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Capitel del arco triunfal

Identificador
40314_02_011
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 27' 19.82" , -3º 55' 52.14"
Idioma
Autor
Raimundo Moreno Blanco
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Ermita de San Vicente Mártir de Pospozuelo

Localidad
Fuentesoto
Municipio
Fuentesoto
Provincia
Segovia
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
POCO MÁS DE UN KILÓMETRO es la distancia que en dirección oeste habremos de recorrer desde Fuentesoto para visitar la ermita de San Vicente. Tendremos que dirigirnos por la estrecha carretera que une la localidad con la vecina Sacramenia para encontrar el edificio pocos metros después de rebasar el cruce que lleva a Fuentidueña, en la margen derecha de la calzada. Allí, cercana a un fresco soto se encuentra la ermita que a mediados del siglo XIX pareció a Madoz un “edificio de muy buena construcción”. Según Martínez Díez, el templo perteneció al despoblado de San Vicente de Pospozuelo que se extendía en las proximidades de la ermita. Desde entonces existe un enorme lapso temporal en que no tenemos constancia de haberse celebrado culto alguno en ella hasta la actualidad en que anualmente se realizan procesiones nocturnas hasta Fuentesoto siguiendo la carretera e iluminándola con gran número de velas. Se trata de un edificio que desde su origen románico debió quedar incompleto, mostrando prueba de ello el arranque del muro norte, quedando soterrados por la cercana carretera, los restos del sur que alcanzaban 1 m de altura y que fueron exhumados en la restauración llevada a cabo a principios de la década de los noventa del siglo pasado. Con objeto de no perjudicar la fábrica del monumento se propuso entonces alejar el trazado de la calzada, para lo que fue incluso ejecutado un proyecto, que más de una década y media después no se ha llevado a cabo. En la actualidad el templo se compone de una galana cabecera dotada de los repetidos tramos recto y curvo absidal a los que se adosa una efímera nave que no llega a serlo. Se encuentra orientada a levante y construida en su mayor parte con sillares de buen despiece a lo largo de los muros, empleándose una caliza más clara en el recercado de vanos, cornisas y la mayor parte de los elementos decorativos. Al exterior se muestra como una sobria construcción cuyo tambor absidal se yergue sobre un pequeño zócalo. Queda articulado en cinco tramos mediante semicolumnas que parten de basamento a la altura del podio, plinto y basas áticas de aplastado toro inferior rematado con garras angulares. El despiece de los fustes sigue estrictamente las hileras del paramento, lo que parece confirmar un solo impulso en el transcurso de la obra en esta zona, rematando en capiteles de incisas hojas lanceoladas a la altura de la cornisa. Entre estas grandes hojas dispuestas en los ángulos surgen distintos tallos avolutados, sustituidos en la tercera cesta por una tosca figura humana que alza los brazos. Sostienen el alero canes con perfil de proa de barco. El muro se abre en los segmentos segundo, tercero y cuarto mediante ventanales que comparten estructura: esbeltas aspilleras trasdosadas por arcos de medio punto que apean sobre cimacios de listel y nacela y, estos a su vez, sobre columnillas de corto fuste rematadas en capiteles. Exornan cada conjunto chambranas abilletadas. Las cestas repiten el modelo de las semicolumnas con leves variaciones, a excepción del vano meridional donde se muestran en los laterales esbeltas arquitecturas cubiertas a dos aguas con representación de vanos horadados con trépano. Al interior la cabecera presenta inmejorable aspecto, fruto de las últimas intervenciones y alguna otra referida por varios autores datada en el siglo XIX de la que no se aportan datos precisos. Ayuda a la grata impresión del conjunto el juego cromático de la toba, más oscura, con la blanquecina caliza del hemiciclo. El triunfal, de medio punto y doblado, da acceso al ábside. Lo sustentan sendos pares de columnas que comparten basa y capitel, mostrando en ellos al norte las repetidas aves picoteándose las patas talladas entre otros lugares en Fuentidueña, Cozuelos, Vivar, Pecharromán o el monasterio de Santa María de la Sierra. En este caso la representación es de mayor tosquedad que en los anteriores, reflejada especialmente en la ruda trama vegetal. No obstante y en palabras de Ruiz Montejo, “el tema, composición e incluso la técnica del plumaje concuerdan con la imagen de aves que, por sí sola, ha revelado la existencia de un taller y su itinerancia”. La cesta del lado sur la ocupa una pareja de grifos con las cabezas vueltas, de nuevo con la impronta, aunque lejana, del taller. A ambos capiteles se superponen cimacios de listel y nacela de los que penden frutos esféricos y que se repetirán en otros de la cabecera. El presbiterio se cubre con medio cañón, que al igual que la bóveda de horno del hemiciclo, muestra una perfecta estereotomía. Los muros se articulan y refuerzan mediante parejas de arcos que comparten columna central. En ella ambos capiteles repiten la misma imagen: grandes hojas de helecho en los ángulos de marcado tallo central que flanquean la imagen de un obispo con báculo y mitra en actitud de bendecir con su diestra. La técnica de labra y las proporciones hacen de estas cestas unas de las más refinadas del conjunto que unido al anterior capitel de aves parecen revelar una personalidad artística más definida en Fuentesoto próxima al taller de Fuentidueña. Por los cimacios corren ondulados zarcillos en cuyos meandros surgen palmetas de variado número de hojas. Los cimacios extremos de las arquerías presentan decoración de ajedrezado que se prolongará a modo de imposta por el hemiciclo a la altura de los alféizares recorriendo incluso los fustes. El ábside se encuentra profusamente decorado. Se articula mediante una teoría de arcos que lo recorren de extremo a extremo. En los laterales, y sobre un banco corrido de fábrica como el resto del grupo, se asientan sendos arcos redondos para continuar la zona central con otros tres enmarcando los vanos. Estos a su vez, en su acusado derrame presentan tres arquivoltas -la interior de bocel y las dos externas de arista viva-, de las cuales la interna apea en columnillas rematadas en capiteles. Dado el elevado número de cestas en este espacio las enumeraremos en sentido de las agujas del reloj. La primera muestra la repetida imagen de rudas aves picoteándose las patas, con los cuellos entrelazados las mayores; sorprende la aparición de un rostro en la zona central del capitel cuyos rasgos fisonómicos no se alejan de los de las pilas bautismales de Cuevas de Provanco y Sebúlcor. Las tres siguientes son vegetales, repitiéndose en ellas el tema de las grandes hojas lanceoladas y de gran nervio central vistas en otros lugares del templo; en la primera de ellas el espacio central de la cara más ancha lo ocupa un nuevo rostro tocado con sombrero; en las siguientes tallos rematados en crochets. En quinto lugar encontramos la enigmática imagen de un gran felino, posiblemente un león dada la forma de su cola que para Ruiz Montejo emparenta con modelos de época califal. Éste parece atacar un desproporcionado rostro humano, ubicándose tras sus cuartos traseros otra figura antropomorfa, denotando en conjunto el desconocimiento de las formas y torpeza en lo referente a espacios y proporciones por parte del autor. Los dos siguientes capiteles repiten el modelo vegetal visto con anterioridad. Continúa la serie con nuevas aves picoteándose las patas, para en noveno lugar mostrarse una cesta con sencillo motivo de entrelazo que genera grandes losanges. De nuevo el repetido motivo de hojas lanceoladas. En undécimo lugar una ambigua representación que en opinión de Ruiz Montejo mostraría una rudísima pareja de dragones. Concluye la serie en el extremo meridional del hemiciclo, mostrando de nuevo el repetido modelo de capitel vegetal. El conjunto podría hacer alusión al poder de las fuerzas del mal sobre el hombre, lo que parecería corroborar la aparición de animales atacando humanos, grifos y dragones; sin embargo queda mayor incógnita sobre la aparición de los obispos. En cuanto a la datación hemos de pensar en fechas muy tardías paras las que convencionalmente se manejan en el estilo, quizá bien entrada la segunda mitad del siglo XIII.