Identificador
39016_06_007n
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
43º 25' 25.26'' , -3º 49' 42.91''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Maliaño
Municipio
Camargo
Provincia
Cantabria
Comunidad
Cantabria
País
España
Claves
Descripción
POCO SABEMOS DE LA HISTORIA que esta ermita debió de contemplar a lo largo de su dilatada vida. Esta ignorancia, desgraciadamente, se suma a los vacíos que otras iglesias parecidas nos han dejado, como si tan sólo sus restos visibles quisieran testimoniar que existieron. Este arco triunfal, con sus capiteles de las primeras décadas del siglo XII, y su relación muy directa con los maestros, con casi seguridad indígenas, que trabajaron a la sombra estética de aquellos que levantaron la colegiata de Castañeda, no nos permite añadir muchas páginas a la vieja historia de Maliaño. La advocación de San Juan tanto para esta ermita que dio nombre a la mies, como para la iglesia que en 1613 se levantó junto a otra ermita de San Sebastián, han confundido bastante a los que trataron de explicarse la misma advocación para dos iglesias tan próximas. Nosotros creemos que, por su antigüedad, la ermita que ahora nos preocupa llevó desde el principio la advocación de San Juan, y fue la primera parroquia de Maliaño. Así lo dice Escagedo Salmón: “y queda por cuenta de dicho señor patrón (los Liermo en 1624) el reparar y sustentar la iglesia de San Juan que está en la Mies de San Juan que hasta ahora ha sido parroquia”. Fue en este año de 1624, el del comienzo de la construcción de la nueva iglesia de Maliaño, cuando al trasladarse la advocación de San Juan a este nuevo edificio, pierde la vieja parroquia de la Mies de San Juan la suya, que según dice en un informe de 1613, antes de iniciarse la edificación de la nueva iglesia, “la iglesia de San Juan de aquí en adelante ha de ser ermita de San Sebastián”. Este cambio de advocación explica la confusión que pudo iniciarse, pues la nueva iglesia de San Juan, según indica C. González Echegaray, “se iba elevando en el lugar que ocupó antiguamente una vieja ermita de San Sebastián, propia del linaje”. La primera mención que se hace del monasterio de San Juan de Maliaño, la hallamos en un documento que Linage Conde señala de una donación de Alfonso III y su mujer Jimena, en el año 905, a la sede ovetense, del monasterius Sancti Iohannis in territorio Maliaio con sua villa. Linage supone que este Maliaño es el de Asturias (Villaviciosa), pero bien pudiera referirse a nuestro San Juan de Maliaño. Lo que sí conocemos, por documentación explícita y segura, es que San Juan de Maliaño, en tanto era parroquia del lugar nuestra iglesia románica, fue pertenencia de la colegiata de Santa Cruz de Castañeda, al menos en los años mediados del siglo XV, cuanto más debió de serlo en los siglos románicos. Así lo vemos en la escritura que en 10 de diciembre de 1438 se firmó en Aguilar de Campoo, en la avenencia o concordia entre el conde de Castañeda, Juan Manrique, y el abad de Santa Cruz de Castañeda, Juan Fernández de Oznayo. La cosa venía de antes. A la muerte de don Tello, hijo ilegítimo -pero legitimado- de Alfonso XI, que había disfrutado del condado de Castañeda y de Vizcaya y del señorío de Aguilar de Campoo, pasaron estos títulos a su hijo don Juan Tellez que casó con doña Leonor de la Vega, y de él a su hija doña Aldonza. El marido de ésta, Garci Fernández Manrique, recibe en 1420, y por el rey Juan II, la tenencia de Castañeda y en 1430 el condado, pero en este mismo año sabemos que por escritura del 25 de febrero, el conde manifiesta, confiesa y declara, que el condado de Castañeda pertenece con todos sus derechos a su mujer doña Aldonza por herencia del conde don Tello, su abuelo y don Juan Tellez, su padre. Pero de 1420, año en que Garci Fernández Manrique recibió la tenencia de Castañeda, hasta el 1430, que la traspasa con su título de conde a doña Aldonza su mujer, Garci Fernández Manrique había entrado en el condado y había ocupado todo lo que le parecía suyo, y algo más, en los valles de Carriedo, Cayón, Camargo, Piélagos, Villaescusa y Toranzo, por lo que, en su testamento, quiso manifestar que, después de su muerte, dos personajes de su confianza, el prior de Santa Catalina de Monte Corbán y el abad de Castañeda, Juan Fernández de Hoznayo, hiciesen una pesquisa para ver de devolver aquellas iglesias que hubiese ilegítimamente ocupado, y así quedó estipulado, en la capitulación citada de 1438, en la que consta que la iglesia de San Juan de Maliaño, entre otras, había sido siempre de la colegiata o del abad de Santa Cruz de Castañeda. El hecho de que los canteros que trabajan en los capiteles de San Juan de Maliaño, se acerquen mucho al estilo de los de Castañeda, puede explicar esta dependencia del monasterio del Pisueña, y su cronología de la primera mitad del siglo XII. Los restos románicos que de esta iglesia -ermita de San Juan, en la mies de este nombre, en terrenos del aeropuerto de Parayas- se nos han conservado, se reducen simplemente al arco triunfal de un edificio de pequeñas proporciones y un solo ábside semicircular y que aprovechó para su elevación el cimiento de otro romano. Éste cerraba al sur las habitaciones con hipocastum de unas termas romanas de finales del siglo I d de J.C., que fueron descubiertas y excavadas por miembros de C.A.E.A.P. de Camargo y otras asociaciones arqueológicas de la villa, desde 1995 al 2000. La ermita, pues, de la mies de San Juan es una palpable demostración -muy normal por otra parte- de asentamientos humanos superpuestos en un mismo lugar, utilizando los restos de otros anteriores arruinados. Sobre vestigios de materiales paleolíticos antiguos, se colocaron otros más modernos y sobre ellos construyeron los romanos las termas. Mas tarde -como en Camesa, Retortillo, Santa María de Hito, etc.- las gentes medievales instalan su necrópolis e iglesia. También el cementerio actual sigue situado en los mismos o próximos terrenos. Pero los restos de esta iglesia románica, sirvieron en su día como una buena idea para utilizarlos de puerta solemne de entrada al camposanto. Por ello, y porque con bastante seguridad ya había comenzado la ruina del templo, se dejaron parte de los muros que iniciaban, con el arco triunfal, la separación de la nave y el ábside. Lo que se conserva es todo de piedra de sillería bien escuadrada en caliza, como es frecuente en las fábricas románicas, aunque -por ser lo que existe el comienzo de la cabecera de la iglesia- no podemos asegurar que no haya podido utilizarse la mampostería en otras líneas murales. El arco, que milagrosamente sigue en pie, está levemente apuntado, formándose con dieciséis dovelas. Apoya sobre cimacios de ajedrezado de tres líneas que, a su vez, lo hacen sobre capiteles. El de la Epístola está ampliamente esculpido en su cesta con una combinación de figuras humanas (cinco) y leones (cuatro), colocados de la siguiente manera y en una disposición simétrica: el frente de la cesta inicia la simetría con una figura al parecer desnuda y masculina, que se sitúa justamente en el centro, con total frontalismo, cabeza grande, ojos de pupilas trepanadas y cabellos caídos hasta los hombros. De estos salen, hacia las esquinas altas del capitel, dos volutas que se enroscan en los ángulos. El personaje aparece sentado en el extremo de las grupas de dos leones que por estas se oponen, colocando el hombre una pierna en cada una, en postura un tanto insegura, por lo que abre sus brazos para agarrarse con sus manos al cuello de cada uno de los leones; éstos alzan sus cabezas para colocarlas debajo de las volutas señaladas. En los laterales del capitel, en cada uno, sitúa el cantero un león que alza su cabeza para convertirla en siamesa al tocarla con la de los leones del centro de la cesta. Detrás de las grupas de estos leones laterales, o sentados sobre ellas (el desgaste, la erosión y roturas de estas figuras no permiten asegurar su real posición) hay otra figura humana, parecida a la del frente de la cesta, pero en estos casos, vestida con un ropaje de bandas inclinadas. Ambas figuras parecen también agarrarse al cuello de su león; el del lateral izquierdo lo hace con su brazo izquierdo, y el del derecho lo hace con la diestra. Este personaje, además, da la sensación de que sostiene con su izquierda un bastón o vástago de lanza. Se completa toda esta escena, llena de misterio, con dos cabecitas humanas que quedan oprimidas entre los pechos de cada pareja de leones. La de la izquierda, aunque desgastada, se apercibe totalmente; la de la derecha ha sufrido las enormes lascas que afectaron a este lateral, aunque aún nos ha dejado visible uno de los ojos trepanados de la cabecita mutilada. Los leones, en lo que puede apreciarse, llevan la cola metida entre las patas traseras y luego vuelta hacia el vientre. El capitel del Evangelio, o derecho del arco, es sólo geométrico y vegetal, aunque la simetría está igualmente manifiesta. Bajo el cimacio, y tocándole, se tallaron tres prismas salientes grabados con una cruz o aspa. En el frente de la cesta salen, hacia los lados, el mismo tipo de volutas que describimos en el capitel izquierdo. De los laterales, sólo sale una voluta que va a juntarse con la correspondiente del centro. Debajo de todo ello, y en dos filas, la cesta se llena de acantos voluminosos, groseramente ejecutados. El aspecto y tratamiento de estos capiteles, nos lleva a considerarlos muy próximos a los maestros que trabajaron tanto en Santa Cruz de Castañeda, a cuyo señorío perteneció, como a los que obraron en Santa María de Cayón, y por tanto su cronología pudo estar comprendida en los mediados años del siglo XII.