Identificador
              19190_04_035n
          Tipo
          
      Formato
              
          Fecha
              Cobertura
              40º 50' 42.34'' , - 1º 53' 20.76''
          Idioma
              
          Autor
          Jaime Nuño González,Víctor Manuel Ricote Ridruejo
              Colaboradores
          Sin información
              Edificio Procedencia (Fuente)
              País
              España
          Edificio (Relación)
              Localidad
              Molina de Aragón
          Municipio
              Molina de Aragón
          Provincia
          Guadalajara
              Comunidad
              Castilla-La Mancha
          País
              España
          Claves
          Descripción
              LA FORTALEZA DE MOLINA DE ARAGÓN se alza majestuosa  sobre el núcleo urbano de la localidad, presidiendo  desde un prominente cerro el amplio y ondulado  valle sobre el que discurre el tranquilo curso del  cercano río Gallo, a ambos lados de cuya ribera se asienta  el casco histórico de la ciudad medieval. En la parte inferior del albacar de la fortaleza molinesa,  orientada hacia el ángulo oriental que cierra esta  segunda línea cinto de su recinto amurallado, bajo la  protección de la cercana Torre del Reloj, desde la que permitía  su acceso desde el antiguo burgo medieval a través  de la llamada Puerta de Ahogalobos, se encuentran los  restos de la que fuera una primitiva iglesia: Santa María del  Collado. Bajo cuya advocación permaneció desde sus origen,  en época medieval, hasta el siglo XVI, en el que aparece  denominada como Santa Catalina. El alcázar de Molina es un castillo grande y desgarbado  que recuerda más a las alcazabas morunas que a las  fortalezas cristianas de la Edad Media, tanto por su extensión  desusada (80 por 40 m aproximadamente), cuanto  por la sencillez de su traza que consiste en una muralla de  cierre con torres en las esqui nas e interrumpiendo los lienzos  del muro que circunscribe un patio enorme, en cuesta,  pro pio para alojar no ya una guarnición nume rosa, sino  todo el vecindario de la pequeña Molina medieval, describía  Layna Serrano en su obra Castillos de Guadalajara.  El castillo molinés está divido en cuatro estructuras:  una primera, localizada en la parte superior de la montaña,  es la Torre de Aragón, cuya función principal era de torre  vigía. Siguiendo a Layna al norte, sobre un montículo  dominante del primero y muy cercano, alza su gallarda  silueta la Torre de Aragón, pequeña fortaleza avanzada,  sin la cual el castillo de Molina apenas hubiera tenido  importancia militar. Descendiendo por una pronunciada  ladera nos topamos con los restos de su interior, dos cinturones  amurallados consecutivos, en los que elevan al cielo  sus prismas almenados las torres del alcázar. Se trata del  segundo elemento diferenciado que constituye el núcleo  real de la fortaleza, un auténtico castillo interior, formado  por el denominado Fuerte de las Torres, a partir del cual  Restos de un relieve  se extiende, cercando gran parte de la ladera desplegada a  sus pies, un recinto exterior, llamado albacar o albacara.  Un segundo y último cerco, que culmina la intrincada  estructura, nace de los ángulos meridionales del albacar,  delimitando las murallas perimetrales que rodeaban la ciudad  partiendo de la albacara, aunque en 1860 ésta ya había  desaparecido en su mayor parte. Así concluía el cronista su  descripción de este segundo cinto: Está ubicado en las  afueras del casco urbano de Molina de Aragón, junto a una  de las puertas que dan acceso al albacar de su fortaleza  medieval, partiendo de sus extremos o mejor dicho continuándose  desde ellos la muralla de cintura que abarcaba la  población y de la cual subsisten grandes lienzos aportillados  por la demoledora acción del tiempo, las épicas luchas  y las modernas necesidades urbanísticas. Protegido por el núcleo del castillo de Molina, su  alcázar, de torres fortificadas, y la torre de Aragón, situada  al norte, coronando la escarpada ladera, encontramos el  albacar del antiguo castillo, continuaba Layna. Esta estructura,  en la cual se ubica Santa María del Collado, forma  parte del cinturón defensivo que circundaba el primigenio  burgo medieval. En el tramo de lienzo limítrofe con la iglesia  llega a alcanzar una altura considerable, superando los  seis metros, y un grosor medio cercano al metro y medio.  La parte mejor conservada, adyacente a la denominada  Puerta de Ahogalobos, muestra una interesante estratigrafía  estructural según ha podido corroborar Arenas Esteban  en el yacimiento del próximo Prao de los judíos: Un segmento inferior en el que el aparejo es de piedra  arenisca colocada a sardinel de época claramente islámica,  período en el que tendría su origen el núcleo central  de la fortaleza. A partir de este primer estrato se  superpone otra fábrica distinta, a base de mamposto trabado  con argamasa y esquineras de piedra arenisca roja: una  técnica constructiva típica en la zona de la etapa medieval  cristiana y reiteradamente presente en toda la fortaleza  medieval de Molina, levantada entre mediados del siglo XII  y el tercer cuarto del XIII. Período en el que las fuentes  sitúan el inicio de la construcción tanto de las iglesias de  Santa María de Pero Gómez, primitiva denominación de  Santa Clara, como la propia Santa María del Collado, así  como el postrero recinto perimetral que acogía al burgo.  A mediados del siglo XIV encontramos la primera referencia  histórica de la iglesia. En un documento fechado en  1353, que recoge la Estadística de las iglesias del señorío;  se describe el exiguo patrimonio con que contaba el edificio:  reducido a ocho beneficios, cinco de ellos servideros,  que rentaba cuarenta maravedíes cada uno, y los tres restantes,  absentes y dotados con treinta maravedíes. Servicios  a los que se añadía una pequeña porción de tierra para  un aniversario, especificándose que non se labra en non vale  nada de renta, según recogía Minguella en su Historia de la diócesis  de Sigüenza y sus obispos.  A lo largo del siglo XVI cambió de advocación, como  habíamos mencionado con anterioridad, apareciendo en  las fuentes bajo la denominación de Santa Catalina, señalándose  también su paulatino abandono, propiciado quizás  por las reseñadas limitaciones de las donaciones con que  había sido agraciada. Consecuencia inmediata de esta  situación debió de ser el consiguiente deterioro de su  fábrica original, que afectó de manera inexorable al conjunto  de los elementos que configuraban la fortaleza. Acuciantes circunstancias que se vieron agravadas a  principios del siglo XIX. En 1812 sufrió importantes daños  ocasionados durante la contienda librada frente al ejército  francés durante la Guerra de la Independencia. Dos décadas  más tarde, en 1835, una partida carlista se hizo fuerte  en el castillo, permaneciendo allí durante un largo período,  hasta su rendición definitiva meses más tarde. Entonces  las tropas realistas, al inspeccionar el castillo, certificaron  que los sitiados habían destrozado sus instalaciones  hasta dejarlas en un estado lamentable.  Tras una nueva incursión de otra partida carlista procedente  del Maestrazgo levantino, que ocupa la fortaleza  en 1845, el alto mando militar ordena la reparación del castillo  y las instalaciones anejas, la iglesia del Collado entre  ellas, dotando la ejecución con un presupuesto extraordinario  y ordenando a sus artífices el comienzo inmediato de  las obras, que se debían llevar a cabo entre abril y junio de  1849. El plazo finalmente no se cumplió. El deterioro era  tan evidente y peligroso, que en 1856 motivó al Capitán  General de Castilla la Nueva a ordenar su demolición, por  considerarlo un complejo tan inútil defensivamente, como  oneroso de sostener. La Junta Superior del Cuerpo de Ingenieros emitió un  informe que respaldó la decisión, declarándolo inútil, y  concedió una partida para su demolición, concentrada en  principio en el fuerte de las Torres y la Torre de Aragón,  librando el albacar, y con él a la propia iglesia de Santa  María del Collado. En 1860 el cuerpo de Artillería comenzó a buscar un  emplazamiento adecuado para la ejecución de unas pruebas  de artillería comparativas de armamento liso y rayado,  entendiendo que la fortaleza molinesa reunía las condiciones  para convertirse en objetivo idóneo. El Ayuntamiento  de Molina, enterado de amenaza tan palpable para su  patrimonio, apeló a la propia reina Isabel II para evitar la  catástrofe. La reina, tras consultar con Leopoldo ODonnell,  Ministro de la Guerra y Jefe de Gobierno, tomó una  decisión salomónica: los ensayos tendrían lugar solo en el  recinto exterior del castillo, protegiendo así las partes más  sobresalientes del mismo, el Fuerte de las Torres y la Torre  de Aragón. Las pruebas finalmente se llevaron a cabo, con notable  éxito, entre el 18 y el 22 de diciembre de 1860. En el  transcurso de las maniobras se dispararon más de seiscientos  proyectiles de distintas dimensiones sobre las tres cortinas  del oeste de la muralla del albacar, precisamente el  ángulo meridional en que se ubica Santa María, entre la  Puerta de las Cabras y la Torre pentagonal del noroeste de  la albacara. Estructuras todas ellas que entonces disfrutaban  de un buen estado de conservación, según la paradójica  conclusión de los informes previos, que precisamente  les llevaron a constituir el inopinado y experimental  objetivo de la artillería nacional. Las estructuras murarias de la iglesia de Santa María  del Collado que han logrado perdurar a tan dramático avatar,  y que hoy podemos reconocer, si bien escasas, son  ciertamente significativas y de una potencia arqueológica  notable. La labor de limpieza, despeje y consolidación,  realizada por las puntuales excavaciones sistemáticas llevadas  a cabo por el equipo de Arenas Esteban en la última  década, han conseguido sacar a la luz los restos de su  estructura fundamental. Nos permiten definir una clásica estructura románica:  única nave rectangular, coronada en su flanco oriental por  la cabecera, compuesta por presbiterio recto que precede  al ábside semicircular. La base de la nave descansa directamente  en una de las pequeñas torres que jalonan la muralla  del albacar. Desconocemos si en su momento pudo  también añadir a su función defensiva original la de eventual  campanario. Disposición que también respeta la contigua parroquial  de Santa Clara, en este caso con crucero marcado,  ubicada a escasos cincuenta metros al otro lado de la muralla,  con la que guarda interesantes similitudes. No debemos  olvidar que tanto Santa María del Collado como Santa  Clara son edificios cuya edificación se ha establecido en el  último cuarto del siglo XIII, durante el relevante mandato de  la última señora del Señorío de Molina, previo a su vinculación  definitiva con el reino castellano, doña Blanca.  Ambos se ajustan en su cabecera a un modelo común  con presbiterio recto y hemiciclo, que en Santa Clara se  articula en el exterior a través de seis haces de tres columnas,  sobre altos plintos, como describe Ruiz Montejo. En  Santa María del Collado la gran cantidad de escombro que  todavía se acumula en la parte exterior del ábside, nos  imposibilita verificar si en este caso siguen patrones semejantes.  En el caso de los codillos pareados, que emplazados  en el comienzo del tramo recto del presbiterio marcan el  paso al hemiciclo, sí podemos apreciar, sin embargo, rasgos  estilísticos comunes. Del alzado original de Santa María sólo se conservan  las primeras hiladas de sillares, tanto de los muros que definen  su planta como de las basas e inicios de columnas adosadas,  sobre las que se sustentaba su cubierta y que dividían  su nave. En el tipo de aparejo utilizado, las semejanzas son  asimismo apreciables, tanto en la disposición de las piezas,  sólido sillar, como en el material empleado en el levantamiento  de su alzado, compuesto por arenisca rojiza. Esta  estructura longitudinal se articula en cuatro tramos, a través  de pilares laterales, compuestos en ambos casos por  tres columnas adosadas: una central de mayores dimensiones,  asentada sobre plinto elevado, flanqueada por dos  laterales, más reducidas y de formas más estilizadas.  La roca madre aflora somera sobre el abrupto terreno  en que el edificio se asienta. El trazado de su nave se ve  obligado, por este motivo, a adoptar en su trayecto una  curiosa disposición de tramos superpuestos y escalonados,  a medida que se aproximaban simbólicamente al presbiterio,  donde se hallaba el altar. La disposición estructural,  acomodada a las eventuales irregularidades planteadas por  el escarpe montañoso, confería así al oficiante una privilegiada  situación, dominando la amplia estancia que alber-  gaba a la feligresía, durante el desarrollo de los oficios. En  el muro norte, contiguo al tramo inferior de su nave, abría  un estrecho vano, el único localizado hasta el momento.  Pequeña entrada, quizás de uso exterior, de la cual no conservamos  apenas los restos formados por tres de los peldaños  inferiores, que debieron de formar parte de la base de  su escalera de acceso original. El conjunto de las fundaciones molinesas, entre las  que se incluye Santa María del Collado, constituiría en  definitiva un ejemplo representativo de lo que Ruiz Montejo  ha definido como elementos integrantes de una fase  románica muy tardía, que confieren a su estética un predominio  absoluto en su ornamentación de una temática  vegetal, de gran esquematismo en su ornato. Siguiendo  una pauta que, si bien respeta su inequívoca impronta cisterciense,  vislumbra ya la incidencia de nuevas formas  estéticas, imperantes en el señorío molinés en dicha etapa,  desarrolladas al amparo de las eficaces medidas emprendidas  durante el mandato de doña Blanca. Período arquitectónico definido como protogótico,  que rompe con el clasicismo románico previo y actúa de  transitorio embrión de las formas del gótico pleno, que está  por llegar. Especialmente identificable en sus titubeantes  inicios, por las significativas peculiaridades de su concepción  formal.