Castillo de Sant Llorenç de la Muga
SANT LLORENÇ DE LA MUGA
Sant Llorenç de la Muga es un pintoresco pueblo asentado en un entorno privilegiado, en el valle alto del rio que le da el nombre, a unos 17 km al norte de Figueres. Se accede desde la N-II, en dirección Norte, tomando el desvío por la GIP-5107 que pasa por Llers y Terrades antes de llegar a este bonito y apacible rincón del Alt Empordà.
El pueblo conserva el trazado medieval, si bien los edificios son posteriores a los restos del recinto amurallado que los abriga. Su historia es rica y aunque se supone muy antigua, no se han encontrado vestigios ni documentos anteriores al siglo x; hay noticia entonces, en algunos documentos, de Santi Laurenti de Sambuca o Samuga. El pueblo dispone de dos focos de atracción monumental que destacan por su verticalidad: el recio campanario de la iglesia parroquial y la torre vigía que se yergue en la colina situada en el sector sureste.
Los primeros documentos, de 972, sitúan el pueblo como un núcleo dependiente del monasterio de Sant Pere de Camprodón, que tenía numeroasas posesiones en la zona oriental del condado de Besalú, al que pertenecía Sant Llorenç. Conocemos también que desde 1160, castillo y villa fueron posesiones de la família Llers, pasaron luego a la Corona en 1225, y finalmente, desde 1272, a la poderosa familia ampurdanesa de los Rocabertí, bajo cuya dominio estuvo, al menos en teoría, hasta finales de siglo xix.
Aunque el pueblo vivió siempre de la explotación agrícola, también tuvo un momento especialmente próspero gracias al auge de la artesanía del textil, posible gracias a su localización, en la ribera del rio. Igualmente, la presencia de hierro y plomo fueron importantes para su desarrollo económico. En tiempos de Carlos III se creó la Farga de San Sebastià (1771), dedicada a la fabricación de balas y bombas de cañón, que luego sería destruida por las tropas francesas durante la guerra del Rosellón (1797).
Castillo de Sant Llorenç de la Muga
El castillo de Sant Llorenç se erigía a unos 200 m a poniente del recinto amurallado de la población. Junto con estas dichas murallas, su situación estratégica conformaba un importante conjunto defensivo; fue construido en un terraplén situado entre el curso de la Muga y el de un pequeño riachuelo, el rec del Molí. Hoy los restos se encuentran en un jardín privado, en el sector occidental del pueblo, en la calle del Barri.
No hay documentación sobre el castillo hasta comienzos del siglo xiii: en 1210, Arnau de Llers lo lega a su hijo Bernat. Quince años más tarde, este lo entrega (castellum meum de sancto Laurencio de Samuga) a Jaime I, junto con el castillo de Bassegoda. Cabe suponer, por lo tanto, que su construcción es bastante anterior a este momento. Por un documento de 1292, ya durante el reinado de Jaime II, sabemos que para la defensa de la villa se disponía de 35 hombres, de los cuales 8 se apostaban en el castillo.
De la antigua fortaleza quedan hoy en pie la torre del homenaje y los muros del sector norte, así como algunos vestigios más de menor importancia. El conjunto debió tener una planta tendente al triángulo, puesto que el terreno se hace bastante más estrecho en la parte más occidental. La torre se yergue en el centro de lo que fuera su recinto, tiene planta cuadrada y una altura de unos 10 m. No dispone de ninguna clase de aberturas en los muros más que la propia puerta de acceso, que se sitúa a media altura del muro y no es accesible; se trata de una puerta rectangular, situada en el costado oeste.
El acceso actual es un agujero practicado en la parte baja del muro. En el interior se aprecia una bóveda de cañón hecha de pedruscos y argamasa, que separa el nivel bajo del primer piso.
El aparejo del muro es tá hecho con bloques de piedra escasamente desbastados, unidas con mortero de cal y formando hiladas bien alineadas; en las esquinas encontramos sillares bien escuadrados.
En el extremo nordeste de la muralla que en otros tiempos rodeaba el conjunto, se conserva en pie una segunda torre, esta vez semicircular. El nivel inferior de la torre está cubierto con bóveda de sillarejo, ligeramente apuntada, que guarda aún huellas del encañizado de la cimbra. Cerca del arranque de dicha bóveda son aún apreciables unas hendiduras rectangulares, verticales y paralelas, que tal vez debieron ser utilizados para sostener el entramado. En la parte inferior, presenta una sucesión de saeteras, el dintel de las cuales está compuesto por sucesivos bloques monolíticos dispuestos en horizontal. Sus muros se alzan unos tres metros por encima de la bóveda. Acaban en merlones rectangulares, de las que pocas se conservan en pie.
La pequeña parte conservada de una pared en el costado oeste, que formaba la fachada interior, debía extenderse formando la muralla contigua. Tiene unos 8 m de alto por 5 m de largo. Aunque las piedras pudieran ser un poco menores en este paño que en las dos torres comentadas anteriormente, el aparejo es bastante similar a los otros y el conjunto presenta un aspecto bastante uniforme.
Distinto, en cambio, parece el aparejo empleado en lo que serian los posibles restos de otra torre, un muro de unos 8 m de altura que encontramos en la parte occidental del castillo. Se observan en él unas estrechas saeteras abiertas en un muro de mampostería y algunos bolos sin trabajar unidos con mortero. Por su aspecto se diría que es bastante posterior a lo descrito anteriormente.
Paralelamente al curso del río, al Sur, se encuentra también un tramo largo de muralla de escasa altura que actualmente sirve como muro de contención. Sólo apreciable desde dentro de la misma finca privada o desde el otro lado del río, se distinguen unos grandes restos de los muros, de mampostería y bolos, que cayeron en el mismo cauce de la Muga.
Por sus características constructivas, los restos de las dos torres pueden datarse entre los siglos xii y xiii.
Texto y fotos: Consuelo Vila Martí.
Bibliografía
Badia i Homs, J., 1977-1981, II-B, pp. 273-74; Castells Catalans, Els, 1967-1979, II, pp. 513-519; Catalunya Romànica, 1984-1998, IX, p.806.