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Interior de la cabecera del lado de la epístola

Identificador
49000_1551
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 30' 2.92'' , Lo, g:5º 45' 24.59''
Idioma
Autor
José Manuel Rodríguez Montañés
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de Santo Tomé

Localidad
Zamora
Provincia
Zamora
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
LA IGLESIA DE SANTO TOMÉ se sitúa en la Puebla del Valle, arrabal inmediato al Duero por la parte oriental de la urbe, no lejos de Santa María de la Horta. El hallazgo de restos cerámicos islámicos de la décima centuria en las inmediaciones del templo parece avalar una temprana ocupación de esta Puebla, dedicándose sus moradores a actividades artesanales y comerciales, aunque carecerán de fuero hasta finales del siglo XI (1094) y no serán protegidos por una cerca sino con el tercer Recinto murado de la ciudad, ya en el siglo XIV. Parece indudable que el origen del templo fue monástico ya que, en 1126, el monasterio de Santo Tomé -nouiter edificato-, su abad Pedro y la comunidad de monjes, recibieron de Alfonso VII la donación de las aldeas de Venialbo y Congosto. Este mismo abad Pedro, al mes siguiente de recibir Venialbo dotó de fueros a la localidad. En 1128, el Emperador y su esposa donaron a Santo Tomé la heredad de Santa María de Venialbo, declarándola exenta, privilegio que conceden al resto de propiedades del monasterio. En ese mismo año Santo Tomé recibió en donación la iglesia de Santa María de Matilla la Seca con sus propiedades, de manos de la infanta Sancha. La vida monástica concluye en 1135, según parece deducirse del documento de donación de Alfonso VII al obispo Bernardo y sus canónigos, fechado en marzo de ese año, por el cual éstos reciben la iglesia de Santo Tomé con sus pertenencias, para traslado de la iglesia episcopal, por falta de espacio en la vieja sede de San Salvador. En cualquier caso, y pese a no hacerse efectivo el traslado de la sede, a partir de su incorporación al patrimonio del cabildo catedralicio el devenir del templo permanecerá unido a éste. Así se deduce tanto de la manda testamentaria establecida por un canónigo en 1175, por la que deja la tercia de sus bienes a la iglesia de Venialbo mihi commissam, como de la carta foral otorgada por Alfonso X a los pobladores de Santo Tomé y Santo Domingo de Vayo en julio de 1256. Es así el obispo don Suero quien, en noviembre de dicho año, autoriza al canónigo Pedro Pérez a poblar el herreñal sito ante la iglesia, propiedad del cabildo. Los datos facilitados por esa cesión del monasterio o canónica al cabildo catedralicio se revelan preciosos a la hora de delimitar cronológicamente la primera campaña constructiva del edificio, máxime dada la parquedad o inexistencia de fuentes documentales que envuelve los orígenes de la mayoría del primer románico zamorano. La iglesia de Santo Tomé -que hoy aparece exenta salvo por su costado meridional- se levantó en aparejo de sillería utilizando el omnipresente y deleznable conglomerado de arenisca local. Las recientes excavaciones arqueológicas (Ana Viñé y Mónica Salvador, 1996) han venido a dilucidar, al menos parcialmente, la problemática interpretación del proyecto original, dado que, excepto la cabecera, su estructura muraria y organización espacial se vieron alteradas por al menos dos intervenciones de época posmedieval. Con anterioridad a dichas investigaciones, las interpretaciones planimétricas del templo se dividían entre quienes, como Gómez-Moreno, pensaban en una posible planta cruciforme al estilo de Santa Marta de Tera, y los que consideraban más probable la existencia una planta basilical de tres naves, caso de Guadalupe Ramos. Ambas opiniones -y vaya esto en descargo del historiador granadino- reconocían la reconstrucción del cuerpo del templo, así como la “tradición española, que aquí en Zamora prevaleció generalmente sobre los ábsides”. Por todo ello, siendo la cabecera la estructura mejor conservada de la primera campaña, su análisis resulta determinante a la hora de establecer las filiaciones y cronología del edificio, consonantes con la documentación conservada. El arcaizante esquema de cabecera triple de ábsides con testero plano, más amplio y avanzado el central, encuentra sus indudables referentes en la arquitectura altomedieval, siendo fórmula de éxito -como en ningún otro lugar- en lo zamorano, pues esta organización absidal se prolongará hasta el románico final de fines del siglo XII e inicios del XIII (Santiago del Burgo, San Juan de Puerta Nueva, San Esteban). De las iglesias del primer período que siguen estos postulados sólo conservamos la muy transformada cabecera de San Cipriano, modelo de las tardías citadas más que la que nos ocupa. Y es que en Santo Tomé, pese a responder al esquema tripartito de testeros planos, la capilla central se desarrolla más que en las otras, motivado este hecho quizá por una mayor necesidad de espacio a la que no sería ajeno su carácter conventual. Como han señalado todos los autores que se han ocupado del templo, el ábside central de Santo Tomé resulta un trasunto del de Santa Marta de Tera, “copia servil y bárbara del modelo” como afirmaban demasiado peyorativamente Gaya y Gudiol (op. cit., p. 229) refiriéndose a la organización del hastial, antojándosenos así esta cabecera un compromiso entre la fórmula de Santa Marta y la tradicional de San Cipriano. El referido hastial de la capilla mayor, rematado a piñón, se distribuye en tres niveles delimitados por dos impostas con tres filas de billetes, una bajo la ventana del eje y la otra prologando la línea de sus cimacios. Verticalmente, siguiendo el esquema visto en la iglesia del valle del Tera, los esquinales del muro se refuerzan con dos finas semicolumnas adosadas que rematan en capiteles vegetales a la altura de la imposta superior, dando paso sobre ésta a pilastras de sección prismática que alcanzan el alero. Las numerosas reparaciones que manifiesta el muro sustituyeron las muy desgastadas basas de estas columnas -apoyadas en un breve basamento sobresaliente del zócalo rematado en chaflán- y buena parte de los fustes, conservándose los capiteles, el más meridional con dos pisos de hojas apalmetadas de nervio central perlado y caulículos, y el otro de hojas lisas con bolas y caulículos. En el eje del muro se abre una ventana de vano excepcionalmente amplio, sin la tradicional aspillera, que recuerda la disposición de ventanas de San Isidoro de Léon. En cualquier caso, las fotografías antiguas (Gómez-Moreno, 1927 (1980), II, láms. 45-46) nos muestran las transformaciones sufridas por este elemento, antes cegado y restaurado por las intervenciones de 1975 y fines del siglo XX, que eliminaron el transparente practicado bajo ella y repusieron los fragmentos de cornisa más erosionados. Se compone la ventana de doble arco de medio punto con faja de billetes y perlado entre ambos, y chambrana decorada con tallos rematados en volutas anilladas y trifolias, idénticas a las que ornan la imposta de la parte derecha (la izquierda se decora con cogollos inscritos en clípeos anillados). El arco reposa en sendas columnas acodilladas de sencillos capiteles vegetales de hojas apalmetadas con bolas y remate de caulículos, y basas áticas sobre fino plinto. Es al interior donde esta ventana absidal recibe una más profusa decoración, pues en torno al arco liso se dispone una hilera de crochets de nervio perlado con bolas en las puntas exornando un bocel y junquillo sogueado, un baquetón taqueado con puntas de clavo en los escaques y un bocel con banda de contario helicoidal, rodeándose el conjunto con una rasurada chambrana con tallo ondulante y hojarasca. Esta decoración se repite de modo fiel en la portada septentrional, corroborando su contemporaneidad. El arco exterior reposa en sendas columnas acodilladas, rematadas por capiteles vegetales de hojas partidas con bolas y caulículos. Como en Santa Marta de Tera, ciñen por su medio los muros laterales del ábside central dos contrafuertes prismáticos que alcanzan la cornisa. Ésta, por su parte, recibe tres hileras de billetes y perlado en el muro norte y en el hastial, y simple chaflán en el muro sur. La sustenta un interesante conjunto de canecillos, la mayoría decorados con pencas, bolas con caperuza, volutas perladas y rollos con “guarnición de bastones atravesados” al estilo cordobés, aunque hay algunos figurados, como los que muestran un león, un ave, un personaje acuclillado portador de barrilillo, una fémina sedente de larga cabellera partida sosteniendo en su regazo un objeto circular, una máscara monstruosa que engulle un personajillo del que sobresalen las piernas o un atlante con una serpiente enroscada. Al interior, los ábsides se cubren con bóvedas de medio cañón -todas restauradas conservando sólo los riñones originales- que parten de impostas con ajedrezado en los laterales y lisa en el central. Éste, como en Santa Marta de Tera, reforzaba su bóveda con un fajón pegado al testero que reposa en dos columnas acodilladas, cuyos deteriorados capiteles reciben decoración de helechos y crochets, el del lado de la epístola y de aves afrontadas el norte. Los muros laterales de la capilla mayor se animan en la zona inmediata al triunfal con dos parejas de arcos ciegos de medio punto que parecen querer delimitar un inexistente presbiterio. Estos arcos reposan en impostas achaflanadas, lisas o con decoración de zigzag y hojitas trilobuladas, que continúan la imposta de la que parte la bóveda. Otra muy rasurada línea de imposta corría bajo la arquería. Los arcos torales que dan paso a las capillas son todos peraltados y levemente ultrapasados, doblándose hacia la nave con un bocel ornado de fina banda helicoidal de contario -salvo el del ábside central, con entrelazo de cestería, mediacaña y junquillo sogueado- y tornapolvos de dos hileras de billetes. Recaen estos arcos en semicolumnas adosadas el muro, de las que sólo conserva las basas el central, con perfil ático con bolas y sobre basamento. Los capiteles que las coronan concentran el máximo interés escultórico del templo, aunque curiosamente los dos de la capilla mayor son los más insignificantes, ambos vegetales. El del lado del evangelio presenta helechos con bolas en sus puntas y remate superior de volutas, y en el frente una palmeta pinjante y tallo enredado; en el del lado de la epístola vemos dos grandes y carnosas hojas partidas, una lobulada y la otra con banda helicoidal, bajo un curioso ábaco con incisiones geométricas, todo de factura algo tosca. El triunfal del ábside de la epístola presenta dos cestas vegetales de similar factura, con las grandes hojas lobuladas partidas con bolas o granas en sus puntas y palmetas de nervio central perlado que recuerdan los modelos vegetales de Santa Marta de Tera. El capitel del lado norte presenta el collarino sogueado y los cimacios repiten los tallos ondulantes con volutas y hojarasca que vimos en el exterior. La pareja de capiteles del ábside del evangelio, ambos iconográficos, es la más interesante y elaborada plásticamente. El capitel del lado sur se decora con una representación de la Epifanía duplicada por motivos compositivos. En el centro del frente se dispone la Virgen, ataviada con túnica y la cabeza cubierta con una toca, sedente y con el Niño coronado sobre su regazo. Jesús se dirige a unos de los magos, que le ofrece uno de los presentes en una especie de cuenco, y tras él se dispone el resto de los reyes oferentes, que portan sus dones en cofrecillos. También se duplicó la re p resentación de la estrella, apareciendo ambas a los lados de la cabeza de María. Idéntica sumisión al principio de simetría manifiesta el capitel frontero, en el que se desarrolla el tema de la Adoración de los pastores, tres por lado, que aparecen sobre las ya vistas hojas partidas con pomas como personajillos portadores de objetos circulares -quizá quesos o panes- que ofrecen a la Virgen, nimbada y con el Niño en su regazo, ocupando la parte central de la cesta. La composición es idéntica a la de un capitel del exterior del testero de Santa Marta de Tera. Estilísticamente caracterizan a estos relieves los rostros de ojos almendrados y saltones, con marcadas arrugas nasolabiales, la cierta rigidez de actitudes y el hieratismo, demostrando el escultor un mayor dominio de lo vegetal que de lo figurativo, aunque las composiciones y cánones resultan correctos. Los ábsides laterales han sufrido más que el central las sucesivas reformas y añadidos. En el ángulo formado por la capilla mayor y la del lado del evangelio se adosaron, sucesivamente, dos sacristías: una minúscula cuya cimentación fue descubierta durante la excavación de 1996 y otra de mayores dimensiones -a la que se accedía por un vano del muro norte del ábside central-, demolida a mediados del siglo XX y que aparece en las fotografías publicadas en el Catálogo Monumental. El ábside norte manifiesta en su aparejo las huellas de estos postizos, conservando únicamente retazos de la ventana que se abre en el eje, con su arco de medio punto con ajedrezado y los capiteles de las columnas acodilladas que lo recibían: vegetal y muy destrozado el izquierdo y el otro con dos aves de cuellos vueltos picoteando granas flanqueando una palmeta de nervio partido. Al interior conserva el bocel con taqueado del arco y una de las columnas, con sencillo capitel vegetal. En el muro sur de esta capilla se conserva también una credencia de medio punto. Del ábside de la epístola sólo es visible al exterior su testero, rehecho en altura con mampostería. La ventana, cuyo arco fue recreado en ladrillo, conserva la pareja de capiteles, uno con dos fracturados leones afrontados y el otro, sumamente erosionado, con un personaje acuclillado atacado por dos serpientes. Los cimacios reciben decoración de tallos ondulantes con brotes y hojitas avolutadas, de tratamiento similar a las impostas de la ventana del central. Al interior, esta ventana ha perdido la pareja de columnas, manteniendo sólo el arco doblado, con hojarasca y bocel taqueado respectivamente. En el arranque de la bóveda, junto al testero, se conserva un sillar horadado con un vano estrellado y en esviaje, a modo de extraño óculo cuya función ignoramos. Hoy son visibles, tras el desencalado de los paramentos interiores de la iglesia, las rozas de los desaparecidos arcos formeros inmediatos a la cabecera, e incluso el arranque de uno de ellos junto a la capilla norte con una banda de abilletado, que certifican la estructura tripartita del cuerpo del templo. En una segunda campaña constructiva, datada por Viñé y Salvador en torno al siglo XV, dichas autoras piensan que se produjo un replanteo tanto del muro norte del cuerpo de la iglesia -a partir del contrafuerte que ciñe el toral del ábside del evangelio- como de la estructura interior del edificio. Las excavaciones vinieron a confirmar el remontaje de este muro norte -que mezcla la mampostería junto a una desordenada sillería- retranqueándolo y solapando parcialmente la semicolumna del toral del ábside del evangelio. Incluso la portada románica, abierta entre dos potentes contrafuertes en el segundo tramo de la nave, fue ligeramente trasladada y remontada, hecho que explica el desorden en la colocación de sus dovelas. Consta de arco de medio punto decorado con finos rollos (dos por dovela) que apoya en imposta rasurada y jambas muy deterioradas, molduradas con un haz de boceles. Rodean el arco tres arquivoltas de menuda decoración, en todo igual a la del interior de la ventana de la capilla mayor: la interior con sucesión de crochets de nervio perlado acogiendo bolas y sobre ellos una hilera de puntas de diamante y un bocel rodeado de lazo helicoidal con contario y bolas; el arco central recibe un tallo ondulante que acoge hojarasca y la arquivolta externa debía recibir abilletado, hoy apenas reconocible por estar casi totalmente rasurado, al igual que la chambrana. Sobre la portada se dispuso, en época moderna, una hornacina avenerada apoyada en una repisa con perfil de gola. Frente a ella, y en el muro de lo que sería la colateral meridional, se abría otra portada, aunque no podemos sino certificar su presencia al estar oculta esta zona del muro por las viviendas adosadas. Esta reforma integral del templo configuró la actual estructura, de nave única dividida en tres tramos delimitados por arcos diafragma de medio punto que apean en amplios machones. Por su aspecto nos parecen algo posteriores a la datación relativa avanzada por las autoras de la excavación, debiendo quizá considerarlos obra de la tercera campaña constructiva de Santo Tomé, ya en el siglo XVIII, que es la que determina la disposición del hastial occidental del templo, con la total reconstrucción en mampostería del sector correspondiente a la primitiva nave central, sustituyendo la previsible portada oeste por la actual adintelada. En el aparejo de esta reforma se reutilizan materiales constructivos de la obra románica, fundamentalmente sillares labrados a hacha, alguna dovela con decoración de abilletado y un relieve en el interior de la jamba de la nueva portada. Posteriormente, en 1832, se alzó sobre este hastial la espadaña neoclásica de sillería que lo corona. Esta reforma forró también los paramentos interiores de las naves, ocultando la portada meridional antes citada. El aspecto del ábside mayor de Santo Tomé resulta algo más airoso de proporciones que la ciertamente masiva arquitectura de su modelo, variando además el diseño de la decoración arquitectónica del testero, que en Santa Marta de Tera consiste en tres ventanas, las dos laterales ciegas y la central albergando una saetera. Salvo estos detalles, la deuda de Santo Tomé respecto a la coqueta iglesia del norte de la provincia no se queda en lo constructivo, sino que se extiende a la iconografía y estilo de su decoración. Tal cercanía parece más fruto de una identidad de artífices que de mera copia o inspiración, pudiendo pensarse que nuestra iglesia es obra de parte del taller que, en los años iniciales del siglo XII, había erigido bajo presupuestos leoneses -que debemos calificar de isidorianos a tenor de lo conservado-, la iglesia monástica a orillas del Tera. Y decimos de parte de ese taller debido a que en el templo zamorano no detectamos la actividad del excepcional escultor que labra, entre otros, los capiteles del triunfal de aquél, con los característicos rostros mofletudos y cabellos acaracolados propios del mejor estilo del románico pleno en San Isidoro de León. En cambio, tanto los capiteles de hojas apalmetadas y partidas con caulículos, como los de helechos y los figurativos de Santo Tomé, e incluso el ornato de los canecillos, encuentran su motivo similar en Santa Marta, cuya cronología -a caballo entre los años finales del siglo XI y la primera década del XII- sitúa la construcción de esta iglesia en la primera o segunda década del siglo XII, pudiendo así calificarla de noviter edificata el anteriormente citado documento de 1126. Las excavaciones realizadas en 1996 con motivo de la restauración pusieron al descubierto, además de la necrópolis, un foso de fundición de campanas de cronología medieval (entre el siglo XII y el XV) y restos de las primitivas tenerías. En el lapidario del templo se conservan también, sin que sepamos en qué momento fueron recuperadas, varias piezas procedentes de la fábrica románica. Entre ellas destaca un capitel entrego decorado con motivos de tallos entrelazados acogiendo piñas y hojas, así como helechos con pomas en las puntas. Podemos suponer por su tamaño que pertenecería a los desaparecidos pilares que soportaban los formeros de las naves, siendo su factura similar a la de los capiteles del triunfal de la capilla mayor. Junto a él se conserva un fragmento de imposta o cimacio decorado con friso de palmetas inscritas en clípeos anillados.