en la del mediodía- conformadas por tres tramos cada una, a las que se acomoda una cabecera de profundo presbiterio y testero ochavado. Como se ha apuntado, la traza del cuerpo de naves es sumamente irregular, quizá debido a que hubo que adecuar su planta a un solar preexistente en el abigarrado caserío: la central es más estrecha que la cabecera, la septentrional aumenta su anchura en la zona de los pies y la meridional queda interrumpida por las capillas barrocas de San Nicolás y el santo Cristo de Burgos -de los Siete Fundadores y de la Soledad para algunos autores-, que muestran sus cúpulas al exterior. Cubría la nave central una bóveda de medio cañón, hasta que en la remodelación de mediados del siglo pasado se dejó al descubierto la armadura que ocultaba sobre ella. No se encuentra completa, si bien muestra labor de lazo en los extremos del almizate. Ayudan a creerla obra renacentista los perfiles en “S” de los canes en que apoyan los tirantes. Cierran las naves laterales bóvedas de aristas separadas por medios cañones del tiempo de la sustituida en la central. Se accede a la capilla mayor por medio de un triunfal de herradura apuntado de gusto toledano. La cubre una bóveda nervada de terceletes con plementos de albañilería enjalbegados. Apoyan los nervios en ménsulas con decoración renacentista de gallones, que invitan a retrasar su factura al siglo XVI. Decoran el costado meridional del presbiterio dos arcos de herradura apuntada insertos en otros polilobulados que podrían ser los últimos vestigios de un primitivo ábside coetáneo de la torre en opinión de Pavón Maldonado. Además en este mismo costado se abre una puerta guarnecida con tardías yeserías bajo nichos avenerados. La torre se adosa al templo por el Sur, a la altura del presbiterio y enfilada con la cabecera de la nave colateral. Cuenta con planta cuadrada de 3,70 m de lado en cuyo interior acoge un machón central igualmente cuadrado de 1,13 m, dejando para el espacio de la escalera perimetral 63 cm -resulta estrecha en comparación con otras torres madrileñas- y siendo el grueso de los muros de unos 65 cm. Su aparejo es fundamentalmente de ladrillos de 30 x 19 x 4 cm, por tanto algo mayores que los empleados en otras obras de raíz musulmana de la provincia de lugares como Talamanca o Buitrago de Lozoya e incluso que los más antiguos del foco toledano (Cristo de la Luz 25 x 17 x 4), aunque preservan la proporción de 3:2 entre el largo y el ancho, como advirtiera Gómez Moreno. En la base, al exterior, contaba con un zócalo de sillares que no alcanzaba el metro de altura y que era prolongación de los cimientos. Al interior se insinúan algunas bandas de mampuesto en el machón, encintadas con dos, cuatro o cinco ladrillos y que no llegan a los 30 cm de alto siguiendo modelos toledanos, pese a la falta de regularidad y al número de verdugadas. En la parte superior se emplea de forma exclusiva el ladrillo según costumbre andaluza repetida en modelos almohades de la segunda mitad del siglo XII y primera del XIII como la Giralda o la torre de la ermita de Cuatrovitas (Sevilla). Al exterior la parte más antigua, probablemente del siglo XII, llega a una altura poco superior a los 15 m y en ella se superponen tres bandas de arcos que no alcanzan los ángulos y se repiten en los cuatro frentes. La inferior se compone de tres arcos con el mismo número de lóbulos, la central de otros tres pentalobulados y la superior de cuatro arcos de herradura que debieron ser retocados ya en el momento en que se alzó el remate moderno del cuerpo de campanas. Las tres fajas reposan en columnillas de piedra rematadas en capitelillos vegetales, colocadas probablemente en la intervención dirigida por Íñiguez Almech, pues no existían cuando en 1927 Gómez Moreno publicó su artículo sobre la torre. Sustituyen a las originales que debieron ser bien de piedra, como en casos andaluces (San Marcos de Sevilla) o aragoneses (Santo Domingo de Daroca), bien de barro vidriado como sucede en otras aragonesas y toledanas. Como ya observara don Manuel Gómez Moreno es usual que las torres toledanas se decoren con arquerías en la zona superior siguiendo el modelo de la mezquita mayor cordobesa. No obstante le parecía anormal su repetición, constituyendo un rasgo de influjo andaluz empleado desde el siglo XII, como en el ya mencionado ejemplo de la torre de Cuatrovitas, aunque en aquel las arquerías acogiesen vanos de iluminación y en San Nicolás sólo lo hicieran dos al paso del profesor granadino y actualmente ninguna por haber sido todas cegadas. Igualmente han sido modificadas las ventanas que iluminaban la parte baja de la escalera. Todas ellas albergaban saeteras y dibujaban al exterior arcos de herradura bastante cerrados. La inferior estaba situada en el paño meridional y a unos 3 m de altura, por encima se abría otra a levante, a unos 5 m, y la tercera a poniente un metro más alta. Para Pavón Maldonado este esquema repite nuevamente modelos de la arquitectura almohade andaluza exportados a las torres castellanas, empleándose esta sucesión de vanos siempre en la zona inferior del primer cuerpo. Remata la torre un campanario moderno, probablemente dispuesto hacia el segundo cuarto del siglo XVII, como apunta su diseño y parece corroborar su distinta fisonomía en las representaciones de los planos de De Wit en 1620 y de Texeira en 1656. Lo cubre un chapitel con el que ya contaba al dibujarse el primero. Al igual que el resto de la torre está construido en ladrillo y muestra un gran arco de medio punto por frente, rehundido en el interior de un recuadro. Vino a sustituir a otro anterior de época medieval con el que hubieron de desaparecer dos o tres idas de la escalera. En opinión de Pavón Maldonado, la colocación del campanario barroco pudo tener como causa el desplome del anterior, con lo que además se provocaría la ruina de la mayor parte del primitivo ábside, conservándose únicamente el paño meridional que acoge los arcos lobulados y un muro que le liga a la torre a unos 10 m de altura. De ser así habría que pensar que la remodelación del ábside -que como se ha dicho presenta bóveda tardogótica, sustentos renacientes y triunfal de herradura apuntado- se llevaría a cabo empleando elementos ya en desuso hacía muchas décadas, lo que creo plantea una interrogante aún por despejar. En el interior la escalera se desarrolla mediante idas de cuatro escalones más otros dos triangulares haciendo las veces de meseta en los ángulos, repitiendo de nuevo modelos almohades pese a haber sido modificada. Se cubre mediante techos escalonados formados con tablas empotradas en los muros exteriores y en el machón que arrancan y rematan en arquillos rebajados de ladrillo dispuestos en los ángulos marcando el desnivel. Se ha hecho derivar este tipo de cubrición de los alminares del siglo X aunque en casos como los de Santa Clara de Córdoba y San José de Granada la estructura se realizara en piedra. El mismo tipo de cubrición se empleó en la cercana torre de San Pedro en Madrid, apartándose ambos casos de los modelos repetidos en la provincia de bovedillas de ladrillo por aproximación de hiladas de progenie toledana. De los rasgos e influencias apuntados parece colegirse que la torre de San Nicolás presenta un interesante eclecticismo entre material y formas toledanas sobre un trazado andaluz, lo que parece explicar que algunos autores como Tormo o Riosalido la hayan tenido por un alminar perteneciente a una desaparecida mezquita. Atendiendo a sus dimensiones y arquerías se encuentra a medio camino entre un modesto minarete de los siglos X u XI y las torres de ladrillo de mayor porte y suntuosa decoración de los siglos XIII y XIV, entre las que sería ejemplo la de Santa María en Illescas. En palabras de Pavón: “La torre de San Nicolás es la síntesis de esa convivencia, dándose en ella fábricas arquitectónicas, estructuras y decoración árabes y mudéjares, con acentos pronunciados entre andaluces y toledanos; y con emplazamiento, en medio de dos mezquitas próximas -Santa María y El Salvador-, de las que sólo ella sabe cómo eran”.