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Costado meridional y restos del claustro

Identificador
49361_01_009
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 8' 6.88'' , -6º 43' 13.52''
Idioma
Autor
José Manuel Rodríguez Montañés
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Monasterio de Santa María

Localidad
San Martín de Castañeda
Provincia
Zamora
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
LA IGLESIA DE SAN MARTÍN DE CASTAÑEDA es uno de los grandes edificios del románico zamorano, con sus tres naves articuladas en cuatro tramos, el doble de ancha la central, transepto cubierto a la misma altura y levemente destacado en planta y cabecera triple de ábsides semicirculares precedidos por un breve tramo recto presbiterial. Posee tres accesos de época románica: el abierto en el hastial occidental, muy reformado, y dos en la nave de la epístola. El conjunto se erigió en buena sillería de granito y pizarra, revelando su concepción planimétrica innegables deudas respecto a la catedral de Zamora, la gran obra arquitectónica provincial. Si algo caracteriza esta iglesia es su extraordinaria robustez constructiva, pues la práctica ausencia de contrafuertes, que llamó la atención de Gómez-Moreno, se suple con una considerable potencia de muros, dotando así de un aspecto algo masivo al edificio, en el que también destaca su coherencia estructural, que emana sin duda de un modelo bien definido y asentado, “con adaptaciones ojivales menos intrínsecas que las de la Catedral y la Colegiata de Toro”, en palabras del autor del Catálogo Monumental. Soportan los formeros y fajones que delimitan tramos y naves, todos apuntados y doblados, recios pilares cúbicos sobre zócalos moldurados con bocel. La irregularidad de estos soportes, de compromiso entre lo prismático y cruciforme, con semicolumnas adosadas en sus frentes, nos deja ante dos parejas de pilares -los occidentales- en los que las semicolumnas que recogen los fajones de las colaterales se encuentran claramente descentradas. La nave central se cubre con una bóveda de cañón levemente apuntado, reforzada por fajones peraltados y doblados, sobre semicolumnas que no llegan al suelo y apean en cul-de-lampe a la altura de la línea de imposta que prolonga los cimacios de los formeros. El pilar, hacia la nave central, se transforma en cruciforme por encima de dicha línea de imposta para recoger el arco exterior del fajón. Los brazos del transepto se cierran con cañón apuntado y el crucero se destaca con una bóveda de nervios entrecruzados moldurados con un haz de tres boceles, que apean en ménsulas de rollos y clave ornada con un florón. Fue construida posteriormente, como denuncian los arranques de los nervios de la primitiva, ornados con bezantes, que aún subsisten en los codillos, sobre las impostas de los pilares del crucero. Las colaterales se cubren, por su parte, a menor altura que la nave, con tramos de bóvedas de arista con florón central, muchas de ellas rehechas, y dos tramos con bóvedas de crucería simple. La cabecera se erige sobre un alto basamento liso (1,75 m), de enormes bloques de pizarra labrados a hacha, alzándose sobre él los tambores absidales, realizados en granito local y verticalmente divididos en cinco (el central) y cuatro (los absidiolos) paños por semicolumnas adosadas. Éstas se alzan sobre plintos y presentan basas de perfil ático de toro inferior aplastado, con lengüetas, rematadas por capiteles vegetales que alcanzan la cornisa y decorados con hojas lisas avolutadas, crochets, doble corona de hojas lisas de acusado nervio central y hojas con grandes palmetas pinjantes. Horizontalmente, sobre los zócalos, se dispone un piso inferior liso, separado del que alberga el cuerpo de ventanas por una imposta con perfil de listel, bocel y nacela en el ábside central y doble nacela con banda de zigzag en los laterales. Se coronan los muros con una cornisa moldurada con listel y nacela en las capillas laterales y perfil de gola en el central, sobre simples canecillos troncopiramidales decorados con cuatro hojitas lisas, de aire netamente zamorano. Las ventanas, una en el eje de los abdisiolos y tres en el central, alcanzan gran desarrollo en este último. Rodean los vanos rasgados coronados por hojitas picudas dos arcos de medio punto, los interiores con bocel entre mediascañas y los exteriores lisos, sobre sendas parejas de columnas acodilladas de basas áticas y capiteles vegetales coronados por caulículos, de crochets, uno o dos pisos de hojas lisas lanceoladas, peltas, palmetas colgantes, etc. Las ventanas de los absidiolos, más sencillas, rodean el vano con arcos de medio punto sobre columnas rematadas por capiteles de hojas lisas con bolas, repitiendo todas interiormente la estructura. En los muros del presbiterio de la capilla central se abrieron ventanas rasgadas que invaden los riñones de la bóveda. Especialmente interesante es la decoración arquitectónica del brazo septentrional del transepto, dadas las evidencias de reconstrucción del hastial meridional del mismo, que aparece liso. Aquel, pese a las modificaciones aportadas en la restauración de 1959-1960 y constatables en las fotografías antiguas, conserva en lo fundamental su disposición original. Presenta un piso inferior liso, continuo respecto al del ábside el evangelio, y delimitado por una imposta con perfil de doble nacela. Sobre él, anima el paramento una arquería ciega del tipo de la visible en la Puerta del Obispo de la seo zamorana o en el muro sur de San Pedro y San Ildefonso de la capital, aunque en San Martín se resuelve con desarrollados arcos peraltados, apuntados y túmidos, que apean en altas columnas acodilladas, de finos fustes, basas áticas y capiteles vegetales de sencillos crochets, hojas lanceoladas con bolas, hojas entrecruzadas y cabecitas, etc. El piso superior, que corona el hastial, rematado en piñón y ligeramente retranqueado, se delimita con una imposta achaflanada, abriéndose en el centro una ventana rasgada de arco de medio punto ornado con bocel y nacela, sobre finas columnas con capiteles de pencas. De las tres portadas que poseía el edificio, la del hastial occidental se encuentra totalmente transformada por la reforma de época renacentista, fechada epigráficamente en 1571 y “de pésimo gusto”, en opinión de Gómez-Moreno, que supuso el añadido de un gran tímpano figurado con San Martín partiendo la capa, dos escudos laterales y vano adintelado flanqueado por pilastras acanaladas, y sólo incorpora de la primitiva románica su chambrana, ornada con puntas de clavo. Sobre ella, da luz a la nave un gran óculo románico moldurado con chevrons, bocel y puntas de diamante, coronando el hastial una espadaña dieciochesca. En la nave del evangelio se dispuso una puerta alta, hoy cegada, que se presenta adintelada al exterior y con arco de medio punto hacia la nave. Las otras dos portadas se practicaron en el primer y cuarto tramo de la nave de la epístola, muro reforzado durante la restauración de mediados del siglo XX por un antiestético talud. La portada más oriental, que comunicaba la iglesia con el desaparecido claustro, consta de arco de medio punto y cuatro arquivoltas de idéntico perfil, también lisas, que apean en jambas escalonadas en las que se acodillan dos parejas de columnas de simplísimos capiteles de hojas lisas rematadas por caulículos, totalmente rehechos los del lado izquierdo, que apoyan a su vez en un basamento ornado con un bocel. La otra portada románica, hoy cegada y más sencilla, presenta arco doblado de medio punto sobre impostas de filete y nacela y jambas lisas. En este costado meridional del templo se dispuso el primitivo claustro, sustituido por otro tardogótico (siglo XVI) del que hoy sólo conservamos vestigios de tres de los tramos, así como dos arcosolios en los muros de la sacristía. En el interior de ésta, junto a los vestigios altomedievales ya citados, se conservan algunas basas pareadas que suponemos pertenecieron al claustro románico. De 0,42 x 0,25 m y 0,23 m de altura, sólo mantienen el plinto y el toro inferior. También en la sacristía se recogió un capitel de ángulo, de 0,37 x 0,35 m, decorado con hojas lanceoladas de nervio central con bolas en sus puntas y factura similar a los de la nave, así como restos de una excepcional sillería de coro renacentista, que espera, tristemente desmontada, un destino más acorde a su valor artístico. La escultura del edificio se concentra en los capiteles de las ventanas y pilares de la nave, dominando en su decoración los motivos geométricos y vegetales, con escasa presencia de lo figurativo. Su carácter somero viene sin duda condicionado tanto por la dificultad del granito que le sirve de soporte como por la escasa tendencia a la exuberancia del taller que la ejecuta, bien en consonancia con los modelos arquitectónicos antes señalados. Dominan los capiteles vegetales de hojas lisas y bastón central, con pequeñas bolas en sus puntas y ábacos acastillados o de cuernos, los de dos pisos de peltas y caulículos, hojas de agua, hojas lanceoladas de geométrica decoración de lazos y, en alguno, se insertan entre las hojas y bajo arquitos toscas figuras humanas, de somera factura y notables desproporciones, o bien meras cabecitas. Por lo que se refiere a los canecillos, junto a los troncopiramidales lisos o con cuatro hojitas lanceoladas, típicos del románico de la capital, vemos otros de rollos, torpes rostros humanos, simple nacela, uno con un barrilillo, etc. Señalemos, por último, la presencia de sendos altares auxiliares en los breves tramos rectos de los absidiolos. El del lado de la epístola se dispuso vaciando el banco de fábrica sobre el que se alzan los muros del templo y sirviendo como ara el propio remate del zócalo, sustentado por un pilar prismático con capitelillo de pencas. En la capilla del evangelio, al quedar el zócalo a escasa altura, se colocó una mesa de altar con nacela en el borde, también sobre pilar prismático. Ambos conservan los huecos para las reliquias y, el segundo citado, una sencilla credencia. Su presencia, afortunadamente preservada por las restauraciones del pasado siglo, nos informa de la necesidad litúrgica de la multiplicación de altares, y responde al mismo principio de economía de medios de las aras bajo baldaquinos o capillas nicho excavadas en los muros de los templos sorianos, catalanes y aragoneses. La influencia de la catedral de Zamora que señalamos se hace patente también en la iglesia de San Tirso de Limianos de Sanabria, tardía construcción cuyo muro meridional de la nave y cabecera conserva parcialmente su traza románica, levantada en sillería. Coronan las primitivas líneas de los aleros una serie de canes de simple perfil de nacela, y nacela con bocel, reservándose los finos canecillos piramidales del tipo a los de la seo zamorana en la parte correspondiente a la cabecera. El monasterio de San Martín poseía bienes en Limianos al menos desde principios del siglo XII.