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Capitel de una de las columnas entrega y canecillos del ábside

Identificador
47639_01_029
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 51´53.24” , -4º 51´29.03”
Idioma
Autor
José Luis Alonso Ortega
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de Santa María del Templo

Localidad
Villalba de los Alcores
Municipio
Villalba de los Alcores
Provincia
Valladolid
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
LA IGLESIA DE NUESTRA SEÑORA DEL TEMPLO se encuentra dentro del espacio amurallado, en la zona este del núcleo rural, junto a la Puerta del Humilladero. Ocupa un solar en una plaza irregular, a la que confluyen estrechas y tortuosas calles, pudiéndose admirar el edificio con desahogo desde todos los ángulos. En la plazoleta de la fachada meridional, junto a las casas que la delimitan, se observan los restos de un arco de piedra y una escalera del mismo material, en estado de abandono, que se hunde en el suelo, no pudiendo precisar si se trata de una bodega o de alguna dependencia relacionada con la iglesia en otro tiempo. Aunque de modestas dimensiones, es uno de los pocos templos románicos de la provincia de Valladolid que ha llegado íntegro a nuestros días. Dejó de tener culto en 1818, convertido en ermita tal como la cita Madoz, pasando poco después a manos particulares. Hoy sigue siendo propiedad privada, usando su dueño el recinto con almacén y molino. Presenta sencillo plan rectangular de una sola nave (de 23 ´ 7 m, según Heras García), coronada hacia el este por un ábside semicircular de similar anchura. Consta la nave de cinco tramos, cubiertos con bóveda de cañón apuntado, marcados por los seis soportes adosados que, en cada muro largo, recogen los empujes de los perpiaños y que, al exterior, se corresponden con otros tantos contrafuertes. Tiene dos portadas, en las fachadas septentrional y meridional. De ellas, la primera es abocinada con arquivoltio, y debió ser siempre la principal, mientras que la segunda es apenas un postigo de comunicación con una dependencia actualmente desaparecida. El muro sur de cierre no remata en acodo con el hastial de poniente, sino que se prolonga poco más de un metro en esa dirección, apareciendo derruido y desventrado. Podría tratarse de los restos de una escalera arruinada o no acabada para acceder a lo que parece una, asimismo inconclusa, espadaña o torre. Ubicada transversalmente sobre la esquina suroccidental del tejado, con una orientación aproximada SE-NO, sólo se mantiene en pie un desmochado pero potente paño de sillería (de unos 2 m. de grosor) calado por dos troneras de medio punto, cuyas líneas de salmeres están marcadas en el intradós por una imposta de nacela. La caja muraria es un compacto prisma recto, cuya ortogonalidad sólo rompe el hemiciclo absidal. Está construida en caliza blancuzca recubierta por una pátina dorada, con abundantes oquedades y fósiles, procedente de los páramos de Torozos en que se asienta. La piedra aparece cortada en grandes sillares isódomos, bien desbastados, aparejados a soga y tizón en hiladas regulares. Las marcas de cantería, visibles en todos los muros, son abundantes, si bien el repertorio de signos es reducido. La techumbre, en muy mal estado, es de tejas árabes. Revierte a doble vertiente hacia un alero que bordea perimetralmente el edificio, excepto en el imafronte. También de piedra caliza, tiene la arista vaciada por una mediacaña y está sustentado por canecillos de nacela y en proa de barco, en su mayoría lisos, pero algunos decorados con sencillos motivos, toscamente tallados: varios de ellos con uno o más rollos, dispuestos en horizontal, en vertical o cruzados; una especie de barril; un animal agazapado; esquemáticos arbolitos con simétricas ramas divergentes que acaban en frutos circulares; una placa cuadrada plana; dos sables o agujas en sotuer; y dos estilizados crochets. Cada una de las fachadas largas está reforzada por seis estribos rectangulares de excelente cantería, que llegan al alero, coincidentes con los soportes internos en que apean los fajones. Sobresalen con evidencia, aunque no desmesuradamente, de la caja muraria, siendo su arranque del suelo más robusto, a modo de zócalo, mientras que en su parte superior se estrechan adaptándose a la voladura de la cornisa. En el perfil, por tanto, se diferencian tres volúmenes, con claro predominio longitudinal el central y adaptación tectónica de los extremos. Su estructura tiene gran similitud –ya advertida por Heras– con los contrafuertes de los ábsides del monasterio de Valbuena y de la parroquial de Piña de Esgueva. En el interior todos los paramentos originales aparecen enmascarados, los muros y bóvedas por un enlucido de yeso, viejo y cuarteado, cuyas desconchaduras permiten atestiguar la excelente labra y ensamblaje de las dovelas y de los sillares, ya observada en el exterior. El piso, por su parte, de losas superpuestas al suelo primigenio, alcanza el arranque de los muros y cubre parte del plinto de los soportes. El ábside, de planta semicircular sin tramo presbiterial, es la parte más noble de la iglesia. Situado en el extremo oriental de la nave, en perfecta alineación con ella, tiene también sus mismas anchura y altura (aunque desde fuera, quizás por el deterioro del tejado, parezca más bajo). Va cubierto con una bóveda pétrea de horno que descansa directamente sobre los muros y se adapta, suave y progresivamente, al apuntamiento del arco toral –primer fajón– en su zona de contacto. El tambor, al exterior, se eleva sobre un muy erosionado zócalo de dos hiladas, del que arrancan cuatro esbeltas semicolumnas adosadas que llegan al alero y dividen verticalmente el hemiciclo en tres paños –el central doble que los colaterales–, en cada uno de los cuales se abre una ventana. Esta estructura distributiva absidal, en paños verticales delimitados por columnas, no es infrecuente en templos coetáneos de la provincia, donde, con grandes analogías, puede verse en los parroquiales de Trigueros del Valle e Íscar, en el desaparecido San Miguel de Mediavilla de la cercana población de Medina de Rioseco, o en el palentino –pero el más próximo– de San Fructuoso de Valoria del Alcor. Las semicolumnas presentan basas casi perdidas (si bien se intuye una molduración parecida a la de los soportes interiores) sobre los que se elevan larguísimos fustes, coronados por capiteles troncocónicos de rechoncho canon. Uno es liso, y los tres restantes aparecen decorados con motivos vegetales estilizados, de escaso relieve y talla, mostrando seis cintas que se cruzan, dos a dos, creando un ralo entrelazo de formas ojivales; tres hojitas puntiagudas con otra hoja en su seno; dos hojas, como las anteriores, conteniendo una flor. Las ventanas, que rasgan cada lienzo en la mitad de su altura, son de medio punto y doble derrame. Este abocinamiento se materializa con dos arcos de sección recta en disminución de tamaño, que alojan en su interior una saetera de remate semicircular igualmente con marcado derrame. La única concesión ornamental es un baquetón que mata la arista del alféizar y la jamba, hasta los salmeres, del arco más externo. Se comunican interiormente nave y ábside a través del primer fajón –que no arco triunfal, pues no se diferencia cualitativamente del resto– sin intermediación de tramo recto presbiterial. Si acaso, esta denominación podríamos dársela al primer tramo del cuerpo de iglesia, pues a ambos lados de él se abre un vano, idéntico a las ventanas del tambor, del que carecen el resto de tramos (tan solo iluminados por una pareja de estrechas aspilleras en la zona de los pies). De este modo, la capilla resulta el espacio más luminoso del edificio, por lo demás bastante oscuro. La nave es, como ha quedado dicho, un perfecto rectángulo dividido en cinco tramos. Cada uno de ellos se cierra con cañón apuntado, entre fajones doblados también agudos y de sección escuadrada, que voltean sobre seis parejas de pilastras que llevan adosadas en su frente sendas semicolumnas. Estas, que arrancan de plinto cúbico retallado con someras garras, cuentan con basa ática (varias parcialmente tapadas por el enlosado sobrepuesto), fuste de varias piezas, y achaparrado capitel en tronco de cono invertido con astrágalo. Algunas de las cestas están decoradas, aunque siempre a base del mismo motivo de hojas vegetales, con variantes: lisas, alojando bolas en su centro, con la punta curvada creando un seno donde tiene cobijo una bolita o una florecilla, etc. Sobre los capiteles, a modo de prolongación de sus cimacios, una imposta de listel achaflanado recorre todo el perímetro del templo, marcando la separación de muros y cubiertas. Entre los contrafuertes cuarto y quinto del muro del Evangelio, desplazada del eje transversal hacia los pies, está ubicada la portada principal, abierta al septentrión, como la de San Salvador de Peñaflor de Hornija. Consta de arco de ingreso de medio punto sin tímpano, tres arquivoltas de sección recta en derrame –que tienden al apuntamiento de dentro a fuera–, y escueto guardapolvo moldurado por un caveto. Voltea el conjunto sobre imposta corrida de filete cortado en chaflán, y bajo él en jambas acodilladas y columnas. De éstas sólo se conservan los capiteles, habiendo desaparecido la totalidad de fustes y estando las basas muy mutiladas. Los tres capiteles de la izquierda del espectador, son lisos, y en la derecha llevan tallados los siguientes elementos: tres hojas, con el nervio axial marcado, que arrancan de la base; dos aves afrontadas hacia el ángulo común; como el primero de los citados, pero peor conservado, también hojas. Sobre la portada pervive el alero, sujeto por siete canes lisos de nacela, de un hoy inexistente tejaroz. Se observa, asimismo, en los tramos anterior y posterior endejas o dientes en los que apoyaría un pórtico del que no hay más rastro. En esos mismos tramos, flanqueando la puerta, existen dos lucillos sepulcrales idénticos. El izquierdo está cegado; no así el de la diestra, bien visible aunque vacío, sin que pervivan símbolos mortuorios ni lápidas. Es un arco apuntado muy abierto, protegido por chambrana, en el que restan vestigios de policromía. En el segundo tramo de la fachada meridional se abre el otro vano de ingreso. Es muy sencillo, podríamos decir que casi un postigo, que quizás se abriese con posterioridad para dar acceso a un habitáculo adosado a dicha fachada, y de cuya existencia en otro tiempo son ahora testigo las rozas realizadas en la pared para apoyar el tejado. No es más que un simple arco de medio punto, con tímido apuntamiento, muy estrecho, que se revela más amplio en su cara interna, dentro del edificio. Es ya tradicional y comúnmente aceptada la opinión de que esta iglesia perteneció a la Orden del Temple. Su advocación, por una parte, y el hecho, certificado documentalmente, de que en Villalba de los Alcores tuvo esta orden posesiones territoriales, por otra, dan fiabilidad a la fundamentación. No resulta tan fácil, sin embargo, la adopción de una postura ante al disyuntiva de otorgar la autoría de la construcción a los propios templarios, o bien que, por el contrario, cuando llegase a su poder ya estuviera edificada. Sea como fuere, lo cierto es que se trata de un templo datable en las postrimerías del siglo XII o en los comienzos de la siguiente centuria. Aunque tardío, es formal y decorativamente románico, pues la reciedumbre de su estructura, la articulación del ábside, así como el alero con su panoplia de canes y los capiteles de la portada, no dejan lugar a la duda. Aún así, ya se advierte la pujanza de un gótico incipiente, patente en el apuntamiento de arcos y bóvedas, por ejemplo, y el influjo de la estética bernarda (tipo de contrafuertes, sobriedad decorativa, motivos ornamentales, etc.).
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