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Detalle del capitel de los músicos

Identificador
37000_0023
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
40º 57' 21.34'' , -5º 39' 37.44''
Idioma
Autor
José Luis Alonso Ortega
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de Santa María de la Vega

Localidad
Salamanca
Municipio
Salamanca
Provincia
Salamanca
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
LOS VESTIGIOS DEL ANTIGUO MONASTERIO AGUSTINO de Santa María de la Vega se sitúan al sudeste de la ciudad de Salamanca, a la vera del Tormes, dentro de la sacristía de la iglesia renacentista. De 1150 data la referencia más antigua a la casa de Santa María de la Vega, cuando Miguel Domínguez, señor de Zaratán y Palacios, donaba a la iglesia unas viñas y nombraba como testamentario para la distribución de sus bienes a Velasco Enego. Se convirtió en casa agustiniana poco más tarde, a instancias del mismo Velasco Enego (o Íñigo), su mujer Amadona (o doña Dominga) y su hermana Justa Enego que la cedieron a don Menendo, abad de San Isidoro de León en 1166. En el documento se hace referencia a que la iglesia de Santa María de la Vega est apud Salmanticam civitatem, videlicet inter ipsam civitatem et fluvium Torme iuxta discurrentem, un edificio en estado de abandono sito al sudeste de la ciudad, en un barrio ocupado por cierto contingente de población mozárabe. La cesión provocó violentos conflictos entre los leoneses y el obispo salmantino Pedro Suárez, así, muerto el abad Menendo, Blas Enego expulsaba a los canónigos de San Isidoro. Los desmanes sólo se mitigaron tras la airada protesta del abad Martín frente a la Santa Sede y la ulterior intervención reconciliadora de los obispos de Ávila y Astorga, nombrados ex profeso por el papa Alejandro III en 1178. El mismo año Velasco Enego militem salamantine ciuitatis, hijo quizá del anterior Velasco citado en 1166, su mujer doña Pascala y su sobrino Velasco Galindo, en una concordia con el abad Martín se veían obligados a establecer las posesiones de la casa salmantina, otorgando la propiedad y el diezmo a los de San Isidoro y nombrando allí prior con el consejo y concilio del hombre de armas. No parece que los conflictos cesaran hasta 1206, cuando se establecía una nueva concordia entre los clérigos salmantinos y los canónigos de San Isidoro. Gómez-Moreno señalará que en otro documento suscrito por el mismo Fernando II se otorgaba a Velasco el gobierno efectivo del convento, aunque quedase habitado por los leoneses, quienes estaban obligados a pagarle los correspondientes diezmos además de las iglesias de Santa María de la Vega en Ledesma y la de Santa María de Candelas. El monasterio fue después colegio de los canónigos leoneses residentes en Salamanca y su rector ostentó el cargo de juez conservador en el mismísimo cabildo. Santa María de la Vega sufrió serias inundaciones en 1236, los ocupantes tuvieron entonces que salvar sus vidas refugiándose en lo más alto de la torre. Fue nuevamente dañada por otras inundaciones en 1256 y 1449. Villar y Macías y J. de Vargas recogían el testimonio del padre Manzano (Vida y portentosos milagros del glorioso San Isidoro, arzobispo de Sevilla, Salamanca, 1732, pp. 435-447) refiriéndose a Santa María de la Vega que “hoy tiene el mismo claustro que existía cuando la donación, el que había sido en lo primitivo de los primeros canónigos seglares que allí vivieron, y su fábrica publica su antigüedad de muchos siglos”. Rafael Sánchez recoge un dato extractado del archivo isidoriano (Cláusulas del Becerro de san Isidoro de la Hacienda de esta casa de Nuestra Señora de la Vega) datado en 1313 y que describe la casa salmantina como un monasterio con cuatro capillas “en el cuerpo del monasterio tiene el altar mayor de Santa María y tres campanas con buena claustra, con buenas huertas, con buenos árboles. Rinden más de doscientos maravedís con sus piélagos cotados en el río Tormes, con sus praderas”. El actual edificio, muy reformado a lo largo de los siglos XVI y XVIII debido a las constantes crecidas del Tormes, cuenta con una iglesia alzada hacia 1570 en la que se integran restos de un anterior templo tardogótico perceptibles hacia el sector de los pies. Trabajaron aquí Pedro de Lanestosa y Rodrigo Gil de Hontañón. La cabecera cuenta con un interesante camarín de 1718 que custodió los escasos restos que portugueses e ingleses dejaron indemnes tras su saqueo de 1706. De aquí procede la Virgen de la Vega, patrona de la ciudad de Salamanca desde 1618, imagen tardorrománica realizada en bronce, cobre esmaltado y labor de cabujones, custodiada ahora en la propia seo. La francesada y la exclaustración terminaron por esquilmar la ya agónica vida del convento. En 1912 Vicente Rodríguez Fabrés, auspiciado por el canónigo magistral salmantino Francisco Jarrín, fundaba en el ex convento de Santa María de la Vega un asilo, con colegio y granja agrícola que siguió funcionando como internado. De época románica sólo conserva una serie de arcadas que parecen corresponder a los restos de un claustro (un “claustrín” de 560 cm por 310 cm para J. de Vargas) reinstalado en su sacristía oriental. Es un tramo de cinco arcos de medio punto (de mayor luz el central), con columnillas pareadas (cuatro en la zona central), sus correspondientes capiteles, fustes que arrancan de sólido zócalo y basas de lengüetas vegetales. El conjunto cuenta pues con dieciséis capiteles. Las chambranas, además de los seis cimacios van también esculpidos. Para Gómez-Moreno “la variedad de labor y estilo en su talla prueba que estas piedras fueron recogidas al azar entre otras muchas, y al reconocerse las mejores como hermanas de lo que subsiste en el Claustro de la catedral, trae consigo la sospecha de si podrá ser ésta su procedencia, y si a un capricho de los capitulares de la Vega deberemos se salvasen algunos restos a la total reconstrucción de Quiñones”. En efecto, la obra del claustro fue dirigida por Andrés García de Quiñones en 1757, con dos tramos de arcos sobre pilastras y un piso superior de balcones con gruesos boceles que recuerda la obra de la Plaza Mayor. J. de Va rgas considera las arcadas como originales del monasterio de la Vega, quizás procedentes del ingreso al lugar destinado como enterramiento de los religiosos. No obstante, señalaba que estaba desmontado en 1907. Apunta además la existencia de otro claustro derribado que databa en época de transición “compuesto por seis arcos, unos apuntados y otros de medio círculo, todos de poca altura, sobre pilares toscos y con capiteles de pobrísima decoración y escaso valor artístico”, instalado tras el claustro del siglo XVIII. Araújo aludía a este último “de poca altura, y [sus arcos] asentados sobre pilares que reciben dos columnas románicas pesadas con capiteles variados de tosca fronda y extrañas arquivoltas”. Para el autor de La Reina del Tormes, uno de los últimos propietarios del templo de Santa María de la Vega, Vicente Rodríguez Santa María, lo había restaurado hacia 1880 “desenterrando un precioso claustrillo románico”. Lo cierto es que, a juzgar por las evidentes marcas numeradas de montaje, el aparejo de sillería posterior y las propias piezas figuradas de la arquería románica han sido trasladadas desde otro lugar. Los capiteles románicos, de izquierda a derecha del espectador, pueden describirse del siguiente modo: A.- Cesta doble con seis parejas de cabras alzadas sobre sus patas traseras y cuyas cabezas alcanzan la línea del ábaco de tacos. Cimacio de acantos con nervios perlados centrales. B.- Cesta doble: una con tres parejas de grifos afrontados entre roleos, otra con león y dos arpías tocadas con caperuzas. Cimacio de roleos vegetales y línea de perlado superior. C.- Cesta cuádruple con bailarinas en el frente y músicos con rabeles en los laterales. Algunas de las danzarinas llevan sus manos a la cintura y otras portan mazos o carrañacas. Cimacio con palmetas tripétalas anilladas entre entrelazos de resabios compostelanos. D.- Cesta cuádruple con dos cuadrúpedos, pastor tañendo una cuerna y bastón al hombro junto a otro cuadrúpedo, pastor con un cerdo y dos lebreles con los rabos unidos. El fondo de las cestas posee tallos con volutas. Sobresaliente cimacio de triples acantos entrelazados muy similar al que corona los capiteles dobles del claustro de Aguilar de Campoo en el Museo Arqueológico Nacional (n.º 21 de la clasificación de Bravo-Matesanz) y los conservados en el Fogg Art de la Universidad de Harvard (EE.UU). E.- Cesta doble con pareja de aves picoteando volutas. Cimacio de acantos. F.- Cesta doble que originalmente se integraba en un grupo de cuatro. Aparecen gallos con el pico afrontado en la voluta. El cimacio presenta roleos de factura más tosca que los anteriores. Las chambranas de las arcadas presentan ornamentación de delicados roleos y agudas hojas de acanto. Dos de sus enjutas posteriores aparecen ornadas con una cabeza de bóvido y un motivo vegetal. La dura limpieza a la que la arquería fue sometida hacia 1950-1960 alteró sin duda su excelente estado de conservación, destruyendo policromías y detalles de labra. El crítico granadino Gómez-Moreno señalaba la presencia de dos maestros para las arcadas románicas perfectamente vinculados a los escultores de la catedral (que sin embargo, creía posteriores a la obra del cimborrio), de San Martín de Salamanca, Aguilar de Campoo y Silos. Para Lojendio y Rodríguez, el escultor de mejor calidad estuvo activo en los capiteles y cimacios del grupo B, los cimacios de D y E y las chambranas de roleos. Premisas que, a grandes rasgos, resultan todavía válidas como puntos de comparación. Gaya Nuño y Gudiol relacionaban varias piezas de Santa María de la Vega con el mejor maestro activo en la Catedral Vieja, sin duda el más brillante “colofón” del románico salmantino. No obstante destacaban cómo en el claustro de la Vega la figuración permanece aislada, es mucho más esbelta y presenta ondulados cabellos apenas labrados. Pita sacaba a colación ciertos detalles compostelanos, visibles en el cimacio C y que hacían recordar similares motivos en las ménsulas del palacio de Gelmírez, con palmetas de anillos perlados uniendo los tallos. Pradalier aprecia en las arquerías de Santa María de la Vega la herencia de los escultores activos en las primeras campañas de la seo salmantina (ca. 1160-1175), así lo manifestaría la tesitura de sus entrelazos trepanados, los perlados y ciertos leones. Gómez-Moreno recogía además la existencia de dos epitafios en sendos sillares engastados tras la arquería románica principal, con las leyendas: “MARIA GARCIA/ET FILIUS EM/MICAEL JOH[a]N[ni]S/OBIERUNT QUO/RUM CORPORA HI/REQUISCUNT ERA/M CC XL II XVIII/LAE[n]DAS MAII (año 1242)”. Y sobre el otro sillar: “+ HIC REQUIESCIT FAMU/LA DEI DONNA YGNES/CONVERSA HUIUS ECCLE/SIE QUI OBIIT VII K[alendas] SE/PTBR/ERA M CC LX IIII (año 1226)”.