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Detalle del lado izquierdo del arco triunfal

Identificador
33449_01_067
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
43º 36' 21.84'' , -5º 52' 33.52''
Idioma
Autor
Sin información
Colaboradores
Real Instituto de Estudios Asturianos
Derechos
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de San Jorge

Localidad
Manzaneda
Municipio
Gozón
Provincia
Asturias
Comunidad
Principado de Asturias
País
España
Descripción
LAS REFERENCIAS DOCUMENTALES que podemos encontrar de época medieval son escasas y confusas. Fernández Conde identifica la villa denominada Macaneta con la actual Manzaneda. Esta mención, la primera a la localidad, figura en el inventario de posesiones de la iglesia de Oviedo en diversas zonas de Asturias, aunque tampoco podemos estar seguros de la validez de este documento. La siguiente mención se encuentra en los documentos del último cuarto del siglo XII: en el año 1177, Pedro Pelagii permutó la villa de Manzaneda por otra de Corias en Senra. Martínez Vega aportó un nuevo documento, de carácter judicial, fechado ya en diciembre de 1379, según el cual se fallaba a favor del monasterio de San Pelayo de Oviedo acerca de una serie de propiedades y heredamientos de la dicha felegresia de Santi Jorge de Manzaneda. Curiosamente, Fermín Canella, en 1871, hace referencia a las obras llevadas a cabo en la iglesia de Manzaneda, pero dándole la advocación de Santa María y no la de San Jorge. En este mismo artículo, se menciona “una cruz muy antigua construida de piezas de latón sobre madera y pintada figurando mosaico”. La iglesia de San Jorge de Manzaneda sufrió diversos avatares a lo largo de su historia, incluyendo un incendio y destrucción parcial durante la guerra civil. A raíz de ello, fue reconstruida entre los años 1942 y 1950 gracias al patrocinio de Antonio de la Riva Estrada y Catalina Cuervo Arango, propietarios del cercano palacio de la Manzaneda, cuya torre medieval también fue reconstruida en ese momento. La familia de la Riva Coalla ya mantenía vínculos documentados con San Jorge de Manzaneda desde, al menos, el último tercio del siglo XVIII. En la restauración de la iglesia se añadieron diversas dependencias, como la sacristía, adosada al lado meridional del ábside, y el pórtico, que rodea el edificio por sus lados sur y oeste. También se abrieron algunos vanos en el cuerpo de la nave y se añadió, en el lado derecho del tramo recto del ábside, como testimonio del patrocinio privado, un escudo de armas semejante al que aparece en el palacio. También, como resultado de ese mecenazgo privado, se conserva en las proximidades la pequeña ermita de Nuestra Señora de las Nieves, cuya localización original era en La Felguera. En 1964 Antonio de la Riva Estrada vende algunos terrenos de su propiedad a la empresa de Duro Felguera, con la condición de poder trasladar la mencionada ermita que, al estar edificada en el centro de esos terrenos, hubiese sido derruida en ese momento. La capilla fue desmontada por dos maestros canteros de San Martín de Podes, y reconstruida en un altozano desde el que puede verse la iglesia de San Jorge de Manzaneda. La consagración de la nueva localización de Nuestra Señora de las Nieves tuvo lugar en Agosto de 1964, con una procesión previa que partía precisamente desde Manzaneda. En cuanto a su arquitectura, la iglesia consta de una única nave y cabecera semicircular precedida de un profundo tramo recto. Este tramo recto se cubre con bóveda de cañón sencilla, sin fajones, y el ábside semicircular con bóveda de horno. Separando ambos tramos de la cabecera se sitúan sendas pilastras, pero, en cualquier caso, la presencia de una línea de imposta, que recorre todo el espacio interior de la cabecera, la dota de homogeneidad y continuidad. Adosado al espacio semicircular del ábside, hay un banco corrido bastante elevado. En el centro del ábside se abre una ventana abocinada que actualmente incluye una vidriera con la imagen del santo titular. Dicha ventana se articula interiormente con un arco de medio punto sobre dos pequeñas columnas entregas, rematadas en capiteles decorados con motivos vegetales: varias hojas lanceoladas y de profundas nervaduras que ocupan toda la superficie del capitel. En el exterior, la ventana presenta un aspecto similar, acompañándose de un guardapolvo liso y de perfiles muy geométricos, al igual que la propia rosca del arco, también desornamentada. Las basas de las columnillas exteriores se encuentran bastante deterioradas por la erosión. Los capiteles reinciden en los repertorios vegetales, aunque con algunas variantes con respecto a los del interior: si bien también se trata de largas hojas que cubren todo el capitel, las del capitel del lado izquierdo tienen un aspecto carnoso y rizado, mientras que el capitel derecho muestra hojas lisas y apenas molduradas por lo que sería la línea del nervio central. Esta ventana es, de todos los vanos abiertos en el paramento del edificio, la única original de época románica, siendo los demás debidos a reformas posteriores, incluso algunos, los del lado sur, posteriores a la guerra civil. Continuando en el exterior, el paramento del ábside se articula con varias columnas entregas y un zócalo. El zócalo de sillería, de 0,70 m de alto, recorre toda la cabecera y sirve de soporte a las cuatro columnas adosadas. Las dos columnas situadas en la zona de unión entre el tramo recto y el ábside semicircular, son de proporciones muy esbeltas (las basas miden 0,20 x 0,20 m), mientras que las otras dos, flanqueando la ventana, son de proporciones más anchas (en este caso, las basas miden 0,40 x 0,50 m). Todas ellas se coronan con capiteles de similares características a los de la ventana. Toda la iglesia estaría, en origen, animada por canecillos bajo la cornisa, aunque actualmente sólo se conservan originales los del ábside y dos, erosionados hasta el punto de no poder identificar su figuración, en el comienzo del muro sur de la nave. Los canecillos del ábside, bastante bien conservados en general, presentan un repertorio iconográfico muy variado, que incluye diversos motivos vegetales (entre ellos, espigas), representaciones humanas (el rostro de un hombre barbado, un músico tocando lo que parece ser una viola, un hombre mostrando sus genitales, otro hombre colocado en sentido inverso), animales (un felino de aspecto grotesco, dos cabras representadas unidas en un mismo canecillo) y algunos elementos geométricos y apomados. La línea de la cornisa se decora con una banda de tetrapétalas, sin botón central, talladas con un corte bastante profundo. El arco triunfal del interior es uno de los ejemplos más complejos del románico costero en lo que se refiere a su decoración, por la multitud de motivos que presenta y la forma en que dispone de ellos. El arco se articula por medio de dos arquivoltas de medio punto, protegidas por guardapolvo y apoyadas sobre impostas. Toda esta estructura se eleva sobre un alto zócalo. El guardapolvo se decora con una banda de tetrapétalas de similar aspecto a las de la cornisa exterior. La arquivolta exterior se decora con doble línea de zigzag, presentando la segunda hilera un relieve mucho más pronunciado. Entre ambas líneas de zigzag, y situada en los picos, aparece una sucesión de bolas; una idea parecida se encuentra también en la portada occidental de San Juan de Cenero, cuya rosca interior aparece perlada con un recurso semejante, si bien las bolas de Manzaneda son de mayores proporciones. Como complemento a todo ello, en el extremo exterior de la arquivolta se dispone una sucesión de pequeñas rosetas florales de destacado botón central y que son idénticas a las que decoran el guardapolvo de la portada oeste. En cuanto al intradós de esta primera arquivolta del arco del triunfo, se decora también con un doble motivo: una banda de triángulos o dientes de sierra, sobre la que se dispone una sucesión de medias rosetas. En el inicio de estas series decorativas se sitúa un círculo sogueado con motivos vegetales muy estilizados y una gran roseta de ocho hojas con botón central. Por su parte, la arquivolta interior del arco del triunfo presenta una moldura cóncava decorada a base de ajedrezado, y un potente bocel en la arista. Su intradós es liso. La línea de imposta está recorrida por una serie de motivos vegetales imbricados: palmetas y lazos en el lado izquierdo; lazos, volutas y pequeñas hojas lanceoladas en el lado derecho. Esta imposta continúa, ya sin decoración, a lo largo de todo el interior del ábside, interrumpiéndose únicamente en el lugar donde se abre la ventana. Las columnas del arco del triunfo presentan una particularidad ya observada en las columnas adosadas al exterior del ábside de esta misma iglesia, que repetirá en su portada occidental, y que también podremos ver en la portada principal de Santa María de Piedeloro, iglesia del vecino concejo de Carreño. Y es que el par de columnas del interior son de proporciones diferentes a las columnas más exteriores, ya que los fustes son algo más cortos y, sobre todo, más anchos. Todas las basas presentan restos de haber incluido pequeñas máscaras o volutas vegetales decorando sus ángulos. En cuanto a los capiteles, combinan las representaciones figurativas con los motivos vegetales. Comenzando por el lado izquierdo, el primer capitel, cuya decoración se ha perdido parcialmente, presenta una serie de grandes hojas coronadas por una línea de sogueado en la parte superior; el segundo capitel, de mayor tamaño, en consonancia con la mayor proporción de la columna, aparece cuidadosamente decorado por una complicada red de motivos vegetales que combina grandes hojas palmiformes, alguna de ellas colocadas en sentido invertido, helechos y tetrafolias de aspecto compacto. En el lado derecho, el primer capitel repite la decoración del capitel izquierdo, con el que se corresponde, aunque su estado de conservación es aún peor y, de hecho, la identificación de su ornato pudo realizarse gracias a una fotografía datada años antes de la guerra civil; el segundo capitel es el único figurado y el que presenta mayor interés de todo el conjunto. Se trata en realidad de dos escenas idénticas, separadas a través de dos grandes volutas de aspecto geométrico que se sitúan en el centro exacto de la cara frontal del capitel. La escena presenta un pájaro que ataca a un hombre, picándole en uno de sus hombros. En el lateral que mira hacia la nave, el pájaro es de pequeño tamaño, aunque con patas y cuello muy largos; el hombre gira levemente la cabeza, enmarcada en una especie de concha o venera, en actitud de mirar al animal. El lateral que mira hacia el interior del ábside presenta una factura más delicada. El pájaro es de grandes proporciones, con unas patas muy largas, aunque sólo apoya una, rematada en una gran garra, en el collarino del capitel; la otra pata, flexionada, la dirige de forma amenazadora hacia la figura humana. El cuerpo del ave está tratado con gran detalle, habiéndose tallado cuidadosamente su plumaje. Apoya la cabeza, rematada en un largo pico, sobre el pecho del hombre, quién le sujeta con el brazo derecho. La figura humana es desproporcionada y tosca, las piernas quedan reducidas a la mínima expresión y presenta algunos desajustes anatómicos en la forma de unir los brazos al torso. Podría pensarse que el responsable de su ejecución no fue el mismo artista que talló el pájaro. La cabeza, que vuelve a aparecer enmarcada con una venera, mira de forma inexpresiva al frente y no al ave. Los detalles del rostro y de las ropas aparecen, más que tallados, sugeridos toscamente a partir de incisiones. Las figuras se sitúan sobre un fondo liso, de tal manera que no hay ninguna referencia espacial o temporal que nos permita situar la escena en un contexto. Una interpretación válida de esta imagen podría ser considerarla como una metáfora del pecado (en la forma de un pájaro de atractivo plumaje) tentando al hombre. Vidal de la Madrid nos llama la atención sobre lo que estamos viendo, el momento de la lucha: el hombre sujeta con un brazo la cabeza del pájaro, lo que podría entenderse como la fuerza de voluntad necesaria para resistir la tentación, pero en realidad aún no hay una solución clara, no hay aún un vencedor y un vencido. Este tipo de escenas, que también podemos encontrar en otras iglesias asturianas, como por ejemplo Santa Eulalia de Selorio, son una muestra del carácter didáctico y moralizante de la escultura románica. La portada occidental, actualmente enmascarada por el pórtico moderno, presenta serios problemas de humedad debidos a la presencia del cementerio. Éste, adosado a la iglesia por su costado izquierdo, tiene el nivel de suelo en una cota superior al suelo de la iglesia, de forma que las humedades de la tierra se filtran y descienden hasta la base de la portada. Hace cuatro años se realizaron obras de acondicionamiento en el cementerio para resolver los problemas más acuciantes, pero no han resultado ser suficientes y la piedra arenisca de la portada empieza a sufrir graves daños. La portada se articula mediante tres arquivoltas de medio punto protegidas por un guardapolvo muy deteriorado, y descansando todo el conjunto sobre impostas. Las tres arquivoltas se emparejan con sus respectivas columnas. Toda la estructura de la portada se levanta, tal como ocurría en el arco del triunfo, sobre un alto zócalo, que en el caso de la portada aparece decorado con una línea de dientes de sierra en posición invertida. A pesar de su estado fragmentario, puede apreciarse que el guardapolvo estuvo decorado a base de grandes flores con botón central, similares a las que ya hemos comentado del arco del triunfo, acompañadas por pares de pequeñas bolas entre cada una de ellas. Las dos primeras arquivoltas, es decir, las exteriores, reinciden en la temática floral, en este caso con tetrapétalas de botón central en la primera rosca y sin ese botón central en la segunda, acompañadas, en ambos casos, por un bocel decorado con dientes de sierra dispuestos en sentido longitudinal. Por el contrario, la arquivolta interior presenta el frente moldurado con una nueva línea de dientes de sierra y sendos boceles, uno cóncavo y otro, decorado con dos bandas de semicírculos afrontados, convexo. El intradós es liso en los tres casos. Las arquivoltas apean sobre tres pares de columnas, siendo las dos interiores, como ya comentamos al referirnos al arco del triunfo, de proporciones más anchas. Y, como también ocurría en el arco del triunfo, las basas presentan en sus frentes restos, en diferente estado de conservación, de garras y volutas. Además de ello, todas las basas se decoran con dos bandas de semicírculos afrontados, similares a los de la arquivolta interior, motivo que se repite a lo largo de los codillos existentes entre las columnas. Como dato destacable, hay que señalar la presencia, a media altura del fuste de la primera columna derecha, del relieve de una figura femenina; aunque las líneas del rostro han sido completamente borradas, por la forma anatómica, de talle estrecho, y el vestido largo con que se representa podría tratarse de la imagen de una mujer en actitud oferente. En cuanto a los capiteles, ninguno presenta decoración figurada. En la jamba izquierda, los capiteles se decoran con apomados, originales lazos de soga y grandes hojas nervadas, todos ellos sobre fondo liso. En la jamba derecha, el primer capitel presenta grandes hojas nervadas, de bordes ondulados, que, a diferencia del capitel vegetal de la derecha, parten desde el collarino. El capitel central presenta una línea de zigzag tridimensional que sirve de base a un original ornato vegetal. El tercer capitel, correspondiéndose con la columna interior, se cubre con tres grandes hojas que arrancan también desde el collarino, pero que presentan su superficie lisa, concentrándose el relieve en las grandes volutas florales de la parte superior. Todos los capiteles se coronan por la línea de imposta ajedrezada. Respecto a esa cruz procesional a la que hacíamos referencia al comienzo, poco más se puede decir, puesto que actualmente se encuentra desaparecida. La de Canella fue la primera mención escrita que se tiene de ella; Vigil se limitó a repetir esa información, y hasta 1927, gracias a Aurelio de Llano, no se volvió a tener noticias de ella, cuando fue localizada en la parroquia de Luanco. Este autor logró recrear las circunstancias que la llevaron hasta allí: parece ser que, en algún momento, la cruz desapareció de Manzaneda, descubriéndose poco después que “en una casa particular se vendía una cruz de mérito extraordinario”; una vez recuperada, se depositó “en una casa de confianza”, y años más tarde se dejó bajo la custodia del párroco de Luanco, última referencia conocida. Menéndez Pidal, en 1952, expuso sus sospechas de que la cruz procesional de Manzaneda, junto con el ara de Obona hubieran sido “embarcadas en Gijón, al parecer con destino a Francia” durante la guerra civil. Según las fotografías que se conservan, podemos hacer una somera descripción de esta pieza orfebrística: se trataría de una cruz con alma de madera recubierta por dos capas metálicas, de latón o de cobre, sobredoradas, decoradas con esmaltes y algunas piedras preciosas. En el centro del anverso se situaba la imagen del crucificado. Presentaba la figura de un hombre barbado y coronado, cubierto por un faldellín hasta las rodillas. Sobre él, se leía la leyenda habitual: I.H.S. Se trataría de un crucificado adscrito a la iconografía románica, es decir, vivo, en una postura aún rígida y con cuatro clavos. En el tondo del reverso, el dibujo de un Cristo en majestad, nimbado y bendiciendo. Si bien en Asturias existieron ejemplos de cruces procesionales, como la de San Salvador de Fuentes, las características que podemos observar en la de Manzaneda la pondrían en relación con una pieza cántabra, la Cruz de Piasca, fechada a principios del siglo XIII y que al parecer habría sido importada de Francia. La de Manzaneda también se relacionaría, si nos basamos en la descripción, con una cruz, hoy también desaparecida, que existía en la parroquia de Lodón (Concejo de Belmonte de Miranda). Ya que no por datos documentales fehacientes, podemos datar la iglesia San Jorge de Manzaneda a través del análisis estilístico. Las características estructurales y, sobre todo, decorativas, permiten encuadrarla entre el último cuarto del siglo XII y el primero del siglo XIII, adscrito a la corriente internacional del románico, pero condicionado por su carácter rural, que influye en sus dimensiones y en la calidad de su factura.