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Antigua capilla y sacristía

Identificador
19234_02_044n
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
40º 58' 1.14'' , -3º 17' 41.90''
Idioma
Autor
Ana Belén Fernández Martínez,Ezequiel Jimeno Martínez
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Monasterio de Santa María de Bonaval

Localidad
Retiendas
Municipio
Retiendas
Provincia
Guadalajara
Comunidad
Castilla-La Mancha
País
España
Descripción
LA FECHA DE FUNDACIÓN DE ESTE CENOBIO se concreta en 1164, once años después de que se fundase el Monasterio de Claraval. Podría parecer extraña esta fundación de Alfonso VIII cerca del río Jarama, en unas tierras que no eran demasiado estratégicas para las fronteras con los musulmanes, que tampoco habían sido tierras de eremitas antiguos y que no disponían de una tradición mágica o religiosa de lugar sagrado. Por aquel entonces Alfonso VIII tenía nueve años de edad y estaba bajo la tutela de Manrique Pérez, conde de Lara. En estos tiempos tumultuosos para la política castellana en los que la familia Lara y los Castro se disputaban el poder, Fernando II de León, tío del rey y considerado como legítimo tutor del niño, se mantenía en Toledo y por alianzas con Navarra por medio de su hermana Sancha se peleaba con los Lara por el dominio de Castilla. Autores como Francisco Jurado sostienen la tesis de que el monasterio fuese más bien fundado por Fernando II, ya que estaba bajo la diócesis de Toledo. La condición impuesta por el rey Alfonso para que los monjes procedentes de Valbuena, en la diócesis de Palencia, poblaran aquel lugar era la de hacerlo Velut Precarium, es decir, como de prestado y sirviendo para dos causas, la repoblación y la defensa de una posible incursión musulmana. Este tipo de cesión de la propiedad era común y se esperaba un determinado número de años para cederla definitivamente, a fin de cerciorarse de la bondad de los asentados y de la marcha próspera de la comunidad. Once años debieron esperar los monjes para que Alfonso VIII ratificara la fundación, en Fitero, en 1175, hasta que el arzobispo Zenebruno les reconociera su derecho como orden cisterciense. Por ello en la carta fundacional cede al abad don Munio el llamado sitio de Santa María del mismo Bon Aval, en referencia a Bona Vallis; este topónimo no es casualidad, pues los monjes fundadores venían de Valbuena, Vallis bona (Valle Bueno). Esto hacía referencia a las condiciones óptimas de la zona para la fundación de un nuevo monasterio cisterciense. Para delinear las posesiones del monasterio se había hecho la siguiente repartición: desde la Iglesia de arretiendas, directamente hasta el molino del lugar de Tamajón situado en la sierra, y por la otra parte de la Iglesia en derechura hasta el camino de Guadalajara, como corrian las aguas en el tremino de la villa de Uzeda, y a la otra parte desde el valle de Sotos (Valdesotos), hasta la sierra de Elvira, y de dicho valle hasta la serrania, transitando más allá de ella, hasta el Valle de Muratel (Muriel) dandoles todas las tierras, heredades, labradas y por labrar, aguas, prados, pastos, haciendas, rentas y demás derechos que se incluyen en los referidos términos. Les concedía, por tanto, en concepto de heredad, con sus términos y todo lo que hubiese en el pueblo de Muratel y el de Caraquiz, en Uzeta, unas viñas y una huerta, especificando bien que era la que estaba al lado de la de Fernando Martín vecino del pueblo. Así pues se les concedió el lugar de Carranque con todas sus pertenencias. Se especifica igualmente en esta carta el deber de los monjes de no dejarse acusar por ningún hombre que no fuera el mismo rey, pues a él solamente debían dar cuenta de sus deberes y obligaciones. En abril de 1186 el monarca vuelve a hacer otra donación, esta vez cinco yugadas de tierras en Azcariella, la cual concederá en 1224 Alfonso IX como heredad. El sucesor del fundador, Enrique I, en Segovia el 17 de febrero de 1216, les exime de pagar portazgo o pasaje y confirma la fundación de su antecesor. Así como Fernando III los acogerá bajo su protección años después y les dará permiso para que sus ganados pudieran pastar en todo el reino estando exentos de pagar los tributos de puertos y caminos. Confirman sus privilegios en 1253 Alfonso X y su mujer doña Violante. También algunos particulares, en su deseo de ganarse una sepultura en suelo sagrado, donaron a los monjes algunos terrenos, tal es el caso de don García de Alfariela que les cedía todo cuanto avie en sotojo, casa, viñas y heredades, y huertos y molinos, asi como don García lo avie con sus entradas y con sus salidas. Con fecha del 22 de febrero 1258, en Valladolid, conocemos una carta de avenencia firmada por el infante don Sancho, arzobispo de Toledo y hermano de Alfonso X y don Pedro Mínguez, abad de Bonaval. La disputa que habían solucionado trataba sobre las quejas del abad de Bonaval acerca del poco respeto que se tenía por los límites de su coto monástico. Los vecinos de Uceda solían cazar, pescar y llevar sus rebaños a pastar a los montes del monasterio, cosa que no gustaba nada a los monjes. En la carta se disponen los límites exactos del monasterio, y a cambio los vecinos de Uceda (en su caso el arzobispo) toman unas tierras, las cuales no se citan en el documento, pero se habían especificado antes en Palenzuela en otro documento que desconocemos. Los litigios con sus términos colindantes y en su defecto con el arzobispado de Toledo, dueño de ellos, fueron frecuentes, sobre todo en lo referente al pago de diezmos. En un principio los cistercienses no aceptaban el pago de este impuesto, pero a medida que se ampliaban los dominios de la orden empezaban los problemas por- que no estaban exentos de pagarlos aunque ellos no los cobraran. Los siglos sucesivos transcurrieron con relativa tranquilidad para los moradores de Bonaval, no llegando el monasterio a tener un volumen de riqueza muy alto. Los litigios, cambios y ventas se sucedieron; un hecho importante es el paso de abadía independiente a formar parte de la orden Cisterciense de Castilla y a su vez quedar en forma de priorato dependiente de la orden Bernarda del Monte Sión, en Toledo. Se fue convirtiendo, por tanto, en un remanso de tranquilidad al que iban a descansar los monjes ancianos y enfermos. Así se desarrolló su historia hasta que de 1821 a 1823, dentro del trienio Liberal, se arruinó el monasterio con idas y venidas de posesiones y de monjes. Los liberales vendieron el coto monástico a don Mateo Pérez, pero a la vuelta del absolutismo se devolvió a los monjes, aunque en 1835 volvió de nuevo a manos de don Mateo Pérez, quedando solamente el edificio en manos de los monjes. La pérdida de las posesiones les hizo abandonar el lugar y la desamortización de Mendizábal remató su mala situación. La casa fue adquirida por Juana Ollero, viuda de don Mateo Pérez; ella y sus herederos mantuvieron el recinto en buenas condiciones hasta finales del siglo XIX en que fue vendido, junto con su coto, a unos cuantos vecinos de Retiendas. La desidia humana ha hecho que este monasterio se encuentre en estos momentos en la más absoluta ruina. Los vecinos piden ahora una pronta intervención para disfrutar de lo que queda de su patrimonio. La iglesia es el único testimonio que ha sobrevivido del que fuera monasterio de Nuestra Señora de Bonaval. Se sitúa en el lado sur del que sería complejo monástico (esta particularidad se repite en el monasterio cisterciense de Monsalud, y no era común, puesto que la regla de San Benito recomendaba colocar la iglesia al Norte a fin de resguardar las dependencias donde hacían vida los monjes de los fríos vientos norteños). Puede que al igual que en Monsalud también en éste la orografía y el desnivel del terreno, así como la proximidad del río, hicieran que se cambiara la orientación. El conjunto está construido con piedra caliza bien trabajada, piedras que se asientan sobre láminas de pizarra, muy común en la zona, y que es utilizada también en muchas iglesias cercanas de la Sierra de Atienza. La piedra toba se utilizará para partes como las bóvedas de cañón y los elementos de las ojivas, y la caliza para los ábsides y los sustentos de los arranques. Únicamente queda en pie, como hemos dicho, su iglesia abacial, además de alguna dependencia monástica de la que no es posible sacar ninguna conclusión, puesto que su estado decadente no nos da muchas noticias de su función. Del cenobio primitivo nos queda lo que más tarde se utilizaría como sacristía, situada en el lado norte, junto al ábside. Ésta sería la primera capilla en la que los doce monjes llegados de Valbuena oficiarían misa mientras se construía el templo mayor. Esta capilla es de planta rectangular; el altar se situaría en una hornacina en el lado oriental y se iluminaría mediante la ventana aspillera, con gran derrame interior, situada en la parte superior. En el lado sur se abre otro hueco para fines litúrgicos. A los pies se encuentra una puerta de entrada, en arco semicircular, hoy tapiada, que comunicaría con el claustro. Se cubre con bóveda de cañón, que se rompe antes de llegar al altar y se vuelve más rebajada, toda ella apoyada en una imposta abocelada enfrentada en sus dos paños longitudinales. De la iglesia sólo podemos observar el presbiterio con sus ábsides, el tramo del transepto, la nave central y la nave sur. Al exterior se presenta en pie su lado sur; del lado norte se conserva, adosado a la iglesia, un muro de sillares (que formaría parte de las naves que se cayeron) alternado con ladrillo, formando un pabellón que bien podrían ser habitaciones de los monjes en la época en la que ya sólo los ancianos lo poblaban. La cabecera tripartita nos deja entrever lo que nos encontraremos al entrar: el cuerpo central se vislumbra de tres lados poligonales, igual de elevados que la nave central, separados por dos contrafuertes escalonados que dividen aún más los tres lados. En cada uno de ellos se abren tres ventanales de estrechos arcos apuntados, apoyados en columnillas cuyo alargado fuste, recorrido por decoración de hojas de seis pétalos y con la chambrana de igual decoración, nos da motivos para pensar que ya se quería innovar con la esbeltez y el sentido ascensional de la arquitectura gótica. Se unen estos tres ventanales mediante una línea de imposta que recorre el ábside. Quedan aún canecillos que sostienen el alero de los ábsides mayor y sur, algunos con decoración foliácea calada y otros con la característica a base de modillones de rollo, como ya hemos visto en monasterios alcarreños de Buenafuente del Sistal o Monsalud. Los ábsides laterales son de presbiterio y testero recto; en su parte inferior se abren sendos ventanales, el del lado norte más elaborado. En el lado sur suponemos que existió otro ventanal de similar factura, en cuyo lugar podemos ver ahora una estancia cuadrangular sobre el ábside a la que se abren dos ventanas, la inferior aspillera abocinada que da luz a la estancia interior. Al exterior, el lado sur nos ha dejado gran parte de la información para comprender mejor el paso de un estilo a otro en cuanto a decoración y funcionalidad se refiere. De su carácter defensivo da buena cuenta el torreón que se sitúa a los pies del lado sur del transepto. De planta pentagonal con aspilleras en cada una de sus plantas, la recorre en su interior una escalera de caracol. La portada sur es uno de los ejemplos del paso a formas góticas: flanqueada por dos contrafuertes, ya las cuatro arquivoltas son apuntadas y se apoyan en un cimacio con gruesa moldura sostenido por cuatro pares de columnas con capiteles de decoración vegetal. Toda la composición está flanqueada por una chambrana apuntada, decorada con puntas de diamante. Sobre la portada se abre un ventanal geminado en su parte inferior y una pequeña oquedad encima, a modo de rosetón; está flanqueada en la unión de los arcos por una chambrana acanalada en círculos. Más allá del contrafuerte, en el último tramo de las naves, se abre una última ventana, en la parte superior, de arco de medio punto que inserta un pequeño rosetón cuadrilobulado. Al interior la iglesia es de tres naves, la central más alta que las laterales, con transepto que no sobresale al exterior en planta y que le hace confundirse con un tramo más de las naves. Debido a la ruina acaecida en el siglo XVI se cayeron la nave norte y parte de la nave central, síntoma del empobrecimiento del monasterio, que no se volvió a levantar sino que se crearon dependencias para los monjes y se empezó a utilizar sólo la parte del transepto y ábsides para el culto. Junto a la capilla primitiva, a la que nos referimos anteriormente, se abren los tres ábsides que forman la cabecera; el de poniente se compone de planta rectangular cubierto por bóvedas de ojivas que descansan en un haz de columnillas, con cimacio a modo de imposta, con capiteles foliáceos que se voltean formando volutas. En sus paramentos se observan hornacinas de medio punto y dos accesos hacia la sacristía y el ábside mayor en forma de arco de medio punto. Da luz a la estancia un ventanal, ahora arruinado, en su parte inferior; en la superior un arco de medio punto del que bajan columnillas a las que flanquean decoración de puntas de diamante. El ábside sur de planta, igualmente rectangular, tapiado en su acceso al transepto, se cubre con bóveda de ojivas que se apoyan en capiteles que descansan en una cornisa doble moldurada que se apoya en un capitel cuya cesta, al no contar con columnillas que lleguen hasta el suelo, funciona a modo de ménsula esquinera. Tiene la iglesia tres naves, como ya dijimos antes, la central más alta que las laterales, sólo ha quedado en pie, parte de la nave central y de la nave sur. Ésta se cubre con bóveda de cañón apuntada en su primer tramo, descansando los nervios de la misma y los arcos formeros, sobre los gruesos pilares octogonales de piedra caliza. En el arranque de los nervios se dispone una fina moldura a modo de imposta. Los nervios de la bóveda son de una plementería con molduras muy elementales, de perfil rectangular y con las aristas planas. La fábrica de las plementerías de todas las bóvedas es de la misma piedra caliza, excepto en la nave lateral, donde se utiliza la toba como sustituto de la piedra. Esta forma de adaptar la planta a las nuevas bóvedas ojivales nos recuerda, como en Monsalud, el estilo languedociano, aunque la diferencia con éste es la no inclusión de las medias columnas en frente de los pilares. Estilísticamente vemos muchas similitudes con monasterios de la misma orden, por ejemplo con el monasterio palentino de Valbuena de donde los monjes eran oriundos. La decoración de puntas de diamante la iremos viendo a lo largo de toda la provincia, sobre todo en las chambranas de los arcos. Capítulo aparte merecen las marcas de cantero que observamos sobre todo en el ábside norte; vemos líneas entrecruzadas, letras parecidas a la A o la Z. Esto nos da buena cuenta de que los talleres eran itinerantes, ya que muchas de las marcas las vemos también en el Monasterio de Monsalud y en iglesias cercanas a Bonaval. Se conserva en el pueblo cercano de Retiendas una talla de la Virgen de la Paloma que perteneció al monasterio. Se trata de una imagen ya próxima a las formas del siglo XIII, donde se ha perdido la rigidez y María se representa ya como una madre. La Virgen está coronada como reina de los cielos y sentada sobre un trono, tiene una actitud de cariño y protección hacia su Hijo al que tiene sentado sobre sus muslos. Cronológicamente situaríamos la construcción del monasterio a fines del siglo XII y principios del siglo XIII, tomando como referencia la fecha de fundación y teniendo en cuenta que aún se tardó algunos años en empezar a construir la abadía en sí, y los constructores tuvieron tiempo de conocer las nuevas técnicas de construcción que quisieron incluir en el nuevo cenobio, pero que debieron adaptar a unas formas anteriores y a un pensamiento como el cisterciense donde los alardes arquitectónicos estaban limitados por la austeridad promovida por la orden.
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