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Capitel de la ventana absidial

Identificador
09108_01_002
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 30' 56.60'' , - 4º 15' 10.60''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de San Bartolomé

Localidad
Castrillo de Riopisuerga
Municipio
Castrillo de Riopisuerga
Provincia
Burgos
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
ES UN TEMPLO HECHO a base de sillería y mampostería, según las diversas fases constructivas, organizándose actualmente -tras el reciente desmantelamiento de algunas estancias anejas- mediante ábside semicircular, presbiterio recto y dos naves, además de una amplia capilla adosada al muro sur. A los pies se levanta la torre -a la que se accede por un husillo cilíndrico-, y en el lado meridional se abre la portada, precedida por un amplio pórtico. De época románica se conserva el conjunto de la cabecera y el muro meridional de la nave, aunque los canecillos del antiguo lienzo norte fueron reutilizados cuando se amplió la iglesia con una nueva nave en ese lado. Hasta hace escasos años sendas dependencias, a modo de sacristías, se adosaban a un lado y otro de la cabecera, ocultándola en buena medida. Sin duda la cabecera es el mejor elemento constructivo de todo el conjunto, hecha en buena sillería arenisca, aunque empleando ocasionalmente alguna pieza de caliza. Exteriormente el hemiciclo se divide en tres paños, recorridos por una imposta de listel y chaflán y separados por gruesas semicolumnas que arrancan de podio prismático, sobre el que se disponen las típicas basas, rematando en capiteles de cestas lisas, con pequeñas bolas. El paño central es más ancho que los laterales y el único que en origen portaba ventanal, aunque en tiempos modernos se abrió una ventana cuadrangular en el sector meridional. La de época románica está formada por una estrecha saetera, cegada, enmarcada por arco de medio punto que funciona casi como un tímpano, con el centro rehundido, tallado en una sola pieza de caliza, con una rosca decorada a base de rosetas separadas por dobles botones, del tipo de las que aparecen en la portada de Tablada del Rudrón. Las dos columnillas sobre las que se apoya -también de caliza- rematan en capiteles decorados, el izquierdo con un mascarón monstruoso, o más bien diablesco, tragándose el fuste, y el de la derecha con dos series de crochets. Los cimacios son de doble nacela, el mismo perfil que muestra la chambrana que trasdosa el conjunto. El presbiterio es ligeramente más ancho y cuenta en los extremos orientales con un ancho contrafuerte prismático que llega hasta el alero. En el muro norte se abre un pequeño hueco, con forma de columbario, sobre imposta de listel y chaflán. En el sur aparece otro ventanal que repite el esquema del que se halla sobre el testero, con estrechísima saetera enmarcada por tímpano, con rosca moldurada a base de listel, chaflán y otro listel interior y decorado mediante serie de discos rellenos con cruces griegas, separados por zarcillos en H -idénticos a los que volvemos a encontrar en Tablada del Rudrón y el interior de Fuenteúrbel-, y banda de tallo ondulante del que parten bifolias apuntadas. El capitel oeste porta un cuadrúpedo, de aspecto bovino, y el oriental tres toscas piñas que cuelgan de zarcillos en doble espiral. Los cimacios se decoran con un original motivo formado por hojitas lanceoladas, enlazadas, formando ovas que enmarcan un hueco hecho con trépano. Por lo que respecta al alero de la cabecera es muy sencillo, con cornisa de nacela y canecillos del mismo tipo. La nave, a juzgar por los restos que se conservan, cambia el sistema constructivo, desapareciendo la sillería, que es sustituida por pobre mampostería, aunque en su unión con la cabecera da la impresión de que en principio se pretendió continuar con la buena fábrica precedente, mostrando los mismos anchos contrafuertes que aparecían en el presbiterio. En realidad sólo se conserva el muro meridional, que además fue objeto de modificaciones en épocas posteriores. En este lado se llega a ver, sobre la cubierta del pórtico, el alero románico, formado por canecillos achaflanados soportando una cornisa del mismo tipo. Aquí se encuentra también la portada, compuesta por un sencillo arco doblado y apuntado, sobre dobles pilastras con impostas de chaflán, aunque la rosca interior fue rellenada para dar lugar a un arco de medio punto. No obstante, en origen tal portada debió ser más compleja, ya que se aprecia perfectamente cómo existió un cuerpo que avanzaba sobre el paramento de la nave -hoy totalmente desaparecido-, lo que nos hace pensar en que habría alguna arquivolta más. El muro norte se desmanteló para añadir en ese lado una estrecha nave, en algún momento que no podemos precisar con seguridad. Sobre la nueva fábrica se colocaron los viejos canecillos románicos, e incluso una reforma aún más tardía, que afectó a la mitad occidental de ese paramento -levantado ahora en adobe-, volvió a recolocar de nuevo los canes y la cornisa, que son como los vistos en el sur. En la fachada occidental algunos restos parecen intuir la existencia de una posible espadaña original, con base de mampostería y cuerpo de campanas de sillería arenisca. En todo caso su transformación en torre es de un momento incierto, aunque las últimas reformas son muy recientes. En el interior el templo se nos muestra como una construcción barroca, con lo que fue la nave románica dividida en tres tramos, totalmente revocados y cubiertos con bóvedas de arista. La cabecera, igualmente revocada, está recorrida a media altura por una imposta que parece ser de nacela, y por otra que daría paso a las bóvedas, de horno con clave apuntada para el ábside y de cañón apuntado para el presbiterio. En el muro sur de este espacio presbiterial se conserva la saetera abocinada, cuya estructura es similar a otra que se halla en el muro norte, pero que en realidad es falsa, pues al exterior coincide con esa especie de columbario. El arco triunfal es apuntado y doblado, con gruesas semicolumnas que parten de ancho podio cuadrangular, con aristas de bocel. Las basas, de doble toro y escocia, tienen plinto cuadrangular, y todo ello muestra la piedra desnuda; pero los fustes, capiteles, y las pilastras en que apoya la rosca externa del arco, se hallan recubiertos por una gruesa capa de revoco, por lo que es imposible saber si las cestas estuvieron o están decoradas. Finalmente, al fondo de la nave románica el muro muestra un gran arco de descarga, apuntado y doblado. En definitiva, este templo responde a dos momentos constructivos creemos que bien diferenciados, uno correspondiente a la cabecera y otro a la nave. Durante el primero, seguramente realizado en el entorno del año 1200, se ejecutó una obra de buena calidad, especialmente en lo que a nivel arquitectónico se refiere, concentrándose la labor escultórica en los dos ventanales, que además guardan enormes similitudes con los que se realizan en la ermita de San Cristóbal de Sotresgudo, en la parroquial de Hinojal de Riopisuerga o en la palentina de Hijosa de Boedo -con quien comparte además el capitel de piñas-, templos cuyo parentesco también se extiende al conjunto de la cabecera. Pero también en la iglesia de La Piedra volvemos a encontrar esquemas compositivos semejantes, tanto en la concepción de las ventanas como en algunos motivos decorativos, aunque en este caso la arquitectura es mucho más rica. La nave se levantó en un segundo momento, ya entrado el siglo XIII, cuando los recursos económicos debían ser bastante más escasos. Al fondo de la nave norte se encuentra la pila bautismal, de piedra arenisca, igualmente románica. Es una curiosa pieza en forma de copa, de pie prismático y vaso cuadrado, con una altura total de 70 cm y una anchura de 84 x 89 cm. El vaso muestra un bocel en la embocadura exterior y una especie de cadena de gruesos eslabones en la interior. Los frentes están recorridos por toscas líneas en zigzag, a veces simples incisiones, pero que en algún caso llegan a formar casi medios boceles. En cuanto a las aristas verticales, son bastante diferentes: una de ellas simple, otra con bocel, otra con los citados eslabones, con una cabecita humana en la esquina inferior, y la cuarta con la misma cadena, pero ahora flanqueada en su parte superior por motivos vegetales. No son muchas las pilas románicas cuadradas que se conocen hasta el momento, aunque día a día su listado va en aumento. Hasta el momento sabemos de las siguientes, repartidas por toda la geografía castellano-leonesa: Ólvega y Gormaz, en Soria; Bustillo de Santullán y Villaverde de la Peña, en Palencia; Rosales, Quintanillabón, Grisaleña, Dosante, Valluércanes, Castrovido, Cernégula, Santillán del Agua, Bortedo, Llano de Bureba, Castil de Lences y ésta que nos ocupa, en Burgos; y en León la de la colegiata de San Isidoro. En realidad casi ninguna de ellas, salvo por la forma, tiene relación con las demás, correspondiendo a ejemplares que van desde la profusa decoración figurada que presenta la leonesa, o de los llamativos arcos entrecruzados de la de Castrovido, hasta las lisas de algún caso burgalés y de las dos sorianas, aunque estas últimas son originales en su hueco, uno semiesférico y otro en cruz. En relación con la de Castrillo de Riopisuerga Palomero e Ilardia han sugerido que su forma quizá pueda remontarse al siglo X, pero la presencia de boceles no deja duda sobre su filiación románica. Apuntan los mismos autores que “su tamaño nos hace pensar en la posibilidad de un bautismo por inmersión”, lo que tampoco parece muy probable, a tenor de los 39 cm de profundidad que tiene el hueco.