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Vista del lado oeste de la iglesia del monasterio de Rueda

Identificador
50101_01_004n
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 17' 52.02'' , -0º 18' 52.61''
Idioma
Autor
Beatriz Hernández Carceller
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Monasterio de Rueda

Localidad
Escatrón
Municipio
Escatrón
Provincia
Zaragoza
Comunidad
Aragón
País
España
Descripción
Rueda es un monasterio cuya suerte ha sido desigual a lo largo de su historia. De ser uno de los grandes monasterios de la Orden en Aragón durante el Medioevo y la época Moderna, pasó al abandono, la desidia y el olvido a partir de la Desamortización de Mendizábal. Desde entonces se precipitó su decadencia, sin que se hiciera nada por detener su ruina inevitable. En el siglo XX la situación no cambió, e incluso se agravó su deterioro al quedar a merced de los efluvios de la Central Térmica de Escatrón, que afectaron en algunas partes irremediablemente a la piedra de la construcción. Hubo que esperar al final de la década de los setenta para que por fin se acometiera un proceso de restauración, dirigido por D. Fernando Chueca Goitia, que también tuvo resultados desiguales, porque aunque sirvió para recomponer buena parte de los edificios más dañados, algunas actuaciones resultaron un tanto agresivas con algunas construcciones desde el punto de vista del rigor histórico. Aún así el monasterio seguía muy distante de las líneas de atención artística de nuestra región, que no acababa de comprender la importancia enorme de este monumento. Finalmente a comienzos de los años noventa se emprendió una restauración definitiva, seria y de amplias miras, dirigida por Javier Ibargüen, que ha recuperado brillantemente el monasterio. El establecimiento en Rueda se produce por una doble consecuencia. En primer lugar por la donación realizada por Alfonso II en 1182 de la Villa de Escatrón, que se convertirá en granja de la abadía predecesora de Juncerías. La segunda motivación coincide con la propia decadencia de las abadías predecesoras al Monasterio de Rueda, Salz y Juncerías, cuyo deterioro y posterior abandono anima a los monjes a trasladarse al nuevo emplazamiento. A partir de 1202, fecha en que se produce el primer traslado de la comunidad de Juncerías al nuevo establecimiento, aumentarán las donaciones y privilegios, especialmente a partir de 1225, en tiempos ya de Jaime I. Un primer apunte documental señala que muy poco tiempo después de confirmarse la donación de Alfonso II en mayo de 1182 se habría empezado la edificación del Monasterio, en tiempos por tanto del abad Guillermo Pérez. Obra que al parecer continuaba en la década siguiente, como lo prueban las exenciones habidas en 1194 y 1195. Todo ello permite que en 1202 se inaugure este nuevo monasterio por el abad Guillermo Arnáldez, sucesor de los breves abaciados de fray Pedro de Panzano y fray Jimeno, ambos procedentes de Juncerías. Pero en ningún caso podía ser de mucha entidad lo que entonces se inaugura. Juncerías aún existía como tal abadía a pesar de su progresiva decadencia, lo que quiere decir que la comunidad que se traslada al nuevo emplazamiento no podía ser muy numerosa. Tampoco parece admisible desde el punto de vista formal, que las actuales edificaciones del monasterio ya estuvieran concluidas antes del siglo xiii. Es más que probable que sólo se tratara estancias provisionales. Tradicionalmente se ha considerado esta fecha de 1202 como el punto de arranque de la construcción del monasterio definitivo. Paradójicamente al estar documentado el comienzo de obras de la iglesia en 1225, se deducía que las dependencias monásticas se habían levantado con anterioridad al templo, lo que constituía un caso singular. Sin embargo resulta significativo que desde 1202 hasta 1225 no vuelvan a encontrarse noticias relativas al proceso de construcción de la abadía. Juncerías por otra parte aún no ha desaparecido, y lo que es más importante, Rueda se encuentra en un momento delicado desde el punto de vista económico, consecuencia del declive de Juncerías y de la muerte de Alfonso II en 1196, cuyo sucesor Pedro II no profesará la misma generosidad con la Orden que su antecesor. De hecho, las obras realizadas desde 1182 habían provocado deudas en la comunidad que tienen que satisfacerse con préstamos varios. Por otro lado, establecida provisionalmente la comunidad, sabemos que suele transcurrir un tiempo prudencial hasta iniciarse las obras definitivas, el que requiere la constitución del patrimonio monástico. Hay que esperar al comienzo de la década de 1220 para que cambie la situación y se inicie una etapa nueva en la historia del monasterio: se produce entonces el abandono definitivo de Juncerías lo que obliga a una definitiva ampliación del monasterio levantado en Escatrón. Particularmente significativa resulta también la llegada en 1215 de Martín de Nogarol como operarius, procedente de la abadía de Gimont y que en 1223 es elevado a la dignidad de nuevo abad. En 1225 precisamente, el rey Jaime I concede una serie de importantes privilegios a la abadía, y en cierto modo como consecuencia de todo ello en ese mismo año de 1225 se tiene noticia de la apertura de los cimientos de la nueva iglesia. En 1226 vuelve a producirse una nueva y solemne ceremonia inaugural con ocasión de la colocación de la primera piedra de la iglesia. Participan en ella Martín de Nogarol (entonces abad de Gimont), el nuevo abad de Rueda, fray Fortún, y Gil Rubio, fraile que al parecer asume la dirección arquitectónica del proyecto. Doce años después se procede a la consagración del Altar Mayor de la iglesia, dato que como sabemos tampoco resulta determinante de un final de obras. Tampoco en este caso lo es. Iglesia y dependencias monásticas prolongarán sus obras todavía durante décadas, como lo demuestra el propio análisis formal del monumento, así como otras referencias documentales entre las que se puede citar la que fecha los cierres claustrales del ala oriental en 1247 y del ala norte en 1276. Todavía en el siglo XIV se incia una nueva fase constructiva gracias al apoyo y mecenazgo de D. Pedro Fernández de Híjar, la que daré en llamar etapa mudéjar que es la que definitivamente permite concluir la iglesia abacial, a la que aún le faltaba por construir toda la parte alta de la nave central, sus bóvedas y la torre. La iglesia abacial de este monasterio de Rueda presenta planta de tres naves de cinco tramos y cabecera de ábside recto y capillas laterales igualmente rectas. El crucero no destaca en planta, siendo las naves laterales más estrechas y de menor altura que la central. Lo mismo ocurre con el ábside central en relación a las capillas laterales. La linealidad en el trazado de las naves sólo se rompe en el muro norte, al abrirse una capilla funeraria, la del Santo Cristo, única de época medieval entre las demás, que son añadidos barrocos. Este tipo de planta de líneas rectas y cabecera plana sigue las directrices de las que se conocen como “planta bernarda”. Tipología que nace de las consideraciones artísticas de San Bernardo y de su interés por plasmar en la concepción general de las iglesias abaciales de la Orden su ideal de pureza y rigor estético. De ahí esas plantas de líneas rectas y formas anguladas, paradigma de austeridad cisterciense. La cabecera de la iglesia abacial de Rueda presenta un testero recto que consta de una capilla central y dos capillas laterales más estrechas y de menor altura que aquélla. El conjunto constituye la parte menos evolucionada de todo el edificio. Las capillas laterales se abren hacia las naves por medio de arcos apuntados de sección prismática. Las dos se hallan algo más elevadas que las naves por lo que se accede a ellas mediante tres escalones; las dos cuentan con una ventana en su frontis oriental en arco de medio punto con amplio derrame interno y ambas también se cubren con crucería sencilla. Eso sí, la capilla norte es ligeramente más ancha que la sur, consecuencia de los desajustes y disimetrías que caracterizan la mitad oriental de este templo. Además, esta misma capilla se orienta hacia la nave lateral ligeramente desplazada de su eje longitudinal. En cuanto al ábside central es más ancho y más alto que las capillas laterales y abre a la nave central por medio de un arco triunfal apuntado, doblado y de sección prismática. Se cubre con una bóveda cuyos nervios diagonales de doble bocel apean directamente sobre cuatro ménsulas en nacela y éstas a su vez, sobre un pequeño capitel liso que se prolonga en un pequeño fuste colgado. La plementería en este caso, lo mismo que ocurría en las capillas laterales, es de piedra sillar. Al fondo del ábside se abre un amplio ventanal, de tres ventanales o en triplet, y un cuarto encima, todos en amplio derrame interno y en arco de medio punto. Uno de sus elementos más curiosos son dos grupos de tres columnas situadas a uno y otro lado de la entrada al ábside. En realidad actúan en conjunto como un elemento de soporte del arco formero del primer tramo de la nave central, así como del arco diagonal de la bóveda del primer tramo de la nave de la epístola. El cuerpo central de la iglesia consta de tres naves sin crucero que se acuse en planta. La nave central es más ancha y alta que las laterales, aunque en general se advierten algunos desajustes constructivos que impiden que podamos hablar de una regularidad en las medidas de los tramos. El sistema de soportes se dispone de forma uniforme a lo largo de toda la iglesia. Se trata de pilares cruciformes con semicolumnas adosadas en todas las caras. Todas sus basas son dentadas a excepción de las correspondientes a los dos últimos pilares. En cuanto a los arcos, todos son apuntados, con perfil abocelado en sus esquinas, a excepción del formero del primer tramo del lado sur, cuyo intradós es de triple bocel. Los fajones de la nave son igualmente apuntados y presentan todos ellos el intradós también de triple bocel; todos menos el arco triunfal de acceso al ábside, que como ya se comentó es liso y de perfil aristado. Las partes altas de la nave central, por encima de los arcos formeros, están construidas en ladrillo en todos sus tramos, lo que testimonia una amplia participación mudejarizante en la obra de esta abadía, que se hace especialmente notoria en esta parte de la iglesia abacial, hasta el punto de poder afirmar la existencia de una etapa mudéjar en la construcción de la misma. Precisamente una muestra de dicha fase viene dada por la ejecución de las partes altas de la nave central y sus bóvedas, que curiosamente eran originariamente de crucería con plementería de ladrillo. También los ventanales de esta parte alta son de clara tradición mudéjar. En la nave de la epístola se abre una puerta con arco de medio punto que sirve de acceso a la sacristía, y otro acceso a la altura del segundo tramo, la Puerta de los Monjes, que permite el acceso al claustro. Entre ambas puertas se encuentra el cuerpo de escaleras que servía de acceso al dormitorio. También en la nave de la epístola se localiza a los pies de la iglesia la Puerta de Conversos en su lugar estipulado y habitual. Presenta arco de medio punto con perfil en arista viva y carente por completo de decoración. En la nave del evangelio se abren tres capillas, dos barrocas construidas en el siglo XVII y entre medio de ambas, a la altura por tanto del segundo tramo de la nave, la llamada Capilla del Santo Cristo, que sí pertenece a la fábrica original y tendría una clara función de capilla funeraria. Mención aparte merece en el estudio de la iglesia su torre-campanario, otro claro ejemplo de obra mudéjar. Se encuentra situada encima de la capilla meridional de la cabecera, localización poco común, pero que responde tal vez a la peculiaridad de la planta de esta iglesia que carece de brazos de crucero, y también a la tardanza con que se termina la fachada de los pies, ya en el siglo XV, lo que desecharía la idea de colocarla a la entrada del templo. Presenta planta octogonal y tres cuerpos diferenciados, el último de época barroca y los dos inferiores de estilo mudéjar, fechables éstos en el siglo XIV. Su decoración es poco exhaustiva, a base de frisos de esquinillas al tresbolillo, bandas en zigzag y, en la parte alta, vanos gemelos en arco apuntado, separados por pilarcitos de ladrillo. La torre debe inscribirse en el grupo de torres octogonales que presentan estructura de alminar, entre las cuales muestra un mayor parecido con dos de las más significativas en Aragón, las de San Pablo de Zaragoza y la de Santa María de Tauste. Queda claro por tanto que la iglesia se desarrolla en dos etapas constructivas claramente diferenciadas: una primera etapa se desarrolla a partir de 1225 e incluye la construcción de la cabecera, los tres primeros tramos de las naves y las partes bajas de los muros laterales en toda su longitud. El tipo de bóvedas utilizadas en la cabecera, los modelos de ventanas, elementos ornamentales, etc., prueba cierta unidad en esta primera campaña construc- tiva y asimismo una relación con talleres castellanos que emplean los mismos recursos formales y ornamentales en otras obras castellanas e incluso aragonesas, como ocurre en el Monasterio de Piedra. Una segunda etapa, correspondería a la fase mudéjar, que completaría la construcción del edificio en partes altas, bóvedas y torre. En cuanto a las estancias monásticas, la distribución de las distintas habitaciones conventuales es la habitual entre los monasterios de la Orden. Así, el ala oriental da acceso en primer lugar al armario, la Sala Capitular, escalera de acceso al dormitorio y prisión, locutorio, acceso al jardín y finalmente la sala de los monjes. En su extremo meridional se instala después la gran escalera barroca. En el ala sur, el refectorio y la cocina. Del claustro podemos decir que está situado al sur de la iglesia y lo mismo que vimos en el templo, advertimos en su trazado ciertas irregularidades que lo convierten en un patio trapezoidal. En su disposición, se adosa a las naves de la iglesia ocupando prácticamente toda su longitud, hasta el límite de la cabecera. Lógicamente, la comunicación entre ambos espacios se produce a través de la Puerta de los Monjes, situada en el primer tramo de la iglesia y a través también de la Puerta de conversos. Está cubierto con bóvedas de crucería con nervios diagonales finamente abocelados y arcos fajones apuntados de un solo bocel, muy bien moldurados. A su vez, los perfiles apuntados de los muros exteriores y de las arcadas abiertas al patio están ornamentados en todos los tramos con motivos de puntas de diamante, elemento muy extendido en la decoración de toda la obra monástica. En cuanto a los vanos que abren al patio, se distinguen hasta tres tipologías: un primer tipo vendría dado por un ventanal de doble arco apuntado que apoya sobre una frágil columnita. El arco está rematado por un óculo de ocho lóbulos de fina ejecución, y todo ello enmarcado en un arco apuntado mayor, decorado en su perfil con puntas de diamante. El segundo presenta una misma disposición, a base de una ventana geminada, si bien se observa que los arcos están más abocinados y que el apoyo de los mismos varía, ya que consiste en un pilar cruciforme con cuatro columnitas adosadas en las caras del pilar. El tercero corresponde al ala occidental del claustro, la última en realizarse y que por eso mismo presenta hacia el patio auténticas tracerías góticas. Entre las estancias monásticas de mayor interés podríamos hablar en primer lugar de las que completan el ala meridional. La Sala Capitular, en primer lugar, es muy similar a la del Monasterio de Piedra y consiste en un rectángulo dividido en seis tramos, cuyas bóvedas son de crucería y apoyan directamente sobre dos grandes pilares fasciculados de amplio tambor octogonal. Dichas bóvedas presentan nervios de perfiles en bocel y resultan en general muy airosas, al contrario que sus soportes que transmiten cierta sensación de pesadez. En cuanto a su fachada externa resulta muy vistosa. Su estructura es de lo más habitual, con una puerta de entrada en el centro y dos arcadas flanqueándola. Ambas articuladas a modo de ventanas, se parten en dos por medio de un soporte cruciforme con columnitas adosadas en los codillos. Las ventanas son de arco apuntado y decoración generosa de puntas de diamante en sus perfiles. Sobre éstas se abre un óculo decorado al interior con motivos de lacería y puntas de diamante festoneando el perfil. A su vez, todo el conjunto se engloba en un arco mayor también apuntado, arquivoltas aboceladas y un remate característico de polilóbulos, idéntico al que veremos en la puerta de acceso al claustro en el lado occidental, así como en la puerta del Refectorio. En la misma ala capitular se abren hacia el claustro un acceso al dormitorio, en cuyo cuerpo de escaleras se localiza un hueco al efecto que se utilizaría como prisión. A su lado, el locutorio y finalmente la Sala de los Monjes, que constituye un rectángulo dividido en dos naves de tres tramos cada una, y cubierto con bóvedas de crucería que cuentan con nervios bastante toscos de perfiles achaflanados. Apoyan éstos en dos gruesos pilares octogonales, completamente lisos, que semejan una palmera abierta. En cuanto al dormitorio, situado en la planta superior, consiste en un amplio espacio rectangular que ocuparía todo el ala este, de más de treinta metros de largo, cubierto con una bóveda soportada por arcos apuntados diafragma de ladrillo. En el ala sur destaca en primer término el Refectorio o comedor monástico, uno de los espacios mejor conservados del cenobio. Presenta planta rectangular con una bóveda de cañón apuntado, que apoya sobre cinco arcos fajones de intradós muy abocelado. Descansan los arcos sobre gruesos modillones y baquetones colgados a media altura. El refectorio abre ventanas de medio punto y derrame interno, y cuenta además, como es habitual en los monasterios de la Orden, con un hermoso púlpito, al que se accede por medio de una escalera abierta en la pared, que consta de una serie de arcos rampantes que también decoran sus roscas con puntas de diamante, y que como tal púlpito, se dispone con un frontis semihexagonal, que apoya en ménsula y baquetón colgado. Frente al refectorio se construye el templete que sirve como Pabellón de la Fuente. El de Rueda es uno de los ejemplos más singulares que se conservan en nuestro país. En primer lugar por su planta octogonal, caso único entre los monasterios cistercienses peninsulares. En sus ocho lados predomina el muro sobre el vano, y se abren al patio y a la galería sur del claustro por medio de ocho arcos apuntados muy sobrios y de perfiles achaflanados. El edículo se cubre con una cúpula de nervios que se cruzan en la clave, una cúpula ojival por tanto, de nervios que coinciden en la clave al modo de las bóvedas esquifadas musulmanas. Finalmente, la cocina, hoy totalmente restaurada, y que constituye una habitación prácticamente cuadrada y cubierta con una bóveda de cañón apuntado, igual que el refectorio. Quedarían por citar, fuera ya del recinto propiamente monástico, otras construcciones suplementarias, como su magnífica noria medieval, que en origen podía verse desde muy lejos, actuando así como un referente indiscutible del monasterio hasta terminar por convertirse en su topónimo, y que ha sido reciente y felizmente recuperada; así como los molinos de trigo y aceite, y la fresquera o nevera medieval. Asimismo, fuera del recinto claustral se encuentra el Cillero Su localización no es la que suele ser habitual en los monasterios de la Orden. No se halla paralelo al muro occidental, sino en línea con él, algunos metros más al sur y como un edificio en cierto modo aislado. Se trata de una amplia sala rectangular dividida en dos naves de cinco tramos cada una, apoyadas en cuatro pilares octogonales. Tanto las bóvedas de crucería, con nervios de perfil achaflanado, como los pilares octogonales (que son completamente lisos, con capiteles prismáticos y cimacios en bocel con una estría central), repiten elementos formales ya vistos en la Sala de los Monjes. También las ménsulas son lisas, muy sobrias y con un pequeño baquetón colgante. En conjunto todo este espacio monástico presenta cierta homogeneidad constructiva y todo él, a excepción de la cubrición y cierre del ala occidental del claustro (coincidente con las campañas constructivas del siglo XIV), puede fecharse en un período paralelo al de la construcción de la primera campaña de la iglesia y ejecutado además por los mismos talleres castellanos, que vuelven a manifestar sus múltiples recursos característicos en estas obras, como los capiteles de crochet, las basas dentadas o la decoración tan abundante de puntas de diamante.
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