Identificador
              19061_01_102n
          Tipo
          
      Formato
              
          Fecha
              Cobertura
              41º 16' 2.40'' , - 3º 8' 46.20''
          Idioma
              
          Autor
          Jaime Nuño González,Pedro Luis Huerta Huerta
              Colaboradores
          Sin información
              Edificio Procedencia (Fuente)
              País
              España
          Edificio (Relación)
              Localidad
              Campisábalos
          Municipio
              Campisábalos
          Provincia
          Guadalajara
              Comunidad
              Castilla-La Mancha
          País
              España
          Claves
          Descripción
              LA IGLESIA DE SAN BARTOLOMÉ tiene adosado hacia la  mitad del muro sur de la portada hacia los pies y  sobrepasando el muro occidental uno de los más  bellos ejemplos del románico de Guadalajara: la capilla de  San Galindo. A tenor de los datos documentales que manejamos  más bien escasos y tardíos, y teniendo en cuenta la  estructura de la edificación, podemos afirmar que probablemente  nos hallamos ante una capilla funeraria de dotación  particular que fue añadida a finales del siglo XII o  comienzos del XIII al proyecto inicial del templo parroquial,  aunque hemos de señalar que la homogeneidad que  muestran ambas construcciones permite suponer que fueran  levantadas casi al mismo tiempo.  Las noticias sobre el patronazgo de esta capilla son un  tanto confusas y la documentación de la época tampoco  aporta mucha luz al asunto. Según la tradición, la capilla  habría sido fundada y dotada por un caballero llamado  Galindo para servir de última morada a sus restos. Este personaje  habría fundado también en el mismo lugar un hospital  para pobres cuyas rentas pasaron a manos del Concejo  de Atienza, así como diversas propiedades del entorno  cuyos réditos servirían para su mantenimiento. Sin embargo,  en una visita de 1644 se dejó bien claro que no constaba  la obligación que el dicho ayuntamiento de la villa de  Atienza tiene al reparo y conservación de dicho hospital.  Del caballero en cuestión poco o nada se sabe. Para empezar,  el nombre era poco frecuente por estos lares, aunque  sí en algunas partes de Aragón. Aparece citado un don  Galindo en un privilegio de Alfonso VIII por el que dona  a la orden de Calatrava, en 1176, las aldeas de Vallaga,  Ova (Hueva) y Almonacid de Zorita, que pertenecían a  este personaje desde 1152 cuando le fueron entregadas por  Alfonso VII. A pesar de lo que dice la tradición, hay que señalar  que los testimonios documentales que poseemos datan de  época muy tardía (siglo XVII), de unos momentos en los  que quizás todavía se tenía memoria del hecho aunque se  reconocía que no se conservaban pruebas fehacientes  sobre el mencionado caballero ni su fundación. En 1638  don Juan Montoro, cura de Campisábalos, apuntaba al  referirse a la iglesia de San Bartolomé que está arrimada a  ella la casa capilla y entierro del caballero Galindo, donde  hay fundada obra pía. El texto expresa muy bien el carácter  independiente de la capilla y del templo parroquial  adyacente. Posteriormente, en 1694, se informa de que  pese a no existir instrumentos que avalen el origen de la  edificación en las visitas episcopales siempre se hizo referencia  a dicha fundación, tal como se expresa en la  siguiente cita:  Visito su Exmo. la obra pia que llaman de San Galindo cuya  fundacion no a parecido pero se refiere en las visitas, que esta obra pia  la fundo el cavallero llamado S. Galindo aviendo fabricado en el lugar  de Campisavalos una capilla donde dicen estaba enterrado dexando  fundada una memoria de misas que se dicen por el cura de dicho lugar  y se le da de esta obra pia todos los años siete ducados que su Exmo.  pidio cuenta del cumplimiento de ellas en la visita que se hizo en dicho  lugar y asimismo dexo un hospital para albergue de pobres dexando  diferentes rentas para el sustento de dicho hospital y otras limosnas... Visita de 1694 (Sección Hospitales-Beneficencia, Libro 58, Archivo de  la Clerecía, Atienza) Del recuerdo que existía del comitente de la obra  entre las gentes del siglo XVII es buen ejemplo la inscripción  que se grabó junto a un escudo cuartelado situado en  el muro norte de la capilla y que hace referencia al enterramiento  ubicado en el arcosolio del presbiterio en el cual  dicen reposar los restos del mencionado personaje: EN ESTA CAPILLA DONDE STA LA REXA DE HIERO ESTA  SEPVLTADO EL CVERPO DEL CAVALLERO SAN GALINDO Y  DE LA DICHA CAPILLA Y OSPITAL Y VIENES Y RENTAS SVYAS  SON PATRONES LA YVSTIZIA Y REGIMIENTO DE LA VILLA DE  ATIENZA HIÇOSE POR MANDADO DE LOS YLLES SS. LDO  ALBAREZ ALCALDE MAYOR POR SV MAG DE LA DIHA VILLA  Y DON GR DE MEDRANO BRABO ALFEZ MOR FRANO DEL  CASTILLO IVAN DE RIBEROS GRD PINEDO BR DE HIXES A  LOPEZ DE GVZMAN FRAN QVESVERO... La reja a la que se hace referencia es la que protege el  arcosolio funerario del presbiterio, donde se cree que estuvo  sepultado el mencionado caballero San Galindo o don  Galindo, que de las dos formas se le cita. La sepultura ha  sido removida tal como se aprecia hoy, pero todavía en el  exterior del templo, junto a la casa de enfrente, hay un  sepulcro románico cuyo origen exacto desconocemos.  La capilla consta de una cabecera plana al exterior y  curva en el interior que se ilumina por dos ventanales en  forma de óculos enmarcados por un arco de medio punto.  La del muro este muestra una curiosa celosía con decoración  geométrica a base de dos triángulos superpuestos que  forman una estrella de David calada y una cruz de ocho  puntas. El arco que la cobija es de finos billetes. El óculo  del lado sur ha perdido la celosía (si es que la tuvo) y el  arco que lo envuelve presenta motivos vegetales a base de  tallos ondulantes. El paralelismo más cercano para estas  labores caladas en la piedra lo encontramos en los ventanales  de Santa Coloma de Albendiego y en dos celosías  fragmentadas de Santa María de Caraceana (Soria). Recorriendo todo el frente meridional de la cabecera  se dispone un friso escultórico muy erosionado en el que  se adivina la representación de un calendario agrícola o  mensario complementado por una escena de caza y otra de  combate ecuestre. La particularidad más sobresaliente está  en el orden de representación de los meses cuya lectura no  se hace de izquierda a derecha, como es habitual, sino al  contrario, es decir, de oriente a poniente, como si se  hubiese querido buscar en tal discurso la complicidad del  recorrido solar. Siguiendo este orden, el friso se inicia con  el enfrentamiento de dos jinetes a caballo pertrechados  con largas lanzas. A continuación viene una escena de  montería en la que dos perros sujetan a un jabalí uno  encaramado sobre su lomo al tiempo que un cazador le  clava su lanza y otro azuza a un tercer can. Después de  estos relieves se inicia el calendario propiamente dicho  con la representación del mes de enero muy mutilada.  Apenas se intuye lo que pudo ser un hombre sentado ante  una mesa bajo la que parece arder un fuego. Tras esta escena  se aprecia la alegoría de los meses de febrero, marzo y  abril en los que el aldeano se afana en el cuidado de sus  viñas (limpiar, cavar y podar). En mayo, época propicia  para los pastos, un hombre da de comer a su caballo, y en  junio inicia las labores propias de la recolección con la  escarda de los trigos. Julio es el mes elegido para el  comienzo de la siega, y agosto para el trabajo en la era,  amontonando la paja o aventando la mies con ayuda de  una horca. A continuación figura la vendimia, propia de  septiembre, y después la labranza de los campos con el  campesino manejando un arado tirado por una pareja de  bueyes. Noviembre queda reservado para la matanza del  cerdo y diciembre para el trasiego del vino, faena que  habitualmente se representa en octubre. El friso continuaba  con más escenas pero la construcción de la portada de  la capilla mutiló sus figuras, de las cuales sólo se adivina  parte de una. Pese al mal estado de conservación de todo el friso,  hay que hacer mención de las evidentes semejanzas iconográficas  existentes entre las escenas cinegéticas y de  combate de Campisábalos con otras casi idénticas de  Santa María de Tiermes y San Pedro de Caracena, lo que  vuelve a incidir en la conexión soriana ya mencionada al  describir el ábside de San Bartolomé.  La nave de la capilla parece corresponder a una fase  constructiva diferente. El detalle del friso interrumpido  por la portada y la diferencia de altura entre ambos espacios  parece confirmar esa tesis. En la misma línea habrá  que entender igualmente la disparidad de manos que ejecutan  las labores escultóricas. En planta muestra cierta  divergencia de los muros, más acusada en la parte de los  pies, mientras que en el exterior es de destacar el remate  de los muros con un alero soportado por canecillos lisos,  salvo uno colocado en la esquina noroccidental en el que  se representó una cabeza antropomorfa trifacial de aspecto  calavérico. En el muro de poniente se abre un vano rectangular  que todavía conserva algunos restos de su primitiva  celosía pétrea. En la esquina suroeste se adosó un contrafuerte en  época más moderna, probablemente en el siglo XVII, tal  como parece delatar la grafía de una inscripción ilegible  dispuesta en el remate del mismo.  El acceso al interior se realizaba en origen por dos  puertas, una actualmente cegada en el muro norte (tal vez  comunicando con el hospital o con la iglesia) y la principal en el lado meridional. Ésta se abre en un cuerpo saliente  (más acusado en un lado que en otro) y sigue un esquema  muy parecido al de la iglesia contigua. Se compone de  cuatro arquivoltas dispuestas sobre columnas, excepto la  interior que lo hace sobre las jambas molduradas. En su  decoración están presentes los habituales boceles y medias  cañas, los motivos en zigzag y la chambrana de roleos.  Como en las portadas de la propia iglesia de San Bartolomé  y de Villacadima, el arco interior es lobulado y se decora  con rosetas inscritas en círculos, en este caso octopétalas.  Los capiteles presentan hojas finas y geometrizadas,  mientras que los cimacios ofrecen repertorios vegetales  muy estilizados. Se remata con una cornisa de nacela  soportada por varios canecillos en los que se distingue a  tres personajes, uno de ellos un músico tocando un instrumento  de cuerda, además de una cabeza antropomorfa,  otra de animal y una serpiente enroscada. Ya en el interior, se aprecia claramente la disparidad  constructiva existente entre la cabecera y la nave. La primera  presenta un pronunciado presbiterio cubierto con  bóveda de cañón (muy reformada en época posterior) y un  hemiciclo con bóveda de horno. Una imposta de roleos,  idéntica a la de la cornisa del ábside de la iglesia, recorre  toda la cabecera marcando el arranque de las bóvedas y  enlazando con los cimacios de los soportes. El arco triunfal apea sobre dos parejas de columnas de  fustes muy cortos que apoyan sus basas (decoradas con  arquillos planos) sobre un banco corrido moldurado con  un bocel en el arista. El capitel del lado del Evangelio  muestra en sus laterales a sendos centauros tensando el  arco para lanzar sus flechas a otros seres fantásticos que  ocupan la cara central de la cesta, en este caso una pareja  de cuadrúpedos con cabeza antropomorfa sobre los que  cabalgan dos arpías o sirenas-pájaro tocadas con caperuza.  La disposición de estas últimas recuerda mucho a un capitel  del pórtico de San Pedro de Caracena que parece  haberse inspirado en el mismo cartón, así como a otro procedente  de la ermita de San Medel en Bernuy de Porreros  (Segovia). El capitel frontero, más desgastado, parece incidir  también en esta fauna fantástica de evidente signo  negativo. En esta ocasión parece tratarse de grifos afrontados  y a la vez contrapuestos a otros seres monstruosos, con  tallos vegetales que los aprisionan. Para Ruiz Montejo  algunos detalles iconográficos y sobre todo las formas  redondeadas de cuidada factura remiten a uno de los escultores  que trabajaron en la galería porticada de Santa María  de Tiermes (Soria), relación que ya hemos puesto de manifiesto  anteriormente. La nave, como hemos dicho, parece corresponder a  otra campaña constructiva. Destaca por su altura, mucho  más elevada que el ábside. Se cubre con una bóveda de  cañón que arranca de una imposta de tallos anillados que  albergan lises. En cada extremo de la nave se disponen  arcos fajones soportados por columnas provistas de capiteles  de hojas estilizadas rematadas en pequeños cogollos.  Las más próximas al arco triunfal son dobles. Llama la  atención la colocación en la clave del primer arco fajón y  en la bóveda de unos motivos florales a modo de capullos  cerrados, cuya función desconocemos. En la parte inferior de los muros se dispone un banco  corrido que se interrumpe a la altura de la portada principal  y de otra cegada en el lado norte. Aunque carecemos absolutamente de datos documentales  sobre la construcción de esta capilla, el tipo y tratamiento  de la decoración escultórica parece remitir a un  momento cercano al horizonte cronológico de 1200. La  fecha grabada en la iglesia soriana de Tiermes 1182  puede servir como termino post quem para centrar la labor  de un taller deudor de la corriente escultórica de progenie  burgalesa que irrumpió en estos territorios hacia finales del  siglo XII. Se trata de maestros secundarios en los que perviven  los ecos de un lenguaje plástico emanado de modelos  silenses que llega hasta aquí ya muy diluido.
           
        
    