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Capiteles del lado izquierdo de la portada meridional principal

Identificador
33559_03_060
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
43º 22' 0.27" , -5º 9' 1.67"
Idioma
Autor
Pedro Luis Huerta Huerta
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Monasterio de San Pedro

Localidad
Villanueva
Municipio
Cangas de Onís
Provincia
Asturias
Comunidad
Principado de Asturias
País
España
Descripción
EN LA ACTUALIDAD el conjunto monasterial de San Pedro de Villanueva consta de dos partes, bien diferenciadas cronológicamente: por un lado, el claustro y dependencias monásticas, fruto, salvo ciertos vestigios románicos, de las reformas llevadas a cabo en los siglos XVII y XVIII; y sobre todo ello la magnífica iglesia románica de la que nos ocupamos a continuación. La iglesia consta en planta de una nave rectangular de época moderna que se remata por una cabecera de triple ábside semicircular escalonado, precedido de tramos rectos, como es habitual en muchos templos benedictinos. No se conoce cómo era la planta románica originaria, pero es probable que haya constado también de una sola nave, al igual que se observa en otros templos monásticos asturianos del siglo XII, como San Miguel de Bárcena o Santa María de Tina, en los que los tres ábsides se abren a una única nave de gran anchura. En Villanueva, los muros calizos actuales son probablemente los primitivos, contemporáneos a la cabecera, y reservan el empleo de sillares para las esquinas, vanos y muro toral de embocadura del ábside, tanto al exterior como al interior. El alero de este muro y los de la nave cobijan una cornisa en nacela, recorrida, en el caso de estos últimos, por sendas hileras de canecillos en caveto decorados con bolas bajo caperuzas y alguna cabeza zoomorfa aislada. En fin, el templo presenta tres accesos, que más tarde trataremos en detalle: la portada principal próxima a la cabecera en el muro meridional; una segunda entrada, hoy cegada, pocos metros al Oeste de ésta, y un acceso a los pies del templo, que comunica con la estancia occidental, tránsito hacia el claustro. La triple cabecera presenta, tanto al exterior como al interior, un cuidado paramento de sillares bien escuadrados, abundantes en marcas de cantero, que se refuerzan por un potente zócalo biselado. El ábside central se articula verticalmente mediante dos esbeltas semicolumnas adosadas al muro que se elevan sobre basas áticas y plintos prismáticos desde el zócalo hasta la cornisa, y se coronan con bellos capiteles esculpidos con aves entrelazadas. Otros elementos de articulación y refuerzo del ábside central son los contrafuertes que se adosan a ambos lados, sobre los tejados de los ábsides laterales, en el lugar donde el tramo recto se estrecha para dar paso al ábside propiamente dicho. En cuanto a éstos, cuatro capiteles esculpidos testimonian la existencia de dichos pares de columnas, cuyos fustes y basas no han perdurado hasta la actualidad. Cada uno de los ábsides se cala con una aspillera en el testero, rematada en un arquillo de medio punto, que se complementaron en el siglo XVIII con otras abiertas en los muros laterales de los ábsides secundarios. De ellas, la del ábside central es mayor y se ornamenta con cuidados relieves; arranca de una moldura, acotada por las dos columnas, y está recorrida horizontalmente por dos incisiones en su parte superior y un friso de dientes de sierra en la inferior. Se remata con una arquivolta de medio punto, decorada con diez tetrapétalas enfiladas y guardapolvo con sogueado; la rosca arranca de impostas desarrolladas, decoradas con roleos en su mitad inferior y apoya en dos columnillas de fuste liso, monolítico y basas áticas, que soportan capiteles finamente esculpidos con hojas rizadas el derecho, y dos cuadrúpedos con melena el izquierdo. El muro toral se remata al exterior por un piñón construido con aparejo de sillares regulares, en cuyo eje se abre una aspillera semejante a las de los ábsides laterales, aunque mayor. El templo conserva otras aspilleras originales que iluminan la nave; dos de ellas en la fachada oeste, sólo visibles desde el exterior; otras dos calan el muro norte, tapiadas al interior pero perceptibles al exterior y otra visible únicamente desde el interior, en el muro sur, con derrame interno. Al interior, el muro toral está construido con buen aparejo de sillar, y da paso a los tres ábsides mediante otros tantos arcos de medio punto doblados. Las roscas de los tres arcos descansan en semicolumnas de fuste liso formado por tambores superpuestos, adosadas al muro, decoradas en su parte media por molduras en nacela que se unen formando un friso que articula la superficie del muro toral comprendida entre cada semicolumna. Éstas presentan basas áticas sin garras que se elevan sobre altos basamentos. Se coronan por bellos capiteles troncopiramidales, con astrágalo anular y cimacios, con la mitad inferior recorrida por un bocel de taqueado separado de la superior por una incisión. Estos cimacios se prolongan, en el arco central, hasta la rosca exterior de los arcos laterales, y en el interior de las capillas, a modo de impostas que recorren los tramos rectos en las laterales, y también el espacio semicircular, en la central. A su vez, los tres ábsides se comunican entre sí mediante arcos que horadan los muros del central; estos vanos constan de una doble rosca de medio punto, protegida por un guardapolvo taqueado, que arrancan de impostas en nacela que se prolongan a lo largo de los muros; la rosca interior apoya en jambas lisas y la exterior en columnillas adosadas, con basas áticas sobre plinto, que se rematan con bellos capiteles troncopiramidales, con astrágalo anular, esculpidos. Las tres capillas de la cabecera cubren sus tramos rectos con bóvedas de medio cañón que arrancan de líneas de imposta decoradas con ajedrezado en su parte inferior; los tramos semicirculares se cubren con bóvedas de cuarto de esfera. Ambas cubiertas se separan en el ábside central por un estrechamiento del muro en la zona semicircular. La ventana que ilumina este espacio, con derrame interno, presenta también al interior una fina decoración; se remata por un arquillo de medio punto, de rosca lisa, realzada por un guardapolvo con taqueado, que arranca de impostas en nacela recorridas por roleos; apoya en dos columnillas de fuste liso, con finas basas áticas sobre plintos y garras apomadas; se coronan por capiteles de astrágalo anular, con cimacios de perfil en nacela decorados con roleos que se prolongan hasta el guardapolvo. Los capiteles presentan los siguientes motivos esculpidos: tallos vegetales cuyos extremos se enroscan sobre bolas, el la izquierda, y una pareja de aves que unen sus alas y picos en la esquina del capitel, el de la derecha. La portada principal es una de las más bellas del románico asturiano. Se encuentra muy próxima a la cabecera y se compone de cuatro arquivoltas de medio punto protegidas por un sencillo guardapolvo, que apoyaban en cuatro columnas acodilladas a cada lado, de fuste liso, de mayor diámetro las dos interiores; presentan basas áticas decoradas en las esquinas con garras en forma de hojas planas y lisas, y plintos moldurados, que se elevan sobre altos basamentos prismáticos acodillados con el borde biselado; A. M. Navarro Alonso supuso la existencia de un tejaroz sobre este arco, que habría desaparecido con la construcción de la torre moderna. Los capiteles, de forma troncopiramidal, soportan cimacios corridos en forma de bocel, con la mitad inferior decorada con taqueado y la superior lisa, separadas por una incisión horizontal. Todos los capiteles presentan astrágalo anular, y algunos de ellos tienen claros paralelos en la iglesia de Santa María, de la villa cántabra de San Vicente de la Barquera, datada hacia 1210. En este mismo muro de la nave se abre la portada secundaria, que daba paso desde la iglesia al claustro y que fue tapiada hacia 1775, al construir la bóveda moderna de la nave, con uno de los machones que la sustentan. En la actualidad sólo es visible desde el claustro; se empotra en su crujía Norte, elevada con respecto al pavimento, a la altura aproximada del solado de la nave de la iglesia. Se estructura en un arco de medio punto doblado, protegido por un guardapolvo recorrido por medias cañas, cuya rosca interior descansa en dos jambas de sillares, y la exterior en dos columnas de fuste monolítico; éstas presentan basas áticas con plintos cuadrangulares que se elevan sobre un zócalo con el borde biselado. A los pies del templo se abre una portada que comunica la nave con su interesante recinto occidental; el acceso, elevado mediante tres peldaños del pavimento, consta de una rosca de medio punto bien despiezada, protegida por un guardapolvo decorado con nido de abeja, que descansa en jambas coronadas por impostas sencillas, con incisiones horizontales, elevadas sobre un potente zócalo de borde biselado. Esta puerta presenta al interior de la nave un arco de medio punto, de factura posterior, cuyas dovelas conservan restos de pintura rojiza, que imita el despiece. El recinto occidental al que da paso esta portada resulta, en efecto, del mayor interés, ya que en el pasado fue reconocido como capilla de San Miguel y se le llegó a atribuir una finalidad funeraria, relacionada con su supuesto fundador, el rey Alfonso I. Sin embargo nada ha podido probar ese supuesto uso, y se limita a ser zona de acceso al único testimonio del claustro románico, demolido hacia 1690. Este espacio presenta un planta tendente al cuadrado que se alinea con el muro Sur de la nave, estrechándose con respecto al lienzo Norte; se abre al claustro mediante una bella arquería románica que apoya en un murete de piedra, con el acceso en la parte central. La arquería se compone de tres vanos de una rosca lisa de medio punto, con guardapolvo sencillo, que se alzan sobre un murete de piedra y muestran el siguiente sistema de apoyos: el central, descansa en haces de cuatro columnillas monolíticas, con basas áticas sobre plintos; cada par de columnas se corona por una pareja de capiteles troncopiramidales, con astrágalos anulares y cimacios en nacela prolongados horizontalmente sobre el muro, esculpidos con motivos vegetales estilizados: desde el recinto, los de la derecha presentan volutas muy esquemáticas y los de la izquierda hojas alargadas sin nervios; los arcos laterales apoyan en sendos pares de columnas adosadas a las jambas, con basas áticas igualmente elevadas sobre plintos; sus capiteles se esculpen con volutas entrelazadas que se enroscan sobre bolas y varios motivos vegetales esquemáticos, los de los arcos derecho e izquierdo respectivamente. La rica escultura del exterior de la cabecera se concentra en la zona de los aleros, que presentan cornisas sencillas en nacela, en los ábsides laterales y tramo recto del central, y abocelada con ajedrezado, en la zona semicircular del ábside central; completan la decoración de los aleros de los ábsides veinticuatro canecillos de perfil en caveto, esculpidos con una espléndida variedad de motivos: geométricos con rollos, toneles, bolas; zoomórficos de aves y cabezas de felinos; monstruosos y antropomórficos, con músicos sentados y personajes en diversas posturas, etc. Por su parte, los aleros de los ábsides laterales cobijan siete canecillos y dos capiteles cada uno, estos últimos en las esquinas y en la intersección de los ábsides con el muro toral, que coronaban columnas, hoy desaparecidas; los capitelillos del ábside lateral Sur se decoran con hojas y volutas, presentando, el izquierdo, un astrágalo sogueado; el izquierdo del ábside lateral Norte muestra a un monstruo de cuya boca salen hojas. Los lacunarios y metopas del ábside central exhiben relieves de temas variados, entre los que predominan las tetrapétalas con botón central (tema típico de decoración de este elemento arquitectónico, que aparece en el románico de Villaviciosa y Villamayor) y estrellas; destacan algunas escenas, como la de la metopa que está sobre la ventana, en la que se representa a tres personajes sentados a una mesa que podrían identificarse como monjes en el refectorio. En la ventana del ábside central, tanto las arquivoltas como los capiteles muestran una fina decoración, como mencionamos más arriba. Pero es la portada meridional a la que aludíamos anteriormente la que concentra la mejor escultura de San Pedro de Villanueva. La arquivolta exterior presenta dientes de sierra en la parte izquierda, que desaparecen antes de llegar a la clave por el deterioro causado en la demolición de la torre románica en 1685-88. Las dos intermedias, de borde abocelado, muestran tetrapétalas con botón central enfiladas, motivo que recorre también la parte interna de la arquivolta exterior; en fin, la arquivolta interior se decora con boceles lisos y dos molduras con puntas de diamante separan las roscas intermedias. Los capiteles de esta portada despliegan un variado repertorio iconográfico, ejecutado con la delicadeza de un taller de gran calidad. Desde la izquierda, en un relieve y en dos de los tres capiteles de este lado, se desarrolla en tres escenas yuxtapuestas el tema iconográfico de la despedida del caballero, rematado en los capiteles por volutas vegetales. El relieve representa a un caballero y una dama besándose; ella va tocada y lleva su diestra al pecho del caballero; éste, a caballo y con riendas y halcón en sus manos, realiza una torsión para besar a la mujer que despide. El primer capitel, algo mutilado, continúan las escenas amorosas con el beso de una pareja en el ángulo, junto a un castillo que identifica a los personajes como nobles; la otra cara del mismo muestra a otro caballero hiriendo de muerte a un oso. El segundo capitel representa en su cara exterior un castillo como el anterior; a su lado, una dama en pie con los brazos en jarras observa a un caballero que parte a la caza, con el halcón en la diestra y un ave a su derecha. La interpretación de estos capiteles ha dado lugar a muchas hipótesis y reflexiones; popularmente se ha identificado con el guerrero al rey Favila, que murió en las garras de un oso a mediados del siglo VIII. A lo largo del siglo XX, diversos autores han descrito las escenas y hallado paralelismos en otros muchos templos próximos, amén de otras escenas caballerescas de iconografía semejante: en Asturias, las iglesias de Villamayor (Piloña), Narzana (Sariego) y Sograndio y San Pelayo (Oviedo); fuera de la región otros casos como los de Santillana del Mar (Cantabria), la catedral de León y las iglesias de San Juan del Mercado de Benavente o la colegiata de Toro (Zamora). Por nuestra parte, en un estado de la cuestión realizado recientemente, hemos tratado de agrupar los distintos ejemplos del Noroeste peninsular en escuelas, vinculándolos a modelos de la costa occidental francesa, datándolos en torno al 1200. En cuanto a su interpretación, la presencia de motivos profanos en entornos eclesiásticos se puede explicar, por un lado, por su interpretación alegórica: las escenas de despedida de caballero se asocian al triunfo del caballero cristiano sobre el mal y al encuentro entre Cristo y María, entre Cristo y su Iglesia; esa interpretación de victoria sobre el mal se abona, en Villanueva, por la presencia de la lucha del guerrero y del ángel con el monstruo, en los capiteles contiguos. Pero el desarrollo de esta iconografía en algunas de las zonas más relevantes de los templos monásticos del Noroeste peninsular también podría testimoniar un aspecto de la realidad de este momento. En nuestra opinión, este sería el afán de una iglesia, dirigida por los postulados de la Reforma Gregoriana, por controlar a una sociedad aristocrática, poseedora aún, a estas alturas, de iglesias propias, en algunos de los actos sociales más importantes de su vida, como el matrimonio. El tercer capitel describe la lucha de San Miguel y la corte angélica con el dragón que narra el Apocalipsis, y el cuarto exhibe dos parejas de aves, finamente esculpidas y enmarcadas por dos pares de grandes volutas. Al lado derecho de la puerta la decoración de tipo narrativo se sustituye por motivos de exquisita factura; el capitel interior presenta finos entrelazos vegetales, y los dos siguientes, hojas de acanto cobijando bolas en sus ápices, rematadas por volutas vegetales. La escultura de la portada meridional secundaria es mucho más sencilla. El capitel izquierdo presenta dos pares de caballos en cada cara, dispuestos simétricamente alrededor de un tallo que los entrelaza y une con las volutas, mientras que el derecho es idéntico a uno de los de la portada principal: hojas con bolas bajo el ápice surmontadas por volutas vegetales. Tanto las jambas como los capiteles se rematan por cimacios de borde abocelado, decorados en su mitad inferior con taqueado y lisos en la parte superior. Estas dos portadas han concentrado las hipótesis sobre la cronología del templo; según J. Manzanares serían posteriores a la fábrica de la cabecera y podrían adscribirse al taller de la Cámara Santa, activo en Asturias a finales del siglo XII. M. S. Álvarez Martínez, por su parte, opina que las diferencias estilísticas de las portadas con respecto a la cabecera responderían más bien a la intervención de distintos talleres con grados de experiencia también distintos. A nuestro modo de ver, la datación de la pila bautismal arriba mencionada, posiblemente perteneciente a una de las capillas del monasterio, en 1114, junto con la documentación en 1137 de la comunidad monástica de Villanueva, nos inclinan a proponer el comienzo de la edificación del templo ya en ese primer tercio del siglo XII. Pero el estudio de la expansión iconográfica del tema de la despedida del caballero en los reinos de León y Castilla, así como el análisis estilístico de la escultura de las dos portadas meridionales del templo, nos obligan, cuando menos, a retrasar la ornamentación escultórica del mismo hasta el tercer cuarto del siglo XII. En fin, junto a la portada meridional secundaria se conservan dos piezas monolíticas esculpidas, con el borde abocelado y decorado con taqueado; el frente de las piezas muestra un recuadro decorado con relieves, flanqueado por dos bandas lisas; uno de ellos exhibe un entrelazo geométrico y el otro muestra una tetrapétala con botón central, inscrita en un círculo del que parten hojarascas. Esta pieza es idéntica a una reaprovechada en la portada principal del templo, y ambas formarían parte probablemente del tejaroz de dicho acceso. En el interior, la decoración escultórica se concentra en los capiteles de las arquerías absidales. De izquierda a derecha, dichos capiteles representan dos parejas de aves con cabeza única, que unen sus alas bajo el pico; dos cabezas monstruosas de cuyas bocas salen dos sierpes; en el tercero, dos hombres que sujetan a dos animales de tiro con sendas varas; en el siguiente, una escena de lucha entre tres animales monstruosos y un ángel; en el quinto, un hombre sujetando a un león con una barra y otro que sostiene una porra en la mano derecha mientras sujeta a otro león por las fauces; y en el último, una escena semejante a ésta, si bien aquí son dos grandes aves y el personaje de la porra lleva en este capitel una maza. Los capiteles de los arcos interabsidales están igualmente esculpidos. En el de la Epístola figuran una cabeza masculina, con barba y bigote trenzados, y un mono en cuclillas que come uvas de un racimo. En el del Evangelio se representa la lucha de un hombre armado contra un dragón alado, y a otro hombre que alancea un jabalí bajo dos volutas. Como conclusión podemos resumir que, dentro del rico repertorio decorativo que ofrece la escultura de Villanueva, se encuentran tres temas iconográficos que representan aspectos relacionados entre sí dentro de la sociedad medieval, como son el ideal caballeresco, la caza y el entretenimiento juglaresco. Los dos primeros, y dentro del caballeresco en concreto el tema de la despedida del caballero, fueron puestos en relación con el de la cetrería por E. Fernández González, quien los atribuye a un conjunto de templos rurales que deben ser considerados como “un grupo artístico bastante homogéneo, de carácter tardío, fechable a fines del siglo XII o en la centuria siguiente, con ramificaciones posteriores que se pueden llevar hasta el siglo XIV” y apunta la difusión de estos por mediación de “las escuelas del románico de peregrinación, del camino francés, a través de las áreas culturales más próximas, como son, el norte de la actual provincia de Palencia y la de Cantabria. Aspectos que se relacionan a su vez con los modelos burgaleses y los que circulan por la cornisa cantábrica, con León, y, a su través, con la zona del Duero; y, finalmente, los contactos que por vecindad supone el románico gallego”. En efecto, esta curiosa temática ligada a la nobleza castellanoleonesa de la segunda mitad del siglo XII, tiene uno de sus focos más importantes, como ya apuntamos en otro trabajo, en una de las provincias bañadas por el Duero, como es Zamora. Y las cabezas de serie escultóricas encuentran claros precedentes en las primeras décadas de aquella centuria en algunos templos transpirenaicos, localizados fundamentalmente en el Oeste francés, como Saint-Romain-de-Benet o la abadía benedictina de Saintes; pero también presentes, en sus distintas variantes, en algunos centros importantes del Sureste del país vecino, como San Trófimo de Arlés. Además de lo reseñado, el conjunto monástico de San Pedro de Villanueva alberga otras interesantes piezas románicas, entre las que destaca la pila bautismal ya mencionada, que hoy se conserva en el Museo Arqueológico Nacional. Es una pieza monolítica en forma de cuba, de piedra arenisca, cuya base sobresale a modo de bocel, decorada en tres frisos horizontales, que alternan con las partes lisas, con los siguientes relieves: el inferior y el superior muestran una serie de roleos vegetales, y el intermedio exhibe la siguiente inscripción: IOHANNES: ET MARIA FECERVNT HOC OPVS: IN ERA MILA: CLII. La fecha es, pues, el año 1114 de la era cristiana. Las grandes dimensiones de esta pieza, y el hecho de estar datada, la convierten en un elemento importante en la comprensión de las pilas bautismales medievales asturianas, y la definen como un ejemplo de transición hacia los tipos más pequeños de épocas posteriores. En cuanto a su procedencia, consta que en el año 1684 fue trasladada desde la iglesia parroquial de Santa María de Villanueva a la iglesia del monasterio, y en 1738 fue sustituida por una nueva pila y arrinconada en el patio del claustro, donde la dibujaron a mediados del siglo XIX Vicente Arviol o José Parcerisa. Poco después D. Antonio Cortés la recogió en su casa hasta que la donó al Museo Arqueológico Nacional hacia 1870. Como ya sugerimos en otro lugar, esta advocación de Santa María corresponde a una de las capillas monásticas que debía de ejercer funciones parroquiales para la población de Villanueva, por lo que no cabe pensar en la existencia de una iglesia parroquial románica distinta del monasterio y de la que no tenemos ninguna constancia documental fiable. Villanueva es también origen de algunos otros testimonios epigráficos de la época de referencia. Por un lado está una teja, ya referida, que da noticia del remate de las obras del templo románico en el año 1223; fue localizada durante las obras de 1969-1970 entre las tejas que cubrían el piñón del muro toral, y hoy se conserva en el Museo Diocesano de Oviedo. En concomitancia con ésta, y aunque procede de la cercana ermita de San Bartolomé de las Rozas, también puede recordarse el hallazgo en 1969-70 de otra teja inscrita, en la que se menciona el nombre de un abbas Dominico que habría construido o reparado dicha capilla. Por último, los testimonios conocidos de la etapa románica del monasterio se cierran con cuatro laudas, procedentes probablemente de la capilla de San Miguel, que en reformas modernas fueron reutilizadas como jambas y para otras funciones y cuya datación puede fijarse entre mediados y finales del siglo XII. Las cuatro se exponen actualmente en el claustro. Todas ellas adoptan una forma ligeramente trapezoidal y presentan relieves dispuestos longitudinalmente a ambos lados de un eje vertical; dos de ellas, de piedra caliza, se enmarcan por una banda plana y muestran motivos de tetrapétalas (con botón central y en forma de cruz griega) inscritas en círculos dobles y rombos, respectivamente. Las otras dos, de piedra arenisca, muestran una decoración de distinta naturaleza; una de ellas se enmarca con un cenefa de dientes de sierra y presenta en la zona de la cabeza dos motivos en forma de “U” invertida; la otra contiene en la banda vertical del centro una inscripción ilegible y decora ambas partes con sendos bajorrelieves consistentes en una sencilla banda lisa vertical, el de la izquierda, y un motivo en forma de omega con una flor inscrita, el de la parte derecha. En fin, tras la construcción románica fueron muy numerosas las reformas del conjunto arquitectónico de Villanueva, sobre todo en la época barroca. Las primeras corresponden a la edificación de la actual torre-campanario y del claustro, que venían a sustituir construcciones anteriores de origen muy probablemente románico. La construcción de la torre se inició en 1686 con la demolición del campanario antiguo y concluyó en 1699, no sin provocar grandes daños en la portada meridional, cuya escultura quedó en buena medida oculta hasta su redescubrimiento por Parcerisa a mediados del siglo XIX. Por su parte, la construcción del claustro barroco que hoy existe pertenece también a las décadas finales del siglo XVII; así lo atestigua el contrato de su primer proyecto, datado en 1674, y las sucesivas fases de su edificación: primero el paño norte, luego el meridional cuya portada lleva la fecha de su conclusión en 1687, y por último las crujías este y oeste, que finalizan el claustro en 1697. Esas cuatro crujías, desde el interior, se abren en el piso bajo con arcos de medio punto, y en el alto con arcos carpaneles. En torno al claustro se disponen las dependencias monasteriales, renovadas desde entonces y a lo largo del siglo siguiente. De esta época data también la sacristía adosada al recinto occidental dispuesto a los pies del templo, que se comunicaba con éste mediante el acceso adintelado cegado en la actualidad. A la segunda mitad del siglo XVIII pertenece la siguiente gran campaña de reformas del conjunto monástico de San Pedro de Villanueva. De 1774 data un proyecto de reforma de la iglesia monástica, localizado en los fondos del Archivo Histórico Nacional, que debió de ser responsable de la eliminación de la nave románica. Sin embargo dicha reforma no llegó a practicarse por completo. En todo caso, la actual nave de la iglesia muestra el aspecto que adquirió a raíz de las intervenciones barrocas. Presenta un coro alto a los pies, con barrotera de madera sobre pies derechos. La nave se divide en tres tramos, articulados mediante arcos ciegos de medio punto que apoyan en pilastras barrocas con impostas molduradas, y se cubren con bóvedas de lunetos separadas por arcos fajones muy abiertos, decoradas con pinturas barrocas de motivos geométricos. En 1775 se sustituyó la primitiva cubierta de madera por las bóvedas de piedra toba, y para su refuerzo se construyeron tres potentes contrafuertes de piedra caliza gris que sobresalen de la caja de muros. En fin, más o menos contemporáneas deben de ser las pinturas de las bóvedas de los tres ábsides, que representan cortinajes, motivos florales y entrelazos geométricos, muy del gusto barroco, igual que las que cubren las bóvedas de las naves. Tras la exclaustración monástica, el monasterio de San Pedro de Villanueva fue puesto en valor por Parcerisa en 1855 y declarado Monumento Nacional el 31 de julio de 1907, tras considerarse favorable el informe que la Comisión Provincial de Monumentos envía a la Real Academia de la Historia con este propósito. Durante el siglo XX ha sufrido varias intervenciones, que pasan por la limpieza de los capiteles hallados en el claustro, los sucesivos arreglos en las cubiertas, la restauración total de los años sesenta o la construcción de la actual sacristía. En la última década del siglo XX, el claustro del monasterio y sus inmediaciones fueron ocupados por la construcción de un complejo hotelero como Parador de Turismo.