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Vista general desde el lado sur de Sant Julià de Vallfolgona de Ripollès

Identificador
17170_05_001
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42.197476, 2.306758
Idioma
Autor
Margarida Muñoz Milán
Colaboradores
Sin información
Edificio (Relación)

Sant Julià de Vallfolgona de Ripollès

Localidad
Vallfolgona de Ripollès
Municipio
Vallfolgona de Ripollès
Provincia
Girona
Comunidad
Cataluña
País
España
Ubicación

Sant Julià de Vallfolgona de Ripollès

Descripción

VALLFOGONA DE RIPOLLÈS

 

En la falda de las sierras de Puig Estela, Milany y Santa Magdalena de Cambrils se encuentra el valle de Vallfogona de Ripollès, municipio situado en el lado sudeste de la comarca del Ripollès que debe su nombre –Vallis fecunda, según la documentación medieval– a su localización geográfica. El acceso principal se realiza por la carretera N-260 desde Ripoll en dirección a Olot. Tan sólo 12 km separan Vallfogona de la capital de la comarca.

 

La cabeza del municipio es la población homónima de Vallfogona de Ripollès, que conserva un interesante núcleo medieval formado por una plaza central (la plaça de la Vila) alrededor de la cual se distribuyen las viviendas. Ha llegado también hasta nuestros días una de las tres puertas que daban acceso a este núcleo amurallado y que hoy se conoce como portal de la Muralla.  Existían, no obstante, otras dos puertas: en el Oeste, un segundo portal daba acceso al Camí Ral, esto es, la principal vía de comunicación entre Vallfogona y Ripoll; y en lado Sur, la tercera puerta daba acceso al camino de Milany, que unía el pueblo con el antiguo castillo de Milany pasando por un puente del siglo xiv construido en el momento en que los señores del castillo decidieron trasladar su residencia habitual al pueblo, dónde edificaron el que hoy se conoce como La Sala de Vallfogona.

 

El castro Melango, citado en la documentación por primera vez en abril del 962, se conserva hoy en estado de ruina. Se encuentra a 1535 metros de altitud, en la sierra de Milany, en una localización estratégica entre los antiguos condados de Osona y Besalú.  Fueron, precisamente, los condes de Besalú los primeros señores del castillo. Sin embargo –y pese a los derechos que el cercano monasterio de Sant Joan de les Abadeses ostentaba sobre él–, el auténtico dominio de los territorios que formaban parte de la jurisdicción del castillo –las parroquias de Vallfogona, Vidrà y parte de Llaés– estaba en manos de los miembros pertenecientes al linaje de los Milany, que ejercieron, en calidad de castellanos, el gobierno efectivo sobre éstos. La abundante documentación conservada ha permitido a los historiadores establecer una relación precisa de los miembros de las distintas ramificaciones de este importante linaje, vinculado por lazos matrimoniales con la familia vizacondal de Bas. Los Milany ejercieron la administración del castillo desde el año 1070 hasta el siglo xiv, momento en que, como ya se ha mencionado, los señores se trasladaron al castillo de Vallfogona. Los terremotos que afectaron al Ripollès durante el siglo xv causaron importantes desperfectos en la estructura de la fortaleza, que nunca ha sido restaurado, ni consolidados los escasos paramentos que quedan en pie, y que deben pertenecer a la reforma que se llevo a cabo durante el siglo xiii, sobre la cual no se conocen datos concretos.

 

Completan el patrimonio medieval del municipio la iglesia parroquial de Sant Julià de Vallfogona y la pequeña ermita de Sant Cecília de Ragort, ambas de origen románico.

 

 

Iglesia de Sant Julià

 

La iglesia de Sant Julià preside Vallfogona desde su extremo oriental, encontrándose algo alejada –unos 200 m– del núcleo de población. De entre la abundante documentación medieval que se conserva en relación al municipio, existen escasas referencias ligadas directamente a la que, hasta mediados del siglo xx, fue su iglesia parroquial; esta suele aparecer mencionada como punto de referencia mediante el cual situar un alodio o un terreno objeto de una compra-venta. Este es el caso de los textos en los que, a partir del año 904, se cita la primitiva ecclesie Sancti Iuliani de Vallefecunda, cuya antigua fábrica sería luego substituida por un nuevo edificio a mediados del siglo x.

 

Así, hay que esperar hasta el 960 para encontrar un texto que nos aporte información concreta sobre Sant Julià.  Se trata del acta de consagración del templo, realizada por el obispo Ató de Vic, en un edificio que fue edificado bajo el mandato de la abadesa Ranlo del monasterio de Sant Joan de les Abadesses (como en el caso de las cercanas iglesias de Sant Hilari de Vidrà o Sant Bartomeu de Llaés). Este último dato nos permite acotar la cronología y establecer un terminus post quem para el templo, la construcción del cual debió iniciarse necesariamente en una fecha posterior al 955, momento a partir del cual Ranlo ocupó el cargo de abadesa. 

 

El monasterio de Sant Joan ostentó la propiedad y gestión de la parroquia durante toda la Edad Media, a excepción del convulso período que vivió el cenobio entre los años 1017 y 1090 y que se inició con la expulsión de la comunidad femenina a instancias del conde de Besalú, Bernat Tallaferro. Este periodo de debilidad de la institución fue aprovechado por los vizcondes de Besalú (más adelante, de Bas), señores de Vallfogona, para ejercer el dominio sobre Sant Julià y obtener, así, los derechos inherentes a su propiedad. Un documento con fecha de 7 de enero de 1087 nos informa de la restitución a las autoridades eclesiásticas de la titularidad de la iglesia y de todos sus bienes por parte de Udalard Bernard, vizconde de Bas.

 

De la iglesia de Ranlo no queda hoy ningún vestigio visible, ya que fue reemplazada por el templo actual en el siglo xii. Sant Julià de Vallfogona es hoy un edificio imponente, que ha sufrido múltiples reformas a lo largo de su historia, las cuales explican su morfología actual. Se trata de un conjunto híbrido formado por la fusión de dos cuerpos de distinta altura y anchura: el primero, románico, hace las veces de los pies de la iglesia y aloja el único acceso al templo; el segundo, barroco, es fruto de una reforma iniciada en el año 1756, cuando el aumento de población del municipio hizo necesaria la ampliación de su iglesia parroquial. La construcción de la nueva iglesia, que empezó por la cabecera, supuso la demolición progresiva de la parte medieval hasta que, por motivos que se desconocen, se abandonó la obra, quedando la iglesia con el peculiar aspecto que presenta desde entonces.

 

Del templo románico sólo se conserva parte de la nave –con todos sus muros muy alterados–, la portada con decoración escultórica en la fachada oeste, y una ventana. En origen debió tratarse de un edificio de una única nave, rematada por un ábside semicircular y cubierta con una bóveda de cañón sostenida por arcos fajones que arrancan de pilares de sección rectangular adosados a los muros. La bóveda apuntada que cubre hoy la parte románica del templo se construyó a principios del siglo xv, después de que se desplomase la cubierta original como consecuencia del terremoto que en el año 1428 afectó a toda la comarca, causando daños en muchas de sus iglesias románicas.

 

La nave barroca contigua –decorada con pinturas murales y molduras bajo las cornisas y en los capiteles– es más ancha y alta que la nave románica.  Está dividida en tres tramos cubiertos con bóveda de crucería. La nave está flanqueada en los tramos más cercanos a los pies del templo por capillas laterales comunicadas entre sí, cubiertas también con crucería y que sostienen un segundo piso a modo de tribuna.

 

Este nuevo proyecto causó algunas alteraciones en la zona de la nave románica, como el añadido de una capilla en el lado sur, la construcción de un coro y la apertura de algunos vanos. Todas estas modificaciones dificultan la tarea de realizar una lectura de los paramentos originales, que sólo son visibles en el muro sur exterior, formado por hiladas regulares de sillares poco pulidos.

 

También la fachada principal fue sometida a una remodelación que alteró su configuración inicial.  Ésta debió estar rematada por una sencilla espadaña que, como en el caso de otras iglesias ripollesas –como por ejemplo, Sant Martí d’Ogassa– fue suplantada por una torre-campanario de dos vanos de medio punto en su cara oeste y decorado en todos sus lados por series de tres y cuatro pequeñas perforaciones ornamentales situadas bajo la cornisa. Se accedía a el desde la torre de defensa de planta semicircular adosada al lado sur de la fachada y que albergaba una escalera. Hoy este acceso está inhabilitado. Fue probablemente en el contexto de esta misma reforma que se tapió la ventana románica de medio punto y abocinada que estaba situada a media altura entre la puerta de acceso y el óculo moderno, y que resta visible en el interior del templo, sobre el coro.

 

Aún se aprecian los restos de los esgrafiados que desde principios del siglo xix decoraban todo el muro oeste, siendo especialmente visible el frontón que enmarcaba la puerta románica, la cual constituye, sin duda, el elemento más relevante del edificio medieval de Sant Julià. La portada, que concentra la única decoración escultórica de la iglesia, esta configurada a partir de arcos concéntricos de medio punto en degradación, sostenidos por dos semicolumnas por lado, con fustes lisos y capiteles esculpidos. En los arcos se ha establecido una combinación de arcadas lisas (formadas por dovelas dispuestas de manera radial, y que en el caso del arco más externo son de gran tamaño), con dos arquivoltas semicirculares talladas a bisel, una lisa y otra convexa y decorada con una serie de piñas dispuestas a lo largo de todo el perfil del arco.

 

Los capiteles están muy degradados a causa de la erosión de los agentes meteorológicos.  Sin embargo, se adivina una combinación de elementos decorativos de tipo geométrico en los collarines –visible, sobretodo, en el capitel interno del lado sur– y de tipo figurado en las cestas, mejor conservadas en los capiteles del lado norte. En estos últimos pueden intuirse las formas de una figura humana dispuesta en los ángulos del capitel, con los brazos alzados y las piernas abiertas. No se distinguen las formas de los otros elementos esculpidos –probablemente animales–, por lo que resulta muy difícil aventurar una hipótesis respecto a la temática a la que responden las figuras representadas y, aún menos, intentar concretar la adscripción a un taller o establecer filiaciones estilísticas.

 

El uso de piedras de diferentes tonalidades –más grisácea una y más rojiza la otra– sumada a su diferente textura –más porosa y dúctil la de los capiteles– aporta un mayor grado de plasticidad a la portada y, sobretodo, un efecto cromático que destaca aún más sobre el fondo enlucido del muro.

 

Por lo que respecta al patrocinio de esta portada, la historiografía ha dirigido su mirada hacia el linaje de los Pinós –familia de origen nobiliario con amplias propiedades en la región– que tiene las piñas como símbolo de su escudo de armas, lo que podría explicar la presencia de este elemento en la arquivolta. Sin embargo, la rama de los Pinós-Fenollet, señores de Vallfogona y Guimerà, no se inicia hasta finales del siglo xv, lo cual, sumado al hecho que las piñas presentan un mejor estado de  conservación que el resto de los elementos esculpidos, ha llevado a proponer para esta portada una cronología que abasta dos periodos constructivos diferenciados, más tardío para la decoración de las arquivoltas.

 

Sant Julià presenta hoy un preocupante estado de deterioro: las cubiertas se han desplomado y se detectan importantes grietas. Pese a que en el año 1994 se realizaron algunos trabajos de consolidación, el templo presenta un avanzado estado de degradación que parece imparable. Por ello, desde el año 2008 se han iniciado diversos proyectos para recuperar y consolidar el edificio.

 

Texto y fotos: MARGARIDA MUÑOZ MILÁN – Planos: CONCHITA RUIZ TERRADILLOS

 

Bibliografía

 

AA.VV., 1995, pp. 443-446; Catalunya Romànica, 1984-1998, X, pp. 445-448; Ferrer i Godoy, J. 2009, pp. 66-67, 76-77, 179-180; Udina i Martorell, F., 1951, docs. 148, 151.