Identificador
24544_01_022
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 34' 15.08'' , -6º 43' 51.43''
Idioma
Autor
Mercedes Pereda Ruiz
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Carracedo del Monasterio
Municipio
Carracedelo
Provincia
León
Comunidad
Castilla y León
País
España
Claves
Descripción
EL MONASTERIO CONSERVA en la actualidad unas 30 estancias o dependencias (la mayoría en ruinas) dispuestas -como es norma en los monasterios cistercienses- alrededor de un gran claustro rehecho en ladrillo siguiendo modelos góticos a mediados del siglo XVI; claustro en el que se ubicaba una fuente que alcanzó a ver Jovellanos en 1792, “con taza de una piedra de enorme diámetro; se dice traída de Castro-Ventosa. En medio una columna, encima otra taza pequeña y en ella un niño sentado cogiendo con las manos unas cabezas de peces, por cuyas bocas sale el agua. Curiosa escultura del mismo tiempo...” y que hoy podemos admirar en la Alameda de Villafranca del Bierzo. Procedencia de Castro Ventosa que en nada puede extrañarnos pues sendos privilegios de los monarcas Fernando II (1186) y Alfonso X (1210) recogidos por Mercedes Durany autorizaron a reaprovechar, para la construcción del cenobio, piedra procedente de esa ya por entonces despoblada y arruinada localidad leonesa cercana al monasterio. En la panda occidental de este claustro se alza la iglesia, orientada de este a oeste e iniciada, según fray Jerónimo de Llamas, el 17 de octubre de 1138; en la planta baja de la oriental la sacristía -comunicada directamente con la iglesia-, un pasadizo, el locutorio -locutorium o auditorium, espacio en el que el abad distribuía los trabajos cotidianos de los monjes y que se comunicaba con el huerto monástico- y la sala capitular mientras que en la superior se localiza el espacio denominado “Palacio Real” (del siglo XIII, compuesto por tres salas, una de ellas dedicada ya en época tardía a archivo); y en la planta baja de la sur el Refectorium de los monjes (como ya hemos indicado convertido ahora en sala de exposiciones), la cocina, del siglo X V II -común para monjes y conversos- y la despensa o cillería, rehechas entre los siglos XVI-XVIII. Muy poco es lo que podemos decir de su iglesia, ahora parroquial, en numerosas ocasiones ampliada y renovada, y de sus constructores, aunque se ha podido conocer el nombre de algunos de los posibles maestros o encargados de obras (magister operis) que trabajaron a lo largo del siglo XIII (1202-1283): Juan Petri (Petri de Opera, 1202), Martinus (1214), Pedro López (Petrus Lupi Magister de opera, 1217- 1219), Juan Munionis (1235), Juan Pérez (1273), Simón Juliánez (1275) y, finalmente, Juan López (1283). Únicamente conservamos una descripción de la misma antes de su definitiva destrucción, del estado en que se encontraba siglos después, en 1792, gracias a las anotaciones que el ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos dejó en sus Diarios después de la visita que realizó dicho año: “por el gusto de la de Val-de-Dios, aunque más pequeña... es larguísima, estrechísima, y por lo mismo parece altísima. Se piensa en obra y no se hace. Los planos, de un chapucero del país son miserables; los de D. Guillermo Casanova, más magníficos de lo que permiten las facultades del monasterio; los que hizo últimamente un arquitecto de León, fueron reprobados en la Academia de San Fernando. El abad actual (se refiere a fray Roberto de Palencia), desea conservar la iglesia actual, y yo estaría por ella si las paredes pudieran sufrir una bóveda y adornarse la capilla mayor, que es ruinísima...”. Pero la intención conservadora del abad fray Roberto de Palencia con respecto a la iglesia se desvaneció con su sucesor, fray Zacarías Sánchez, pues junto con los 45 miembros que formaban entonces la comunidad monástica decidió construir un nuevo templo. Según los datos aportados por González García, el proyecto del nuevo edificio fue obra del arquitecto leonés Francisco de Ribas y su ejecución corrió a cargo del aparejador Pedro Antonio Piñeiro, iniciándose las obras en 1796. La iglesia primitiva estaba dotada de una cabecera escalonada de tres ábsides semicirculares, crucero no desarrollado en planta, una torre cilíndrica en el ángulo noroeste y tres naves, de cinco tramos cada una, cubiertas con madera (según la documentación conservada), planimetría que también encontramos en las iglesias monásticas de Carrizo y San Miguel de las Dueñas, aunque en este último más simplificada pues consta de una sola nave. Una disposición o tipología planimétrica que parece responder al prototipo de iglesias cluniacenses “románicas plenas” -como Frómista o San Isidoro- que Fernández, Cosmen y Herráez han tachado de conservadurista por cuanto que su renovación arquitectónica se hace sobre las bases ya existentes de un edificio claramente benedictino. Demolida la cabecera, el crucero y dos naves (la central y la norte), de su primitiva fábrica de tres naves -en la que se emplearon, básicamente, como materiales constructivos los más abundantes en la zona, el granito y la pizarra (en sillares paralelepípedos algo irregulares pero bien escuadrados para los muros) y la madera para la cubierta de las naves- únicamente han llegado hasta nuestros días dos tramos de los pies, los restos de una primitiva torre campanario circular (que conserva la parte baja de sus muros decorados con rosetas helicoidales, probablemente erigida con anterioridad a la etapa cisterciense), una pequeña parte de la nave sur (con tres vanos, uno muy sencillo de acceso que comunicaría directamente con el claustro, la denominada “Puerta de Monjes” y los otros dos en forma de saetera con un amplio derrame al interior) y los muros de una capilla funeraria localizada en el exterior del templo, al norte, ya que el resto del edificio fue sustituido -como ya hemos dicho- a partir de 1796 por un templo neoclásico inacabado cuya fachada, articulada en tres calles mediante contrafuertes, refleja su división interior en tres naves. La presencia de estos restos han permitido confirmar (después de los estudios realizados por Gómez-Moreno, Lampérez, Cosmen y, muy especialmente, Miguel Hernández) la existencia de una serie de campañas constructivas bien diferenciadas: en las dos primeras (iniciadas en 1138 y concluidas antes de 1187, año en el que -según Manrique, el cronista de la orden- fue oficialmente consagrada la iglesia), se habría erigido, en opinión de Miguel Hernández, la cabecera, el crucero y el tramo de las naves en el que se emplazaba el coro de monjes: estas dos campañas conforman la que podríamos denominar “etapa precisterciense”. La tercera campaña, que inaugura la “fase cisterciense”, se iniciaría hacia 1190 con el abadiato de Amigo, artífice de la integración de Carracedo a la Orden del Cister en el momento previo a la eclosión económica y espiritual que se producirá a principios del siglo XIII. A lo largo de esta campaña, que contó con el auxilio y colaboración económica del obispo de Astorga, D. Lupo, y de los propios fieles, se continúa con la construcción de la iglesia, se trabaja en los soportes (columnas, capiteles) y en las pandas claustrales del capítulo y del refectorio. Y, por último, una cuarta campaña constructiva que iniciada hacia 1248 no concluirá hasta después de 1286 -pues en ese año, según un documento recogido en el Cartulario de San Martín de Castañeda, el rey Sancho IV concede a Carracedo 286 maravedís “para la obra de buestra Yglesia...”-, concretamente hacia 1311, año en el que en opinión de Miguel y Balboa se pueden dar por concluidas las obras de la iglesia. Estudios históricos e investigaciones arqueológicas que, a su vez, han permitido confirmar una serie de datos relevantes a la hora de conocer la disposición del edificio primitivo: que la nave central era más alta y prácticamente el doble de ancha que las laterales (según Gómez-Moreno, nos encontraríamos ante un edificio de unos 15 m de anchura); que las naves se dividían en cinco tramos y que en cada uno de ellos se abría un vano de iluminación; que los soportes empleados eran pilares cuadrangulares sobre altos plintos o zócalos rematados por una arista en forma de baquetón y con columnas lisas adosadas sobre las que volteaban los arcos perpiaños y formeros, algunos de acusada herradura y rasgo de arcaísmo; o que el actual muro norte del templo asienta sobre sus precedentes románicos mientras que el actual muro sur no es sino la primitiva arquería que separaba las naves central y meridional convenientemente macizada. Además sabemos también que, como en el monasterio de Santa María de Carrizo, la iglesia estuvo parcialmente cubierta con techumbre de madera, con armaduras planas probablemente mudéjares. Otros restos se encuentran, como ya se ha indicado, en la antigua nave sur: se trata de dos vanos y de la portada que daba acceso, desde la iglesia, al claustro; esta última consta de una sola arquivolta de medio punto moldurada y tachonada con bezantes entre dos orlas ajedrezadas y apea sobre una pareja de columnas, faltando en la actualidad la de la derecha; su imposta se decora con sencillas combinaciones de elementos geométricos. Pero otros han desaparecido para siempre, como es el caso del espacio funerario o capilla que alcanzó a ver semiderruida Gómez-Moreno y que se localizaba “a la parte septentrional junto al crucero...”, un espacio -con planta cuadrangular (de 6 m de lado) y 6 lucillos sepulcrales de arco apuntado abiertos en tres de sus muros- que en un principio pudo haberse cubierto con bóveda de cañón apuntado o bien con bóveda de crucería y que el insigne arqueólogo granadino dató, y tras él Franco y Cosmen, en la primera mitad del siglo XIII: se trata del panteón nobiliar de los García Rodríguez de Valcárcel, un ámbito que para Fernando Miguel responde “a los modelos de capillas funerarias extendidas en los monasterios cistercienses... particularmente gallegos (Sobrado, Melón y Oseira)...” y que pudo iniciarse en la segunda mitad del siglo XIII (tal vez como capilla funeraria de los Froilaz, “promotores y comitentes del monasterio antes que los Valcárcel...”) y concluirse en 1338, fecha recogida en un epitafio al que nos referiremos más tarde. Y perteneciente también a un románico muy tardío, ya casi protogótico (finales del siglo XII, primera mitad del XIII) , nos encontramos en la panda oriental del claustro -además del ala de novicios, un cubo-contrafuerte erigido en 1634 y restos de la cimentación de la antigua sala de monjes, reformada en el siglo XVIII- y a continuación de la sacristía (datada a comienzos del último tercio del siglo XII y de la que se conservan intactos su muro sur y parte del occidental), con la sala capitular, la única de entre todos los monasterios cistercienses leoneses que conserva su primitiva traza. Una estancia que en 1792 Jovellanos nos describió así (incluso llegó a dibujar su planta): “Las cuatro columnas que se representan en el medio, son un agregado de columnillas delgadas con basa y capitel común, sobre las cuales vienen a reposar las fajas que se reúnen en el ábside de la bóveda superior, que es toda de buena barroqueña. Tiene cuatro ventanas, dos a los lados de la puerta del claustro, y otras dos al lado de un altar que hay al frente...”. Esta dependencia se abre a la panda o crujía oriental del claustro por medio de una portada de arco de medio punto abocinado y triple arquivolta sobre otras tantas parejas de columnas acodilladas y aparece flanqueada por sendos vanos, uno de medio punto y otro geminado, este último con su doble arco de medio punto descansando sobre una única columna central con capiteles y basas desarrolladas, un rasgo más de apego a la tradición. Su interior, de planta cuadrangular, se distribuye (como en los monasterios de Santa María de Poblet y en Las Huelgas, provincia de Burgos) en nueve espacios de iguales dimensiones mediante cuatro soportes centrales en forma de haces de estilizadas columnas con fustes monolíticos sobre basas áticas y plintos poligonales, mientras que su espacio aparece cubierto por otras tantas bóvedas de crucería cuatripartita muy capialzadas que apoyan en los muros mediante ménsulas. Una estancia que fue empleada como espacio cementerial (como nos recuerda también Jovellanos) pues en sus muros laterales se abrieron seis lucillos sepulcrales en los que reposan los restos de otros tantos abades, uno de ellos Diego, fallecido en 1155; enfrente el de Bernardo y en “el primero de la izquierda está el cuerpo de San Florencio...”. Respecto a su cronología Valle, Cosmen y Balboa y Miguel piensan, por su semejanza en cuanto al tipo de soporte utilizado, sistema de cubiertas, ménsulas, etc., que su modelo se encuentra en la sala capitular del monasterio cisterciense de Santa María (Sobrado de los Monjes, La Coruña), a su vez inspirada en la francesa de Fontenay, y que su construcción se inició en torno al último tercio del siglo XII concluyendo su cubrición en torno a los años 30 del siglo XIII, mientras que Valle la sitúa en torno a los años 1210-1215, poco después de la integración del cenobio en la Orden del Cister, y la considera obra del mismo taller, “sin duda de filiación borgoñona...” que trabajó en Sobrado y nexo de unión entre los monasterios cistercienses gallegos, asturianos y leoneses que formaban parte del antiguo Reino de León. Y junto a la sala capitular se localizan dos estancias abovedadas, de poco más de dos metros de anchura, que junto con la antecámara y oratorio de la planta primera y las habitaciones identificadas como celda y dormitorio conforman lo que Miguel Hernández denomina “cuerpo torreado” o “palacio abacial”, y que data en un momento avanzado de la segunda mitad del siglo XIII: la primera, un pasadizo al que se accede por una puerta de jambas molduradas, ménsulas con decoración de rollos y arco de remate de medio punto ligeramente capialzado, que podría haber servido para comunicar el claustro con otras dependencias monásticas tales como el huerto. Y a continuación el locutorium, con idéntico tipo de acceso; un estrecho callejón cubierto con bóveda de cañón sobre fajones y repisas cuya decoración se picó a propósito, presentando, a un lado, unos poyos bajo arco para sentarse. A continuación de esta estancia accedemos, por una escalera del siglo XVI, a la planta alta, en donde encontramos tres salas que se conocen popularmente como “Palacio Real”, como la residencia privada de doña Sancha, aunque no hay constancia documental de que así fuera. La primera de ellas, utilizada probablemente como oratorio del abad y posteriormente como archivo, como señala Jovellanos, presenta planta cuadrada cubierta por una bóveda de crucería de ocho nervios abocelados que confluyen en una clave decorada con la figura de la Virgen inscrita en una mandorla y rodeada por los símbolos del Tetramorfos. Estos nervios apoyan sobre ménsulas en unos muros que aparecen articulados por arcuaciones de medio punto y apuntados con molduras y repisas que, mediante trompas, permiten pasar del rectángulo a un octógono rematado por cornisa de nacela. En el muro occidental de esta estancia se abre otro acceso que comunica con una dependencia o antecámara cubierta con una bóveda de cañón apuntado reforzada por un arco fajón sobre repisas decoradas con parejas de grifos y leones. Una dependencia en la que una portada ya gótica abierta en su muro septentrional -apuntada y con un bello tímpano en el que se representa a la Vi rgen muerta rodeada por los doce apóstoles y una arquivolta decorada con ángeles músicos- da paso a la estancia conocida popularmente, según una tradición recogida por José María Quadrado, como “Cocina de la Reina” o “Cocina de Reyes”, que muy bien pudo formar parte de las habitaciones del abad. Este espacio, de planta cuadrada de 10,65 m de lado, se cubría por un alfarje mudéjar o armadura de madera con bóveda central ochavada de finales del XIII o principios del XIV (que alcanzaron a ver Gaspar Melchor de Jovellanos y José María Quadrado y de la que se conservan doce tablas o fragmentos policromados en el museo de San Marcos de León) soportado por un entramado de diez arcos apuntados con perfiles moldurados sobre cuatro esbeltas y estilizadas columnas exentas protogóticas con capiteles corintios y elevadas sobre basamentos o plintos cilíndricos, y ocho ménsulas del tipo cul-de-lampe decoradas con motivos vegetales. De ella afirmó José María Quadrado que “estaba cubierta en el centro por ochavada cúpula con artesones esmaltados de estrellas, y alrededor por ocho techumbres de madera más sencillas...”; una tipología de cubrición que, como han señalado Fernández, Cosmen y Herráez, guarda una cierta relación con la desplegada en la arquitectura gallega de aquellos momentos. En su muro occidental, en el que mira al claustro, se abren dos grandes saeteras y dos grandes óculos de perfiles abocelados, y en el meridional dos vanos geminados de medio punto y una pequeña saetera. En opinión de Balboa y Miguel nos encontramos ante una dependencia -más del siglo XIV que del XIII- que si en un principio pudo haber servido de dormitorio de los monjes, “la constancia de dos fases constructivas diferentes y la presencia de la chimenea... la aproximan a un uso como sala de audiencia del abad o, incluso, como estancia noble...”. Según Jovellanos, a finales del siglo XVIII estuvo destinada a panera. Su fachada se articula mediante una portada, de medio punto con doble arquivolta sobre dos pares de columnas, y a su izquierda un vano geminado apuntado y un pequeño óculo a su derecha. Dicha fachada se abre a una bella terraza cubierta a modo de balcón o galería-mirador: es el denominado “Mirador de la Reina”, sobre el que José María Quadrado escribió: “Nada más bello, nada más ideal que el aspecto de esta galería, desde el pie de la ruinosa escalera que baja a un patio obstruido de malezas, tal vez un tiempo amenísimo jardín...”. Con un innegable aire de obra civil -pues esta zona del edificio ha sido considerada, como ya hemos dicho, parte de un Palacio Real cuyos orígenes podrían remontarse a finales del siglo X o bien como “Palacio del Abad”- y una cierta reminiscencia prerrománica, este espacio se cubre con tres bóvedas transversales de cañón y se abre al exterior mediante una arquería de tres arcos -de medio punto y mayor luz los laterales y apuntado y estrecho el central- soportadas por dos pares de columnas estilizadas. Y para concluir hay que destacar el refectorio, situado junto a las salas de invierno del abad, en la panda sur del claustro y perpendicular a la iglesia; utilizada hasta hace poco como vivienda particular y redescubierta a raíz de las últimas intervenciones arqueológicas, todavía conserva la parte baja de sus muros medievales y restos visibles del púlpito en el tercer tramo del muro occidental, desde el que se efectuaban las lecturas que eran escuchadas por los monjes mientras comían: es del tipo de los conservados en Santa María de Huerta (provincia de Soria), Veruela, Rueda, etc., aunque más modesto: escalera con tres arcos rampantes sobre columnas y cubierta de cañón sobre arcos fajones que apoyan sobre ménsulas. Las cubiertas actuales de la estancia (bóvedas de terceletes) son más tardías y corresponden a las reformas efectuadas en el siglo XVI ya que la original, de cuatro tramos, fue de madera sobre arcos diafragmas; y lo mismo ocurre con los amplios vanos, surgidos a partir de reformas efectuadas en el siglo XVIII. Esta interesante dependencia monástica se data entre el último tercio del siglo XII y el primero del XIII. En cuanto a la escultura decorativa, y como ya hemos dicho, se conservan varios accesos primitivos, siendo éstos unos de los principales focos de localización de la ornamentación escultórica. Uno se abre en la parte más oriental del muro meridional del templo y servía para comunicarlo con el claustro: se trata de la “Puerta de Monjes”, sencilla, de arco de medio punto doblado sobre jambas con aristas en baquetón y acodilladas que albergaban un par de columnas, de las que sólo se conserva la de la izquierda, con un capitel con astrágalo en bocel y cesta de doble fila de hojas enroscadas en los ángulos a modo de volutas. Su biselada línea de imposta aparece recorrida por motivos estrellados en relieve y tanto el guardapolvos como el arco interno aparecen enmarcados por una fila de tacos o billetes mientras que el arco doblado que cierra el vano se acentúa exteriormente con baquetones y medias cañas recorridos por sencillas rosetas. El otro acceso, la portada occidental, presenta un mayor desarrollo ornamental, con dos pares de columnas acodilladas y jambas lisas rematadas por ménsulas que representan rudas cabezas de bóvidos; sus impostas se ornan con motivos estrellados y palmetas asimétricas mientras que en su tímpano se tallaron en el siglo XIV las armas de Castilla y León. En los capiteles que rematan las columnas, con sus astrágalos lisos, se reproducen motivos vegetales, excepto en uno ciertamente arcaico en el que se representa una pareja de animales fantásticos (cuadrúpedos con cabeza humana). La arquivolta superior, a modo de guardapolvos, aparece decorada con el popular motivo geométrico de los billetes, del taqueado, un tipo de ornamentación presente también en los guardapolvos exteriores de los vanos abiertos al sur. Pero además de estos accesos todavía se conservan -empotrados en el muro septentrional exterior de la actual fachada neoclásica- restos del acceso que se abría en el crucero medieval de la iglesia: se trata de un tímpano semicircular decorado con un Pantocrátor sedente e inscrito en una mandorla y rodeado por unos símbolos del Tetramorfos cuya talla en medio relieve, escasa plasticidad y ausencia de expresividad “despistó” a Gómez-Moreno que dató el conjunto -a excepción de la representación de San Juan- en el siglo XVI. Nos encontramos con una iconografía que en tierras leonesas sólo encontraremos repetida en el tímpano reutilizado en la iglesia parroquial de Castroquilame, datado por Gómez-Moreno en el siglo XII. Actualmente se data el conjunto entre el último tercio del siglo XII y principios del XIII. Este tímpano aparece enmarcado por una moldura que descansa sobre dos figuras a modo de telamones o estatuas-columnas que encarnan al emperador Alfonso VII la de la derecha y al abad Florencio (representado con su báculo abacial) la de la izquierda, los dos principales impulsores de la revitalización monástica de Carracedo, aunque para Jovellanos la última no re presentaría al abad Florencio sino “el obispo que consagró la iglesia...”. Dos figuras que, plásticamente, se han relacionado con una serie de obras del último cuarto del siglo XII fundamentales para el desarrollo del protogótico (Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela y Cámara Santa de la catedral de Oviedo). A los pies de estas figuras y sobre sus respectivas cabezas se han ubicado una serie de capiteles (4 en total, dobles los inferiores) que por su decoración se han relacionado con los de la portada occidental: en ellos se representan tanto escenas de la vida de Cristo (como la “Adoración de los Reyes Magos” y una posible “Dormición de la Virgen”) como motivos vegetales (simples hojas y follajes distribuidos en dos filas), animales fantásticos (monstruos, demonios), un león devorando a un hombre, etc. Otros elementos a destacar son los óculos o rosetones y los conocidos como “ojos de buey”; entre los primeros elementos -tan abundantes en obras del románico tardío- destaca el situado sobre la portada occidental (como en Sandoval), de considerables dimensiones, con sus perfiles abocinados y decorados con infinidad de elementos vegetales y geométricos: rosetas inscritas en círculos, lóbulos, hojarasca a bisel, y un gran baquetón en zigzag, todo “en consonancia con la fase final de la construcción del edificio...” para Fernández, Cosmen y Herráez, mientras que la celosía interior presenta una tracería geométrica. Otro elemento de este tipo encontramos en el muro oriental del Palacio Real, decorado con roleos y una ancha orla ajedrezada, y otros dos en el muro occidental de la “Cocina de la Reina” con una decoración muy similar a la de los anteriormente descritos. En el lado opuesto y dando vista al desaparecido claustro de las celdas, encontramos una hermosa portada de medio punto y doble arquivolta abocelada decorada con rosetas y, a sus lados, otro óculo más de la serie y un elegante ventanal geminado de arcos apuntados y moldurados. Y si en los capiteles de la sala capitular nos encontramos con una decoración esculpida básicamente vegetal -aunque no falten representaciones de cuadrúpedos y animales fantásticos ajenos, en principio, a la ornamentación cisterciense- en las claves y ménsulas, además de temas fitomórf icos, encontramos un ángel y un orante, y en las caras laterales de los zócalos o plintos sobre los que apoyan los soportes aparecen motivos geométricos incisos o en bajorrelieve, manifestación ornamental que también comparten los plintos en Santa María de Carrizo. De su portada destacar el motivo de las rosetas y sus bellos frisos y capiteles, los primeros decorados con estilizadas hojas de nervios muy acentuados y los segundos con bordes enroscados a modo de volutas bajo los que encontramos, en uno de ellos, dos aves afrontadas. Algunas basas, áticas, aparecen decoradas con garras, un motivo que desarrollado a comienzos del siglo XIII será una constante en el gótico, y los capiteles -como ocurre en los de los tramos de los pies de la iglesia- presentan astrágalos en bocel y su cesta decorada con elementos fitomórficos (hojas) distribuidos en dos filas. En otros casos, como ocurre en la “Cocina de la Reina”, alguno de los capiteles y basas de los vanos geminados, presentan sus collarinos y sus toros decorados con un tema que nos retrotrae a la arquitectura prerrománica astur-leonesa de los siglos IX y X: el sogueado. Muy cerca de la actual puerta de acceso, y enmarcado por los restos escultóricos de la antigua portada que hemos descrito en el apartado anterior, podemos leer el siguiente epígrafe: EFIGIES S. FLORENTII ABBATIS ET ALFONSI IMPERATORIS QUAE AD PRINCIPALEM VETERIS ECCLESIA PORTAM COLLOCATTAE ERANT (“Las efigies del abad Florencio y del emperador Alfonso estaban colocadas junto a la puerta principal de la vieja iglesia”). Resulta evidente que el contenido o narratio de la inscripción hace alusión a las dos figuras que la enmarcan, así como a la posición que ocupaban en la antigua iglesia románica. Y bajo la línea de imposta derecha de la portada meridional, la que unía el claustro y la nave sur de la iglesia, aparece una lápida incompleta que Jovellanos leyó: ERA M. POST / CARRACEDO / EDEM ANNO IV y Gómez-Moreno: ERA MCCC / X CARRACECC / EDEM CAINC / EIV. Un hallazgo importante, pues ha servido para ofrecer una fecha ante quem para la construcción del cuerpo bajo de las naves de la iglesia primitiva, ha sido el del epígrafe o intitulatio de Gualterius. Su descubrimiento, dado a conocer por Fernando Miguel, en la cara norte de un contrafuerte conservado en la fachada, le ha permitido afirmar que dicha parte del templo fue concluida, a más tard a r, en 1186, fecha de la muerte del abad que con este nombre gobernó el monasterio desde 1157. Sin embargo sabemos que en 1218 un maestro borgoñón está trabajando en el monasterio cisterciense de Santa María de Valdediós, un maestro de obras que en opinión de José Carlos Valle sirve de hilo conductor, de nexo de unión entre las iglesias cistercienses castellanoleonesas, desde More ruela (1170) a Valdediós (1218). A cuál de los dos personajes puede referirse el citado epígrafe es una cuestión todavía por resolver, máxime cuando en el abadologio publicado por el cronista benedictino fray Antonio de Yepes figuran dos abades con este nombre, uno en 1087 y otro entre los años 1157 y 1172. Según Jovellanos en la sala capitular, “Parece que hay inscripciones, pero hoy hay delante unos asientos de madera que harto deslucen esta graciosisima pieza...”. Y no le faltaba razón pues en los trabajos realizados por Miguel Hernández apareció, bajo la ventana septentrional, la siguiente inscripción: ERA MCCLXXI (año 1233), que ha sido interpretada como la datatio de la finalización de las obras. Y también en esta sala se conservan dos epitafios: uno perteneciente al abad Diego, fallecido en 1155, tallado en la tapa del sarcófago que se encuentra en el lucillo central del muro norte: ERA MCLXXXXIII ET Q DICITUR XVIII IA /NUARII KLS DORMIVIT PRECLARUS ABBA / DIDACUS CUIUS ANIMAM POLSIDEAT XPS / PRO CUIUS / AMORE DUM MANET IN CORPORE PLURIMOS SUS... IXITMENTE RETINUIT / CORPUS CASTIGO ET SERVITUTI SUBIETO VIXIT IN SCO PROPOSITO ANNIS X ET VII / PAUPERIE XPI CRUCEM / QUE E SECUTUS N UT CARNALIS SET QUASI SPALIS SET QA MORS NULLI DIDACE PARCIT HONORI VIVAS IN ETERNUM / DICO CIUNCTUS AMORI GREX CARRACEDENSIS DOLEAT PASTORE SUBLATO DU VIXIT PASTOR GREX FUIT IN REQUIE / SET PASTORI ABSTUTLIT DE LABORES GREGI ADIDIT DOLORES /... INCIDE EULOGIUS SEPULCRI TUIT UT SUCURRAS IUVENI IN AGONE POSITO ORACIONIBUS TUIS / DULCIA POETARUM CARMINA SCRIBERE NOLUI IDI. Y el otro, que aparece formando parte del intradós del arco del lucillo central del muro sur, pertenece al abad Bernardo: ABBAS BERNARDUS IA / CET HIC PROBO ET VENE / RANDO MORIBO EGREGIUS / CUI DEUS ESTO PIUS (“Aquí yace el egregio abad Bernardo...”). En un epígrafe empotrado en medio de los lucillos septentrionales localizados en el panteón de García Rodríguez de Valcárcel, podemos leer el siguiente epitafio: AQUÍ IASE GARCIA RODRIGUES DE VALCA / CER ADELANTADO MAIOR DE / GALISIA. FISO ESTA CAPILLA / MORIO A XXIIII DE SETIEMBRE / ERA DE MILCCCLXVI AÑOS (“Aquí yace García Rodríguez de Valcárcel, Adelantado Mayor de Galicia. Hizo esta capilla. Murió el 23 de septiembre del año 1328”) .