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Cristo de Santa Cecilia. Museo Parroquial de la Colegiata de San Miguel.

Identificador
34004_01_015n
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 47' 33.62'' , -4º 15' 34.67''
Idioma
Autor
Sin información
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

Iglesia de Santa Cecilia

Localidad
Aguilar de Campoo
Municipio
Aguilar de Campoo
País
España
Edificio (Relación)

Colegiata de San Miguel

Localidad
Aguilar de Campoo
Municipio
Aguilar de Campoo
Provincia
Palencia
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
En la década de 1930 se creó en algunas capillas y dependencias de la colegiata de San Miguel un museo con obras procedentes de las iglesias aguilarenses y de alguna localidad cercana. Varias décadas después fue remozado y ampliado, distribuyendo sus fondos entre la antigua capilla del baptisterio o de San Juan, la capilla del Arcipreste del Fresno, la sala abovedada de la torre, la sala capitular y la sacristía. Entre las piezas que atesora destacan el llamado Cristo de Santa Cecilia y la Virgen de Grijera, dos obras que constituyen, junto con el Cristo de Santa Clara de Astudillo (Museo de Los Claustros de Nueva York), la Virgen de la Vega de Melgar de Yuso y varias tallas más repartidas por otras colecciones y museos, los únicos testimonios de imaginería románica de que tenemos constancia en la provincia. Cristo de Santa Cecilia En la antigua capilla del baptisterio se custodia este hermoso crucifijo de madera policromada (165 x 187 cm.) procedente, según Luciano Huidobro, de la iglesia de Santa Cecilia de la misma villa, sin que se conozcan con certeza el momento y las causas que motivaron su traslado. Representa a Cristo sujeto con cuatro clavos a una cruz de gajos, con las piernas y los pies paralelos, los brazos ligeramente flexionados y las manos abiertas. La cabeza experimenta un leve giro e inclinación hacia el hombro derecho, con el rostro sereno y los ojos abiertos, pues se ha querido representar a un Cristo triunfante sobre el dolor y la muerte, de ahí que se hayan minimizado también las señales del padecimiento físico. En este mismo sentido, las heridas del costado y de las manos se han reducido a finos regueros de sangre que incluso pudieran corresponder a un repinte posterior. Peina corta melena que cae por la parte posterior del cuello dejando al descubierto las orejas. La parte superior de la cabeza fue modificada posteriormente para adaptar una corona de espinas postiza, siguiendo una costumbre que se impuso a partir del siglo XIII. El rostro se complementa con bigote y barba formada por una serie de mechones rematados en bucles que se distribuyen geométricamente. Se advierte en la obra una tímida tendencia naturalista que queda plasmada en una concepción anatómica de formas suaves y redondeadas que anticipa en cierto modo el estilo de los crucifijos góticos. Aunque todavía es posible apreciar algunos rasgos esquemáticos en el trazado de los pectorales y de las costillas, éstos aparecen matizados por el modelado. Esta misma tendencia se se deja sentir en el tratamiento del perizonium que se ajusta a las formas corpóreas de las piernas como se tratase de un fino paño mojado sobre el que se dibujan pliegues de complicado y anárquico ritmo lineal. Todo indica que nos encontramos ante una obra de cronología tardía dentro del período románico, en un momento en el que las representaciones de Cristo y de la Virgen se hacen más amables por la influencia de los sentimientos afectivos que difundieron San Anselmo y San Bernardo. En este sentido, hay que tener presente que este nuevo ideal de entender la religiosidad había llegado a Aguilar a través de los premonstratenses que ocupaban el monasterio de Santa María la Real desde 1173. Por otra parte, la cruz de gajos, que es un elemento que se utiliza con frecuencia en los crucifijos góticos, aparece también en los ejemplares románicos más tardíos. Esta imagen simbólica del Árbol de la Vida como causa del pecado y motivo de la redención fue transmitida por San Ambrosio y los santos padres, alcanzando gran difusión durante la Edad Media. Así las cosas, pensamos que la obra puede fecharse en torno a 1200, coincidiendo en líneas generales con la cronología propuesta en su día por Julia Ara. En su atinado estudio la misma autora no cree probable que la pieza haya sido realizada por escultores locales, señalando que si no se trata de una importación francesa bien pudiera haber sido ejecutada por algún escultor relacionado con los talleres que trabajaron en el monasterio de Santa María la Real.