Identificador
              19053_03_004n
          Tipo
          
      Formato
              
          Fecha
              Cobertura
              40º 45' 42.68'' , - 2º 52' 7.02''
          Idioma
              
          Autor
          Víctor Manuel Ricote Ridruejo
              Colaboradores
          Sin información
              Edificio Procedencia (Fuente)
              País
              España
          Edificio (Relación)
              Localidad
              Brihuega
          Municipio
              Brihuega
          Provincia
          Guadalajara
              Comunidad
              Castilla-La Mancha
          País
              España
          Claves
          Descripción
              LA IGLESIA PARROQUIAL DE SAN FELIPE se levanta en  pleno núcleo urbano de la villa de Brihuega, flanqueada  hacia mediodía y poniente por una amplia  plaza ajardinada, aneja a la calle mayor. Tanto su fachada  norte como el ábside de cabecera, orientado hacia levante,  se abren dificultoso paso entre un grupo de viviendas,  colindantes ya con el trazado de la antigua muralla de la  localidad. Como apuntaba García López, sigue un patrón  semejante al respetado por el resto de las iglesias briocenses  levantadas en el mismo período: Todas ellas fueron  erigidas en sitios despejados, en plazuelas espaciosas y son  los pegadizos que sucesivamente las han ido deformando  y ocultando. La traza original del edificio difiere bastante de los  planteamientos propios del estilo románico de repoblación,  que caracterizó el conjunto de manifestaciones estudiadas  en la comarca, levantadas a lo largo del siglo XIII. Su  tardía concepción ya no ha de suplir las carencias que el  párroco debe paliar en su oficio diario a la reducida feligresía,  estas iglesias tienen menos carácter rural y quizá,  sobre todo, parroquial. Ha de ceñirse a los nuevos modelos  que, a través de su cada vez más elaborado aparato de  propaganda, pretenden imponer sus acaudalados y poderosos  mecenas. Según advierte Moreno Atance no son  templos que surgen solamente por las necesidades del pueblo,  esgrimiendo los recurrentes modelos previos seguidos  en Beleña de Sorbe o Sauca, sino que se deben a fundaciones  regias o de prelados, como también lo fueron  Cifuentes o Alcocer.  Su ejecución tardía la mayoría de los especialistas  coinciden en valorarla como tardorrománica propició que  tanto los soportes empleados en su alzado, el diseño de las  portadas principales y las cubiertas empleadas para su culminación,  tengan el inexcusable sello de los titubeantes  inicios de la nueva tendencia preponderante, entrado ya el  siglo XIV, el denominado estilo protogótico. Temprano  intento por trascender el arquetipo románico previo,  modificando sus fórmulas, estilizando los soportes y elevando  las alturas de sus naves, dotándola de esa aspiración,  mayor que en el período precedente, de conferirle unas  dimensiones propias de reducidas catedrales. Moreno  Atance, siguiendo a Lambert, considera que tanto San Felipe,  como San Miguel y Santa María de la Peña, estructuralmente  podrían aproximarse a Cuenca y Osma, que  poseen la misma disposición de cabecera sobresaliente,  incidiendo en que, si bien responden a la misma estética  que las primeras catedrales, poseen un carácter menos  grandioso.  La estructura de la iglesia está compuesta por un cuerpo  central, de tres naves longitudinales, la central más  ancha y alta que las otras, de las que está separada por  cinco arcos fajones apuntados en cada lado, que apean  sobre pilares compuestos, a los que se ciñen estilizadas  columnas. En el paso de la nave central al presbiterio se  localiza un arco triunfal, también apuntado, configurado  por dos arquivoltas aupadas sobre sendas columnas adosadas  a las pilastras laterales. La cabecera, rematada con un  presbiterio recto, se corona con el clásico ábside semicircular,  dispuesto en dos tramos, según establece su concepción  románica original. La disposición tradicional de la sencilla espadaña,  situada a sus pies, da paso a la colocación en dicho lugar,  tan significado, de su portada principal. No tenemos constancia  de la existencia previa de una torre-campanario. La  opinión más extendida, apuntada ya por García López a  principios del siglo XX, defiende que carecía de ella: No  parece que tuvo torre, pues no se ven señales de ella, ni el  lugar de su emplazamiento. La torre actual, separada del  resto del edificio, constituye un claro ejemplo de la reutilización  de una torre defensiva previa, que formaba parte  del antiguo recinto amurallado, como bien atestigua el  detallado análisis del aparejo de su primer cuerpo, levantado  sobre el mismo tipo de mampostería utilizado en el  resto de la fortaleza. Nuevos usos que asumió en época ya  muy tardía, como defendía García López, en los últimos  años del siglo XVIII, cuando se aprovechó un torreón  redondo de la muralla próxima al ábside para erigir sobre  él el actual campanario, de planta cuadrada y de esquinas  de amplio chaflán. Planteando paralelamente la posibilidad  de que quizá allí mismo estaba el campanario antiguo,  que se derribó para construir éste que ahora existe. El aparejo utilizado en su alzado combina sillares y  mampostería de piedra, alternando con el tradicional ladrillo  de las iglesias briocenses, también presente en las cerca-  nas iglesias de San Miguel y Santa María de la Peña. Las  sucesivas modificaciones y ampliaciones llevadas a cabo  sobre su traza románica inicial y los diversos tratamientos  sufridos, tanto enlucidos, como revestimientos y superposición  de varias pátinas de diversa policromía, condicionan la  percepción que pudiéramos lograr de los materiales empleados  en sus orígenes. Aunque todos los indicios parecen  indicar la utilización mayoritaria de sillería de piedra en los  elementos más antiguos de su vigente estructura. En el exterior, la iglesia de San Felipe guarda una  estructura peculiar, sin llegar a respetar el concepto clásico  de las postreras iglesias de estilo gótico, en las que las  portadas principales además de situarse a los pies suelen  también fijarse anejas al crucero de cabecera. En nuestro  caso, dicho diseño se antoja imposible al perdurar la primitiva  traza longitudinal, prolongada en el recto presbiterio  románico y carecer del mencionado crucero. Nos  encontramos, como apunta Moreno Atance, ante una concepción  intermedia, que mantiene la tradición del románico  rural de portadas laterales, emplazando su única y  principal fachada a los pies. En el extremo próximo a la  cabecera de la nave lateral, localizada al Norte, nos topamos  en definitiva con uno de los principales elementos que  se conservan de los restos románicos: una pequeña y  sobria portada de acceso, con claro regusto cisterciense,  compuesta por un arco de medio punto, recogido por una  pequeña moldura de piedra, exenta de decoración, que  apea sobre pilastras. Incidiendo en el sentido híbrido de  sus planteamientos que ya resumiera dicha autora en su  acertada conclusión, como en Cifuentes o Alcocer, poseen  éstas un estilo propio, producido al adaptar las formas cistercienses  o del románico rural, a unas nuevas estructuras,  fruto de la crucial época en que fueron concebidas, de  marcado carácter gotizante.  La fachada principal, emplazada en el lado occidental,  representa estructural y estéticamente la parte más significativa  y relevante del conjunto. Bajo la cubierta a dos  aguas de la nave central se abre un gran rosetón, gradualmente  insertado en el grueso muro mediante la sucesión de  varias molduras y guardapolvos, que alternan superficies  lisas con una orla externa de puntas de diamante; entramado  de estilizadas tracerías que configuran una espectacular  estrella de seis puntas. Según nos describe García López en  su Catálogo Monumental de Guadalajara: Ennoblece más esta  elegante fachada un rosetón circular, abierto bajo el ángulo  en que concluye el muro central. Consta de un círculo  rodeado de seis medios círculos uno y otros con lóbulos,  redientes y arquillos que forman una elegante tracería ojival.  Las líneas rectas dominantes forman el exalfa o sello  de Salomón, pero sin intención notoria de que resalte.  Simétricamente, dispuestos a ambos lados del eje definido  por dicho rosetón, se alzan sendos óculos de menores  dimensiones, ornamentados con una lisa moldura interna,  el de la fachada norte, y con cordones que albergan una  compleja estrella de seis lóbulos en su interior, el de la sur,  que garantizan la adecuada iluminación del interior de las  naves laterales. Advertía el cronista sobre las claras diferencias  apreciables entre ambos elementos: Pero aquí  comienzan a notarse las extrañas circunstancias de este  templo, pues además de esta diferencia que anoto en el  adorno interior de los óculos, se ve que no son del mismo  diámetro, ni están a la misma altura. Además, en el cuerpo  de la izquierda y por debajo del óculo corre a manera de  imposta horizontal un moldurón que no tiene objeto alguno.  Me hace entender este adorno, que aquel cuerpo se  hizo antes que el de la derecha, al que no se creyó oportuno  añadir la misma imposta, apuntaba como recurrente  justificación a disparidades tan manifiestas. El trazado original de la iglesia incluía tres portadas,  la primera ya descrita, orientada hacia el Norte y de características  plenamente románicas, y las otras dos, al Sur y a  poniente, consideradas de transición entre el románico y  el gótico. Actualmente sólo conserva su uso la dispuesta a  sus pies, la portada central de acceso, coronada por esta  evolucionada disposición de amplios vanos, apoyada sobre  un cuerpo recrecido cubierto por un tejaroz de losas de  piedra y enmarcada por los contrafuertes que afianzan el  tramo inferior de sus muros. Cinco arquivoltas abocinadas  constituyen el apuntado arco principal: el interior se nos  presenta aderezado mediante la superposición de cuatro  cordoncillos lisos, tres de los cuales apean sobre columnillas  ornadas con naturalistas cestas en sus capiteles de  hojas de acanto, combinando, en la inclusión entre columna  y columna, con rosetas y puntas de diamante. Motivo  que aparece igualmente en la ojival orla que sella la moldura  de la arquivolta externa. La variada y novedosa decoración  empleada combina, como hemos descrito, el naturalismo  de las estilizadas formas vegetales de sus capiteles  con los clásicos motivos geométricos, de puntas de diamante  y rosetas, que se intercalan entre los esbeltos fustes  de las columnillas sobre las que se asienta. En la parte  superior del arco se localiza una cornisa, rematada por  doble moldura lisa y jalonada por una serie de canecillos  en los que se inscriben cabezas antropomorfas y zoomorfas  de notable factura. Tipología que también se hace  patente en las dos ménsulas de piedra inscritas sobre los  contrafuertes de la portada, compuestas por figuras que  parecen simular animales. Al igual que sucede en Santa María de la Peña, en la  fachada meridional de la iglesia encontramos otra portada  que, en sus proporciones y la disposición de los elementos  constitutivos, respeta las mismas características definidas  en la principal. Enmarcado entre los contrafuertes laterales  y el tejaroz superior, recrecida sobre el muro en el que descansa,  se abre paso un gran arco apuntado abocinado,  compuesto por la superposición de cinco arquivoltas deco-  radas con guardapolvos de puntas de diamante, que descansan  sobre cuatro pares de estilizadas columnillas laterales.  Curiosos capiteles rematan el basamento, en cuyas  cestas asoman inquietantes caras zoomorfas; capiteles  con una cabecita humana en cada uno y entre las columnas  una sarta de cabezas de clavo, definía García López  concediéndoles un carácter más antiguo, que acompañaban  al viajero en su ingreso a la nave lateral. El conjunto,  cerrado con un sobria cornisa alzada sobre lisos modillones,  constituye igualmente una interesante manifestación  del mencionado estilo protogótico de transición.
           
        
    