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Vista general del Monasterio de Sant Pere de Graudescales

Identificador
25146_09_015
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42.1021382,1.6871284
Idioma
Autor
Juan Antonio Olañeta Molina
Antoni Martín Monclús
Montserrat Barniol López
Colaboradores
Sin información
Edificio (Relación)

Sant Pere de Graudescales

Localidad
Navés
Municipio
Navés
Provincia
Lleida
Comunidad
Cataluña
País
España
Ubicación

Sant Pere de Graudescales

Descripción

Monasterio de Sant Pere de Graudescales

Sant Pere de Graudescales se halla en un paraje natural de una gran belleza, a la ribera del río Aigua d’Ora y a los pies de la sierra de Busa. Se llega recorriendo 15 km por una pista forestal que arranca hacia el Norte entre los kilómetros 119 y 120 de la carretera C-26, cerca de Navès.

 

Las primeras noticias documentadas sobre Sant Pere de Graudescales se remontan a principios del siglo x, concretamente al año 913, cuando el presbítero Magnulf pidió al obispo de La Seu d’Urgell, Nantigís, que la iglesia fuera consagrada y dotada. Algunos decenios después, en 960, y a instancias del sacerdote Francemir, la comunidad canonical de Sant Pere de Graudescales fue instituida como monasterio, y Belló, presbítero de Sant Llorenç de Morunys, bendecido abad por el obispo Guisard II. Aún en la misma centuria, el conde Borrell II dotó al monasterio de viñas, tierras y casas en el valle de Lord, posesiones que hay que sumar a las ya cedidas por el obispo Guisard y los citados Francemir y Belló. La bula de 1001 del papa Silvestre II, en la que confirmaba al obispo Sal·la los bienes del obispado, así como un testamento de 1027, permiten atestiguar la continuidad de la vida monacal en Graudescales a inicios del siglo xi. Si los citados documentos, además de otros vestigios, ofrecen indicios para pensar en un cierto auge del cenobio a inicios del siglo xi, un largo silencio documental de más de un siglo y, especialmente, las noticias conocidas de la segunda mitad del xii, hablan de una acusada crisis. En ese momento, los hombres de Sant Pere de Graudescales formularon una queja al obispo y al capítulo de La Seu d’Urgell por haber sido atacados algunos miembros de la comunidad y saqueadas y quemadas algunas de sus posesiones. Se acusaba a Bernat des Vilar y a su hijo, Pere –que probablemente capitanearan una invasión cátara– de este trágico suceso que que tuvo como consecuencia el final del monasterio. Se instituyó el decanato de Sant Pere de Graudescales en el valle de Lord y nada parece indicar que la vida en comunidad se retomara en el lugar. Hay que concluir, pues, que la vida monástica en Graudescales se desarrolló entre los siglos x y xii, en los que gozó de un cierto auge durante la primera mitad del xi. Del conjunto monástico restan únicamente algunos muros y, por supuesto, la iglesia. Ésta ha sido objeto de dos fases de restauración y reconstrucción llevadas a cabo por la Diputación de Barcelona entre 1956-1962 y 1986-1987, respectivamente.

 

Las estructuras arquitectónicas del monasterio pudieron ser descubiertas gracias a las intensas campañas arqueológicas de Alberto del Castillo e Iñaki Padilla. Aunque los vestigios arqueológicos no permiten discernir con exactitud como fue la primitiva construcción del siglo x, un potente muro de 15 m de longitud y 0’90-1m de anchura,  dispuesto de Norte a Sur, y otros restos hacia el Oeste, con probabilidad también del x, aportan indicios suficientes para pensar que el edificio tuvo una forma rectangular. Debió de constar de dos estancias, siguiendo una estructura habitual en la Cataluña rural de la Alta Edad Media (parecida a la del mas o mansus). No hay que descartar la posibilidad de que esta construcción pudiera haber estado rodeada por otras, que darían cabida al ganado.

 

Sin embargo, nada se conoce de como era la iglesia monástica del siglo x. Nos hemos referido anteriormente a las peticiones del presbítero Magnulf para que ésta fuera consagrada, algo que aconteció el mismo 913, como lo corrobora la acta de consagración, que se conserva en el Archivo Capitular de La Seu d’Urgell. El documento ofrece también información sobre las donaciones que Sant Pere de Graudescales recibió en ese momento: casas, huertos, molinos, viñas, etc., además de objetos del ajuar litúrgico (cáliz, patena, manípulo, alba, etc.) y libros (un misal, un leccionario, un antifonario, un salterio y un disposito –un conjunto de comentarios u homilías de los Evangelios–). Más adelante, Francemir dotó Graudescales de siete libros más, de contenido bíblico y patrístico. Sumados constituirían un total de doce, sin duda, un número simbólico. Es altamente probable que de Sant Pere de Graudescales procediera también un Moralia in Job, aunque es difícil determinar el momento de su llegada al monasterio. La sospecha nace de la localización en el Arxiu Episcopal de Solsona de un pergamino (36’5 x 27 cm) de calidad, donde se incluye el texto –un fragmento del libro de San Gregorio– en dos columnas escrito en letra visigótica pura, lo que en Cataluña supone una datación anterior al siglo ix, puesto que la letra visigótica desapareció de los condados catalanes, y fue sustituida por la carolina, en la segunda mitad del ix. El pergamino en cuestión fue hallado desempeñando la función de cubiertas de un volumen de testamentos del siglo xvii en la parroquia de la Selva, en el mismo municipio de Navès, donde fueron trasladados el culto y las pertinencias de Graudescales.

 

Cerrando este paréntesis y retomando el análisis arquitectónico del monasterio, nos centramos ahora en las construcciones de época románica, cuando el monasterio debió de gozar de una mayor prosperidad. Es en este momento cuando se edificó la iglesia monástica que hoy conocemos, actualmente tamizada por las distintas fases de restauración y reconstrucción ya comentadas. El edificio, que se levanta al Este de los vestigios de las dependencias monásticas, está compuesto por una sola nave con transepto. En éste se abren tres ábsides semicirculares jerarquizados, el central de mayor tamaño que los laterales, dispuestos en batería. De ellos, el norte está completamente reconstruido. En ambos absidiolos laterales se abren ventanas axiales de doble derrame, igual que las tres ventanas del ábside central, de la que la del lado norte fue abierta en el transcurso de la restauración. También lo fue la ubicada en la parte superior de la fachada occidental, en forma de cruz latina, que difícilmente responde a lo debió de existir en la época románica. La iglesia monástica cuenta con otras aberturas, como las abiertas en la nave y el cimborrio, a las que hay que sumar las ventanas de sendos extremos del transepto; a juzgar por las fotografías antiguas, todas ellas de nueva factura. El edificio cuenta con tres puertas, al igual que otras iglesias benedictinas: una, situada en la fachada occidental, daba al exterior; una segunda, en el extremo meridional del transepto, comunicaba con el claustro, ubicado, según se acostumbraba, al sur de la iglesia; y, una tercera, hoy tapiada, en el muro oeste del lado norte del transepto, que daba a la zona del cementerio –aunque fueron halladas sepulturas en otras partes del recinto–. La primera es fruto de la reconstrucción, al igual que la mayor parte de la nave. Por lo que concierne a las otras, son de arco de medio punto adovelado, como el resto de las ventanas originales del edificio.

 

En el interior, la nave y los brazos del transepto se cubren con sendas bóvedas de cañón, mientras que los ábsides lo hacen con bóvedas de cuarto de esfera. Estas últimas fueron realizadas durante las intervenciones del siglo xx, pues imágenes anteriores a la restauración permiten observar que no se conservaban. En el espacio del crucero, se eleva un cimborrio octogonal, que interiormente está se corresponde con una cúpula sobre trompas. Lo que más sorprende al visitante del interior de del templo es la diferencia del nivel del suelo del transepto y los ábsides respecto a la nave, ya que ésta se halla mucho más elevada. No puede olvidarse que la mayor parte de la nave es fruto de una reconstrucción y, por lo tanto, no responde al edificio original. Esto, visible en fotografías anteriores a la restauración, es fácilmente apreciable mediante la lectura atenta del paramento, que revela hasta que punto subsisten los muros primigenios y, en consecuencia, dónde empiezan los de nueva factura. La pregunta pertinente es, pues, si ese desnivel que la restauración conservó se debe a la concepción espacial del edificio románico o a sucesos posteriores. Parte de la historiografía ha justificado el desnivel, juntamente con la abertura de las tres puertas, por una supuesta división litúrgica del espacio. Se ha considerado que la nave, más elevada, funcionaría como coro, y estaría destinada a los monjes, que accederían al interior por la puerta de poniente –que comunicaría con las dependencias monacales–, mientras que el transepto, en un nivel inferior, sería ocupado por los legos. Por ende, la puerta ubicada en el extremo sur del transepto, que daría al claustro, debería de ser el acceso exterior principal a la iglesia, lo que es, por lo menos, sorprendente. Aunque señalando la singularidad de esta disposición, se ha comparado con edificios como Santa Maria de Serrabona, donde una magnífica tribuna se dispone en la nave, o Santa Maria de Castellfollit de Riubregós, en donde se abrió también una puerta al extremo del transepto. Si la última comparación puede no ser demasiado determinante, parece difícil sostener cualquier parecido con la espectacular y excepcional tribuna de Serrabona. Si nos fijamos en el uso litúrgico de los espacios en el románico catalán, dicha hipótesis se revela como especialmente desacertada. Habitualmente, el coro se ubicaba en la zona de la cabecera, que solía ser la primera parte del edificio finalizada. En Cataluña se conocen un par de ejemplos, muy interesantes, de desplazamientos del coro hacia la nave mayor de la iglesia, lo que respondería a una necesidad de dar cabida a un ingente número de canónicos y beneficiados. El primero, la catedral de Vic, donde, en 1206, el coro se ubicó en la nave y el espacio liberado fue ocupado por un nuevo altar, dedicado a la Virgen. Un proceso similar pudo darse también en la catedral de Barcelona, ya que se conoce que en 1229 el coro no respondía a una forma semicircular, necesaria a su adaptación al ábside, por lo que puede pensarse que en este momento debía de estar situado en otro ámbito de la catedral. Dicho esto, son varios los motivos que invitan a descartar la posibilidad de que la elevación del suelo de la nave de Graudescales respondiera a la utilización de ésta como coro. Uno, que los desplazamientos conocidos del coro a la nave en territorio catalán tienen lugar en fechas mucho más tardías a las que se proponen para la construcción de la iglesia de Sant Pere de Graudescales. En segundo lugar, que no son frecuentes, pudiéndose atestiguar, o por lo menos sospechar, en dos importantes edificios catedralicios. Y por último, pero no menos importante, que nada parece indicar que el número de clérigos del monasterio fuera suficientemente importante como para justificar la ampliación del espacio coral. Dejando de lado la teoría expuesta, otras parecen mucho más acertadas. Como ha indicado Lluïsa Amenós, es más atinado pensar que el desnivel se debe a que el espacio de la nave quedó lleno de sillares y otros materiales de construcción al ceder la bóveda de cañón que la cubría, hacia 1680.

 

El aparejo utilizado en el edificio es bastante regular, y está compuesto de sillares de pequeñas dimensiones, de mayor tamaño en los ángulos. A la luz de las fotografías de mediados siglo xx, esta pulcritud del paramento, sin duda exagerada por la restauración, no parece ajena a la construcción románica. La iglesia cuenta con decoración mural en la zona de la cabecera, donde se disponen arquillos ciegos en los tres ábsides y, en los arranques de estos últimos, lesenas. Cierto es que esta ornamentación es propia del denominado primer románico aunque es bien sabido que en ámbito catalán pervive durante décadas y, por inercia, se mantiene en la arquitectura mucho más allá del período inicial del románico. Así pues, esta decoración mural no ciñe necesariamente la cronología de la construcción a principios del siglo xi. Aunque los datos arqueológicos parecen revelar que en este momento el monasterio gozaba de cierto auge, ni la planimetría, ni el aspecto general del conjunto parecen responder a las primeras décadas de dicha centuria. No es baladí fijarse en el panorama arquitectónico del románico catalán para darse cuenta que esa planta –una nave con transepto donde se abren los ábsides–, que ofrece la ventaja de multiplicar los altares, es una fórmula que gozó de cierto éxito en décadas posteriores. Sería el caso, por ejemplo, de Sant Jaume de Frontanyà, Santa Eugènia de Berga, Santa Cecília de Voltregà, etc. Así pues, sin desatender las aportaciones resultantes de los estudios arqueológicos, desde la perspectiva de la historia del arte parece más probable que su datación deba situarse no antes la segunda mitad de siglo, siendo posible fecharla, incluso, ya en el siglo xii.

 

No podemos dejar todavía la iglesia monástica sin referirnos a unos escasos y prácticamente imperceptibles restos de pintura mural que se encuentran en su interior, y que fueron descubiertos por Jaume Bernades en 1995, situados bajo el arranque del arco sur del crucero, en el tramo de muro que separa el ábside central del meridional. Es muy poco lo que hoy puede verse, por lo que se hace necesario recurrir a alguna descripción existente. Se han distinguido, y todavía pueden intuirse, dos personajes, ambos nimbados, acompañados de una inscripción ilegible. Es probable que, tratándose de figuras nimbadas, se trate de una representación de santos, aunque, dados los escasos vestigios, es imposible aventurarse a hacer más precisiones al respecto. Los indicios que proporcionan tampoco parecen suficientes para determinar la datación, discutida por la historiografía. Manuel Riu se inclina por calificarlas de góticas, mientras que Lluïsa Amenós las considera posiblemente románicas.

 

Además de la construcción de una nueva iglesia monástica, se remodelaron las dependencias monacales. Se reedificó y amplió la estancia rectangular del siglo x, del modo que se detalla a continuación. En lo que concierne a la construcción, que hay que fechar en su mayor parte en el siglo xi, ésta debió de mantener una forma de paralelogramo, de 20 m por 7’5/5 m), que constaría de tres estancias. La primera debió de estar destinada bien a albergar ganado, bien a guardar utensilios. La segunda de las habitaciones, más pequeña, 7 m por 7 m, disponía de un hogar y de un banco pétreo adosado al muro –que pudo tener la función de alacena–, por lo que este segundo espacio debió de acoger los monjes de Sant Pere. Queda, todavía, una tercera estancia, de 6 m por 5 m, en la que fueron hallados distintos materiales de cobre y hierro, que hacen suponer que su función era la de taller. Además, conectaba con un horno, situado a poniente, donde probablemente se cocía el pan para la comunidad. Esta última sala parece ser la de construcción más tardía, pudiéndose fechar ya en el siglo xii, poco antes del final de la vida monástica en Graudescales. Sin embargo, las excavaciones arqueológicas evidenciaron que la estancia fue reconstruida a finales del siglo xii o a inicios del xiii, por lo que se pudo utilizar como alojamiento excepcional del decano. Aún así, no subsistió mucho más allá de la mitad del siglo xiv. El claustro se ubicaba al Este de estas dependencias y, en consecuencia, al sur de la iglesia monástica, tal y como es habitual.

 

Tras el abandono de la vida monástica, Graudescales se convirtió en parroquia, que fue regida por clérigos seculares, y en la que subsistió el culto durante siglos. En época moderna, el mal estado del edificio y, especialmente, el derrumbe de buena parte de la nave en 1680, obligó a utilizar únicamente la zona oriental del templo. Aún así, a finales del siglo xvii, se costeó un retablo bajo la advocación del primer pontífice, que fue trasladado a Sant Cristófor de Busa. El precario estado de conservación de Sant Pere de Graudescales hizo necesaria la restauración, ya mencionada.

 

Renclusa en el río Aigua d’Ora

 

A unos 100 m al Norte del monasterio se ubicaba una antigua presa y camino. La necesaria explotación de los recursos naturales que ofrecen los alrededores por parte de la comunidad de Sant Pere de Graudescales se tradujo no únicamente en la posesión de tierras de cultivo y de ganado, sino que también en el aprovechamiento de las posibilidades que el río Aigua d’Ora ofrecía. Gracias a unas pequeñas oquedades excavadas en las rocas colindantes con el río, cerca del punto donde éste se estrecha, se ha podido deducir que allí fue instalado un dique. La presa, y su consiguiente elevación del nivel del agua, permitían utilizar de un modo más fácil el agua del río para el regadío, por medio de canales y acequias, además de funcionar como vivero de peces para el consumo de la comunidad. La documentación permite atestiguar también el uso de la fuerza hidráulica para los molinos que poseía el monasterio a lo largo del río.

 

Es posible que, por la complicada orografía del terreno al Norte del monasterio, el valle del río fuese utilizado como paso. Así pues, la construcción de la presa obligó a elevar el camino. Se montó una pasarela de madera que permitía cruzar de una ribera a la otra y salvar el desnivel hasta una plataforma, también lignaria, que se sustentaba a la roca mediante encajes. Lo único que hoy resta visible de este camino colgado, que llegó a tener cerca de 50 m, son huecos de los encajes en la roca.

 

Texto: Montserrat Barniol López- Fotos: Juan Antonio Olañeta Molina/ Antoni Martín Monclús - Planos: Antoni Martín Monclús

 

Bibliografía

 

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