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Interior del templo

Identificador
49220_01_015
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 18' 55.6" , -6º 23' 54.05"
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

San Juan, San Francisco o Virgen de la Bandera

Localidad
Fermoselle
Provincia
Zamora
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
NO ES FÁCIL DENOMINAR a este antiguo edificio, situado en el extremo sureste del casco urbano, en la parte alta de la villa, sobre una plataforma que domina extensas tierras. En origen fue parroquia bajo la advocación de San Juan Bautista, para convertirse después en e rmita, “que es de los moços”, como dice la visita pastoral de 1665 y todavía recuerda la de 1712, añadiendo además que tenía “una canpana pequeña que los muchachos a pedradas an quebrado”. A partir de 1730 se convirtió en convento de frailes franciscanos y es posible que ya entonces se le conociera bajo la advocación de la Vi rgen de la Bandera, como popularmente se le llama aún hoy en Fermoselle, de donde es patrona. Por esas mismas fechas el indiano D. Alonso del Villar creó y dotó a su vera el hospital de Nuestra Señora del Rosario, cuya actividad continuó tras la exclaustración de los frailes en 1836. Finalmente el abandono del conjunto provocó una ruina que en los últimos años ha sido consolidada, recuperándose la iglesia para el culto. Ha sido precisamente la última rehabilitación la que ha puesto a descubierto los numerosos elementos románicos que se conservan de la construcción más antigua, la iglesia, aunque algunas piezas fueron redistribuidas por el resto del edificio cuando se convirtió en convento y se le añadieron nuevas dependencias, como las celdas y un pequeño claustro, adosado todo al lado sur. Es pues el templo la única construcción que se remonta a época románica, aunque igualmente sufrió algunas transformaciones en el siglo XVIII. Está levantada casi completamente a base de sillería granítica, de aspecto muy sólido, organizándose el edificio actual con cabecera cuadrada, seguida de pequeño crucero sobre el que se eleva una cúpula, y nave única, articulada en tres tramos separados por arcos de medio punto, sobre pilastras, con bóvedas de arista. A los pies, sobre el hastial, se eleva una espadaña y al norte se abre la portada actual -mirando a una plaza-, existiendo otra cegada en el lado sur. La reforma franciscana alteró menos el edificio románico original que lo que a primera vista parece. Se conservó la cabecera, aunque se destruyó una parte de ella y los inicios de la nave para abrir el crucero; los muros de la nave igualmente conservan gran parte de la estructura románica, especialmente en el lado sur, donde se conserva la portada original, aunque la del norte es ya del siglo XVIII y también son obras dieciochescas el remate de la espadaña y el conjunto de cubiertas y sus soportes, renovados por completo al elevarse los muros varios metros. A pesar de tales modificaciones se intuye un edificio medieval de notables dimensiones y muy buena construcción, y aunque bastante más bajo que el actual era de una planta casi similar -si exceptuamos el crucero-, lo que una vez más pone de manifiesto la importancia de la villa en aquellos siglos. En el testero de la cabecera actual se aprecia de forma clara el primitivo, también cuadrangular, con cubierta a dos aguas, presidido por una pequeña y simple saetera, en el interior cubierta por el retablo. Son igualmente perfectamente visibles los muros laterales de sillería, tanto en el interior como en el exterior, elevados en el siglo XVIII con mampostería y rematados por un tejado a tres aguas. Sólo el muro norte de esta cabecera se recreció con sillería, por lo que en principio es más difícil reconocer la primitiva fábrica, pero una mirada atenta nos descubre los canecillos recortados que marcan el remate del muro románico. Ya dijimos que la parte anterior de la nave se destruyó para hacer el transepto barroco y toda ella se recreció en conjunto casi al doble de altura. En este lado norte el empleo de sillería y la construcción de una portada nueva, así como la apertura de una ventana cuadrada, dificultan la lectura, pero igualmente llegamos a ver la hilera de canecillos románicos recortados -16 en total-, que coinciden con la cota del dintel de la ventana, habiéndose mantenido además dos de ellos enteros en el extremo occidental, uno con decoración de cilindro o rollo y otro con media bola. En el lado sur se adosaron las dependencias conventuales y aquí el recrecimiento es de mampuesto, conservándose en conjunto mucho mejor que el otro lado. El muro románico de la cabecera aparece revocado y mantiene siete canecillos, uno de ellos roto y los demás decorados con motivos antropomorfos y zoomorfos: cabezas humanas, cerdo, ave, monstruos... Por lo que respecta a la nave, este muro meridional era desconocido antes de la última restauración, cuando se procedió al desescombro de la ruina conventual. Está hecha también en buena sillería, recrecida igualmente en el siglo XVIII con mampostería, conservando íntegro el alero, aunque doce de los canes -los más orientales- están recortados. Los otros doce -a los que habría que sumar otro más, desaparecido para abrir una ventana- representan formas geométricas, de nacelas concéntricas, cilindros o modillones y grupo de cuatro medias bolas; cinco de ellos son capitelillos pinjantes, prácticamente lisos, aunque con dos hojas apenas insinuadas, rematadas en dos bolas laterales, y finalmente otro es una cabeza animal. En el extremo occidental se conservan dos piezas de la cornisa, de listel y chaflán, e igualmente en esa parte posterior del muro se encuentra una saetera, idéntica a otra del lado norte y que se corresponden con otras dos situadas en el lado anterior de cada paramento, visibles sólo en el interior y semidestruidas y cegadas en el siglo XVIII. En este mismo muro sur, y más o menos en el centro de lo que debió ser la primitiva nave, se encuentra una portada que fue cegada al construirse el claustro. Se dispone a ras de muro y su cronología es indudablemente románica, aunque sólo llega a verse la arquivolta exterior, careciendo de chambrana. La decoración del dovelaje es muy simple, formada por grueso bocel angular, con media caña en el frente y suponemos que otra media caña en el intradós. Descansa sobre dos impostas mutiladas -aunque la occidental parece de nacela- y éstas sobre simples pilastras. Al este de la portada y a la altura de la imposta, se halla una extensa inscripción, de difícil lectura, en dos renglones, dispuesta a lo largo de cinco sillares, con un total de 222 cm de longitud. Ningún autor hace referencia a ella y su lectura es sumamente complicada, dada la conservación en que se halla; no obstante se lee bien la fecha de 1329, datada en años. En este mismo muro llama la atención el aparejo del entorno de la inscripción, más irregular, hecho con piezas más cuadrangulares, que conforman hiladas que carecen de isodomía, más propio de un aparejo prerrománico, lo que contrasta con las hiladas superiores del muro, sin duda de mucha mayor regularidad; es un despiece que en cierto modo se ve a lo largo de toda la parte inferior del muro, más o menos hasta dos o tres hiladas por encima de la clave de la portada, aunque no podemos asegurar que se trate de dos momentos constructivos muy distintos. El hastial del templo es igualmente de sillería y también de filiación románica, aunque la espadaña es barroca. En su centro hubo un óculo abocinado que después fue rasgado para hacer un ventanal, de ahí el arco de herradura que parece tener esa ventana. Hacia el norte del óculo se conserva una portezuela alta, con sencillo arco apuntado, obra contemporánea del edificio románico y de difícil explicación funcional, dado que se halla a unos cinco metros del suelo actual. Sobre todo esto, además, se ven los restos de una primera espadaña, con al menos dos troneras, aunque seguramente tuvo una tercera entre ambas, destruida al hacerse el gran ventanal que hoy preside ese tramo. El remate barroco incorpora lateralmente dos canes románicos, uno decorado con cabeza humana (hacia el norte) y otro con cabeza monstruosa (al sur). En el interior del templo, al haberse eliminado el revoco dieciochesco, son perfectamente visibles los restos de paramentos románicos en el segundo y tercer tramos y más parcialmente en el primero, llegando en todos los casos hasta el arranque de las bóvedas actuales. Se aprecian igualmente las cuatro saeteras con sencillo derrame -dos a cada lado- que en su tiempo daban luz al interior de la nave, de las cuales las dos anteriores fueron prácticamente desmanteladas. Asimismo se reconocen las dos portadas originales, una al norte y otra al sur (en los pies no hubo), ambas inutilizadas con la reforma franciscana que colocó en esos huecos la pilastra de separación del primer y segundo tramo de la iglesia renovada; la meridional -conservada, aunque cegada, como hemos dicho-, tiene al interior arco escarzano, mientras que la septentrional fue casi desmantelada al abrirse la actual, que no obstante se sitúa algo más hacia poniente, en medio del segundo tramo. Al margen de la estructura románica superviviente hay también algunos elementos de esa época incorporados en la construcción del siglo XVIII. La mayoría de las piezas son simples sillares, identificables por las marcas de cantero, pero también hay algunos canecillos, como los dos de rollo que soportan una chimenea en las dependencias adosadas al sur del claustro, o el verdadero collage que conforma una especie de fuentecilla o aguamanil, situado en lo que fueron salas adosadas a la cabecera y en la que se incorporan numerosas piezas de un arco o portada de grueso bocel. Las conclusiones que se pueden extraer del reconocimiento de este edificio parten sobre todo de un hecho y es que nos hallamos ante una de las más importantes construcciones románicas que se conservan en Sayago. Las dimensiones y la calidad constructiva transmiten una idea de la importancia que debió tener la antigua parroquia de San Juan durante la Edad Media, aunque el declive del papel de Fermoselle, sobre todo en los siglos modernos, provocó la extinción de esta parroquia, quedando como exclusiva la de Nuestra Señora de la Asunción, situada en el centro del núcleo urbano. En cuanto a escultura no se puede decir que los restos conservados en San Francisco sean de primera entidad, aunque si se comparan con los que suelen encontrarse en el resto de la comarca, sin duda son ejemplos sobresalientes, mostrando además numerosas figuraciones, frente al dominio casi absoluto de lo geométrico en el ámbito sayagués. Hay que destacar también la presencia de algunos canes que reproducen pequeños capitelillos pinjantes, con medias bolas, con un aspecto de prótomos cuasi animalísticos, cuyos mejores ejemplos nos los encontramos en la capital, tanto en edificios religiosos (San Juan de Puerta Nueva) como en alguna de las casas comerciales conservadas. Su cronología, finalmente, podemos encuadrarla en las postrimerías del siglo XII.