Identificador
              19201_01_028n
          Tipo
          
      Formato
              
          Fecha
              Cobertura
              40º 49' 17.13'' , - 2º 12' 44.75''
          Idioma
              
          Autor
          Ana Belén Fernández Martínez,Ezequiel Jimeno Martínez,Víctor Manuel Ricote Ridruejo
              Colaboradores
          Sin información
              Edificio Procedencia (Fuente)
              País
              España
          Edificio (Relación)
              Localidad
              Buenafuente del Sistal
          Municipio
              Olmeda de Cobeta
          Provincia
          Guadalajara
              Comunidad
              Castilla-La Mancha
          País
              España
          Claves
          Descripción
              FUE ALFONSO VII quien, deseoso que las órdenes  monásticas jugasen un papel activo en el proceso  repoblador que siguió a la toma de Molina, asignó ese  cometido a los canónigos regulares de San Agustín, primero  en Alcallech, después en Grudes y, finalmente, en  Buenafuente, en el entorno de una pequeña ermita que  acogía la fuente milagrosa de poderes curativos y antigua  fama.  El primer documento relativo a Buenafuente data de  1176; ese año, recuerda A. Herrera, el señor de Molina,  Pedro de Lara, donó a los monjes, ya establecidos allí, las  salinas de Anquela; fueron aumentando su patrimonio  hasta que el monasterio, en 1232, pasó a manos de Ximenez  de Rada; en 1242 fue cedido a doña Berenguela,  madre de Fernando III, y dos años más tarde adquirido por  doña Sancha Gómez, por cuatro mil maravedíes, con la  condición expresa de que fagades hy monasterio de Duennas de  la Orden del Cestel. Fue necesario liberar al lugar de Buenafuente  de la jurisdicción del obispo de Sigüenza y contar  con la ayuda del abad de Santa María de Huerta para que  se hiciera definitiva la fundación; el obispo se reservó el  censo que Buenafuente tenía que pagar a la iglesia de  Sigüenza, doña Clara Sánchez cedió al abad de Huerta  aquel enclave en 1246 y ese mismo año fueron traídas religiosas  de Casbas, de tierras de Huesca. La propiedad del monasterio estuvo alentada por sus  sucesivas donaciones, privilegios, herencias y otros ingresos.  Así, la heredad de Alcallech, cerca del lugar de Aragoncillo,  emplazada en el valle que baja desde el pico del  mismo nombre, pronto quedó a su disposición; estuvo  habitada hasta fines del siglo XV y en nuestros días, recuerda  Herrera, todavía se le llama la dehesa de las monjas;  el patrimonio creció con la incorporación del Campillo de  Zaharejas, la Huertaquemada, la heredad de Beteta
 y en  1293, doña Blanca, la quinta señora de Molina, a su muerte  donó al monasterio las villas de Cobeta, el Villar y La  Olmeda, aunque eligiese como lugar de enterramiento la  iglesia de los franciscanos de Molina de Aragón. Las riquezas de Buenafuente continuaron aumentando  en el siglo XIV, dedicadas las monjas a una vida contemplativa  y a rezar por sus benefactoras enterradas allí; como  la fundadora doña Sancha Gómez, cuyo sepulcro ocupó el  centro de la iglesia románica del convento. Y doña Mafalda,  que fue enterrada junto a su madre. Su marido, el  infante don Alfonso, sería alojado para siempre en el convento  de la orden de Calatrava en Ciudad Real. No faltaron problemas en el quehacer de su pacífica  existencia, tuvieron que ceder el monasterio en el siglo XV,  temporalmente, a algunos monjes de Huerta o abandonar  el recinto ante la violencia extrema de la guerra de la Inde-  pendencia, cuando Molina fue incendiada por los franceses  y su caserío reducido a cenizas y sus habitantes llevaban  una vida errante por los pueblos, en palabras de Anselmo  Arenas, y la fábrica de fusiles de Cobeta fue destruida  y el monasterio allanado y saqueado. La Desamortización de Mendizábal, en 1836, supuso  la pérdida completa de sus bienes. A este respecto, Luis  López Huerta precisa que, exceptuando una propiedad de  la orden de Calatrava, la venta de los bienes del monasterio  de Buenafuente supuso la venta más importante de  cuantas se realizaron de bienes eclesiásticos en esta época  en la provincia de Guadalajara. Sin embargo, la comunidad  no fue exclaustrada por contar con número suficiente de  monjas profesas: 13, el mismo número que las franciscanas  de Belén de Cifuentes o las carmelitas de la Fuente de Guadalajara,  por encima de las franciscanas de Santa Clara de  Molina y lejos de las de Santiago en Sigüenza. Sólo les  quedó el monasterio y sus pertenencias personales. Hoy en  día se puede visitar, se destina a casa de Ejercicios y puede  el viajero pasar algún día de descanso. Es el único monasterio  cisterciense activo en la provincia de Guadalajara. EL EDIFICIO El monasterio de Buenafuente, situado en el pueblo de  Buenafuente del Sistal, al sudeste de la provincia de Guadalajara  y perteneciente al municipio de Olmeda de  Cobeta, se sitúa en el fondo de un valle, rodeado de abundante  vegetación del alto Tajo, montes de frondosas y  coníferas, lugar privilegiado en el que se instaló la población  durante la época de repoblación iniciada por Alfonso  VIII en el siglo XII. El conjunto monasterial que tratamos aquí es en su  totalidad una construcción sencilla y sin grandes alardes  arquitectónicos ni decorativos, destinado al trabajo y vida  de una comunidad de monjas cistercienses. Este cenobio era filial del mismo de Santa María de  Huerta, en Soria, a cuyo abad le fueron concedidos plenos  poderes sobre Buenafuente en 1238, y al que años más  tarde, en 1245, llegaron monjas del monasterio de Casbas  en Huesca, según cita Herrera Casado. Sigue un mismo  esquema arquitectónico, debido a su emplazamiento, y  por su influencia cisterciense no presenta una unidad  arquitectónica sino que es un recinto arquitectónico de  carácter defensivo, rodeado por una muralla de media altura  y un gran arco de entrada que permite el acceso a todo  el conjunto. Según observamos en su planta, el monasterio se distribuye  de la siguiente manera: la iglesia se sitúa en su lado  norte, protegiendo así al resto de las dependencias de los  fríos vientos del Norte. Ésta es la misma disposición que  encontraremos en Óvila, pero es diferente a Bonaval y  Monsalud, monasterios cistercienses de la misma época,  donde veremos cómo la iglesia se sitúa al sur del claustro.  Es, por tanto, al sur de la iglesia donde se sitúa el claustro  de Buenafuente, al que se accede desde el interior por dos  portadas, una de ellas románica, o bien por el zaguán que  da acceso desde el exterior en su lado este. En el lado de  oriente, y en línea con la cabecera de la iglesia, nos encontramos  con las dependencias monacales, las celdas de las  monjas, los dormitorios y otras dependencias que se sitúan  en torno a otro patio llamado de la Jordana, más al Sur, que  encierra todo el conjunto. La iglesia de Buenafuente se caracteriza por su construcción  sencilla, de un gusto formal tanto en interior  como en exterior, sin demasiada ornamentación. Es en  general muy austera y propia del estilo cisterciense del  siglo XIII, lo cual se refleja en sus magníficas portadas  románicas. La fábrica de su construcción es de sillares bien trabajados  y conjuntados, lo cual, añadido a los contrafuertes  del exterior y a la orografía del terreno en que se encuentra,  hace de la iglesia un recinto fortificado, tanto por su  lado norte como por su lado este. La iglesia es una construcción  del siglo XIII que consta de una planta rectangular,  de una sola nave, dividida en cinco tramos. La cubierta es  de bóveda de cañón apuntada de estilo protogótico, como  podemos observar en otras iglesias de la misma época,  como la del castillo de Zorita de los Canes. La bóveda,  construida de sillares, descarga su peso en los arcos fajones  y éstos, a su vez, en los cinco contrafuertes del exterior  que sirven también para marcar la separación de cada  tramo. Los contrafuertes en altura no llegan a tocar el  alero, y se remata cada uno de ellos con un tejaroz inclinado.  La decoración típicamente románica que vemos en  el exterior, la observamos en la línea de arquillos ciegos  que recorren todo el alero de su fachada, cuya base es de  fina moldura convexa. Otro de los elementos de estilo románico son sus portadas.  En el exterior nos encontramos con la portada situada  en su lado noroeste, la más antigua del templo según  cita Villar Romero, y que era la primitiva puerta de entrada  a la iglesia en la época que ésta fue habitada por los  canónigos regulares de San Agustín. Está compuesta de un  arco de medio punto dovelado que descansa sobre pilastras,  a las que se les adosa unas columnas, tres a cada lado,  de las que parten sus arquivoltas, rematadas por una chambrana  con decoración de bolas, que las enmarca. Son  columnas de fuste liso, con basa, aunque no descargan  directamente sobre el suelo sino a una altura más elevada.  Los capiteles de las columnas son muy sencillos, con incisiones  de tipo vegetal: son hojas muy alargadas a las que se  les añade una bola o poma en sus ángulos, decoración muy  típica de estilo cisterciense. Flanquea la portada un haz o  pareja de columnas a cada lado, decoradas en su intermedio  por un anillo; son muy estilizadas y llegan hasta la cornisa,  la cual tiene seis canecillos de nacela lisos, excepto en  los extremos, que son de modillones de rollo.  La otra portada que aparece en el exterior, en su muro  norte y en el segundo tramo, no es de época románica, es  posterior, del siglo XVII, y es la actual puerta de acceso. Se  resuelve a través de un arco de medio punto moldurado,  apoyado en pilastras rehundidas, sobre las que apoya un  capitel con incisiones vegetales en forma de largas hojas.  Cercanas a esta portada encontramos dos ventanas románicas  que dan luz al interior, la primera, abierta en su parte  baja, es abocinada y decorada con una fina moldura de  bocel. La ventana superior se sitúa por debajo de la cornisa  y es de arco de medio punto, sin ningún tipo de decoración. Por último, y también en el exterior en su muro este,  coincidiendo con la cabecera de la iglesia, nos encontramos  con dos contrafuertes escalonados más altos que el  resto, que recogen el empuje de la bóveda del interior.  Llama la atención sus magníficas ventanas, una de ellas  románica, a media altura, que recoge la luz hacia el interior  para iluminar el espacio donde se sitúa la Virgen, y la  otra en la parte más alta, que también da iluminación a la  vidriera con la imagen de Cristo crucificado, ambas imágenes  situadas en el interior en el retablo de estilo barroco.  La primera es una ventana abocinada, con arco de  medio punto y tres arquivoltas superpuestas, sostenidas  por columnas muy finas y estilizadas a los lados, de fuste  liso, apoyadas en su basa, y cuyos capiteles son de hojas  estilizadas, como es habitual en Buenafuente; rematando  toda la superposición de arcos vemos una chambrana  decorada con cuadrifolias. La segunda ventana está compuesta  también de un arco de medio punto, tres arquivoltas  y dos pares de columnitas acodilladas y lisas a los lados;  el hueco del tímpano se resuelve con decoración de bolas. El interior de la iglesia, como ya hemos dicho, se trata  de un templo con una sola nave, rectangular, cuya fábrica  es de sillares encuadrados en toda su construcción, con  bóveda de medio cañón apuntado sobre arcos fajones, la  cual estiliza la altura del interior, como ocurre en este tipo  de iglesias de estilo protogótico (Monsalud, Zorita), que se  compone de cinco tramos. En la cabecera y en el siguiente  tramo de la iglesia, estos arcos se apoyan en unas ménsulas  decoradas con molduras, con incisiones de decoración  vegetal y con ajedrezado en su base. En el resto de los tramos  los arcos se apoyan en pilastras adosadas al muro,  rematadas con grandes capiteles rectangulares con decoración  vegetal incisa. Recorre toda la iglesia una línea de  imposta moldurada a la misma altura que estos capiteles. La cabecera de la iglesia es de planta cuadrada, enmarcada  en el testero oriental por un gran arco apuntado  decorado con una moldura cuyo dibujo es de zigzag, conservando  aún su policromía como en el resto de la bóveda  de la cabecera. Este tipo de cabecera se debe a que nunca  se ofrece más de una misa al mismo tiempo, como ocurre  en monasterios de fundación femenina. La iluminación de  esta parte se resuelve con la abertura de cuatro vanos, que  explicamos antes, dos de ellos en el muro norte, de estilo  románico, y los dos de la cabecera que iluminan el altar. El retablo que ocupa todo este espacio es de estilo  barroco, de gran belleza, pero no entra dentro de nuestro  estudio, aunque diremos que aprovecha muy bien los espacios  abiertos de su muro para representar las imágenes de  Cristo y de la Virgen; estos espacios son los vanos que al  exterior son románicos. La decoración que observamos en  la bóveda de la cabecera conserva la policromía de la antigua  pintura mural que la adornaba, está decorada con  motivos geométricos muy diversos que forman un entramado  de figuras, como rombos unidos con círculos, lóbulos  y otras figuras difícilmente identificables. A lo largo de la nave encontramos varias puertas de  acceso al templo; en su muro norte existen las dos que  explicamos antes. La actual puerta de entrada desde el  exterior data del siglo XVII, se sitúa en el segundo tramo, es  en su parte interior adintelada y no tiene mucho que destacar.  La siguiente portada, más antigua, es la que se sitúa  en el último tramo en el Noroeste, puramente románica al  exterior, se resuelve en el interior con un arco de medio  punto y queda más alta que el nivel del suelo, debido a la  orografía del terreno y por el hecho de que aquí se encontraba antes la primitiva iglesia, que da acceso a una minúscula  capillita en la que debió de estar el altar, según cita  Villar Romero. Justo en frente de esta puerta se sitúa una  preciosa capilla o altar de estilo románico; es de arco de  medio punto, con tres arquivoltas que lo rodean y que descansan  sobre pares de columnas, cuyo fuste es liso, con  basa y plinto, excepto la arquivolta intermedia que lo hace  sobre el muro. Los capiteles son del mismo tipo de decoración  vegetal muy sencilla, de hojas alargadas y con  pomas o bolas en sus ángulos. En este mismo espacio es  donde se encuentra la Buenafuente, situada en un estrecho  arco de medio punto románico en el muro oeste, que  recoge el agua del manantial a través de una cañería, para  caer en una pila circular de piedra anclada en el suelo. La iglesia tiene en el interior otras puertas de acceso  desde el claustro, pero la más importante, la situada en el  cuarto tramo, nos permite acceder a la nave desde el muro  suroeste. Según entramos por el claustro nos encontramos  con esta bella portada románica que se abre con un arco de  medio punto dovelado apoyado sobre dos gruesas pilastras  cuyos capiteles son de decoración vegetal. Sobre el arco se  superponen tres arquivoltas molduradas con fino bocel,  que se apoyan a su vez en unas columnas de fuste liso, con  basa y plinto, y con capiteles del mismo tipo vegetal que  los anteriores. Se remata el conjunto de la portada con una  chambrana decorada con bolas, y a los lados, arrancando  desde abajo, vemos una pareja de columnas adosadas al  muro que continúan hasta la línea de imposta marcada por  una cornisa que encierra todo el conjunto. Estas columnas  tienen fuste liso sólo interrumpido por la decoración de  dos anillos moldurados que las dividen tres partes, rematadas  en lo alto con capiteles de decoración vegetal, y con  basa y plinto en su inicio.  Hay en el interior de la iglesia dos altares en los muros  norte y sur. El del muro norte es de corte renacentista, y el  del muro sur, de estilo barroco. Ambos contienen imágenes  de varios santos. Por otra parte, desde el interior se accede bajo un  pequeño arco existente en el muro sureste a dos dependencias  anexas, la primera y más cercana al muro del presbiterio  es lo que fue la antigua sacristía, que funciona como  pequeño museo. Está cubierta con bóveda de crucería simple  y su planta es cuadrada. Lo más interesante de esta  dependencia es un sepulcro de piedra enclavado en el  muro norte, donde posiblemente hubo de estar enterrada  la abadesa doña Marquesa. La dependencia contigua a la  sacristía es la sala capitular, también de planta cuadrada y  cubierta de bóveda de crucería, que ha sido restaurada  recientemente: se ha descubierto y limpiado las pinturas  murales del altar, donde se coloca el trono de la abadesa. En línea con estas dependencias, y en la panda este,  encontramos las celdas de las religiosas; en la panda sur, la  cocina y el refectorio, que cierran, por tanto, junto con las  dependencias de almacenes, aprovisionamiento y locutorio,  en la panda oeste, el claustro del monasterio. El claustro,  situado al sur de la iglesia, es de planta cuadrada, con  una galería de arcos de medio punto que tras su restauración  fueron cerrados con ventanales hacia el exterior. En la  parte posterior al claustro, hacia el Sur, encontramos el  Patio de la Jordana, con un amplio y bello jardín.  En la capilla de diario del monasterio se encuentran  dos joyas de la imaginería: por un lado, una talla de Nuestra  Señora, denominada La Francesita por pensar que fue  traída de tierras galas por las primeras moradoras del Templo,  aunque esta afirmación no tiene mucho sentido, ya  que las primera monjas del cenobio procedían de Huesca.  Igualmente se la denominó Morenita, por su tez oscura,  aunque ya no la tenga porque una novicia a principios de  siglo la limpió. En la actualidad se ha llevado a cabo una  restauración que ha eliminado todo tipo de repintes y añadidos, aunque por su escasa conservación no se ha querido  levantar todas las capas para no dañar más la superficie.  Cronológicamente la fechamos a finales del siglo XII, cuando  ya el hieratismo y la frontalidad se acusan menos. Los  rostros de madre e hijo son ahora más dulces y sensibles;  nuestra Virgen toma al Niño en su rodilla izquierda y le  pasa la mano por detrás de la espalda en un gesto de protección,  aparece entronizada como reina del cielo y, aunque  ha desaparecido, portaría en su mano derecha una  esfera o una manzana. En el altar de esta misma capilla de diario las monjas  guardan celosamente a su Cristo de la Salud, talla de gran  patetismo, que se compone de cruz de madera y talla de  Jesús doliente. Se trata de expresar la victoria de Cristo  sobre la muerte y, de paso, la salvación de la humanidad.  Cronológicamente lo fecharemos a fines del siglo XII,  puesto que la rígida y divina composición románica del  crucificado evoluciona hacia el humanismo gótico. Cristo  aparece ya muerto, con los ojos cerrados, con su cabeza  inclinada sensiblemente hacia el hombro derecho y con  su boca abierta, con síntomas de desesperación. Ya en su  costado percibimos las heridas de la lanza, la sangre sale a  borbotones tanto de esta parte como de la corona de espinas  y de los clavos con los que está sujeto. A su vez, a los pies de la capilla se ha encontrado hace  pocos meses una representación de un pantocrátor en su  mandorla mística, sin los evangelistas, que ha sido restaurado  por la Universidad Complutense de Madrid y regalado  al Monasterio con motivo de los 100 años de su madre  superiora.
           
        
    