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Escalera de caracol

Identificador
34492_04_003
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 41' 46.05'' , -4º 15' 28.22''
Idioma
Autor
José Luis Alonso Ortega
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Antiguo monasterio de San Pedro de Valdecal

Localidad
Santa María de Mave
Municipio
Aguilar de Campoo
Provincia
Palencia
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
LOS RESTOS DE San Pedro de Valdecal, comúnmente conocido como Granja de Valdecal, se sitúan en el término de Santa María de Mave, a unos 18 km al sur de Aguilar de Campoo -a cuyo ayuntamiento están adscritos-, en el límite nororiental del valle del Pisuerga palentino, f ronterizo con la provincia de Burgos. Prácticamente ocultos por las zarzas y matorrales, los vestigios se esparcen entre tierras de labor en un área marginal del valle que va de Villela a Rebolledo de la Torre, al pie de cerros calizos cubiertos de encinas y robles, ocupando la vertiente sur, en lugar bastante apartado de las rutas hoy transitadas. Es una zona frondosa y húmeda, distante 1,5 km de Villela por la carretera que conduce a Humada. Para acceder hasta las ruinas es preciso seguir durante unos 600 metros un camino de tierra que nace a la izquierda de la carretera, impracticable para un turismo. Junto a los restos hay una fuente que da nacimiento a un pequeño regato que discurre inmediato al monasterio, fuente que fue adaptada por los monjes para su uso. El que en otro tiempo fuera priorato benedictino se ubica al pie de unos cerros densamente cubiertos de encina, en el punto donde el valle se suaviza para dar paso a campos de cereal. La densísima vegetación y el continuo saqueo de los restos edilicios hacen muy difícil la lectura del conjunto arquitectónico, a cuya total desaparición asistiremos en breves años, de no ponerse milagroso remedio antes. La donación del Domum Sancti Petri de Ualdecal, cum integritate por parte del conde Sancho y su mujer Urraca, en el documento de fundación y dotación de San Salvador de Oña, fechado el 12 de febrero del 1011, constituye el primer testimonio documental de la existencia en este lugar de un asentamiento monástico. Afirma Navarro, siguiendo al padre Yepes, que antes de su anexión a Oña, San Pedro de Valdecal estaba sujeto a Santa María de Mave, junto con San Juan de Gormaz, Santa Eugenia de Villela y otros lugares, lo cual nos hablaría de un asentamiento anterior, quizá de tipo eremítico. La anexión a Oña de Mave y Valdecal, a principios de la undécima centuria, supone para ambos la observancia de la regla benedictina desde el momento -año 1033- en el que Oña entre en la órbita cluniacense. El 5 de julio de 1116, según testimonio recogido por Juan del Álamo, la reina Urraca dona al prior Cristóbal y a Oña el monasterio de Santa Eufemia de Ibia, cerca de Pozancos, y viñas, prados, molinos y tierras en Montenegro para “ayuda” de San Pedro de Valdecal. Tal donación ad opus uestri monasterii [...] Sancti Petri de Ualdecal, es decir, para las obras del monasterio, nos informa de la realización de trabajos en ese momento, constatación documental que parece concordar por su fecha con el estilo de los restos escultóricos conservados. En 1144 se registra otra donación, también recogida por Del Álamo en su Colección Diplomática de San Salvador de Oña, por la que Gonçalo Çid y su mujer doña Mayor y otros donan heredades a lo que el documento denomina palaçio de Sant Pero de Valdecal y a su abad Sebastián. Las lagunas documentales son importantes a partir de mediados del siglo XII, siéndonos prácticamente desconocida la historia posterior del asentamiento monástico hasta su ruina y abandono. En 1224 el monasterio de Oña realiza una pesquisa sobre sus heredades en la zona, incluido Valdecal. Un Pedro de Gama, “morador en Valdecal” actúa como testigo en una venta de prados y tierras a Santa María de Mave, en 1262. Sabemos por documento de 15 de marzo de 1338 en el que se recogen las cuentas de San Salvador de Oña, que las rentas de ese cenobio burebano en “San Pedro de Val de la Cal” ascendían a 80 fanegas por medias. Ya en los años 50 del siglo XX fueron trasladados al cercano templo de Santa María de Mave algunos de los restos superficiales procedentes del derruido templo, impostas abilletadas y el gran capitel que soporta la mesa de altar. Casi un siglo antes, hacia 1870 y con motivo de la constitución del Museo Arqueológico Nacional de Madrid, fueron a parar a los fondos de dicha institución tres capiteles procedentes de Valdecal, donados por D. Felipe Ruiz Huidobro y los hermanos García. El Diccionario de H.ª Eclesiástica de España afirma que Valdecal “debió de tener bastante importancia, según se deduce de los sepulcros que se conservan”, sin aportar mayores precisiones sobre dicho aserto. Desde la primera visita realizada con la intención de redactar estas líneas (1988), hasta el momento actual (2002), hemos podido constatar el constante saqueo de las ruinas y la desaparición de bastantes de los ya entonces escasos elementos del viejo monasterio. Podríamos estimar en casi un par de metros el escombro mezclado con maleza que se acumula en el lugar y que apenas si permite hacerse una idea del conjunto. Los restos conservados forman un recinto más o menos cuadrangular al que se accedía por un arco de medio punto abierto en la hasta hace unos años aún en pie fachada sur y en cuyo interior otro muro este-oeste parecía dar lugar al menos a dos estancias. Este espacio se cerraba -y de momento aún lo hace- con otro muro, en el que se sitúa el único resto de época románica visible, del que a su vez partían otros muros apenas insinuados. Un espacio rectangular, norte-sur, se adosaba a poniente de este conjunto. Todo ello se completa con una fuente de la que surge un pequeño regato que en tiempos debió suministrar agua al monasterio. De época románica se conserva, como queda dicho, parte de muro norte aún en pie, concretamente la mitad occidental del mismo. La diferencia entre esta etapa y el resto del edificio -datable hacia el siglo XVII- está perfectamente clara por la técnica constructiva empleada: perfecta sillería arenisca en la fase románica y mampostería -con esquinales y vanos de sillería- en el resto. Así pues los únicos restos románicos se limitan a una escalera de caracol alojada en husillo, en cuyo lado septentrional se encuentra una esquina o machón con restos de dos semicolumnas adosadas con disposición entre sí en 90º. A poniente de la escalera parte un muro -en el que se abre una puerta prácticamente oculta por los derrumbes- roto en su extremo y con un contrafuerte hacia el mediodía enmascarado por la obra posmedieval. Seguramente estamos ante el muro meridional de la iglesia, cuya planta es prácticamente imposible de recomponer a simple vista, aunque hemos de suponerla con cubierta abovedada, a juzgar por las semicolumnillas. El quiebro que sufre el muro en lo que fue interior del templo pudiéramos interpretarlo como una especie de arcosolio, flanqueado también por semicolumnas adosadas y recorrido por una imposta de ajedrezado a base de tres líneas de tacos o, lo que es también posible, una de las puertas de la iglesia. Por último el husillo daría acceso a una hipotética torre o espadaña, aunque no podamos precisar sobre qué tramo de la nave se disponía. Al margen de lo conservado cabe preguntarse el aspecto que pudo tener originalmente el conjunto. Situado inmediatamente al pie de una peña cortada a pico y a la que prácticamente debía adosarse la iglesia, incluso pudiera pensarse, allí donde la vegetación permite verlo, que la roca ha podido ser parcialmente trabajada por el hombre . Lo cierto es que restos de muretes se localizan en las laderas adyacentes y aunque su adscripción a la arquitectura del cenobio no puede probarse con total firmeza, sí cabe pensar, al menos como hipótesis, en una disposición primitiva un tanto sinuosa en asociación a la vecina roca. Aún son visibles, aunque muy maltratadas, las impostas de ajedrezado que recorrían los muros, una por el exterior del templo y otra por el interior. Puede intuirse que entre la montaña de escombros tal vez se encuentren algunos otros restos que escapasen al expolio de las últimas décadas. Varias piezas escultóricas procedentes de Valdecal se conservan disgregadas en la iglesia y muros del cercano monasterio de Santa María de Mave y en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. En Santa María de Mave se conserva, bajo la mesa de altar, un capitel vegetal de 65 x 64 cm decorado con tres pisos de hojas carnosas de nervio central que alojan pomas en sus puntas vueltas, remate superior con dobles volutas y astrágalo moldurado con bocelillo y doble bisel. En la mesa de altar del ábside de la epístola se conserva un cimacio con billetes de 60 cm de longitud por 18 cm de altura, así como otros restos de molduras probablemente de la misma procedencia. Asimismo, en los muros de una de las casas contiguas a la entrada de Santa María se hallan empotrados, en composición a modo de hornacina, dos fragmentos de impostas taqueadas, dos fustes de columna y un capitel decorado con dobles acantos, muy desarrollados y carnosos, con poco detalle, rematados en las esquinas superiores por cabecitas monstruosas, quizá unos leoncillos, que muerden cintas o tallos. El trío de capiteles depositados en Madrid nos da una más justa medida, pese a su carácter fragmentario, tanto de la calidad de la decoración de San Pedro de Valdecal como del grupo estilístico y cronológico al que se adscribe. El capitel historiado (n.º inv. 50112, 71 x 66 x 52 cm) presenta una copia reinterpretada de un capitel de la colateral sur de San Martín de Frómista que escenifica tres momentos del proceso constructivo, interpretados por Serafín Moralejo como la preparación de la argamasa, acarreo y labra de la piedra. Al igual que ocurre en los otros casos derivados del modelo de San Martín (los capiteles cántabros de Santillana del Mar y Silió), la incomprensión o distorsión iconográfica lleva al escultor de Valdecal a figurar, a ambos lados de la pareja de porteadores que acarrean en la percha una cuba suspendida por una argolla, a dos personajes encorvados, el del lado izquierdo sujetando con ambas manos una especie de cetro flordelisado, que esgrime como si de una azada o instrumento de poda se tratara y el del lado derecho asiendo el cinturón del primer porteador, quien le agarra a su vez por la muñeca. Los cuatro protagonistas de la escena visten túnicas cortas de pliegues paralelos, dobles en un caso y sencillos y triangulares el resto, y portan cinturón. Los porteadores aparecen descalzos, no así los personajes laterales que calzan zapatos levemente puntiagudos. El cabello corto y concéntricamente partido en bucles llameantes o esféricos recuerda los modelos de los grandes escultores de los que esta pieza es deudora (Frómista, León, Jaca, Toulouse, Santiago de Compostela). La horquilla formada por dos rotundas volutas angulares en cuyo centro se dispone un retorcido brote vegetal constituye el “fondo en altura” de la escena y aunque repite un esquema bien conocido derivado del capitel compuesto romano, aparece como recurrente en las cestas de San Martín de Frómista. Aunque la ejecución algo tosca de esta pieza (así la despreocupación por fidelidades anatómicas o las inverosímiles contorsiones) nos aleje este relieve de las creaciones de los grandes maestros de los que es deudor, no es menos cierto que nuestro escultor es un aventajado conocedor del “ambiente” estilístico del eje Toulouse-Jaca- Frómista-León-Compostela, eje que constituye la primera fila de la creación plástica de fines del siglo XI y principios del XII y junto a la que posiblemente se formó. Nos demuestra el artista sus habilidades en el acusado relieve que imprime a los personajes, que utilizan la superficie de la cesta como telón, despegándose literalmente de ella, sensación reforzada por los efectos de claroscuro. En este aspecto, el efectismo conseguido es sin duda remarcable. El capitel con n.º inv. 50114 (71 x 69 x 54 cm) se decora con dos hileras de pitones gallonados, cuatro en el nivel inferior y cinco en el superior, sobre los que se disponen las omnipresentes volutas angulares. En el centro de la horquilla que éstas determinan aparece, como en Frómista y otros lugares, una cabecita de felino, de puntiagudas orejas, engullendo una bola. Nuevamente los referentes para los pitones gallonados son los ya citados edificios señeros de la época, a los que podemos añadir los ejemplos palentinos de San Zoilo de Carrión y Nogal de las Huertas. Por último, el capitel corintio con n.º inv. 50109 (72 x 64 x 36 cm) es una excepcional pieza decorada con dos niveles de hojas de acanto, cuatro en el inferior y cinco en el superior, coronadas por caulículos y volutas en la horquilla. El dado central del ábaco se decora con una flor heptapétala. Su aspecto clásico le lleva a entroncar con lo leonés, incluso en el tratamiento algo seco del acanto. De las más que la considerables dimensiones de estas cuatro cestas podemos deducir su pertenencia a columnas adosadas, posiblemente de pilares de la nave o cabecera, de un edificio de gran entidad. Por lo anteriormente descrito no podemos sino lamentarnos por la ruina total de este monasterio, en el que se denota, a tenor de los restos conservados, la gran corriente plástica que marca lo mejor de la escultura española de fines del siglo XI y principios del XII. El taller que intervino en Valdecal es deudor, en un grado próximo, de las grandes personalidades que trabajaron en San Martín de Frómista, Nogal de las Huertas, San Zoilo de Carrión y en el eje Toulouse-Jaca-León-Compostela entre 1075 y 1125. Es reveladora a este respecto la donación ad opus de 1116 antes mencionada, pues señala un momento para los trabajos que corresponde estilísticamente con los vestigios conservados.