Pasar al contenido principal
x

Portada meridional

Identificador
24500_01_005
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 36' 21.03'' , -6º 48' 32.77''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de San Francisco

Localidad
Villafranca del Bierzo
Municipio
Villafranca del Bierzo
Provincia
León
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
SE LOCALIZA ESTE ANTIGUO CONVENTO sobre uno de los cerros que dominan la población de Villafranca, hacia el lado este, destacando su gran estructura sobre el caserío. Según la tradición fue fundado personalmente por San Francisco de Asís, aunque sus orígenes aún continúan siendo muy oscuros. Se atribuye también su creación a Urraca, esposa de Fernando II, supuestamente en 1213 y con primer asiento en uno de los hospitales de la villa -no muy bien definido-, antes de su definitivo traslado al lugar que definitivamente ocuparía el convento. Sin embargo, aunque los fratres minores forman ya comunidad en torno a San Francisco desde 1210, es muy difícil pensar en un grupo villafranquino antes de las bulas de Honorio III en 1220 y 1223 e incluso de la de Gregorio IX en 1230, que consagrarán el verdadero nacimiento de la orden. Como recoge David Gancedo en su estudio sobre esta casa, las dos primeras menciones datan de 1234: la primera es una donación testamentaria de doña Sancha, esposa del conde Fruela, que deja cincuenta maravedís a fratribus minoribus de Villafranca ad cooperiendam ecclesiam ipsorum; la otra, aunque no tan concreta, está en una carta del monasterio de San Andrés de Vega de Espinareda, en la que aparecen como confirmantes fray Rodrigo y fray Fernando, de ordine discalciatorum. Parece ser que hacia el año 1284 y bajo los auspicios de la reina María de Molina, esposa de Sancho IV, la comunidad se traslada al lugar que ocuparán hasta la extinción del convento en 1835, aunque Gancedo sostiene que quizá el traslado se produjo más tarde, durante el siglo XIV, por iniciativa de doña María de la Cerda, nieta de Alfonso X, en virtud de que su escudo aparece en la fachada de la iglesia y de que eligió este lugar como enterramiento. Por aquellas primeras fechas, concretamente en 1285, el convento aparece también como uno de los beneficiarios del testamento de Ruy Gil de Quilós: “E mando a os Descalzos de Villafranca CC solidos desta moneda ja dita”. Nada se sabe de esta casa durante casi todo el siglo XIV, aunque a finales del mismo retorna a la documentación, experimentando a partir de entonces y a lo largo de todo el XV y el XVI un notable desarrollo, favorecido por donaciones de la nobleza y de las gentes de la comarca, iniciadas especialmente por Pedro Enríquez, señor de Villafranca, quien aportará cien mil maravedís y elegirá la iglesia para sepultarse, costumbre que seguirán después otros muchos personajes. En la segunda mitad del XVI Ambrosio de Morales habla del fondo de libros manuscritos que se guardaban en la biblioteca conventual y que habían sido donados por don Pedro de Toledo, segundo m a rqués de Villafranca y virrey de Nápoles, libros que en 1573 pasarían a formar parte de la colección de Felipe II en El Escorial. El edificio presenta algunos problemas de interpretación, especialmente en lo que a sus momentos más antiguos se refiere, como tendremos ocasión de analizar más adelante. La iglesia es una monumental construcción de mampostería de pizarra, de una nave, que sigue la más pura tradición franciscana, con cabecera compuesta por dos tramos cuadrados cubiertos por bóvedas de crucería. Es un edificio resultante de numerosas modificaciones, con restos fechables en siglo XIII e incluso otros que pueden datarse en el XIV, como el escudo con el nombre de doña María de la Cerda que está en la fachada de poniente. La fabrica fue remozada en el XV, destacando en ella el artesonado polícromo con decoración vegetal y con los escudos de don Pedro Álvarez de Osorio y doña Beatriz de Castro, su esposa. A los pies se levanta la fachada, en hastial, renovada en el siglo XVII y presidida por la imagen de San Francisco, bajo la cual se halla la portada principal, labrada en piedra arenisca, que podemos datar en época románica. Situada a ras de muro, esta portada tiene arco abocinado, compuesto por el de ingreso, tres arquivoltas y chambrana, todo ello de medio punto. El primero de los citados se decora en su frente con dientes de sierra abocelados, con pequeñas rosetas de seis pétalos dispuestas en cada uno de los diez espacios. Las tres arquivoltas están profusamente molduradas a base de boceles y medias cañas, mientras que la chambrana está re c o rrida por pequeñas puntas piramidales cuatripétales. Descansan sobre una imposta corrida de sencilla molduración, bajo la que se hallan los soportes, que no son sino pilastras molduradas también a base de boceles y medias cañas, sobre plinto. Sobre la arquería se disponen tres cabecitas humanas que parecen representar a frailes -seguramente de cronología gótica- y por encima del conjunto aparece una imposta que recorre toda la fachada, sostenida por unos extraños canes geométricos, de doble lóbulo y nervio central, más anchos en la parte inferior que en la superior. Sostienen una cornisilla decorada con bocel y media caña que pudiera ser contemporánea de la portada -y en consecuencia también lo serían los canecillos-, mientras que la pieza de gola que se dispone inmediatamente sobre ella ya es producto de la reforma posmedieval de la fachada. El otro elemento que podemos considerar de cronología románica es el arco, también de arenisca, que da entrada a la capilla de la Venerable Orden Tercera, con la advocación de la Vi rgen de los Dolores, situada a los pies del templo, en el lado de la epístola. En realidad sólo son atribuibles a ese estilo las dovelas, puesto que los soportes son muy posteriores y posiblemente el conjunto sea resultado de una modificación muy tardía, un estrechamiento de la entrada que emplea elementos antiguos, pues creemos que el arco de ingreso primitivo es el que se ve todavía por encima de éste. El románico es de medio punto y tanto en el lado que mira hacia la iglesia como en el que lo hace hacia el interior de la capilla está compuesto sólo por una pequeña rosca compuesta, de arriba abajo, por listel, nacela y bocel, con una serie de rosetas de muy variado número de pétalos recorriendo la nacela. Posiblemente sean dos arquivoltas de una misma port ada, reajustadas a una misma luz para ocupar esta nueva ubicación. Para finalizar cabe concluir que nos hallamos ante dos elementos que evidentemente tienen estrecha relación con la estética románica, por un lado la portada principal, cuya decoración a base de dientes de sierra es un elemento profusamente utilizado en las postrimerías de ese período artístico y no sólo en los reinos hispánicos. Por otro lado el arco de la capilla interior muestra también las rosetas que se hallan por doquier en edificios de las extremaduras castellanoleonesas de época tardorrománica. Todo ello hace pensar en una cronología en torno a 1200 o incluso adentrándose en el primer tercio del siglo XIII, con tantos paralelos en uno u otro caso que huelga enumerar. El problema sin embargo se deriva de cómo han llegado estas piezas a este lugar, si tenemos en cuenta que se ha considerado que el convento se asienta aquí muy a finales del siglo XIII -como pronto- y que en ningún caso se habla de obra preexistente, lo cual sí ocurre con su primer asentamiento. Que el arco de entrada a la capilla de la Orden Tercera parece ser una reconstrucción bastante moderna con piezas románicas no parece que se pueda poner en duda, pero sin embargo la portada principal sí parece estar in situ, por lo que no caben sino dos conclusiones: que el convento está en este lugar ya desde el mismo momento de su fundación -cuya fecha no desdice de la cronología que se supone para la puerta-, o que cuando se realiza el traslado se hace de nuevo sobre otro edificio que ya existía y que incluso no debió ser de pequeña categoría, teniendo en cuenta la calidad de esos restos. Partiendo de tales hipótesis y dadas las etéreas referencias sobre el traslado, nos inclinamos más bien por la primera de ambas posibilidades y en este contexto habría que entender además la aportación de doña Sancha en 1234 ad cooperiendam ecclesiam ipsorum, es decir, “para cubrir su iglesia”, cuya construcción se estaría rematando por tanto en esos momentos.