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La torre románica vista desde el noroeste

Identificador
49000_0099
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 30' 12.94'' , -5º 44' 37.90''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de San Andrés

Localidad
Zamora
Provincia
Zamora
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
LA IGLESIA DE SAN ANDRÉS se halla en el centro de la ciudad histórica, flanqueada por la calle que lleva su misma denominación y presidiendo la plazuela del Seminario, que recibe el nombre de esta institución, aneja al templo y que ocupa el antiguo colegio de jesuitas, edificado entre 1719 y 1722. El templo se levantó originalmente extramuros de la ciudad, aunque quedó englobado dentro de la muralla al construirse el segundo recinto durante el siglo XIII, abriéndose una puerta a la vera de la iglesia, conocida como Puerta de San Andrés, reflejada en el plano de Van den Wyngaerde, del siglo XVI, y de la que se conservan algunos indicios junto al Seminario, en la parte alta de la Cuesta del Caño. Dentro de este recinto defensivo la propia iglesia debió tener un papel relevante, quizá como templo encastillado, ya que en un documento de 1299, mediante el que el cabildo de la catedral arrienda unas casas al notario público de la ciudad Alfonso Esteban, se habla de la puerta del castiello de sant Andrés, en el cantón de la rúa de Montfort, aunque es difícil saber la categoría de la construcción ya que no hay mayores referencias a tal “castillo”. Pero la historia de la iglesia de San Andrés se remonta a tiempos aun anteriores, concretamente al año 1093, cuando parece que se construyó su primera fábrica. La noticia está recogida en una lápida encastrada hoy en los muros de San Cipriano, pero dado que no se conoce en Zamora otra iglesia con la advocación andresina, cabe suponer, como ya apuntó A. Represa, que el epígrafe se refiera al templo que nos ocupa y que en algún momento pasara, junto con otras piedras, a formar parte de una de las reconstrucciones del edificio donde está ahora. Remitimos precisamente al estudio de la iglesia de San Cipriano, en esta misma obra, para conocer detalladamente las características de la lápida, aunque no nos resistimos a reproducir la lectura de Maximino Gutiérrez Álvarez por el indudable interés histórico que tiene para nuestro templo: “En el nombre de Dios. En honor del apóstol San Andrés este lugar recibió los cimientos el día IIII de las nonas de febrero, en la era MCXXXI (2 de febre ro del año 1093). En primer lugar el maestro de obra fue Sancho, con mano firme. (Siguió) Ildefonso, con la ayuda de todo el concejo, y puso la techumbre el maestro de obra Raimundo. Hermanos, orad por sus almas”. Otra inscripción más, igualmente empotrada en los muros de San Cipriano, hace de nuevo referencia a la misma construcción de San Andrés. En esta ocasión la pieza presenta un relieve con tres personajes, una mujer ricamente vestida entre otra fémina y un varón, con el epígrafe desarrollándose en su entorno, ésta vez con más complicada lectura y que, siguiendo la propuesta de Maximino Gutiérrez, diría: “[En el nombre de Dios. En honor] del apóstol San Andrés, en el día iii[¿?] de la era [MC]XXXII (año 1094), este lugar lo cimentó Ildefonso y se terminó con la ayuda del resto del concejo y con el mismo Sancho y con Raimundo, quien hizo esta (inscripción). Hermanos, orad por sus almas”. Desde ese momento el templo ocupó un lugar importante dentro de la población, pues a pesar de su situación extramuros, se hallaba junto a una de las principales vías que articulaban la expansión de la ciudad. Sin embargo nada o casi nada de aquella fábrica se ha conservado in situ pues el edificio medieval fue demolido en gran parte cuando a mediados del siglo XVI se lleva a cabo una profunda reforma, costeada en primera instancia por el capitán Antonio de Sotelo Cisneros, compañero de Hernán Cortés en la conquista de Méjico, y tras su muerte en 1548, por otros miembros de su familia. El edificio actual es de sillería arenisca local, está formado por una amplia nave de tres tramos, cubiertos por un artesonado, con dos cabeceras parejas, de largos presbiterios y ábsides semicirculares, la de la epístola dedicada a los santos apóstoles y a panteón de los Sotelo, y la del evangelio conservando la advocación de san Andrés. La puerta se halla a poniente y al norte se adosa la torre, envuelta por la sacristía y por una serie de capillas que, como otras añadidas al muro sur, se fueron levantando desde el último cuarto del siglo XVI, a lo largo del XVII y en el XVIII. En 1716 la iglesia paso a dominio de los jesuitas y a partir de 1797, cuando se edifica el Seminario, toda su fachada meridional quedaría oculta. La única pieza románica que se conserva es la torre , situada junto al primer tramo de la nave, dominando la calle de San Andrés. En planta es de reducidas dimensiones, cuadrada, pero en alzado se muestra robusta, a pesar de haber perdido el remate original, que fue demolido en 1733 para levantar el nuevo campanario, obra de Ventura Vicente finalizada en 1737. Esta hecha en sillería muy bien labrada y concertada, con los muros lisos, albergando en su base la capilla de San Francisco Javier, revocada y coronada por una cúpula barroca de yeso, datada en el segundo cuarto del siglo XVIII. En su muro oriental, formando parte de la misma fábrica, se aprecia otro cuerpo cuadrangular, más reducido, que en origen destacaría lateralmente pero que hoy ha quedado integrado dentro del conjunto por las construcciones posmedievales; es la caja que alberga el husillo, cuyo acceso se hace hoy a través de una puerta en su lado este -desde la sacristía-, pero que originalmente estaba en el lado contrario, es decir, en la propia base de la torre, dentro de la actual capilla de San Francisco Javier. Esta puerta primitiva es sencilla, con el dintel soportado por dos mochetas de nacela, pero con un umbral que en principio se hallaba a 1,70 m de altura respecto a la cota del pavimento que hoy tiene la iglesia. Aunque desconocemos la situación del suelo románico no pudo ser inferior a la moderna, lo que daba lugar a un acceso verdaderamente difícil, sólo practicable mediante una escalera de madera, lo que sin duda es claro exponente de su implicación defensiva. Posteriormente fue rasgada, quedando aún su umbral setenta centímetros por encima del pavimento actual. En todos sus paramentos la torre muestra numerosas marcas de cantero, entre las que destacan algunas esquematizaciones de llave, sin embargo, por carecer de cualquier elemento decorativo, es prácticamente imposible concretar más sobre su encuadre cronológico dentro de la época románica, pues aunque pudiera formar parte de la construcción de 1093-1094, también puede ser una pieza adosada con posterioridad al viejo edificio. En todo caso la torre ya debió tener en plena época medieval construcciones rodeando su base, al menos en el lado de poniente, pues en la capilla contigua, llamada de San Nicolás, se conservan pinturas murales fechadas por L. Grau en el paso de los siglos XIII al XIV. Con tan escasos restos de aquella época, lo verdaderamente destacable de este templo -al margen del gótico Cristo de los Gitanos- es la rica ornamentación y mobiliario de los siglos XVI al XVIII, sobresaliendo entre otras piezas la sepultura de Antonio de Sotelo, la de los obispos Francisco y José Gabriel Zapata, o el retablo de los Sotelo.