Identificador
24398_01_001
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 35' 0.55'' , -6º 31' 23.22''
Idioma
Autor
Sin información
Colaboradores
Imagen Mas
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
San Miguel de las Dueñas
Municipio
Congosto
Provincia
León
Comunidad
Castilla y León
País
España
Claves
Descripción
EXCEPTUANDO QUIZÁ UN ARCO de herradura localizado en el cuerpo inferior de la espadaña del reloj, nada queda del monasterio fundado por el noble Gonzalo Bermúdez a finales del siglo X y muy poco es lo que se ha conservado de su fábrica románica -erigida con materiales tales como el granito y la pizarra-, ya que el monasterio fue totalmente remozado a partir de 1525, cuando las comunidades de Almázcara y Villabuena se unen definitivamente en el monasterio de San Miguel por la ruina del de Villabuena, y muy especialmente entre los siglos XVII-XVIII. Según un documento del último cuarto del siglo XV publicado por Gregoria Cavero (sin duda la investigadora que mejor conoce la realidad histórica del cenobio) su fábrica se encontraba entonces en lamentabilem ruinam et edificiorum corruptionem... que debió de incrementarse con el paso del tiempo pues en 1679 sólo se conservaba de la antigua edificación la iglesia y la portería, todo ello “corto y sin arte...” en opinión del redactor de otro documento recogido por González García. Tanto la iglesia actual -de planta de cruz latina y una única nave con los brazos del supuesto transepto apenas desarrollados- como el pequeño claustro “de la Portería o del Palacio” datan de siglo XVII (1683). Únicamente la portada que da acceso a la sala del capítulo (pero que debía pertenecer a la iglesia), junto con un recinto abovedado localizado en la actual bodega -y estudiados por Cosmen y González- presentan todavía una cronología propia de un románico tardío. Los restos de la primitiva iglesia (la actual fue concluida entre los años 1690 y 1695, siendo abadesa doña María de Salazar y Quirón) se encuentran, como ya hemos indicado, en la actual bodega; se trata de un recinto localizado a los pies de la iglesia actual, con arcos de pizarra y restos de columnas que nos hablan de un edificio cultual orientado al este, de pequeño tamaño (de unos 18,25 m de longitud y 6,80 m de anchura) y construido con sillares irregulares de pizarra unidos por una fina capa de argamasa. Poseía cabecera probablemente semicircular y abovedada, con un arco de triunfo sobre semicolumnas de basas áticas que apoyaban sobre un zócalo con sus aristas superiores en bocel, y una nave cubierta con techumbre de madera y dividida posiblemente en tres tramos por pilastras lisas. Completa el conjunto de lo conservado una puerta de acceso, que es la que hoy aparece dando paso al capítulo, y los restos exteriores de un primitivo contrafuerte embutido ahora en el muro norte del actual convento. Dada la localización de estos restos no es de extrañar que Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811), en la rápida visita que realizó al monasterio en 1792, apuntara únicamente en su Diario que la iglesia era “de buena y sencilla arquitectura, pero malísimos retablos; coro espaciosísimo; el edificio no grande y moderno...”, pues se refería a la iglesia moderna. El conjunto, uno de los cinco monasterios cistercienses femeninos fundados en la actual provincia de León, fue declarado Monumento Histórico-Artístico el 21 de agosto de 1976. En el caso que nos ocupa, la ornamentación esculpida se centra, de manera muy especial, en las portadas conservadas; portadas que, como ocurre también en otro monasterio berciano, Carracedo, predominarán los arcos abocinados de medio punto y las columnas acodilladas, arcaísmos presentes también en el cenobio de Santa María de Sandoval. Éste es el caso de la bella portada que da acceso a la sala del capítulo (1754), de 1,64 m de luz y rematada en arco de medio punto sobre jambas decoradas con baquetones y medias cañas y dos parejas de columnillas acodilladas de fustes monolíticos y basas áticas situadas sobre un podio o basamento que presenta su arista superior moldeada por un baquetón (como en Carracedo y Carr izo); perteneciente a un románico muy avanzado presenta un triple abocinamiento -que le permite salvar el grosor del muro- ornado con hojas estriadas, rosetas, roleos con palmetas inscritas, tallos con hojas carnosas y guarnecido por un guardapolvos en el que podemos observar motivos fitomórficos. En los cimacios-imposta localizamos rosetas de seis pétalos inscritas en círculos, ruedas secantes, palmetas con tallos inscritas en tallos ondulados, hojas de perfiles lobulados y a varios cuadrúpedos (ciervos y leones o perros afrontados) y en sus capiteles temas fitomórficos (hojas de nervios acentuados y en ocasiones perladas), salvo en uno tal vez reaprovechado en el que se representa una serpiente cabalgando sobre un grifo (¿una arpía?); tanto sus astrágalos como los ábacos aparecen lisos, sin decoración, y en las basas áticas simples garras angulares, siendo este elemento una constante en los edificios cistercienses. Y junto con la portada anteriormente reseñada los únicos restos escultóricos pertenecientes al primitivo monasterio los encontramos empotrados en el antepecho de la escalera del siglo XVIII (1756) situada frente a la sala capitular, aunque en 1970 se encontraba, según fray Arturo Álvarez, “en el barroco altar mayor del templo...”: el primero al que nos vamos a referir, dado a conocer por Arturo Álvarez y probablemente inspirado en obras de marfil y datado a finales del siglo XII, principios del XIII, es un altorrelieve en granito (de 0,32 x 0,20 x 1,18 m de longitud) que aún conserva restos de su policromía original. Representada frontalmente y en el centro de la composición aparece una Virgen-Majestad sedente, en un trono de alto espaldar; tres diablillos o figuras demoníacas sirven de escabel al trono y con sus manos sujetan los pies de la Virgen, mientras que un par de ángeles sobre sus hombros sujetan la corona y la toca. Una iconografía que se completa con la figura de Jesús Niño coronado y sentado sobre sus rodillas, con una mano en actitud de bendecir y la otra sobre un libro. El conjunto ha sido tratado con un gran esquematismo, visible en la talla de las túnicas y mantos plisados que los cubren y con no demasiada pericia técnica pues sus rostros y manos, además de toscos y desproporcionados, carecen de expresividad y naturalismo (a pesar del gesto de sonrisa que se vislumbra en la Virgen), resultando tremendamente hieráticas e ingenuas. En el caso de los diablillos se observa cómo sus cuerpos han sido arqueados con el fin de adaptarlos al espacio físico disponible. La imagen de la Virgen, que en su mano derecha sostiene una manzana, junto con alguna que otra Crucifixión, eran las únicas representaciones figuradas admitidas por los cistercienses tras la reforma llevada a cabo por San Bernardo poco antes de 1125 y plasmada en su obra, Apollogia ad Guillelmum, Sancti Theodorici abbatem. Austeridad y desnudez decorativa que fueron aceptadas y ratificadas por el capítulo general de 1134. En este caso concreto se trata, como han señalado Casado y Cea, de representar la majestad de Santa María, “que sirve de trono a la Sabiduría y está en función de Cristo...”. Las otras piezas son dos relieves rectangulares y de granito (uno de 42 x 30 cm y el otro, algo más pequeño, de 39 x 27 cm) que se encuentran emplazados a uno y otro lado de la pieza anteriormente descrita y en ellos se representan evangelistas y apóstoles (tres en cada uno): en el de la derecha, San Mateo, San Marcos y San Lucas presentando el libro sagrado y en el de la izquierda, San Pedro, San Juan y Santiago. En opinión de Fernández, Cosmen y Herráez podríamos encontrarnos ante los fragmentos de un friso que en su estado original representaría a los doce apóstoles. Desde el punto de vista técnico estos relieves (algunos iconográficamente identificables por sus atributos, como San Pedro, San Juan y Santiago) presentan las mismas carencias que el de la Virgen: representación frontal, desproporción, rigidez, rasgos estereotipados, etc., rasgos propios de una “obra de carácter provincial” en opinión de González García. Y por último señalar que se conservan los restos de un león-guardián de traza tosca y esquemática que acaso pudiera haber pertenecido a un sepulcro; su cuerpo aparece cubierto por “una especie de motivos gallonados o plumas de pavo real que recuerdan la técnica a bisel de talla visigoda...”.